Mujer negra, mujer africana,
¡oh tú, madre mía, gracias!
Gracias por todo lo que hiciste
por mí, tu hijo, tan lejos, ¡tan
cerca de tí!
El libro comienza con un breve poema que se titula "A mi madre", y que antecede los doce capítulos narrativos. Estos versos pueden pensarse como una suerte de dedicatoria, considerando no solo su posición inicial, sino también su contenido: el poema homenajea y agradece a la madre por haberle dado la vida y por haberlo cuidado con amor. En ese sentido, el yo lírico parece reflejar la identidad del autor, Camara Laye, que a su vez se entrelaza con la figura del protagonista y narrador de la novela propiamente dicha.
Cabe destacar, por otra parte, que en estos versos se produce una sinonimia entre "mujer" y "madre": las mujeres africanas son presentadas, en términos generales, como madres protectoras, sacrificadas, fuertes y trabajadoras. Si bien todas estas pueden pensarse como cualidades positivas, lo cierto es que responden a un estereotipo occidental de las mujeres negras africanas, y reproducir estereotipos puede ser una actitud racista. Esto es especialmente delicado considerando que Camara Laye escribe sus memorias para un público europeo. De todos modos, al interior de la novela también discute con ciertas ideas europeas sobre África, y afirmará que se trata de un continente grande y diverso.
Pero, ¿qué era un genio exactamente? ¿Qué eran esos genios con los que me encontraba en cualquier parte, que defendían esto, que mandaban lo otro? No me lo explicaba claramente, aunque no había dejado de crecer en su intimidad. Había genios buenos y genios malos; pero los que más abundaban eran los malos; al menos eso me parecía a mí.
Al comentar la simbología en torno a la serpiente negra, Laye explica que se trata del genio de su padre, es decir, un espíritu, en este caso bueno, que lo protege y lo guía. Dado que los lectores de la novela, principalmente franceses en la época de su publicación, no conocen las ideas ni las costumbres guineanas, la narración suele tomar un tono explicativo, dando detalles de las diversas prácticas y creencias de la comunidad malinké-musulmana donde crece el protagonista. Sin embargo, este, en tanto que narrador, nunca abandona una actitud curiosa, cuestionadora, crítica y reflexiva. Así, como en las palabras citadas, se hace constantes preguntas para entender mejor el mundo que los adultos a su alrededor presentan. Estos interrogantes no sirven para descartar el pensamiento propio de su comunidad, sino para comprenderlo mejor. Es por ello que afirma que lo maravilloso le resulta familiar, pero igualmente enigmático, seductor, asombroso.
El artesano que trabaja con el oro debe purificarse previamente, y por lo tanto lavarse a fondo y, por supuesto, abstenerse durante todo el tiempo que durara su trabajo de tener relaciones sexuales. Mi padre, que tenía mucho respeto a los ritos, no podía dejar de someterse a esta regla.
Muchas de las actividades de la comunidad donde crece el protagonista están organizadas de manera ritual. Por ese motivo, suelen tener reglas relativamente fijas que ordenan los comportamientos y las acciones de los participantes. El trabajo con el oro es un tanto excepcional en el taller de herrería del padre de Laye: por un lado, no ocurre con tanta frecuencia y, por el otro, exige ciertos cuidados específicos. Como explica en las palabras aquí citadas, además, el proceso tiene un tinte espiritual, y el padre debe prepararse de manera ceremonial, purificando su cuerpo y su alma. Para lograrlo debe tomar baños profundos, y no puede tener relaciones sexuales durante los días del trabajo. Estas prácticas son comunes en varios momentos sagrados de la religión islámica, ya que la purificación es una virtud y permite estar más cerca de Dios.
... y estaban eternamente en admiración ante mi ropa de colegial.
En cuanto se había secado ante el fuego, me volvía a poner aquella ropa. Mis pequeños camaradas me miraban con sus ojos ávidos cuando me ponía mi camisa de color caqui, un pantalón corto del mismo color y sandalias. También tenía una boina, pero no me la ponía. Pero ya era suficiente: tantas cosas tan espléndidas impresionaban a unos pequeños campesinos cuya única ropa era un pantalón corto. Yo, sin embargo, envidiaba su pantalón corto que les daba mayor libertad. Esa ropa de ciudad, que había que tener siempre limpia, era muy molesta: se ensuciaba y se rompía.
El contraste entre las ropas del protagonista y las de sus amigos de Tindicán ilustra el tema de las diferencias entre la ciudad y el campo que la novela explora con detenimiento. Las ropas de Laye, que consisten en prendas que conforman el uniforme de la escuela francesa en Kouroussa, simbolizan que es un niño de ciudad. Por eso los amigos del campo admiran esas vestimentas que parecen sofisticadas y "espléndidas". Sin embargo, en contrapartida, el protagonista envidia las prendas frescas e informales de los amigos, ya que les permiten jugar con más libertad. Él debe tener cuidado para no mancharse ni rasgar los tejidos, mientras que los amiguitos juegan despreocupados en la naturaleza.
Por supuesto, la miraba de lejos, porque mi tótem no es el mismo que el de mi madre, y yo tenía que temerlo todo de esos animales voraces; pero mi madre sacaba el agua sin ningún temor, y nadie le avisaba del peligro, porque cada uno sabía que para ella ese peligro no existía (...). [El] tótem y el que lo posee están identificados; esta identidad es absoluta, es tal que el que la posee tiene el poder de tomar la misma forma que su tótem...
Para demostrar la autoridad, la firmeza y los poderes de su madre, el protagonista comenta que la mujer tiene un tótem, es decir, un animal que funciona como su emblema protector. Es un cocodrilo y lo ha heredado de su padre; es decir, ella pertenece a un linaje de personas protegidas por el mismo tótem. El narrador introduce esta cuestión como algo curioso -que debe ser explicado a los lectores occidentales-, y también como un interesante elemento literario: al leer este fragmento nos sentimos atraídos por la dimensión sobrenatural de los episodios. Por ejemplo, se cuenta que la madre puede adentrarse en los ríos, incluso cuando están muy crecidos, y jamás es atacada por los cocodrilos, dado que, precisamente, este animal es su tótem. Lo sorprendente es que para cualquier otra persona de la comunidad esto sería sumamente peligroso. Si bien el narrador sabe que sus palabras sorprenden, asegura que son verdaderas, y afirma: "sólo he contado lo que mis ojos han visto" (64). De ese modo, exhibe que, en su cultura, lo sobrenatural forma parte de la realidad cotidiana.
No ignoro que tal comportamiento parezca extraño, pero tiene bases muy sólidas. Si la ceremonia de los leones tiene las características de un juego, si es mayormente una mistificación, es también una cosa importante: es una prueba, un medio para endurecer y un rito que es el preludio a un rito de paso, y en este caso ¡eso es decirlo todo! Es evidente que si el secreto se descubriera, la ceremonia perdería mucho su prestigio.
Tras narrar con detenimiento sus memorias sobre la ceremonia de Kondén Diara, el protagonista cuenta que, de adulto, se ha enterado de que en realidad no son leones los que producen el rugido que asusta a los chicos, sino jóvenes ya iniciados que utilizan un instrumento especial. Esto es así porque el objetivo del ritual es que los pequeños puedan enfrentar sus miedos, pero la comunidad no pretende ponerlos en una situación verdaderamente peligrosa. Ya crecido, el protagonista -a diferencia de su madre, que cree innecesario asustar a los chicos- recuerda el ritual con cariño y sostiene que se trata de una práctica positiva para que los niños desarrollen la valentía necesaria para ser hombres valiosos de la comunidad. A pesar de haberse formado a la manera europea, el protagonista recupera y defiende muchas prácticas ancestrales malinké y musulmanas como esta, y como sabe que los lectores occidentales pueden extrañarse o incluso condenar las costumbres de su pueblo, asegura que, aunque parezcan extrañas, tienen fundamentos sólidos y objetivos prácticos útiles.
Hubo sí un momento en el que vi que aparecía la segunda esposa de mi padre, llevando en la mano un cuaderno y un bolígrafo. Confieso que no tuve ningún placer en ello y que no sacaba ningún consuelo de ello, sino más bien confusión, aunque entendiera perfectamente que mi segunda madre no hacía más que observar la costumbre y con la mejor intención de la tierra, puesto que el cuaderno y el bolígrafo eran las insignias de una ocupación que, a sus ojos, eran superiores a las de agricultor o artesano.
Una de las tradiciones involucradas en el rito de pasaje que constituye la circuncisión en la comunidad de Laye es la realización de una importante fiesta en la víspera del procedimiento. En esa fiesta, los chicos reciben de la mano de algún pariente un regalo que simboliza su destino, aquello a lo que se dedicarán como hombres. Laye recibe un bolígrafo y un cuaderno, objetos que representan tareas diferentes a la herrería y la agricultura. En el momento, esto le genera confusión y angustia, pues él todavía pretende seguir el camino de su padre o el de sus tíos. A medida que pasa el tiempo, se interioriza cada vez más en la formación escolar francesa y termina eligiendo, en efecto, un destino más ligado con las tareas intelectuales.
Y de repente se me hizo un nudo en la garganta. ¿Acaso era porque no podía acercarme más? ¿Acaso era porque tantos días ya nos separaban? ¿Porque muchos días todavía nos tenían que separar? No lo sé. Solo sé que yo no podía gritar: "Madre", y que después de mi alegría de volver a verla, había seguido un decaimiento de ánimo. O ¿es que había que atribuir esa inestabilidad a la transformación que se había operado en mí? Cuando había dejado a mi madre, todavía era un niño. Y ahora... Pero ¿era yo realmente un hombre ahora? ¿Era ya un hombre?... ¡Yo era un hombre! Sí, ¡era un hombre! Ahora estaba esa distancia entre mi madre y yo: ¡el hombre! Era una distancia infinitamente mayor que los escasos metros que nos separaban.
A medida que crece, el protagonista entra en contacto con sentimientos como la angustia y la confusión, ya que dejar la niñez y convertirse en adulto implica una serie de cambios. Con especial potencia, esto se ve tras la circuncisión, rito de pasaje que determina el comienzo de su vida como hombre. En el momento en que ve a su madre por primera vez tras la operación, entiende que ahora existe una distancia que los separa, una distancia que no es apenas física, sino también emocional. No solo pasará a vivir en su propia cabaña, abandonando el refugio del recinto materno: además, tendrá espacio para crecer como individuo, ya menos acompañado por la cercanía de la mujer. Este pasaje muestra, a su vez, la apertura que el narrador propone a lo largo de toda la novela para explorar sus sentimientos más íntimos y sus dudas más profundas. Gracias a ello, los lectores lo percibimos como un sujeto sensible y empatizamos con él.
Sin embargo, escribí a mi madre para que visitara a los morabitos y obtuviera su ayuda. ¿Debo deducir de ello que era particularmente supersticioso en aquel entonces? No lo creo. Yo era sencillamente un creyente; creía que nada se puede obtener sin la ayuda de Dios, y que si la voluntad de Dios está determinada desde siempre, no lo está fuera de nosotros mismos; quiero decir: sin que nuestros pasos, aunque no menos previstos, no hayan hecho fuerza, de cierto modo, en esa voluntad; y creía que los morabitos serían mis intercesores naturales.
Esta novela cuenta el proceso de crecimiento de su protagonista y, a su vez, exhibe los modos en los que él va descubriendo y formando su identidad. Dado que vive en un país colonizado, esa identidad combina diversos elementos. Por un lado, pertenece a una familia de la etnia malinké que profesa la religión islámica. Por otro, al ser educado en una serie de instituciones escolares francesas, también incorpora hábitos y perspectivas europeas, occidentales. Esa mezcla le permite ser crítico y evaluar los puntos positivos de cada una de esas tradiciones. Así, nunca abandona algunas de sus creencias. Por ejemplo, como puede leerse en las palabras citadas, sigue reconociéndose como musulmán. En efecto, cuando está listo para rendir los exámenes que le permitirán obtener la habilitación profesional, al terminar la secundaria técnica en Conakry, no solo se prepara estudiando, sino que también apela a la ayuda de Dios, a través de la mediación de los morabitos. Esto implica, además, la integración de sus logros individuales con los esfuerzos familiares y comunitarios: son su madre y sus tías las que visitan a los ermitaños para pedir que lo ayuden a tener éxito en las pruebas. Al narrar estas memorias como adulto, refuerza una vez más su condición de creyente: cree que Dios existe y que el destino de cada persona depende tanto de los esfuerzos y voluntades individuales como de la determinación divina.
Luego sentí el bulto debajo de mi mano: el plano de Metro hinchaba mi bolsillo.
Esta es la frase final de la novela. El protagonista se encuentra a punto de subir a un avión para viajar a Francia y comenzar sus estudios universitarios gracias al apoyo de una beca que ha conseguido por su excelencia académica. El director de su escuela secundaria en Conkary, que le ha posibilitado el acceso a esa beca, también lo estimula y lo acompaña para organizar la futura vida en Europa. Así, el hombre le entrega un mapa del sistema de subterráneos de la ciudad de París. El objetivo de este objeto es ayudarlo a orientarse en la capital francesa. Ahora bien, el mapa también guarda significados simbólicos y tiene una evidente posición destacada en la obra, considerando que es el elemento central de la imagen con la que concluye la narración. Laye toca ese mapa guardado dentro de uno de sus bolsillos, proyectándose hacia una realidad nueva y diferente. El muchacho ha crecido y está listo para abandonar su comunidad, tal como ha presagiado el padre, y para adquirir nuevos conocimientos y una nueva visión del mundo.