Resumen
Durante las oraciones de la mañana, los monjes cantan en la iglesia el "Sederunt", lo que reconforta a Adso. Pero sorpresivamente Malaquías se derrumba y muere, diciendo antes: "Me lo había dicho... era verdad... tenía el poder de mil escorpiones" (424). Guillermo observa que los dedos de sus manos también están negros. Jorge llora, diciendo que esto nunca acabará.
Por su parte, Nicola es nombrado cillerero en sustitución de Remigio, pero el puesto de bibliotecario permanece vacante. A Bencio se le pide que se asegure de que el scriptorium siga funcionando. Alinardo, Aymaro y un grupo de monjes italianos parecen alegrarse de que el bibliotecario alemán haya muerto y sugieren que el nuevo sepa griego y árabe. Por otro lado, Guillermo le señala a Adso que todos los que han muerto con los dedos ennegrecidos —Venancio, Berengario y Malaquías— sabían griego, así que la próxima víctima probablemente también lo hará. Por eso sugiere dar aviso al abad; él es una de las pocas personas que quedan que conoce el secreto del finis Africae.
En su nueva posición de cillerero, Nicola invita a Guillermo y a Adso a la cripta, donde les cuenta algunos secretos de la historia de la abadía. La abadía es muy rica, como se da cuenta Adso por el oro, la plata y las joyas almacenadas en la cripta. Según la tradición, explica Nicola, el bibliotecario acaba convirtiéndose en abad. Por ello, algunos de los monjes italianos —como Aymaro y Alinardo— se opusieron al nombramiento de extranjeros para el cargo. Es posible entonces que Malaquías y Berengario hayan sido asesinados, sugiere Nicola, porque alguien no quería que se convirtieran en abad. A continuación, Nicola les muestra el resto de los tesoros de la cripta, incluidas las reliquias de los santos; por ejemplo, una astilla de la cruz en la que Cristo fue crucificado. Guillermo observa con ironía que las reliquias probablemente no sean auténticas, como sí lo son el oro y las joyas, lo cual constituye para él una alusión a los debates sobre la pobreza. La gran riqueza de la abadía explica que los monjes se enfrenten violentamente cuando aspiran al cargo de abad.
Al escuchar el "Dies irae", Adso tiene una visión. Ve a Abbone, Jorge, Bernardo, otros monjes, así como también a varios personajes bíblicos —Abraham, Moisés, Adán y Eva—, dispuestos para una fiesta. Pero esta pronto desemboca en embriaguez y violencia, y todos comienzan a atacar a la muchacha, torturándola. Ubertino le dice a Adso que ese tormento es el precio del pecado. De pronto, entra Salvatore, y Adso se imagina que está dentro de una gran llama, pero ya no tiene miedo, porque ahora ya sabe todo sobre el sufrimiento y la corrupción del cuerpo humano. Entonces las figuras vuelven a la normalidad y, por tanto, a la fiesta, y Adso ve a la muchacha, que le dice que se encontrarán de nuevo en el cielo. Enseguida entran los seudoapóstoles cargando bolsas de oro y coronan emperadores con la aprobación del pueblo. Aparece el Papa Juan, gritando, confundido, pero todos lo ignoran y salen a cazar trufas al bosque. Adso está a punto de seguirlos, pero ve a Guillermo saliendo del laberinto de la biblioteca, con una brújula en la mano y dirigiéndose hacia el norte. Adso le grita que quiere ver también lo que hay en el finis Africae, pero Guillermo le dice que ya lo ha visto.
Adso se despierta, sale de la capilla, y se encuentra a Guillermo despidiéndose de los franciscanos. Escucha que los prisioneros (Salvatore, Remigio y la muchacha) ya se han ido. Decide que es mejor así, ya que no estaba seguro de poder soportar la visión de los condenados. Entonces le cuenta a Guillermo su angustioso sueño y este le dice que la trama de su sueño reproduce algo que ya ha leído: se trata de la Coena Cypriani (la "Fiesta de Cipriano"), una obra que se considera irreverente y sacrílega por parodiar las escrituras, pero que algunos de los monjes leen de todos modos, pues creen que detrás de la jocosidad hay enseñanzas morales. Guillermo sugiere que Adso, atormentado por todo lo vivido, soñó con sus recuerdos un carnaval donde todo parece estar al revés, patas arriba. Agrega que el sueño es revelador y podría proporcionar ideas útiles.
En efecto, dice Guillermo que ese sueño abona una de sus hipótesis y es preciso leerlo de manera alegórica. De hecho, impulsa al maestro a volver al scriptorium para consultar otra vez el catálogo de la biblioteca. En él encuentra una entrada dedicada a un misterioso libro etiquetado como "finis Africae" que contiene, a su vez, cuatro títulos juntos, y uno de ellos es una copia de la Coena. Guillermo hace entonces algunos cálculos. Roberto da Bobbio fue bibliotecario en el año 1290 y, tras su muerte, lo sucedió Malaquías. Antes de Roberto, hubo otro bibliotecario, Paolo da Rimini, que fue nombrado unos sesenta años atrás, alrededor de 1270. Alinardo se quejó de que hace unos cincuenta años (alrededor de 1280) debería haber sido nombrado bibliotecario en lugar de otra persona. ¿Se refería a Paolo o a Roberto? Por otro lado, en el catálogo, en el registro de títulos que han ido llegando, hay tres tipografías: la de Malaquías; antes de él, la mano temblorosa de Roberto, que estaba enfermo; y otra letra, recta y segura. Guillermo piensa que esa letra no puede ser de Paolo, quien tenía un extraño defecto que le impedía escribir. Si la hipótesis de Guillermo es cierta, entre Paolo y Roberto habría otro bibliotecario, elegido hace unos cincuenta años, que sería el misterioso rival de Alinardo. Guillermo no está seguro de poder sacar ninguna conclusión aún, pero cuenta con algunas premisas.
Guillermo le pregunta a Bencio si alguien mencionó la Coena en la discusión sobre los enigmas de ingenio y el monje confirma que Venancio lo hizo, pero entonces Malaquías se enfureció, recordando a todos que el libro había sido prohibido por el abad. Bencio pide entonces hablar con ellos en privado. Confiesa que, luego de que alguien mató a Malaquías, él tiene miedo de ser el siguiente, sobre todo porque los italianos no quieren otro bibliotecario extranjero. Al parecer, los italianos solían hablar de Malaquías como un hombre puesto por alguien. Guillermo le pregunta a Bencio si leyó el libro antes de devolvérselo a Malaquías, y Bencio dice que no. Pero confirma que este comienza con un texto en árabe, seguido de textos en sirio, latín y griego. Este libro, por lo tanto, es efectivamente el libro prohibido que vieron en el hospital y que identificaron en el catálogo. Bencio describe las páginas del texto griego como húmedas y extrañas, de lo cual Guillermo deduce que está escrito en papel de lino.
A continuación, Guillermo pide hablar con el abad en su residencia. Abbone le dice que está decepcionado por su incapacidad para resolver el misterio. Guillermo admite que no ha estado a la altura de las expectativas, pero replica que ahora cree que estos crímenes no provienen de una venganza entre los monjes, sino de hechos que tienen su raíz en la remota historia de la abadía. La clave no es el pasado herético de Remigio, ni las relaciones ilícitas entre Berengario y Adelmo. Más bien, los crímenes parecen orbitar en torno al robo de un libro del finis Africae. Abbone exige saber si Guillermo ha contravenido sus órdenes y ha entrado en el finis Africae, pero Guillermo miente y dice que lo sabe por su capacidad de deducción. Le presenta su hipótesis de que los crímenes han sido cometidos por alguien que quiere impedir que se descubra un secreto en la biblioteca. Todas las personas que podrían saber el secreto están muertas ahora, excepto el abad.
Abbone se ofende ante la insinuación de que él podría ser el asesino. Comienza a hablarle a Adso de su anillo, explicándole que es un símbolo de su autoridad como abad. Cada una de las gemas tiene un lenguaje propio y expresa distintas verdades, según cómo se las interprete. Pero solo la autoridad puede distinguir la verdad entre todas las interpretaciones que compiten entre sí. Guillermo lo interrumpe, preguntándole por qué ha cambiado de tema en lugar de dar el nombre del asesino y explicar la naturaleza del libro prohibido. Abbone responde que no espera que un franciscano entienda las formas sagradas de la orden benedictina. A partir de ahora, dice, investigará los asesinatos él mismo. Agradece a Guillermo su trabajo y le pide que abandone la abadía a la mañana siguiente.
Después de salir de la habitación del abad, Adso sugiere que es posible que Abbone ya lo supiera todo, o bien que no supiera nada hasta ahora, y desea que Guillermo se quite del medio mientras resuelve el asunto él mismo. En cualquier caso, su preocupación es la reputación de la abadía. Guillermo se enfurece, quejándose de que los benedictinos son peores que los príncipes, pues se muestran satisfechos de entregar a un pobre campesino a las autoridades pero se empeñan en proteger a los suyos a cualquier costo. Adso se siente herido por las duras palabras de Guillermo contra su orden y sus abades. Acuerdan que deben partir a la mañana siguiente, como exigió Abbone, pero Guillermo está decidido a descubrir el secreto esa misma noche, aunque lleguen a comprenderlo imperfectamente.
Adso sugiere entonces una tercera hipótesis: quizá Abbone quiera resolver el asesinato por su cuenta para evitar que la facción de monjes italianos se subleve contra los bibliotecarios extranjeros. Guillermo determina que deben entrar en el finis Africae, ya que la respuesta final debe estar allí, y así puedan quizás salvar la vida de alguien. Mientras tanto, ven mucho movimiento fuera del Edificio. Los monjes italianos se agrupan, susurrando, y Jorge se dirige a la sala capitular con Nicola. Bencio les dice que el scriptorium es un caos y que nadie está trabajando. Guillermo sugiere que ahora que han muerto los que parecían sospechosos de los crímenes, todos están buscando un chivo expiatorio. Entonces el maestro se va a acostar durante unas horas, pues él piensa mejor cuando está descansado.
Esa noche, el oficio de vísperas se retrasa porque hay varios ausentes. El abad pide que no comience, pues no está Jorge. También se ausentan Bencio (que está cerrando el scriptorium), Nicola (que está haciendo la cena) y Alinardo (que no se siente bien). Cuando se le señala esto al abad, se irrita notablemente. Entonces Adso escucha que uno de los monjes italianos murmura que Abbone se comporta como "la puta de Aviñón". Varias horas después, Jorge sigue sin aparecer y Guillermo le pregunta a Nicola por el anciano. Nicola le cuenta que lo acompañó hasta la habitación del abad, lo esperó mientras Jorge y el abad se reunían, y luego, a pedido del anciano, lo acompañó a la iglesia. En la cena, Abbone les pide a los monjes que recen por la salud de Jorge y ordena que nadie salga del dormitorio esa noche. Después de que todos se han ido a la cama, Guillermo y Adso ven a Abbone entrando solo en el Edificio.
Después de una hora, Abbone aún no ha regresado, por lo que concluyen que no entró simplemente para cerrar el Edificio: Adso sugiere que ha entrado en el finis Africae. Su maestro apoya esta idea, pero siguen sin saber cómo entrar en esa zona. Visitan entonces los establos, donde Adso recuerda al pasar el comentario que hizo Salvatore respecto de un caballo, llamándolo "tertius equi"; Adso destaca el error en latín de Salvatore, que queriendo decir “el tercer caballo”, dijo "el tercero del caballo". Al oír esto, Guillermo tiene una repentina revelación y le dice a Adso que deben correr a la biblioteca. Cita nuevamente el acertijo de Venancio y comprende que el pasaje original en latín “Primum et septium de quatuor” no se traduce como “el primero y el séptimo de los cuatro”, sino “del cuatro”, de la palabra “cuatro”. Dilucidan así que el secreto para entrar en el finis Africae es pulsar las letras cuarta y séptima de la palabra "quatuor" (cuatro).
En la cocina, Guillermo y Adso oyen un ruido sordo. Guillermo supone que el abad ha intentado entrar en el finis Africae a través de un pasadizo secreto y ha quedado atrapado dentro. Le dice a Adso que deben apurarse para salvar la vida de alguien que no lo merece. Ambos suben rápido al scriptorium, luego a la biblioteca y, finalmente, a la sala de los espejos de la torre sur. Logran abrir la puerta del finis Africae pulsando la "q" y la "r" de la palabra "quatuor", tal como escribió Venancio en sus notas. El marco del espejo se estremece y la superficie de cristal se retrae, revelando que el espejo es en realidad una puerta. Hacia la medianoche, Guillermo y Adso entran finalmente en el finis Africae.
Análisis
El comienzo de este capítulo vuelve a estar signado por la muerte de un monje: Malaquías muere sorpresivamente, y por sus manos ennegrecidas, se estima que muere envenenado. Sus últimas palabras hacen alusión a los “mil escorpiones”, uno de los castigos apocalípticos del Libro de Juan, con lo que su último mensaje parece reforzar la presunción de Guillermo de que los asesinatos siguen un patrón apocalíptico. Asimismo, se hacen oír nuevamente las quejas por la elección de bibliotecarios “extranjeros”; Alinardo y Aymaro reprueban que Malaquías no sabía árabe. Todas estas pistas sugieren que los secretos de la biblioteca se relacionan de algún modo con la historia de distintas facciones, de alianzas y rencores. Sin embargo, pronto estas suposiciones serán desmentidas.
El nuevo cillerero, Nicola, conduce a Guillermo y a Adso hacia la cripta, donde se guardan los tesoros de la abadía, y donde nuevamente se hace evidente la enorme cantidad de riquezas que se conservan allí. Entre esos bienes, se destacan el oro, la plata y las joyas, así como las reliquias de santos. Sin embargo, Guillermo evidencia que esas reliquias parecen falsas. Señala así una ironía en la cripta de la abadía: el hecho de que mientras las reliquias de los santos parecen falsas, no lo son ni el oro ni las joyas que hay allí, evidencia cuál es la prioridad de la abadía. Condensa esta impresión diciéndole a Adso: “Esta cripta es un bello epítome de los debates sobre la pobreza que has presenciado en estos días. Y ahora ya sabes por qué se degüellan tus hermanos cuando está en juego el acceso a la dignidad abacial" (435). La cripta se concibe como epítome, es decir, paradigma, ejemplo, de la problemática en torno a la riqueza y la pobreza de la Iglesia. Si Cristo fue pobre, la opulenta acumulación de riquezas de la abadía da cuenta de un alto grado de hipocresía. Además, Guillermo señala el gran poder que hay detrás del cargo de abad. Si bien es un cargo espiritual, el conflicto entre los italianos y los monjes “extranjeros” respecto de quién debe ser nombrado bibliotecario (y luego abad), y las intrigas entre los monjes de la abadía por quién será sucesor, demuestran que también se trata de un cargo político, que implica un gran poder y, también, una gran riqueza. Por eso es que, más adelante, Guillermo reprochará que los monjes “se hacen picadillo los unos a los otros” (462) al aspirar al cargo de abad, porque todos quieren controlar la riqueza y el poder de la abadía. Así, Eco demuestra que el poder religioso y el político están tan profundamente entrelazados que es imposible separarlos.
En este capítulo también las intervenciones de Adso serán determinantes en la resolución del caso, lo cual evidencia nuevamente su aprendizaje en la novela. En primer lugar, resulta significativo el sueño que tiene, que le proporciona una serie de símbolos que debe interpretar. Sueña allí con un mundo en el que las jerarquías de poder tradicionales están trastocadas, como si los acontecimientos vividos en la abadía hubieran alterado la percepción y comprensión de Adso respecto del orden de la sociedad. El joven es incapaz de dilucidar la enorme cantidad de signos que se le presentan allí, y es Guillermo quien lo ayuda a acceder a ese conocimiento.
En efecto, Guillermo le dice a Adso que su sueño debe ser leído como una alegoría, es decir, concibiendo que aquello que ha soñado es símbolo de otra cosa. Enseguida reconoce en esas visiones carnavalescas de su discípulo la referencia a la Coena Cypriani, un libro famoso pero prohibido, en tanto se lo considera una versión irreverente y paródica de las santas escrituras. Sin embargo, Adso sabe que también es un libro que muchos monjes eligen leer igualmente, a escondidas, “porque, según ellos, tras el velo de la jocosidad, esa historia ocultaba secretas enseñanzas morales” (449). Guillermo explica que la Coena es una comedia carnavalesca latina en la que se representan figuras bíblicas haciendo cosas indecorosas y el mundo conocido se presenta patas para arriba. Según una lectura alegórica, podría pensarse que el sueño de Adso implica que el libro prohibido que buscan desafía las estructuras de poder y las jerarquías sociales convencionales. Por otro lado, el tono cómico de la Coena explica por qué Jorge lo odia tanto, fiel a su profeso repudio a la risa y lo cómico.
Consultando el catálogo de la biblioteca, Guillermo y Adso encuentran por fin el nexo entre el libro prohibido y la Coena. Asimismo, descubren en los registros del catálogo la aparente existencia de un bibliotecario misterioso, anónimo, aquel que escribió la entrada correspondiente al libro prohibido. Sin embargo, Guillermo sabe que aún no puede sacar conclusiones, sino elaborar tan solo premisas: una vez más, la suma de signos no alcanza y aún falta una interpretación capaz de darles un sentido. Por su parte, Bencio proporciona pistas útiles respecto de la Coena, al aportar que está escrita en papel de lino. Como para ese entonces ese tipo de papel era una tecnología de escritura menos común que el pergamino, con ese dato el libro asume un rasgo distintivo que lo hace más fácil de reconocer.
Guillermo llega a la conclusión de que la clave para entender los crímenes no está en la relación de Remigio con fray Dulcino, ni en la relación sexual entre Berengario y Adelmo; estas eran pistas falsas que no llegaban a nada. El misterio gira en torno al libro prohibido. Y estima que para encontrar ese libro hace falta entender por fin la oscura historia de la biblioteca. Por eso se dispone a hablar con el abad. Este último le señala su decepción ante la incapacidad de Guillermo de resolver los crímenes. El maestro se muestra molesto por esa acusación, pero revela al abad sus últimos hallazgos: “Estos crímenes no han sido consecuencia de una pelea ni de una venganza entre los monjes, sino de unos hechos que a su vez derivan de acontecimientos remotos en la historia de la abadía…” (457). Entonces afirma rotundamente que la clave de los crímenes está en el robo de un libro que estaba escondido en el finis Africae, y que ahora ha vuelto allí por obra de Malaquías. Guillermo le propone a Abbone que los crímenes se fundan en la voluntad de alguien de mantener ocultos los secretos de la biblioteca. Nuevamente, se dirime la problemática por ocultar un saber: el celo por el secreto de la biblioteca es la fuerza que motorizó los crímenes acontecidos en la abadía.
Abbone busca desorientar a Guillermo y Adso y se centra en una descripción de su anillo, como símbolo de su autoridad y su deber ante la autoridad divina. A través de ese anillo, el abad propone que hay diferentes interpretaciones, pero solamente la autoridad es capaz de determinar cuál es la verdad: “El lenguaje de las gemas es multiforme, cada una expresa varias verdades, según el tipo de lectura que se escoja (...) ¿Y quién decide cuál es el nivel de interpretación y cuál el contexto correcto? Lo sabes, muchacho, te lo han enseñado: la autoridad…” (460). Sin esa autoridad, los signos no pueden ser bien interpretados. Abbone intenta así desmerecer la palabra de Guillermo y arrogarse el derecho a decir qué es verdadero y qué no. Con ello, también refleja su mirada jerárquica e inflexible, segura de que solo hay una respuesta correcta.
Además, es evidente que, para Abbone, Guillermo ha dejado de ser una ayuda y se convierte en un problema: está demasiado cerca de descubrir un secreto y por eso lo expulsa de la abadía. La severa respuesta del abad a las preguntas del maestro sugieren que aquel está tratando de ocultar algo que compromete la reputación de la abadía. En este punto, Guillermo denuncia con frustración y enojo el accionar de la orden benedictina. Resulta evidente para él que Abbone está más preocupado por salvar la reputación de la abadía que por resolver los delitos que allí tienen lugar: “No sois simples ni hijos de simples. Si os cae un campesino, quizá lo acojáis, pero, ya lo vimos ayer, no vaciláis en entregarlo al brazo secular. Pero si es uno de los vuestro, no; hay que tapar el asunto. Abbone es capaz de descubrir al miserable y apuñalarlo en la cripta del tesoro, y después distribuir sus riñones por los relicarios, siempre y cuando quede a salvo el honor de la abadía…” (462). En esta cita, Guillermo expone una fuerte denuncia a la orden de Abbone, que resulta ser también la de Adso. Por un lado, les reprocha su hipocresía, pues se hacen pasar por simples pero en el fondo están más preocupados por su poder; pueden acoger a un campesino o a un simple, como hizo la abadía con hombres como Salvatore, pero cuando está en juego su reputación, esa solidaridad se quiebra y son capaces de traicionar, de “entregarlo al brazo secular”, como han hecho, efectivamente, con Remigio y Salvatore. Por otro lado, Guillermo expone la falsedad de Abbone y su orden: con los suyos parece mostrarse solidario, pero en el fondo la motivación es conservar las buenas apariencias y, así, el poder. No hay genuina solidaridad: Abbone, piensa el maestro, es capaz de matar al culpable y derramar sus órganos insensiblemente por toda la abadía, pero luchará por mantener el honor de la misma.
A pesar de que Abbone los expulsa, Guillermo está decidido a resolver los misterios y acceder a la verdad antes de irse, demostrando una vez más la primacía de su curiosidad intelectual. Guillermo confía en que la capacidad humana de pensar es lo que distingue a las personas de otras criaturas. Reconoce, sin embargo, que la comprensión plena de los acontecimientos está fuera de su alcance en estas condiciones. Esto demuestra, en oposición a Abbone, la humildad intelectual de Guillermo y su comprensión de que la habilidad humana de interpretar los signos del mundo, a veces misteriosos e inexplicables, tiene un límite.
Por último, una nueva intervención de Adso facilita el descubrimiento de los misterios. Mientras él y Guillermo caminan por el establo, el joven recuerda lo que oyó decir a Salvatore respecto del caballo al que quería embrujar. Al llamar la atención sobre el deficiente latín de Salvatore, Adso le da una pista clave a Guillermo para interpretar el código que dejó Venancio. Una vez más, los signos, aparentemente inexplicables, pueden ser interpretados correctamente si se los lee en el contexto adecuado.