El nombre de la rosa

El nombre de la rosa Ironía

Las reliquias religiosas que conserva la abadía son falsas, pero el oro y la plata son verdaderos (Ironía situacional)

Cuando Nicola conduce a Guillermo y Adso por la cripta, les muestra la enorme cantidad de riquezas que hay allí. Entre ellas, destaca las reliquias de los santos (por ejemplo, una astilla de la cruz en la que Cristo fue sacrificado), las joyas y los metales preciosos, como el oro y la plata. Sin embargo, Guillermo observa con ironía que es muy posible que las reliquias no sean auténticas, mientras que el oro, la plata y las joyas sí lo son. Mientras sería esperable que un recinto religioso como la abadía conservara símbolos importantes de la espiritualidad, las reliquias que hay allí son falsas; por el contrario, abundan las riquezas, lo cual habla de la avaricia y la frivolidad que caracteriza a la Iglesia Católica medieval. Es por eso que Guillermo ve en ese contraste la alusión a los debates sobre la pobreza: la cripta pone de relieve cuáles son las prioridades de la Iglesia, más interesada en acumular riquezas y, así, poder político, que en concentrarse en la espiritualidad.

El patrón apocalíptico busca despistar a Guillermo pero termina ayudándolo a resolver el caso (Ironía situacional)

A lo largo de la novela, Alinardo expone la teoría de que la clave detrás de los asesinatos en la abadía está en el Apocalipsis del libro de Juan. Según el viejo, no se trata de actos de violencia al azar, sino que se desarrollan según un gran plan. Guillermo comienza a concebir esta hipótesis como válida, y entonces él y Adso comienzan a elaborar nuevas teorías para tratar de entender ese patrón apocalíptico. Al enterarse de que Guillermo encuentra la teoría de Alinardo posible, Jorge, el autor de los crímenes, la alimenta: le dice a Malaquías que el libro prohibido tenía el poder de "mil escorpiones", una de las siete trompetas del Apocalipsis. Antes de morir, Malaquías repite esa afirmación, dándole a Guillermo una falsa pista que abona su hipótesis.

Sin embargo, resulta irónico que, contra el pronóstico esperable, lejos de despistarlo, el patrón apocalíptico alimentado por Jorge termina por ayudar a Guillermo, pues le permite encontrar la verdad y descubrir al asesino. Esto es así porque el esquema que Guillermo se arma ajustándolo al patrón apocalíptico empieza a fallar, sobre todo cuando descubre que algunas muertes han sido por envenenamiento. Y sin embargo, es a través de ese mismo patrón que a Guillermo se le ocurre pensar en Jorge, por varias razones: los mejores Apocalipsis provienen de Burgos; alguien mencionó que Jorge había traído los mejores códices a la abadía; y Alinardo mencionó a alguien caído "al reino de las tinieblas" (482) que viajó a Silos en busca de libros, entre los cuales Guillermo reconoce el libro robado. Con lo cual, irónicamente, aquello que buscaba desorientarlo, termina dándole la pista para reunir todos esos signos y atribuirlos a Jorge.

En el afán de protegerla, Jorge termina incendiando y destruyendo la biblioteca (Ironía situacional)

Jorge de Burgos representa en la novela a aquellos que creen que hay conocimientos peligrosos que es mejor ocultar al común de las personas, pues contienen el poder de subvertir el orden social y atentar con la religiosidad. Tal es el caso, a su juicio, del segundo libro de la Poética de Aristóteles, que enaltece la risa y atenta así contra el miedo a Dios, que es la única herramienta capaz de mantener la fe cristiana y el orden establecido. Por eso, Jorge defiende que la biblioteca debe permanecer en secreto y envenena el libro prohibido para asegurarse de que quienes rompan las reglas y quieran leerlo mueran en el intento.

Es por esto que cuando Guillermo lo descubre, Jorge decide comerse las páginas del libro, dando su vida con tal de impedir que esos saberes amenazantes se difundan. Guillermo se abalanza sobre el ciego, intentando impedir que destruya el libro, y en el forcejeo Jorge vuelca una vela, lo que desencadena el incendio de la biblioteca y su posterior destrucción. De esta manera, en un giro irónico, su gran afán por proteger la biblioteca y los saberes cristianos termina por desembocar en la desaparición de todo el acervo de conocimiento que hay allí. Incluso el mecanismo de viento con que los arquitectos habían querido proteger la biblioteca de los curiosos aviva el fuego y acelera su destrucción. De esta manera, se confirma la predicción de Guillermo, que señalaba que el secreto de la biblioteca llevaría a su perdición y a la destrucción de sus libros.

La muchacha es acusada de brujería porque le adjudican elementos de hechicería que son de Salvatore (Ironía dramática)

Cuando Bernardo Gui detiene a Salvatore y a la muchacha con la que Adso ha tenido relaciones, los encuentra con algunos elementos de hechicería, como un gato negro. A partir de ello, el inquisidor, fiel a su carácter prejuicioso que siempre inculpa a los más pobres y vulnerables, culpa a la mujer de bruja, pues le atribuye esos objetos. Sosteniéndose sobre esa hipótesis, aunque no tiene pruebas, el inquisidor condena a la muchacha a la hoguera, sin que ella pueda defenderse.

En este punto, la novela construye una ironía dramática, en la medida en que el lector sabe más que muchos de los personajes presentes en el juicio, y reconoce la injusticia de ese dictamen. Adso, un rato antes de que Salvatore y la muchacha sean detenidos, se cruza con el primero, quien le dice que planea hacer un hechizo para que las chicas del pueblo se enamoren de él. Y para eso, matará a un gato negro, le sacará los ojos, los colocará en dos huevos de gallina negra y hará que la chica los escupa. Por lo tanto, el lector, y Adso también, saben que los elementos de hechicería son de Salvatore y no de la muchacha, que morirá cruel e injustamente.

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