Resumen
Después de las oraciones de la mañana, encuentran el cadáver de Venancio en un barril de sangre de cerdo. Severino determina que la causa de la muerte no fue ahogo, ya que la cara de Venancio no está hinchada, y por lo tanto debía estar muerto antes de que alguien arrojara su cuerpo al barril. Observando las huellas en la nieve, Guillermo deduce que el cuerpo fue arrastrado desde el Edificio, por lo que sospecha que Venancio murió en la biblioteca. Severino admite que tiene venenos en su enfermería que podrían haber matado a alguien.
Mientras tanto, Guillermo interroga a Bencio, quien relata una extraña interacción ocurrida en el scriptorium unos días antes. Durante la discusión sobre la risa, Venancio mencionó que Aristóteles había dedicado el segundo libro de su Poética a la comedia, pero que el libro se había perdido. Bencio añadió entonces que, en su Retórica, Aristóteles menciona la utilidad de los enigmas de ingenio, en particular el enigma africano del pez. Jorge dijo que no le parecía prudente tomar a los africanos como modelos. Berengario se rio y le dijo a Jorge algo que Bencio no comprendió: que buscando bien entre los africanos podrían encontrarse enigmas de otro tipo. Malaquías, que estaba presente, se enfureció y envió a Berengario de vuelta a sus tareas. Pero esta críptica afirmación provocó que tanto Venancio como Adelmo se acercaran a Berengario por separado y le pidieran algo. Bencio asegura que lo que le pidieron es un libro prohibido, catalogado como "finis Africae".
Guillermo interroga entonces a un Berengario angustiado y culpable que afirma haber visto el fantasma de Adelmo en el cementerio de la abadía la noche que murió. Berengario afirma que Adelmo lo llamó "bello maestro" y le dijo que sufría las penas del infierno por sus pecados, por "haber creído que mi cuerpo era un sitio de delicias" (119) y por haber creído saber más que los demás. Berengario dice que el sudor de Adelmo le quemó la mano cuando se tocaron. Una vez que Berengario se va, Guillermo teoriza que lo que vio aquel no era el fantasma de Adelmo, sino al propio Adelmo; este debió haber salido de la capilla, después de confesarse, llevando una vela, cuya cera le quemó la mano. Guillermo sugiere que alguien debió decirle algo a Adelmo durante la confesión que lo hizo sentir culpable y desesperado.
Luego, Guillermo y Adso son testigos de una discusión entre Salvatore y Remigio, que se acusan mutuamente de herejes, lo que lleva a Adso a reflexionar sobre la dificultad de distinguir entre lo que es ortodoxo y lo que es herético. Luego hablan con Aymaro d’Alessandria, un monje chismoso que sugiere que Berengario y Adelmo tuvieron una relación sexual. Se queja de que la abadía ha sido tomada por extranjeros, cuando son los italianos quienes deberían estar al mando.
De vuelta en el scriptorium, Guillermo entabla con Jorge otra discusión sobre la risa para intentar saber más sobre la conversación entre aquel y Berengario que mencionó Bencio. Le pregunta a Jorge por qué se opone tanto a la idea de que Jesús se riera alguna vez, ya que las escrituras no dicen nada al respecto, y en estos casos Dios exige que apliquemos la razón en aquellas cosas en que la Escritura nos dejó la libertad de elegir. Guillermo sostiene que la risa puede ser un arma contra los mentirosos y los que niegan la verdad de Dios al mostrar lo absurdo de sus proposiciones. Jorge, sin embargo, sostiene que reírse del mal significa no prepararse para combatirlo, y sostiene que Cristo no se rio porque la risa fomenta la duda. Guillermo responde que a veces es correcto dudar, pero Jorge responde que nunca hay razón para hacerlo, ya que uno puede simplemente consultar la autoridad de un hombre erudito. Jorge pronto se enoja, diciendo que lo que sostiene Guillermo es ridículo, a lo que aquel responde que llamar a algo ridículo es, justamente, reírse de ello. El anciano se enoja aún más.
Luego Guillermo intenta examinar el escritorio de Venancio en busca de pruebas, pero es interceptado por Bencio, que pide hablar con él. Este cuenta toda la verdad de lo que sabe. Al parecer, Adelmo había aceptado acostarse con Berengario a cambio de acceder al libro prohibido situado en el "finis Africae". A partir de esta información, Guillermo plantea la hipótesis de que Adelmo, sintiéndose angustiado y culpable, acudió a Jorge para confesarse y pedirle la absolución por lo que hizo con Berengario, a lo que Jorge probablemente se negó. Adelmo fue entonces a la capilla, donde se encontró con Venancio y le contó el secreto del libro prohibido, antes de vagar por el cementerio, encontrarse con Berengario y finalmente suicidarse. Venancio debió continuar entonces la búsqueda del libro por su cuenta hasta que alguien lo asesinó. Guillermo sospecha de Berengario, Malaquías, Jorge, incluso del propio Bencio. Le dice a Adso que tienen que entrar en la biblioteca para tratar de averiguar más sobre este libro secreto.
En la iglesia, el abad muestra la gran riqueza de la abadía —oro, plata y joyas— que, según él, acerca a los monjes a Dios. Guillermo parece no estar de acuerdo, pero introduce un nuevo tema de discusión: el próximo debate sobre la pobreza. Adso se pregunta por qué Abbone apoya a los franciscanos y su voto de pobreza, cuando su abadía es tan opulentamente rica, y llega a la conclusión de que los benedictinos deben querer limitar el poder del Papa y mantener su propia influencia.
Entretanto, Abbone y Guillermo discuten la situación política. Michele de Cesena, líder franciscano, ha sido convocado a Aviñón para ver al Papa, pero teme caer en una trampa. Por ello, Abbone y Guillermo han acordado mediar en una cumbre entre los franciscanos y los enviados del Papa, para llegar a algunos acuerdos preliminares y garantizar la seguridad de Michele. Sin embargo, la situación es muy delicada, y el abad teme que los enviados del Papa (que van acompañados de tropas francesas armadas) relacionen los crímenes ocurridos en la abadía con una conspiración de los franciscanos. Abbone plantea entonces dos opciones: o Guillermo resuelve el misterio antes de que lleguen los enviados papales, o deberán confesar todo y permitir que la abadía sea puesta bajo vigilancia militar, lo cual implicaría para Abbone perder control sobre la abadía.
En respuesta, Guillermo dice que no puede concebir que las acciones de un solo “ser sanguinario” (153) puedan poner en riesgo las negociaciones. Abbone, sin embargo, confiesa que la abadía alberga a algunos antiguos monjes franciscanos —incluido Remigio, el cillerero— que pueden haberse asociado con fray Dulcino, líder de un movimiento religioso popular, y sus seguidores, los "seudoapóstoles". Si los hombres del Papa se enteran de esto, el abad teme que puedan acusar a alguien como Remigio de los asesinatos y asociar la legítima doctrina de los franciscanos con estas peligrosas herejías. Guillermo acusa a Abbone de mezclar movimientos religiosos muy diferentes, pero aquel sostiene que no hay diferencia entre los herejes, porque los herejes son todos “los que ponen en peligro el orden que gobierna al pueblo de Dios” (157). Mientras, Adso piensa que está muy confundido con esa complicada trama de lealtades y acusaciones de herejía. Desearía que su padre no lo hubiera enviado al mundo, porque ahora está abrumado con tantas cosas que aprende.
Luego de una siesta, Guillermo y Adso conversan en el jardín con Alinardo da Grottaferrata, el monje más antiguo de la abadía, quien les dice que pueden entrar en la biblioteca —que él llama "laberinto"— a través de una entrada secreta en el osario que está en la capilla. Predice que el Apocalipsis está cerca, y que las muertes de Adelmo y Venancio fueron el sonido de trompetas previo al Juicio Final.
Guillermo y Adso atraviesan el osario y entran en el Edificio siguiendo las instrucciones de Alinardo: deben presionar los ojos de la cuarta calavera. De pronto oyen sonidos que sugieren que ya hay alguien dentro. En el scriptorium, encuentran unas notas en el escritorio de Venancio escritas en griego y en un lenguaje zodiacal que solo se revela cuando accidentalmente la exponen al calor de una llama: Guillermo cree que puede descifrar el código, si se le da tiempo, porque adquirió algunos conocimientos sobre esos códigos en libros árabes. Mientras están distraídos observando el hallazgo, alguien roba abruptamente un libro del escritorio de Venancio y se lleva también las gafas de Guillermo. Adso persigue al ladrón, pero se le escapa.
Guillermo y Adso deciden seguir subiendo por la biblioteca. Llegan entonces a una sala con siete paredes y estanterías etiquetadas con información del catálogo. Sobre el arco de una de las puertas leen una inscripción que dice "Apocalypsis Iesu Christi". Pasan a otras salas contiguas, que llevan otras inscripciones distintas, y que son similares a la anterior, excepto por su tamaño: son rectangulares, mientras que la primera sala era heptagonal. Así, cada torre de la biblioteca parece estar formada por cinco salas cuadrangulares con una ventana cada una, que rodean una única sala heptagonal sin ventanas. Sin embargo, Guillermo y Adso se pierden rápidamente: no logran orientarse por las frases que hay sobre los arcos, porque las palabras se repiten. Por ejemplo, encuentran otra sala etiquetada también como "Apocalypsis Iesu Christi".
Pronto encuentran un nuevo obstáculo, al llegar a una habitación con un espejo que refleja imágenes distorsionadas. Al principio, Adso se asusta de su propio reflejo y cree ver a una criatura monstruosa. La inscripción en el arco de esta habitación reza "Super thronos viginti quatuor" ("Los veinticuatro ancianos en sus asientos"). Tras una inspección más detallada, Guillermo y Adso ven que los libros de la habitación son árabes. Guillermo adivina que están en otra torre, pero no pueden encontrar la sala heptagonal del centro.
A continuación, ven el resplandor de una vela en otra habitación y Adso se arma de valor y va a investigar, pero es interrumpido cuando tiene una visión de Berengario y el Apocalipsis, y se desmaya. Guillermo lo encuentra y concluye que alguien ha colocado en la biblioteca hierbas peligrosas que inducen a visiones terroríficas para alejar a los intrusos. Sospecha que los constructores de la biblioteca también colocaron rendijas en las paredes para que el viento hiciera ruidos fantasmales, asustando aún más a los visitantes indeseados. Luego de este susto, ambos deciden abandonar la biblioteca y regresar de día, pero pasan horas intentando volver sobre sus pasos antes de encontrar la salida. Al regresar a la planta baja, Abbone les reprocha que los ha estado buscando. Le dice a Guillermo que una nueva desgracia ha golpeado la abadía: Berengario ha desaparecido.
Análisis
Este día se inicia con un nuevo suceso de violencia, que además aporta pruebas confusas para Guillermo y Adso. El hecho de que Venancio aparezca en un barril de sangre de cerdo no solo es macabro, sino también sugiere la posibilidad de que, con ello, el asesino busque transmitir algún mensaje simbólico.
Por otra parte, Guillermo confirmará rápidamente algunas de sus sospechas gracias a la confesión que le hace Bencio. Luego de su interrogatorio a Berengario, Guillermo ya había arrojado la hipótesis de que Adelmo y Berengario se sentían muy culpables por algo, algo que había agobiado a Adelmo lo suficiente como para que se suicidara. Luego Aymaro sugiere, a modo de chisme, que Berengario y Adelmo mantenían una relación sexual. La revelación de este hecho añade una nueva serie de posibles sospechosos y motivos en los asesinatos. Luego, Bencio viene a confirmarlo. En principio, Guillermo comprende que la confesión de Bencio surge de su desesperado interés por evitar que él y Adso logren acceder al escritorio de Venancio. En efecto, muchos de los monjes —incluyendo Berengario y Malaquías— se acercan a ellos para distraerlos de su investigación en el scriptorium, con lo cual se pone en evidencia que hay allí información sensible que no quieren que salga a la luz. En este sentido, Bencio se acerca a Guillermo para hablar y termina contándole el secreto de Adelmo: le confirma que Berengario extorsionó a Adelmo para que tuviera con él un encuentro sexual a cambio de permitirle el acceso a un libro prohibido. Si bien no es el comportamiento que se esperaría encontrar en una abadía, Guillermo sabe desde el comienzo que las cosas nunca son simplemente lo que parecen y se permite dudar. Asimismo, Bencio confirma que Venancio también iba en busca del libro prohibido cuando fue asesinado. Sin embargo, el trabajo de interpretación de Guillermo debe continuar, pues la razón que conecta todas estas muertes sigue siendo esquiva.
Resulta significativo que en el motor que lleva a Adelmo a pecar vemos nuevamente la importancia del saber y de los libros en la novela. En efecto, Bencio también habla de la conversación que días atrás hubo en el scriptorium entre él, Venancio, Adelmo, Berengario, Malaquías y Jorge sobre la risa, y recuerda que Venancio mencionó unos libros, lo cual hizo enojar mucho a Jorge. Guillermo le pregunta cuáles eran esos libros y Bencio se sorprende de la pregunta. Entonces Guillermo le dice: “Importa mucho, porque estamos tratando de comprender algo que ha sucedido entre hombres que viven entre los libros, con los libros, de los libros…”, y en seguida Bencio le responde: “Es cierto (...) vivimos para los libros” (116).
La reconstrucción de esta escena en el scriptorium presenta varias preguntas. ¿Por qué Jorge y Malaquías se enojan cuando Bencio menciona a Aristóteles y cuando Berengario hace un chiste sobre los africanos? ¿Por qué Venancio y Adelmo están tan desesperados por pedirle a Berengario el libro etiquetado como “finis Africae”? Guillermo y Adso aún no conocen las respuestas, pero queda en claro que Jorge y Malaquías intentan vedar el acceso al “finis Africae”.
En el diálogo que mantienen Guillermo y Jorge respecto de la risa se revelan las actitudes opuestas que ambos mantienen respecto de la verdad, la autoridad y el juicio. Jorge cree que la verdad de Dios ya es conocida y, por lo tanto, nunca hay razón para dudar: siempre se puede recurrir a una autoridad erudita en cualquier caso ambiguo. Para Guillermo, sin embargo, es moral e intelectualmente correcto dudar. Siempre es escéptico a la hora de emitir juicios, y ve la duda como una parte necesaria de la fe. La afirmación de Guillermo respecto de que Dios exige que apliquemos la razón en casos de ambigüedad en las escrituras demuestra su énfasis en el pensamiento racional como una propiedad esencial de lo que implica ser un humano. El afán de conocimiento de Guillermo, que algunos de los monjes califican de vanidad intelectual, lo diferencia notablemente de Jorge, que cree que el conocimiento debe ser controlado y contenido.
Por otro lado, este capítulo echa luces sobre el conflicto político-religioso que enmarca los acontecimientos narrados. En principio, se evidencia que hay varios personajes que podrían ser calificados como “herejes”, como Salvatore y Remigio, dado que se confirma que en días previos fueron seguidores de algún movimiento herético, pero han encontrado en la abadía un refugio. Respecto de la herejía, también se extiende la discusión entre Guillermo y Abbone, en la que el primero le reprocha al segundo confundir distintas órdenes y tratar a todos de herejes, sin reparar en las diferencias: “¡No es lo mismo! No podéis medir con el mismo rasero a los franciscanos del capítulo de Perusa y a cualquier banda de herejes que ha entendido mal el mensaje del evangelio convirtiendo la lucha contra las riquezas en una serie de venganzas privadas o locuras sanguinarias” (153). Abbone, por su parte, al afirmar que no hay diferencia entre los herejes, emite un juicio generalizador, agrupando una amplia gama de movimientos religiosos populares. Esto se debe a que, para él, la herejía es un fenómeno político. En su opinión, un "hereje" es cualquiera que amenace con alterar el orden social y la ortodoxia religiosa imperantes. Esto sugiere que los herejes son perseguidos porque representan una amenaza para el poder de la iglesia y el orden de la sociedad.
Por su parte, Adso comienza a hacerse una idea más clara de la postura que tiene la abadía sobre la pobreza cuando Abbone revela el tesoro que la abadía ha acumulado a lo largo de los años. Al igual que cualquier otro asunto de debate religioso en el libro, este ha sido eclipsado por el dinero y la política, y es menos una cuestión ética que un tema de poder y control.
Por otro lado, el lector aprende más sobre la misión de Guillermo en la abadía como mediador entre los franciscanos y los emisarios papales. Abbone le cuenta que los enviados del Papa traen un ejército a la cumbre, lo que sugiere que están previendo la defensa militar, por si se produce algún enfrentamiento violento. Esto demuestra la contundencia política de los debates sobre la pobreza. Al principio, esto parecía un mero desacuerdo teológico, pero ahora se evidencia un entramado político mucho más peligroso. Dado que la religión y la política están tan profundamente entrelazadas, el debate teológico amenaza con volverse rápidamente violento.
Otro suceso de relevancia que se da en este capítulo es el ingreso a escondidas de Guillermo y Adso a la biblioteca. Ambos se pierden rápidamente porque no entienden la disposición de la biblioteca ni sus signos. Las frases de los arcos de las puertas pertenecen al Apocalipsis de Juan, un texto con el que tanto Guillermo como Adso están familiarizados. Si bien distinguen su origen, no logran interpretarlas fácilmente en ese contexto, y no está claro qué lógica hay detrás de su disposición. Esto demuestra la necesidad del contexto para interpretar cualquier conjunto de signos. Tampoco son capaces de entender la lógica de la disposición de salas. El hecho de que la habitación del espejo distorsionador no conduzca a ninguna sala heptagonal sugiere que puede haber alguna habitación secreta o bloqueada. Guillermo y Adso no comprenden aún el significado de estos detalles: la biblioteca solo presenta pistas y señales confusas.
Por último, es importante que Guillermo pierda sus gafas en este capítulo a manos de un ladrón secreto que los sigue mientras ellos ingresan a la biblioteca. Las gafas se han asociado previamente con el conocimiento, el aprendizaje y el progreso. Ahora, Guillermo se ve privado de una herramienta fundamental que le ayuda a aprender y comprender el mundo. Sin sus anteojos, no puede siquiera leer las notas de Venancio que acaba a descubrir. El robo demuestra así la determinación de algunos de los monjes de obstruir la investigación de Guillermo e impedir que la gente tenga acceso a los libros de la biblioteca. Una biblioteca suele considerarse un lugar que celebra el conocimiento, pero, en este caso, alguien se desvive por asegurar que el conocimiento siga siendo inaccesible.