Resumen
A la mañana siguiente, Berengario no está en su celda. Parece que se ha ido, dejando solo un paño manchado de sangre. Adso reflexiona sobre la “soberbia del intelecto” (189) que ha conducido a los recientes y trágicos acontecimientos: los monjes ya no se contentan con el respetable trabajo de copiar, sino que quieren producir ellos mismos nuevos libros. Piensa que su orden se ha degenerado, al punto de adquirir demasiado poder, tanto que ahora los abades rivalizan con los reyes. Se pregunta si la Iglesia perderá su lugar como sede del saber en Europa, ahora que las universidades producen nuevos y mejores libros. De hecho, sospecha que esta es la razón por la que la biblioteca de la abadía se encuentra reservada: se trata de un intento de mantener sus privilegios históricos asegurándose que el aprendizaje siga estando bajo el dominio de solo unos pocos elegidos. Adso se pregunta entonces si la respuesta es dejar de leer y limitarse a conservar, o atreverse a abrir la biblioteca, liberando a la gente al “riesgo del conocimiento” (190).
Adso va a la cocina a comer y se encuentra con Salvatore, que le cuenta sus días como seguidor de varios movimientos religiosos populares. Explica cómo huyó de la pobreza y el hambre de su pueblo natal y vagó por Europa como mendigo y vagabundo, lo cual le dio la mezcla de lenguas que lo caracteriza. Adso piensa entonces que esos grupos de hombres, charlatanes que vagabundean impostando dolencias para recibir alguna recompensa económica, se mezclan y confunden muchas veces con hombres que predican la buena fe y practican la pobreza. El mismo Papa Juan, piensa Adso, cayó en esa confusión.
Salvatore le cuenta a Adso que en esos años se unió a varios grupos heréticos. Fue acogido en un convento franciscano, donde aprendió el latín, hasta que ese grupo mató a un canónigo por acusarlo de robar; cuando el obispo mandó a perseguirlos, Salvatores huyó junto a unos fraticelli, es decir, franciscanos mendicantes, al margen de la ley. Pronto se unió en Toulouse a los “pastorcillos”, un grupo de gente humilde liderado por dos jefes que les infundían ideas falsas y los convencían de hacer atrocidades con la esperanza de conseguir tierras prometidas. Con ese grupo, Salvatore perseguía y mataba judíos; cuando Adso le pregunta por qué, Salvatore le responde que siempre había oído decir a los predicadores que los judíos eran enemigos de la cristiandad y acumulaban los bienes que a ellos se le negaban. Adso le pregunta si acaso no son los señores y los obispos quienes acumulan esos bienes a través del diezmo y si, por lo tanto, los pastorcillos no se equivocaban de enemigos. Entonces Salvatore le responde que cuando los verdaderos enemigos son tan fuertes, hay que buscarse enemigos más débiles. Por último, Salvatore le cuenta que pronto tuvo que huir de ese grupo rumbo a Francia, donde conoció a Remigio, que lo hizo su ayudante. Adso le pregunta entonces si conoció a fray Dulcino, y Salvatore se pone como loco y se va. Adso se queda pensando en que no logra entender quién fue Dulcino, y se decide a ir a preguntárselo a Ubertino.
Más tarde, Adso encuentra a Guillermo en la herrería, donde Nicola le está haciendo otro par de gafas. Adso le confiesa a su maestro que ya no entiende las diferencias entre los grupos heréticos, y entre lo que es herético y lo que es ortodoxo. Guillermo le explica que, a su juicio, estos movimientos son un síntoma de males sociales mayores, ya que la mayoría de los que siguen los movimientos de renovación son los hombres simples, es decir, quienes carecen de sutileza doctrinal. Por eso, dice Guillermo, que primero viene la condición de simple y luego la herejía. La gente como Salvatore, que es pobre, marginada e inculta, es presa fácil de cualquier movimiento que pase predicando por su tierra, y se le une porque es impotente y siente que no tiene nada que perder. Para mayor claridad, Guillermo compara a aquellos hombres con leprosos y al resto de los cristianos con un rebaño: los leprosos están al margen, son excluidos del rebaño, y por estar excluidos quieren arrastrar al resto del rebaño a su misma ruina. Por eso, dice Guillermo, San Francisco comprendió que había que reincorporar a los excluidos al rebaño, esto es, al pueblo de Dios, pues sabe que son potenciales rebeldes. Por último, Guillermo sostiene que en realidad no importa lo que los reformistas predican sino que ofrezcan esperanza y la posibilidad de cambiar el orden de la sociedad. Sugiere entonces que quizá no sea la Iglesia la que cambie el mundo, sino la ciencia.
Después de esta conversación, Guillermo le dice a Adso que ha logrado descifrar el código de Venancio, que dice: "La mano sobre el ídolo opera sobre el primero y el séptimo de los cuatro". Sin embargo, todavía no tiene idea de lo que significa. Enseguida, el abad trae una noticia sombría: los enviados del Papa vienen acompañados de un famoso inquisidor, Bernardo Gui, quien odia profesamente a los herejes y se apresura a reprimir cualquier comportamiento poco ortodoxo. Si Guillermo no resuelve los asesinatos para el día siguiente, Abbone tendrá que entregar la abadía al control de Bernardo.
A Guillermo se le ocurre entonces una nueva idea: construyendo una brújula, podrían orientarse en el laberinto de la biblioteca y saber en qué dirección van, pero pronto descarta esta idea por considerarla demasiado elaborada para el poco tiempo que les queda. Pero esa idea lo lleva a pensar que los constructores de la biblioteca pensaban de forma matemática, y se dispone a pensar entonces de la misma forma. Observando las torres del Edificio desde el exterior, Guillermo comienza a trazar un mapa aproximado del laberinto. Llega a la conclusión de que hay cincuenta y seis salas, cuatro de ellas heptagonales y el resto cuadradas, de las cuales ocho no tienen ventanas. Este descubrimiento les permitirá moverse por la biblioteca sin perderse, girando siempre a la derecha, hasta llegar por el norte a la torre oeste.
Sin embargo, sigue habiendo otro problema: Guillermo y Adso siguen sin entender las reglas que rigen la distribución de los libros entre las salas, ni el significado de las palabras escritas en las leyendas que hay sobre cada arco de puerta. Pero entonces Guillermo tiene una revelación: hay veintiséis frases en total, una por cada letra del alfabeto. Lo importante no es el texto del verso, sino las letras iniciales, y todas juntas conforman un mensaje que hay que descubrir. Además, como algunas de las frases están en rojo, concluye que esas deben ser las primeras letras de las palabras. Acuerdan que la próxima vez que visiten la biblioteca, Adso podrá anotar la letra inicial de cada palabra. Después de esto, hacen un descanso para comer, y Adso va a hablar con Salvatore para pedirle que les consiga algo de cenar. Salvatore le cuenta que él puede hacer que el tercer caballo ("tertius equi") corra más rápido lanzándole un hechizo. A continuación, se ofrece a hacer a Adso y a Guillermo algo de comer.
A continuación, Adso decide buscar a Ubertino en la iglesia, donde lo encuentra rezando y le pide que le cuente la historia del hereje franciscano fray Dulcino. Ubertino le cuenta que la historia comienza hace más de sesenta años, con un líder religioso popular llamado Gherardo Segalelli, quien deambulaba por las calles invitando a la gente a hacer vida de penitencia, gritando "¡penitenciágite!", es decir, la manera inculta de decir “hacer penitencia”. Adso piensa que ha oído a Salvatore decir esta frase exacta. Gherardo entró en conflicto con la Iglesia por su predicación, que animaba a la gente a rechazar el dinero y vivir de la limosna, y a abolir la pobreza privada robando a sus vecinos. Él y sus "seudoapóstoles" fueron acusados de vagar ociosos por el mundo y de no reconocer la autoridad de los sacerdotes (lo cual, aclara Ubertino, los diferenciaba de los franciscanos espirituales). Después de que Gherardo fuera quemado por herejía, fray Dulcino, el bastardo de un sacerdote, siguió predicando los mismos principios de pobreza absoluta, amor libre y renuncia a la propiedad. Aunque Adso señala que Dulcino predicaba lo mismo que habían predicado los franciscanos sobre la pobreza de Cristo, Ubertino niega enérgicamente cualquier relación. Finalmente, dice Ubertino, Dulcino fue quemado en la hoguera junto con su amante, la bella Margherita de Trento.
Ubertino le advierte a Adso que tenga cuidado con las trampas de mujeres como Margherita. Le muestra entonces una estatua de la Virgen, y le dice que debe aprender a distinguir el fuego del amor sobrenatural del desvarío de los sentidos. Tras su conversación con Ubertino, Adso queda inquieto y siente un extraño ardor y desasosiego que lo impulsan a regresar solo a la biblioteca, sin la ayuda de Guillermo.
En el scriptorium, Adso lee una historia de los movimientos heréticos y se entera de la tortura y ejecución de fray Dulcino y Margherita. Recuerda la vez que vio quemar a un hereje llamado fray Michele por profesar que Cristo había sido pobre y que el Papa era un hereje por negarlo. El recuerdo que Adso tiene de Michele se confunde con las imágenes de Dulcino y Margherita.
A continuación, Adso decide continuar rumbo a la biblioteca. Arriba, en el laberinto, se desplaza por las habitaciones, como afiebrado, sin evitar entrar en las habitaciones con hierbas que inducen a la visión. En una mesa encuentra varios libros y los hojea; al leer el Libro del Apocalipsis, ve las imágenes de la Virgen María y de la meretriz de Babilonia, y siente que ya no puede entender qué las distingue, ni qué las diferencia de Margherita. Sintiéndose loco, decide irse de la biblioteca.
Al llegar a la cocina, Adso se da cuenta de que ya hay otra persona dentro, y cuando logra verla, nota con sorpresa que es una muchacha que está llorando. Entonces, el Adso narrador detiene su relato, diciendo que tal vez debería limitarse a decir que ha ocurrido algo malo y no dar más detalles, pero que se siente obligado a decir la verdad, como advertencia al lector. La chica tiene más o menos la edad de Adso y solo habla el dialecto local, por lo que no puede comunicarse con él, aunque cree comprender que ella dice que él es hermoso. Entonces la muchacha le toca una mejilla y Adso siente una intensa conmoción. Como un monje no es educado para nombrar ese tipo de sensaciones, Adso recurre a otras palabras interiores, que ha leído, para intentar comprender esa belleza. Finalmente, Adso y la muchacha tienen un encuentro sexual. Cuando Adso se despierta a la mañana siguiente, ella se ha ido. Ve a su lado un envoltorio, que la chica llevaba en brazos cuando la encontró. Al abrirlo, ve con espanto que se trata de un corazón de buey.
Adso se desmaya al verlo, creyendo que es un corazón humano y que ha habido otro crimen. Se despierta cuando Guillermo lo encuentra en el suelo de la cocina. Entre sollozos, Adso le confiesa su pecado a Guillermo, que lo absuelve. Aunque Adso pecó al romper su voto de celibato y no debe volver a hacerlo, Guillermo lo consuela diciendo que no es tan monstruoso que haya estado tentado de hacerlo. Después de todo, Dios se muestra favorable a Eva y a sus hijas, por lo que es normal que Adso sienta atracción por las mujeres. Además, dice Guillermo, hay un beneficio en la experiencia: espera que Adso sea capaz algún día de ser indulgente con los que acuden a él para confesar sus pecados.
Por otra parte, Guillermo arroja una hipótesis que explica la presencia de la chica. Sospecha que la muchacha es una campesina pobre que vino en busca de comida, y que Remigio está comerciando con la comida de las cocinas a cambio de sexo con las campesinas. De camino a los baños, Adso y Guillermo se encuentran con Alinardo, que vuelve a predecir el Apocalipsis y habla de tres muertes que han sido premeditadas. Guillermo se pregunta si no tendrá algo de razón el viejo, y Adso dice que eso implicaría que la muerte de Adelmo no fue voluntaria y que Berengario ha muerto. A continuación, se dirigen a los baños, y en una de las bañeras encuentran el cadáver de Berengario.
Análisis
En este capítulo, serán muchos los momentos en que Adso se permita cuestionar los relatos que circulan en la abadía por parte del abad y los otros monjes, y preguntarse por el sentido de las discusiones políticas de su época. Adso no se sorprende de que el misterio de los crímenes gire en torno a la biblioteca: “Para aquellos hombres consagrados a la escritura, la biblioteca era al mismo tiempo la Jerusalén celestial y un mundo subterráneo situado en la frontera de la tierra desconocida y el infierno. Estaban dominados por la biblioteca, por sus promesas y sus interdicciones. Vivían con ella, por ella y, quizá, también contra ella, esperando, pecaminosamente, poder arrancarle algún día todos sus secretos” (189). En esta cita, se evidencia el poder que asume la biblioteca para los monjes de la abadía. Recuerda así lo que dijo Bencio el día anterior; que “con tal de conseguir el libro raro estaba dispuesto a cometer actos pecaminosos” (188). La biblioteca se vuelve una fuerza contradictoria, a la vez paraíso e infierno, que atraviesa la vida de estos hombres.
Adso se da cuenta de que la determinación de la abadía de mantener sus libros en secreto es un intento de mantener el dominio de la Iglesia en la vida intelectual europea medieval, a partir de los cambios socio-culturales que se están operando. Adso entiende que el monasterio ve perder su lugar como el centro del saber, pues este se está desplazando a los centros urbanos. Por eso es que la abadía busca salvaguardar su biblioteca, porque “si el nuevo saber que querían producir llegaba a atravesar libremente aquella muralla, con ello desaparecería toda diferencia entre ese lugar sagrado y una escuela catedralicia o una universidad ciudadana. En cambio, mientras permaneciera oculto, su prestigio y su fuerza seguirían intactos, a salvo de la corrupción de las disputas…” (190). La Iglesia utiliza su saber como autoridad moral para proteger su poder político y su riqueza. En este sentido, nuevamente surge el tema de la importancia del saber: Adso descubre que el conocimiento es un capital que puede resultar, a la vez que liberador, peligroso. Así, revela la disputa de saberes que entrama toda la novela.
Otra de los cuestionamientos que Adso presenta en este capítulo es aquel referido a las diferencias entre grupos heréticos, incluso a la diferencia entre los herejes y los ortodoxos. La historia de Salvatore demuestra por qué la gente de los pueblos pobres se siente atraída por los movimientos "heréticos", aquellos liderados por gente como fray Dulcino. El hombre se unió a los grupos heréticos porque su vida era miserable y pobre y, por lo tanto, no tenía nada que perder. Guillermo apoyará esta perspectiva, al señalar que la condición de “hombres simples” es previa a la herejía: quienes engrosan las filas de esos grupos “heréticos” son personas sencillas, del pueblo, que se encuentran en una situación vulnerable, de desventaja. Según esta lectura social, los hombres caen en la llamada “herejía” producto de problemas sociales mayores. La mayoría de los "herejes" no están interesados en las sutilezas de la doctrina teológica; más bien, se sienten atraídos por los reformistas porque estos ofrecen la posibilidad de cambiar y mejorar la sociedad que los ha excluido. Así, Guillermo expone con mirada crítica la interrelación que hay entre la religión y la política: es frecuente que la gente se una a los movimientos religiosos por causas políticas.
Para representar este entramado social y la profusión de grupos “heréticos”, Guillermo echa mano de una alegoría: el pueblo de Dios sería un río cuyo caudal ha crecido tanto que han comenzado a desprenderse ramificaciones y brazos distintos, conformando un delta; muchos de esos brazos se comunican y se tocan, y es difícil distinguir el cauce exacto de cada uno de ellos. Además, cada uno arrastra sedimentos de aquellos lugares que ha tocado, de modo que han ido perdiendo su pureza. Así, cuando el brazo principal no puede contenerse, los brazos de la herejía y de los movimientos renovadores o reformistas se vuelven numerosos y comienzan también a confundirse entre sí.
Adso conserva la duda sobre quién fue fray Dulcino, pero como no se atreve a preguntárselo a su maestro, recurre a Ubertino. En esa conversación, Ubertino desaprueba fervientemente los movimientos "heréticos" de Gherardo Segalelli y fray Dulcino, si bien comparte con ellos algunas de sus opiniones sobre la pobreza de Cristo. Esta contradicción se debe a que los movimientos populares eran mucho más radicales que la doctrina impartida por la Iglesia. Ubertino comparte con ellos que los eclesiásticos deben predicar una vida de pobreza, pero disiente con la propuesta más radical que defendía Dulcino: la abolición de toda propiedad privada. Esta propuesta era, potencialmente, mucho más disruptiva para el orden social y amenazaba en última instancia al propio poder de la Iglesia. Así, aunque Ubertino y Dulcino parecen compartir muchos de los mismos principios, el primero niega enérgicamente cualquier conexión. Sin embargo, la dificultad de Adso para distinguir entre las "herejías" sugiere lo estrechamente alineados que están en realidad.
Lejos de aplacar sus inquietudes, la conversación con Ubertino deja a Adso en un estado de efervescencia (“La conversación con Ubertino había despertado en mi alma, y en mis vísceras, un extraño ardor, un desasosiego indescriptible”, 239) que lo lleva a cometer un acto de rebeldía que tendrá un grave desenlace: se dirige solo a la biblioteca. Adso quedó confundido por las contradicciones que planteó Ubertino respecto de los “herejes”, así como por su advertencia de la diferencia entre el amor sensual y el amor divino. Los problemas de interpretación no han hecho más que multiplicarse desde que Adso y Guillermo llegaron a la abadía. Atravesado por esa incertidumbre, Adso hojea libros en la biblioteca. A partir de la historia de Dulcino, recuerda el caso del “hereje” Michele, a quien vio morir en la hoguera. Con mirada crítica, Adso reconoce que, frente a la prédica de pobreza de aquel hombre, los estilos de vida ricos de los miembros de la Iglesia se revelan hipócritas y poco cristianos. Se sugiere así que la Iglesia se ve obligada a perseguir violentamente a quienes predican la pobreza de Cristo, porque su ejemplo pone en evidencia que el estamento eclesiástico debería también renunciar a sus copiosas riquezas y su poder.
La labor interpretativa de distinguir entre el bien y el mal es a menudo sorprendentemente difícil para Adso. Es significativo que la Virgen María y la meretriz de Babilonia se confundan para él, pues esto demuestra que los signos pueden parecer iguales pero significar cosas muy diferentes. Por otro lado, la noción de Adso de la diferencia entre lo espiritual y lo físico se pierde en su encuentro sexual con la muchacha. En esta escena, el joven pierde su capacidad de interpretar con precisión los signos debido a la atracción física que experimenta, que nubla su razón. Adso nunca ha tenido relaciones sexuales antes, y rompe con ello su voto de celibato. El corazón de buey que la muchacha deja a su lado puede simbolizar el dolor del propio Adso tras su transgresión.
Sin embargo, Guillermo, luego de escuchar su confesión, lo absuelve de culpas y lo consuela. Fiel a su carácter racional y carente de hipocresía, el maestro le dice a Adso que espera que esta experiencia con el pecado le sirva como aprendizaje, para saber ser más indulgente con otros pecadores como él en el futuro. Así, Guillermo sostiene nuevamente su postura a favor de la compasión, aquella que lo alejó del trabajo de inquisidor. Sin dudas, esto contrasta con la actitud dura e implacable de Jorge cuando Adelmo acudió a él y le confesó su aventura sexual con Berengario, que presuntamente llevó a Adelmo a suicidarse.
Por último, Guillermo ha logrado descifrar las notas de Venancio. Son claramente alusiones al libro prohibido, pero el maestro no tiene idea aún de cómo interpretar esas palabras que ha logrado traducir. Este problema sugiere que el lenguaje no siempre tiene referentes claros ni ofrece interpretaciones obvias; también requiere un análisis cuidadoso para descifrar sus significados más profundos.
Del mismo modo, Guillermo descifra la lógica arquitectónica de la biblioteca. En este descubrimiento, nota que las frases que decoran las arcadas de las puertas no operan a partir de su literalidad. Lo que importa en ellas no es su contenido, sino las letras que las componen, que conforman un mensaje oculto. Nuevamente, los signos no son siempre de fácil interpretación y están desviados de sus significados más obvios. Eco muestra aquí que incluso lo ininteligible puede tener a veces un significado cuando se interpreta en el contexto adecuado. Cuando se leen como un código, las frases apocalípticas cobran sentido.
De manera similar, Salvatore se refiere a un caballo como "tertius equi", un detalle que a primera vista resulta poco importante para Adso, pero será relevante más adelante. Al igual que las frases de los arcos, "tertius equi" es una frase aparentemente sin sentido que resultará tener un significado más profundo.