Resumen
Guillermo y Adso se acercan a una abadía sin nombre en algún lugar del norte de Italia, donde Guillermo planea asistir a una cumbre entre los enviados del Papa y del Emperador. Adso admira la arquitectura de la abadía, un edificio octogonal construido en una colina. El edificio está compuesto por cuatro torres de siete lados cada una, cinco de las cuales son visibles desde el exterior. Adso admira las proporciones del edificio porque estos números no solo componen algo bello, sino que tienen un significado simbólico asociado a cuestiones religiosas: el ocho es el número de la perfección, el cuatro es el número de los evangelios, el cinco es el número de las partes del mundo, el siete es el número de los dones del Espíritu Santo. Sin embargo, a pesar de la belleza física del edificio, Adso también se siente “amedrentado" y es presa de una "vaga inquietud" (24).
Guillermo y Adso se encuentran con Remigio de Varagina, el cillerero de la abadía, que está buscando el caballo perdido del abad, Brunello. Guillermo sorprende con su agudeza tanto a Adso como a Remigio cuando es capaz de deducir con precisión el nombre del caballo, su aspecto y el camino que ha tomado. En el trayecto que resta hasta la abadía, Guillermo le explica a Adso cómo pudo evaluar las pruebas y llegar a estas conclusiones, a partir de las huellas que vio en la nieve. Como las huellas eran pequeñas y el galope era regular, dedujo que el caballo tenía un paso firme. Supo el camino que el caballo tomó porque notó que algunas ramitas de un arbusto se habían roto a una altura de metro y medio, cuando el caballo había girado en esa dirección. Asimismo, fue capaz de describir con precisión el aspecto del caballo, contando con que al ser los rasgos físicos más valorados en los caballos, el favorito del abad debía poseerlos. Y, por último, Guillermo supo el nombre del animal porque era el nombre habitual de un caballo en los escritos de los famosos teólogos de París.
Guillermo y Adso llegan a su destino. Al entrar por el patio, Adso se da cuenta de que el edificio es mucho más antiguo que los demás que lo rodean. Enseguida son recibidos por Abbone da Fossanova, el abad, quien le agradece a Guillermo que haya encontrado su caballo. Asimismo, le dice que se ha enterado de que, en el pasado, Guillermo trabajaba para la Inquisición, y le ha agradado enterarse de que en muchos casos consideró que el acusado era inocente. En este punto, Guillermo le explica que también hubo muchos casos en que el diablo también actuaba a través de los jueces, una afirmación que parece incomodar a Abbone. Además, le dice que él condenaba a quienes habían cometido crímenes terribles y que, en cambio, era reacio a condenar a la gente adjudicando sus acciones a la incidencia del diablo. Como el abad se muestra incómodo ante su imposibilidad de pronunciarse sobre causas diabólicas, Guillermo asegura que "razonar sobre las causas y los efectos es algo muy difícil" (33) en cualquier momento, y más aún al juzgar un asunto de tanta importancia para el cual cree que el único juez verdadero es Dios.
El abad parece algo perturbado por los argumentos de Guillermo. Sin embargo, acude a la experiencia de Guillermo como detective e inquisidor para resolver un misterio: confiesa que un monje llamado Adelmo da Otranto, maestro en el arte de la miniatura, que ilustraba manuscritos en el scriptorium, fue encontrado muerto una mañana, en el fondo del barranco al pie del Edificio. El caso inquieta especialmente a Abbone porque no está claro si Adelmo se cayó o fue empujado: las ventanas estaban cerradas, por lo que podría no haberse lanzado desde lo alto de la torre. Además, el último piso del Edificio, que alberga la biblioteca, está prohibido a todos los monjes excepto al bibliotecario. Abbone teme que una "fuerza maléfica, natural o sobrenatural, ronde en estos momentos por la abadía" (36). No cree que ninguno de los ciento cincuenta sirvientes de la abadía haya podido cometer el asesinato, porque también tienen prohibido entrar en el Edificio por la noche, así que teme que uno de los monjes sea el culpable.
Guillermo acepta ayudar, siempre que se le conceda la autoridad para moverse libremente por la abadía e interrogar a todos los implicados. Abbone le concede este permiso, pero insiste en que la biblioteca permanecerá fuera de los límites. Le explica que la biblioteca de la abadía es diferente a cualquier otra, ya que tiene una de las mayores colecciones de libros de la cristiandad, y los monjes vienen de todo el mundo para estudiar y copiar sus manuscritos. Debido a que tiene miles de libros de muchas culturas y tradiciones diferentes, algunos de ellos contienen falsedades, por lo que solo el bibliotecario está autorizado a entrar en ese laberinto que es la biblioteca y sacar los libros solicitados. En suma, la biblioteca es un espacio secreto, vedado al público.
Adso contempla la puerta de la iglesia, que está decorada con elaboradas tallas de figuras bíblicas. En el centro hay una figura de Dios sentada en un trono con una Biblia en las manos, rodeada de tallas de veinticuatro antiguos reyes bailando en éxtasis. Aunque al principio Adso se siente transportado por la alegría, luego ve que las figuras entrelazadas en la base de los pilares incluyen figuras diabólicas, como una mujer voluptuosa roída por sapos asquerosos, o un hombre orgulloso con un demonio en sus hombros, o criaturas del bestiario de Satanás. Adso siente a la vez horror y fascinación por estas imágenes y presiente que algo de esas representaciones hablan precisamente de lo que está ocurriendo ahora en la abadía.
El ensimismamiento de Adso se ve interrumpido por la aparición de Salvatore de Montferrat, un monje con aspecto deforme y desaliñado, antiguo franciscano que habla una mezcla extraña de varios idiomas, como el latín, el provenzal y el dialecto italiano local. Guillermo le pregunta si, como franciscano, conoció a los “frailes menores” (51), pero Salvatore palidece y huye. Cuando Adso le pregunta a Guillermo qué le preguntó, el maestro le dice que luego le explicará.
A continuación, Guillermo le presenta a Adso a Ubertino da Casale, un franciscano que se ha refugiado en la abadía porque sus opiniones sobre la pobreza de Cristo le han hecho perder el apoyo del Papa. Adso le explica al lector que él había oído hablar de Ubertino, y reconstruye sus antecedentes: es un líder “espiritual”, es decir, pertenece a una facción de los franciscanos que aboga por el retorno a la pobreza absoluta y la renuncia a los bienes mundanos. Ubertino le cuenta a Guillermo que estuvieron a punto de matarlo en la corte del Papa en Aviñón.
Guillermo y Ubertino se saludan afectuosamente y parecen ser viejos amigos. Al relatarle los sucesos que llevaron a su fuga, Ubertino se desvincula de los espirituales y de los frailes menores o “seudoapóstoles” (60), que vivían en las colinas y asaltaban los pueblos en busca de comida, predicando el amor libre y la abolición de la propiedad. Guillermo señala que esta gente era amiga de Chiara da Montefalco, una monja con la que Ubertino estaba muy unido, pero Ubertino niega airadamente cualquier relación con ellos. Su principal objeción a los seudoapóstoles son sus prácticas sexuales (defienden el amor libre y la abolición del matrimonio), que Ubertino considera perversas y pecaminosas. Ubertino acusa entonces a Guillermo de debilidad en su persecución de los herejes: cree que fue demasiado indulgente cuando trabajó como juez de la Inquisición, y le reprocha no haberlo apoyado lo suficiente para acabar con esos malvados.
Enseguida, Guillermo y Ubertino tocan el tema de la muerte de Adelmo. Con reprobación, Ubertino dice que el muerto estaba atravesado por la “soberbia de la mente (...), la ilusión del saber” (64). Asimismo, Guillermo desliza información sobre su misión en la abadía: él está trabajando como asesor del Emperador, y su misión en la abadía es participar de una confrontación con emisarios del Papa, para apoyar al Emperador y defender la continuidad de la orden de los franciscanos. Ubertino dice que son tiempos oscuros y le reprocha a Guillermo estar demasiado entregado a idolatrar la razón. Ubertino, en cambio, cree que el Juicio Final está cerca y hay que prepararse para la llegada del Anticristo. Antes de separarse, Guillermo le pregunta a Ubertino por Salvatore y Remigio: Ubertino admite que ellos también fueron seguidores de un grupo "herético".
A continuación, Guillermo y Adso se reúnen con Severino da Sant’Emmerano, el herbolario, que les hace una visita por la abadía. Allí ven que la cocina está en la planta baja del Edificio, y que el scriptorium y la biblioteca están en los pisos superiores. En la enfermería, Severino les explica cómo protege las hierbas peligrosas que pueden producir visiones y alucinaciones. Después, Guillermo y Adso visitan el scriptorium, donde conocen a Malaquías de Hildesheim, el bibliotecario. Si bien los saluda en un intento por ser amable, algo en su rostro produce un estremecimiento en Adso y le resulta intolerable sostenerle la mirada. Adso piensa que su rostro parece como si estuviera marcado por muchas pasiones latentes, aunque la voluntad las haya disciplinado.
Malaquías les presenta a Berengario de Arundel, el ayudante del bibliotecario; a Venancio de Salvemec, un traductor; a Bencio de Uppsala, un joven monje que se ocupa de retórica, y a Aymaro d’Alessandria, un copista que solo estará en la abadía unos meses. Malaquías explica que la biblioteca es un laberinto y que solo el bibliotecario conoce sus secretos. El catálogo indica dónde se guardan los libros, pero solo él sabe cómo encontrarlos.
Malaquías les muestra a Guillermo y a Adso el escritorio de Adelmo, ahora vacío. Las ilustraciones marginales de Adelmo son muy creativas e inusuales, incluso cómicas, incluyendo un dibujo de dos babuinos besándose. Adso se asombra de que esos dibujos, que comentaban páginas sagradas, pudieran inducir a la risa. Los demás monjes se reúnen y comienzan a reírse de los dibujos de Adelmo, pero los interrumpe Jorge de Burgos, un monje anciano y ciego, que opina que las ilustraciones de Adelmo son aberrantes y convierten la “obra maestra de la creación" (84) en objeto de risa. Guillermo argumenta que las imágenes marginales provocan la risa pero con finalidades edificantes, manteniendo a la gente interesada y comprometida con el contenido religioso. Sin embargo, Jorge acusa a Adelmo de seguir el camino de la monstruosidad.
Entonces habla Venancio, que defiende a Adelmo y le dice a Jorge que está siendo injusto, pues hace unos pocos días, justo antes de la misteriosa muerte de Adelmo, el anciano debatió con él, en una discusión erudita en el scriptorium, sobre el tema de la risa. Adelmo argumentó que las representaciones extravagantes y fantásticas podían servir como instrumento para contar la verdad de Dios, y que incluso podía llegarse a una noción más clara de lo que es Dios si se lo compara con aquellas cosas más lejanas a él. Según Venancio, Adelmo dijo que recordaba haber leído algo en las obras de Aristóteles sobre este punto. Jorge corta bruscamente a Venancio cuando menciona a Aristóteles, diciendo que no recuerda esta conversación. Sin embargo, Venancio insiste en que Berengario también participó en la conversación, aludiendo a Adelmo como su “querido” amigo, sugiriendo así una particular cercanía entre ellos. Pero Berengario también niega recordar la charla. Jorge advierte a Guillermo y a Adso que el Apocalipsis está cerca, y que no deben desperdiciar los últimos siete días riéndose.
Antes de salir del scriptorium, Malaquías les dice a Guillermo y a Adso que no hay puertas entre la cocina y el scriptorium: así habría sido posible que alguien entrara en el scriptorium por la noche, a pesar de la prohibición del Abad. Guillermo y Adso exploran el resto de la abadía y hablan con Nicola da Morimondo, el maestro vidriero. Nicola está muy impresionado con las gafas de Guillermo, y este alaba la capacidad de la ciencia para mejorar la vida humana. Nicola señala que muchos hablarían de brujería y maquinación diabólica ante las nuevas tecnologías, y Guillermo confiesa que evitaba usar sus gafas cuando trabajaba para la Inquisición, ya que sabía que podría ser acusado de estar aliado con el diablo. Guillermo expresa su preocupación por la posibilidad de que la tecnología caiga en manos equivocadas, y que la gente la pueda utilizar para fines ilícitos, como hacer la guerra.
Después, el maestro plantea la hipótesis de que la muerte de Adelmo tuvo que ver con su relación íntima con Berengario. También cree que muchas personas han intentado entrar en la biblioteca por la noche, y que Adelmo pudo haberse suicidado. Esto se debe a que es la explicación más sencilla, ya que habría sido mucho más fácil para Adelmo arrojarse desde lo alto de la torre que para alguien haberlo matado y luego alzar su cuerpo sin vida para arrojarlo por la ventana.
En la cena de esa noche, Guillermo y Jorge vuelven a discutir sobre la risa. Jorge afirma que Cristo nunca se rio, por lo que tampoco debería hacerlo nadie. Guillermo señala que, en realidad, las escrituras no dicen nada sobre si Cristo rio o no; simplemente no lo mencionan y, de hecho, no hay razón para que no lo hiciera, ya que la risa es propia del hombre. Guillermo también da varios ejemplos de bromas en la tradición escrita cristiana: por ejemplo, San Lorenzo le dijo a sus verdugos, mientras lo quemaban en una parrilla, que comieran, pues ya estaba cocido. Jorge responde que esto solo demuestra que la risa es algo muy cercano a la muerte.
Por último, Abbone dice que, por la noche, el bibliotecario cierra desde adentro todas las puertas del Edificio. Entonces Guillermo le pregunta cómo hace el bibliotecario para salir, y el abad lo mira fijo y le dice con rigidez que el bibliotecario obviamente no duerme en la cocina. Así, Guillermo deduce que debe haber una entrada secreta al Edificio. Y efectivamente, esa noche, Guillermo y Adso ven a Malaquías saliendo de la capilla, lo que sugiere que la entrada debe estar allí, por debajo de la cripta. Adso le pregunta a Guillermo si planea entrar en la biblioteca, y este le responde que solo está tratando de evaluar todas las posibilidades disponibles.
Análisis
Desde la llegada a la Abadía, vemos que Adso sigue centrándose en la dificultad de interpretar los signos. Como monje, está acostumbrado a leer los signos por sus referencias bíblicas, por eso encuentra en la construcción del Edificio de la abadía un significado simbólico. Esto demuestra su afán por leer los signos como símbolos de la voluntad y la gloria de Dios. Sin embargo, su miedo sugiere que tal vez no todo esté bien en esta abadía. Una vez más, la novela anticipa al lector, a modo de presagio, los sucesos terribles que ocurrirán: “Dios sabe que no eran fantasmas de mi ánimo inexperto, y que interpreté correctamente inequívocos presagios inscritos en la piedra…” (24).
El incidente con el caballo es la primera demostración de los notables poderes de deducción de Guillermo: es capaz de localizar el caballo perdido utilizando solo la evidencia física de las ramitas rotas y las huellas en la nieve. A partir de esas pruebas, formula las hipótesis que le parecen más probables, explicando que él simplemente interpreta los signos que ve en el mundo. Esas señales pueden decir cosas, como las palabras en un libro, si uno sabe leerlas correctamente. Esta habilidad que aquí se introduce anticipa lo que vendrá y será muy útil cuando Guillermo se vea inmerso en un misterio con muchas pistas difíciles de interpretar. Además, no solo interpreta las pruebas físicas, sino que también usa su conocimiento de la naturaleza humana —por ejemplo, que la gente valora más ciertos rasgos en los caballos— para hacer conjeturas inteligentes. Esto demuestra que es un astuto observador de las personas, lo cual también será primordial para resolver los misterios que se avecinan.
Una vez en la abadía, Abbone nos revela que Guillermo ha sido un oficial de la Inquisición, el implacable tribunal de la Iglesia católica medieval que perseguía a los "herejes", es decir, a las personas que no se ajustaban a la ortodoxia religiosa. Enseguida, Guillermo explica que dejó de trabajar para la Inquisición porque no se sentía cómodo condenando a muerte a personas basándose en dudosas pruebas de que habían obrado en colaboración con el diablo. Esto demuestra el escepticismo de Guillermo y, sobre todo, su habitual postura crítica y racional, contra la ciega voluntad de muchos funcionarios eclesiásticos que están muy contentos de condenar a muerte a cualquiera que se desvíe de su visión de la rectitud.
Por otra parte, en este capítulo se evidencia que la biblioteca es claramente importante en el misterio de la muerte de Adelmo. Sin embargo, el abad parece tener sus razones para querer mantener a la gente fuera de la biblioteca, incluso a los propios monjes. Esto demuestra que oculta algo, y que la biblioteca guarda secretos que él no quiere que salgan a la luz. En la investigación de la muerte de Adelmo, Guillermo tendrá que enfrentarse, entonces, a dos dificultades: no solo resolver el crimen, sino también penetrar en las capas de secreto que rodean la biblioteca.
La explicación de Abbone respecto de la condición secreta de la biblioteca introduce otro de los temas fundamentales de la novela: el poder del saber y de los libros. El abad reconoce, por un lado, la importancia de esa biblioteca como reservorio de la memoria escrita de la cristiandad. Pero justamente, es esa misma importancia la que la hace tan peligrosa. Señala que algunos de los libros que allí se guardan contienen falsedades, razón por la cual la abadía regula estrictamente quién tiene acceso a los libros y cuándo. Cuanto más secreto e inaccesible sea el libro, más peligroso puede ser. Si bien los otros monjes trabajan en el scriptorium y pueden conocer la lista de volúmenes que contiene la biblioteca, solo su bibliotecario puede saber “qué tipo de secretos, de verdades o de mentiras encierra cada libro” (40), y decidir en función de eso cuándo conviene o no prestar un libro a un monje. Esto se debe, dice el abad, a que "no todas las verdades son para todos los oídos ni todas las mentiras pueden ser reconocidas" (40). La biblioteca es secreta e impenetrable porque el conocimiento que contiene podría ser peligroso para sus lectores. Por eso Malaquías, el bibliotecario, actúa como guardián del conocimiento contenido en ella. Para la abadía, entonces, el conocimiento es potencialmente peligroso, y no una virtud inequívoca. De allí que la forma que adopta ese espacio sea el de un laberinto, metaforizando así el peligro que representa y la posibilidad de perderse en ella. La abadía mantiene sus libros bajo llave, impidiendo la libre circulación del conocimiento, lo cual se opone paradójicamente al propósito que supuestamente tienen las bibliotecas, como espacios donde se conservan los libros para que puedan circular. En cambio, esta biblioteca oculta los libros, asegurándose de que nadie pueda acceder a ellos.
La puerta de la iglesia contiene otro conjunto de signos que simbolizan cosas más profundas. Al principio, parece glorificar a Dios, como la propia abadía. Pero la sensación de Adso al entrar al Edificio se reproduce aquí, cuando nota que la puerta es más inquietante de lo que había pensado. Además de la figura de Dios, también encuentra imágenes grotescas del pecado, la tortura y la muerte. Pronto, Adso identifica un vínculo entre eso que observa y lo que sucede en la abadía: “comprendí que la visión hablaba precisamente de lo que estaba sucediendo en la abadía (...), seguro de estar viviendo los hechos que allí precisamente se narraban…” (48). Esta noción de Adso sugiere que incluso el más santo de los lugares puede verse afectado por la oscuridad de la naturaleza humana.
Por otro lado, las conversaciones de Guillermo con Salvatore y con Ubertino exponen los conflictos políticos de la época en que transcurre la novela. En principio, Guillermo le pregunta a Salvatore si está emparentado con los “frailes menores” o “seudoapóstoles”. Esta es una de las primeras referencias al pasado de Salvatore como seguidor de Dolcino, una figura que será importante más adelante en la novela, si bien Adso y, por lo tanto, el lector, tardarán en comprender quién es realmente. A pesar de la huida de Salvatore, el lector percibe que la abadía ha estado acogiendo a antiguos "herejes", como Salvatore o bien como Ubertino. Este último está allí escondido, lo que sugiere que la abadía es un lugar que acoge a aquellos cuyas creencias no se ajustan a la ortodoxia del momento. Esto plantea transversalmente la cuestión de si el asesinato de Adelmo tendrá algo que ver con la persecución de los herejes bajo la Inquisición y las luchas políticas a las que ha dado lugar.
En la conversación con Ubertino, se evidencian las aparentes diferencias entre distintos grupos “heréticos”: al igual que Ubertino, los seudoapóstoles abogaban por la pobreza, pero también por una reestructuración de la sociedad que era demasiado radical para Ubertino. Se evidencia que casi todos los personajes de la novela tienen su propia visión de lo que constituye un comportamiento pecaminoso, y la mayoría de los personajes se apresurará a juzgar a los demás por sus diferentes puntos de vista. Además, Ubertino le critica a Adelmo algo que también le reprochará a Guillermo: el interés por lo que, a su juicio, son preocupaciones mundanas, como la preocupación por los libros y el saber. Le reprocha a Guillermo que sus maestros en Oxford le han enseñado a “idolatrar a la razón extinguiendo las facultades proféticas de tu corazón” (67). Para Ubertino es pecaminoso desear saber más de lo que Dios quiere. En cambio, cree que el Juicio Final está cerca y hay que prepararse para la llegada del Anticristo, para lo cual le aconseja a Guillermo que "castigue su inteligencia, aprenda a llorar sobre las llagas del Señor, arroje sus libros" (67). Así, se introduce uno de los argumentos con los que Adso se enfrentará repetidamente a lo largo del libro: que el deseo de conocimiento es antitético a una vida de piedad. Por su parte, Guillermo tiene una opinión muy distinta.
El encuentro con Severino, el herbolario, es útil pues introduce la información de que guarda hierbas peligrosas y venenosas en la enfermería, un detalle que será importante más adelante. La descripción de Malaquías también será significativa, pues Adso percibe que el bibliotecario intenta reprimir sus pasiones; más tarde se descubrirá que este ha estado guardando muchos secretos.
En su primera visita al scriptorium, Jorge y Guillermo tendrán el primero de muchos debates sobre el tema de la risa. Jorge se opone a cualquier mezcla de comedia y religión. Guillermo, en cambio, cree que la comedia tiene el potencial de funcionar como herramienta de enseñanza al proporcionar entretenimiento además de conocimiento, lo cual sugiere que tiene una visión menos solemne y estrecha de las formas que puede adoptar la fe de una persona. Jorge argumenta que Cristo nunca se rio, pero Guillermo replica que eso no es exactamente cierto: la Biblia solamente no lo menciona, con lo cual es el lector quien debe decidir si Cristo rio o no. El interés de Guillermo por las ambigüedades no resueltas de la Biblia demuestra que reconoce las limitaciones de la capacidad de las personas para comprender plenamente la verdad. Por el contrario, Jorge cree que toda la verdad ya se conoce.
Por otro lado, la acusación de Jorge de que Adelmo siguió "el camino de la monstruosidad" (84) sugiere que había algo en la vida personal de Adelmo que Jorge desaprobaba. Al salir en defensa de Adelmo, Venancio demuestra que él también es intelectualmente curioso y cree que la risa puede transmitir verdades superiores. Asimismo, Venancio insinúa una particular cercanía entre Berengario y Adelmo, tal vez incluso una intimidad romántica o sexual. El afán de Jorge por sellar la conversación diciendo que el Apocalipsis está cerca sugiere que está ocultando algo.
Otro de los temas que trata este capítulo es el de la tecnología. Guillermo imagina un mundo transformado por la tecnología, en el que la gente tendrá un día acceso a máquinas milagrosas, como sus gafas. Al mismo tiempo, Guillermo sabe que la gente tiende a temer lo que no entiende, razón por la cual decide ocultarle sus gafas a la Inquisición. Asimismo, plantea el problema de quién debería tener acceso a estos nuevos conocimientos, dando a entender que hay quienes podrían hacer un mal uso del poder de la tecnología, con fines oscuros. De este modo, Guillermo se enfrenta al debate en torno a los peligros del conocimiento, que anima también las discusiones sobre si la biblioteca debe ser secreta o no.
Por último, Guillermo deja siempre en evidencia los métodos de los cuales se vale para resolver los misterios que se le presentan. Plantea tempranamente la hipótesis de que Adelmo se suicidó, argumentando que es la explicación más sencilla. Se apoya así en un principio de interpretación conocido como la navaja de Occam, la cual sostiene que, entre las explicaciones que compiten, la que requiere menos explicaciones es probablemente la verdadera. Además, antes de poder interpretar los signos que ve en el mundo, Guillermo necesita reunir todas las pruebas posibles. A partir de una sutileza en el discurso del abad, deduce que hay otra entrada al Edificio, por lo que alguien podría haber entrado sin que el bibliotecario lo supiera, pero aún no está preparado para hacer ninguna interpretación ni sugerir ninguna hipótesis. Su afán de hacer juicios cuidadosos y sostenidos en pruebas es coherente con su rechazo al trabajo con la Inquisición, en el que muchos de los juicios que se hacían eran apresurados y se basaban en el miedo y los rumores más que en los hechos.