Resumen
Capítulo 6
Laye narra sus memorias escolares. Después de asistir durante un breve período a una escuela coránica, es decir, musulmana, comienza a estudiar en una escuela primaria francesa de Kouroussa. Él y otros chicos burlan y molestan a las niñas en el camino hacia la escuela, y a veces les tiran del pelo. Un día, Fanta, una pequeña amiga de su hermana menor, le pregunta por qué le tira del pelo, si ella nunca lo ha maltratado. El protagonista no sabe qué responder. Se queda pensando, y se da cuenta de que ella es la única niña que no le hace burlas ni lo insulta. Le pregunta por qué, y Fanta le dice que no tiene motivos para molestarlo. Desde ese momento, deja de tirarle el pelo. En clase, todos los niños se comportan muy bien. Tienen mucho deseo de aprender y, además, temen ser castigados por el maestro, que golpea con una vara a los que se portan mal y a los que se equivocan en las tareas.
Los niños mayores reciben otro tipo de castigos. Muchas veces, los ponen a cargo del ganado de la escuela, que está compuesto por los animales más disruptivos de las granjas de la zona. Los estudiantes deben guiar al ganado para que se alimente, y son castigados si las vacas no tienen el estómago lleno. El protagonista recuerda que una de las tareas más molestas para él es limpiar las hojas que caen de los árboles sobre el suelo de la escuela. Esto se debe a que los chicos más crecidos usan ramas para golpear a los más pequeños, que se ven obligados a barrer las hojas directamente con las manos. La única manera de evitar ser golpeado es entregarles a los mayores el dinero y las comidas que sus familias envían para el almuerzo.
En cierto momento, Laye se pregunta por qué nadie le cuenta a los padres que los mayores los maltratan tanto, y se da cuenta de que "nos callábamos tontamente, porque esas novatadas iban en un sentido que no era el nuestro, que lo contradice, que contrarresta lo más importante y lo más receloso que hay dentro de nosotros: nuestra pasión por la independencia y por la igualdad" (72). Las cosas comienzan a cambiar cuando Kouyaté, el mejor amigo de Laye, decide hablar con su padre sobre los abusos que cometen los chicos del último año. El padre se presenta al día siguiente en la escuela, e invita al chico que más golpea a los pequeños a cenar en su casa. Esa noche, el chico se presenta para la cena sin preocupaciones, pero de pronto lo agarran entre varios miembros de la familia, y el padre de Kouyaté lo golpea con un trozo de madera.
A partir de ello, ya nadie molesta a Kouyaté ni a su hermana, pero los dejan aislados, y ningún otro niño puede hablar con ellos. Sin embargo, Laye se acerca a su amigo y le ofrece unas naranjas, ignorando con coraje las órdenes de los matones del último año. Estos rápidamente llegan y lo abofetean. Laye se escapa y se pone a llorar. Entonces llega Fanta, se sienta a su lado, comparte con él una porción de torta y finge no haberse dado cuenta de que lloraba, para no herir su ego.
Ese día, el protagonista decide contarle a su padre lo ocurrido en la escuela. A la mañana siguiente, el hombre aparece en la escuela junto a los aprendices del taller. Primero atacan a uno de los chicos del último año, que ha sido especialmente cruel con Laye. Más tarde, el padre enfrenta directamente al director de la escuela y le recrimina cómo es posible que los mayores golpeen a los más chicos y les roben dinero y alimentos. El director responde a la defensiva; sostiene que Laye no debería meterse en esos asuntos, y regaña al padre por haber atacado a un estudiante. Luego, los dos hombres se pelean y, por la fuerza de un golpe del padre de Laye, el director cae al piso.
La secuencia provoca rumores escandalosos en toda la comunidad, y Laye se da cuenta de que esa tarde, en la calle, todo el mundo lo señala. Está avergonzado por el comportamiento de su padre. Esa noche, el director de la escuela se dirige a los recintos de su familia y conversa con el padre. El protagonista observa la situación a la distancia, y ve que los dos hombres se tratan con calma y respeto. Desde ese momento, los estudiantes mayores no vuelven a maltratar a los más pequeños. En pocos meses, el director renuncia a su trabajo, y la comunidad se entera de que les daba un trato preferencial a algunos estudiantes porque los empleaba como sirvientes en su casa. Las familias de estos chicos le ofrecían pagos en ganado al director para que los hijos vivieran en su casa.
Capítulo 7
Laye recuerda un momento fundamental de su pubertad, cuando va dejando de ser niño y se prepara para convertirse en hombre: la ceremonia de los leones. Si bien de pequeño siempre ha pasado el Ramadán en Tindicán con su abuela, ahora que está crecido se queda en Kouroussa. Una noche antes de que empiece el mes del ayuno, todas las personas de la comunidad se reúnen, tocan tambores, danzan y cantan. Antes de que comience el ritual, el padre le asegura a Laye que no hay nada que temer. Los adultos llaman a un grupo de chicos de doce, trece y catorce años que todavía no han sido circuncidados. En ese momento, las niñas y las mujeres se retiran y vuelven a las casas.
Un grupo de hombres jóvenes guía a los chicos no circuncidados por un camino entre los arbustos, internándose en la sabana hasta llegar a un lugar en medio de la vegetación donde se encuentra un bombax gigante. El suelo de la zona está limpio de hojas y hay un fuego encendido. Los mayores les ordenan a los no circuncidados arrodillarse y orientar sus cabezas hacia el piso, de manera tal que no puedan ver nada de lo que ocurre alrededor. Laye tiene mucho miedo, y siente que puede morir si llega a ver a Kondén Diara, una entidad mítica que vive en esa región y que comanda a los leones. Mientras él y los demás chicos están arrodillados y sin posibilidad de ver qué pasa, comienzan a escuchar los rugidos de muchos leones. Laye se repite interiormente que todo estará bien, que debe mostrarse fuerte y valiente a pesar del miedo, pero también recuerda rumores sobre Kondén Diara: ha escuchado que la entidad puede saltar desde el fuego y arrastrar a los chicos hacia el bosque con sus garras.
De repente, los rugidos se detienen y todos pasan la noche cantando y conversando. Los mayores les enseñan a los no circuncidados un canto sagrado. Laye y los demás recién abandonan este lugar cuando comienza a salir el sol. Cuando el protagonista llega a casa, su padre, con entusiasmo, le hace preguntas sobre la experiencia. Por su parte, la madre cree que se trata de una tradición masculina sin sentido. No le gusta que asusten a los chicos, y se molesta porque su hijo ha pasado toda la noche sin dormir. Laye comenta que después de cierto tiempo, al haber participado de otras noches de Kondén Diara, ha aprendido que los rugidos son producidos por los hombres jóvenes, y no por leones. Para lograr el sonido preciso, usan un instrumento compuesto por una tablilla agujereada y con una cuerda; al hacer girar este aparato por el aire se produce un ruido semejante al rugido. Para el protagonista, este ritual es sencillo e infantil, pero muy importante para prepararse para una ceremonia mayor, la circuncisión, ya que ayuda a los chicos a enfrentarse a sus miedos.
Análisis
El Capítulo 6 destaca por ser el primero en el que Laye comenta con detenimiento su vida escolar en Kouroussa. La educación y la escolarización constituyen uno de los grandes temas de la novela. Además de aprender en el seno de la familia y la comunidad, conectándose con los valores y tradiciones locales, el chico se forma en instituciones que siguen los lineamientos occidentales, en particular, los franceses. Entonces, pinta un retrato de las dinámicas escolares de la época, que son muy distintas a las actuales. En especial, el uso de la violencia por parte de los maestros causa impresión en los lectores contemporáneos. Laye relata que los niños más pequeños corren el riesgo de ser golpeados con una vara, no solo si se portan mal, sino también si se confunden al hacer las tareas. Estas formas del disciplinamiento han sido descartadas, porque el maltrato no es una técnica de enseñanza aceptable (y tampoco es eficaz). Ahora bien, aunque el protagonista deja en claro que teme ser castigado por el maestro, también asegura que él siempre ha sentido deseos genuinos de aprender, y que por eso siempre ha sido un buen estudiante.
A pesar de estar organizada a la manera francesa, su escuela también conserva algunas características locales guineanas. Por ejemplo, la institución cuenta con rebaños y ganado, y los alumnos deben hacerse cargo de algunas tareas de cuidado de los animales. Esos momentos fuera de las aulas permiten que los chicos del último año abusen de los más pequeños, golpeándolos para que hagan el trabajo por ellos y sacándoles el dinero y la comida. A partir de ello, se desata una cadena de interacciones violentas: el director de la escuela usa a algunos estudiantes como sirvientes en su casa, y luego les permite a esos mismos estudiantes portarse mal en la escuela, y estos maltratan a los más pequeños. Por mucho tiempo, los más chicos guardan el secreto, pero un día Kouyaté decide contarle la verdad a su padre y, casi de inmediato, Laye hace lo mismo. Al conocer lo que ocurre, ambos padres atacan a algunos chicos del último año, y el padre de Laye termina por golpear al director. Aunque Laye no defiende ninguna manifestación violenta ni el uso de la fuerza física, comenta que, gracias a las acciones de su padre y el de su amigo, los chicos del último año dejan de maltratar a los más pequeños. Esto parece demostrar que en la sociedad donde crece el protagonista funciona, al menos por momentos, la justicia por mano propia.
Otro aspecto fundamental de esta zona del libro es la presentación de los compañeros de escuela: el protagonista ya no solo se vincula con sus familiares, sino que también tiene amigos, y hasta una amiga especial, una especie de novia con la que siempre mantiene un vínculo infantil e inocente. Fanta es amiga de su hermana menor, y es descrita como una niña especial, calma, amable y reflexiva. Es la única nena que no se burla de Laye. El hecho de que Fanta le pida explicaciones para entender por qué él le tira del pelo genera reflexiones en el protagonista, que se da cuenta que no tiene motivos para molestarla y deja de hacerlo. Laye vive muchos momentos de compañerismo, cuidado, solidaridad y complicidad, tanto con ella como Kouyaté. Por ejemplo, cuando el amigo ha sido marginado por los chicos del último año, Laye se acerca a él y le comparte sus naranjas, arriesgándose a ser golpeado. Y luego de ser abofeteado por los mayores, él mismo es consolado por Fanta, que le ofrece un poco de su torta. Así, el protagonista y sus amigos son ejemplo de los valores fundamentales de su comunidad, la igualdad y la libertad.
En estos capítulos, se recuerda que el protagonista pertenece a una comunidad malinké y musulmana. En esta región de África, muchas personas practican la religión islámica, dado que desde el siglo XVIII han vivido allí grandes grupos del pueblo nómada fulani. Antes de estudiar en la escuela francesa, Laye frecuenta una escuela coránica, es decir, una institución educativa donde se estudia según los mandamientos del Corán, el principal libro sagrado musulmán. Ya en el capítulo 7 se explica que la ceremonia de Kondén Diara tiene lugar en la víspera de Ramadán. El Ramadán es una festividad musulmana que dura un mes, y que se basa en el ayuno: los fieles ayunan desde el amanecer hasta que se pone el sol, es decir, no comen ni beben durante el día. El objetivo es purificarse, reflexionar y afianzar los lazos con la comunidad. Si bien la novela de Camara Laye no se detiene a explicar detalles de estas festividades, es preciso destacar que una de las ceremonias más importantes en la vida del protagonista tiene lugar justamente una noche antes de que comience el ayuno.
Laye ya está dejando de ser un niño, se adentra en la pubertad y, por eso, pasa el Ramadán por primera vez en Kouroussa en lugar de visitar a su abuela en Tindican. Esta vez, es convocado, junto a otros niños de edades semejantes, para participar de la noche de Kondén Diara, una entidad mitológica que vive en los bosques y dirige a los leones. Los chicos conocen esta figura desde pequeños, porque las familias les ha hablado mucho al respecto, y le tienen mucho miedo. Cuando comienza el ritual, toda la comunidad participa de la ceremonia. Luego, los chicos que serán iniciados se quedan solos en un claro del bosque junto a varones adultos jóvenes de la comunidad, que son los encargados de llevar a cabo el rito. A pesar de que se sienten aterrorizados al escuchar rugidos que parecen provenir de treinta leones, Laye y sus compañeros han sido instruidos para mostrarse valientes y fuertes. Al protagonista, el padre le ha asegurado que no hay nada que temer. Desarrollar el coraje y poder regular los miedos es un paso fundamental para atravesar el siguiente paso, que constituye un verdadero rito de pasaje: la circuncisión. Después de ser circuncidado, el protagonista se convertirá en un verdadero hombre de su comunidad.
Varios años después, Laye se entera de que los rugidos escuchados aquella noche en el claro del bosque no provenían de verdaderos leones, sino que los varones jóvenes que acompañan la ceremonia utilizan un instrumento para producir el sonido y asustar a los no iniciados. A diferencia de su madre, que cree innecesario asustar a los pequeños, el protagonista recuerda el ritual con cariño y sostiene que se trata de una práctica positiva para que los chicos se enfrenten a sus propios miedos. Una vez más, a pesar de haberse formado a la manera europea, el protagonista recupera y defiende muchas prácticas ancestrales de su comunidad malinké y musulmana. Así, como sabe que los lectores occidentales pueden extrañarse o, incluso, condenar las costumbres de su pueblo, refuerza: "No ignoro que tal comportamiento parezca extraño, pero tiene bases muy sólidas" (98).