Resumen
El finis Africae tiene una forma similar a las otras tres salas heptagonales del interior de las torres. Jorge los espera en la sala, sentado ante una mesa cubierta de papeles y, al ver a Guillermo, le dice que ha estado esperando su llegada. Guillermo le pide que abra la entrada en el pasadizo secreto y salve al abad, pero Jorge dice que ha cortado la cuerda que abre el pasadizo, y que probablemente Abbone ya se ha asfixiado.
Jorge explica que mató al abad porque este le había pedido —presionado por la facción italiana— que abriera el finis Africae y revelara el libro prohibido y, con él, los misterios de la biblioteca. Jorge fingió estar de acuerdo y dijo que iría al cuarto secreto y pondría fin a su vida, tal como había hecho con los demás monjes, para no comprometer la reputación de la abadía. A su vez, le explicó a Abbone cómo entrar al finis Africae por el pasillo secreto, fingiendo darle así el control de la biblioteca. Pero el plan era engañar a Abbone y matarlo.
Guillermo presenta su hipótesis de que ha sido Jorge, y no el bibliotecario, el verdadero poder en la biblioteca durante los últimos cuarenta años. Él dirigía a Roberto da Bobbio y a Malaquías. Como este último no sabía leer griego ni árabe, dependía totalmente de Jorge, quien era el único capaz de leer todos los libros y entendía el funcionamiento de la biblioteca. Alinardo lo sabía y trató de acusar a los extranjeros de dirigir la abadía, dado que Jorge es español, pero nadie le hizo caso.
Entonces Jorge explica que siempre supo que Guillermo descubriría el misterio, en virtud de su sed de conocimiento y por la forma en que lo había impulsado a debatir sobre un tema que él no quería tratar. Supo que Guillermo estaba tras su pista cuando descubrió que había estado visitando la biblioteca de noche, y cuando Severino le habló de un libro extraño.
A continuación, Jorge explica cómo orquestó los asesinatos. Robó el veneno mortal de la enfermería y con él envenenó las páginas del libro que mató a Venancio, Berengario y Malaquías. Convenció a Malaquías de que asesinara a Severino, alegando que Berengario había intimado sexualmente con él a cambio del libro prohibido del finis Africae; como Malaquías estaba enamorado de Berengario, mató a Severino por celos. Malaquías, por su parte, no sabía nada del finis Africae. Él era quien se encargaba de colocar las hierbas en la biblioteca para espantar a los curiosos. Por eso Severino lo había dejado entrar en el hospital, porque era su visita diaria para recoger hierbas. Jorge le había ordenado a Malaquías que trajera el libro a toda costa, diciéndole que no lo abriera, pues tenía el poder de mil escorpiones. Pero por primera vez, se lamenta Jorge, Malaquías desobedeció sus órdenes e intentó leer el libro, con lo cual murió envenenado.
Jorge le pregunta a Guillermo qué quiere como recompensa por su persistencia e inteligencia. Guillermo exige ver el volumen que contiene la Coena Cipriana. Revela entonces lo que ha adivinado: el último texto que reúne este volumen, el manuscrito griego, se trata de la única copia que se conserva del segundo libro perdido de la Poética de Aristóteles. Guillermo conjetura que Jorge encontró y trajo este libro de una misión a León y Castilla, porque el manuscrito griego está escrito en papel de lino —una tecnología rara fabricada cerca de Silos, en Burgos, donde nació Jorge—. Jorge leyó el libro y lo llevó a la abadía para esconderlo, porque, dice Guillermo, hombres como Jorge no destruyen un libro sino que lo guardan, asegurándose de que nadie lo toque. Jorge admite que todo esto es cierto, y le da a Guillermo el libro como premio.
Guillermo se pone los guantes antes de abrir el libro. Ve que contiene varios textos sobre el tema de la comedia: un manuscrito árabe sobre los dichos de algún loco, un manuscrito sirio sobre la alquimia y un resumen latino de la Coena. Jorge desprecia los tres textos, diciendo que nadie prestaría atención a los desvaríos de un alquimista africano. Es el último y cuarto texto el que Jorge encuentra más peligroso: como predijo Guillermo, se trata de una copia griega del segundo libro perdido de la Poética de Aristóteles, que trata de la comedia y de los fines útiles de la risa. El texto comienza afirmando que solo entre los animales el hombre es capaz de reír y que, al inspirar el placer de lo ridículo, la risa produce catarsis.
Mientras Guillermo hojea el texto, ve que algunas de las páginas están pegadas y que, por tanto, tendría que humedecer sus dedos con la lengua para separar una página de la siguiente. Así fue como murió Venancio: entró en el finis Africae y encontró el libro prohibido. Al leerlo, ingirió el veneno. Bajó a la cocina buscando un vaso de agua y allí murió. Berengario encontró el cuerpo de Venancio, pero no supo qué hacer, temiendo que hubiera una investigación, ya que, después de todo, Venancio había entrado en el finis Africae después de mostrar el libro a Adelmo. Por eso arrojó el cuerpo a la cuba de sangre de cerdo, esperando que todos se convencieran de que Venancio se había ahogado, y luego limpió sus manos ensangrentadas en el paño que dejó en su celda la noche siguiente. Luego Berengario fue a la enfermería para leer el libro él mismo, pero murió poco después por el mismo veneno. Después, Malaquías mató a Severino, y murió tras intentar leer el libro que Jorge parecía tan empeñado en suprimir.
Guillermo tiene ahora una explicación para todas las muertes, y dice que es un tonto por pensar que los asesinatos seguían la secuencia de las siete trompetas del Libro del Apocalipsis. Jorge explica que le dijo a Malaquías que el libro tenía el poder de "mil escorpiones" —una de las siete trompetas del Apocalipsis— justamente porque se enteró de que Guillermo encontraba esa teoría persuasiva.
Guillermo señala que es irónico que, aunque el patrón apocalíptico era falso, le permitió encontrar la verdad y descubrir al asesino. Recuerda que un día escuchó a Alinardo delirar sobre un “enemigo” que había sido enviado a buscar libros en Silos y que había regresado prematuramente “al reino de las tinieblas” (482), con lo cual Guillermo se dio cuenta de que Alinardo se refería a Jorge, que había vuelto a España para adquirir libros para la biblioteca y que se quedó ciego a una edad temprana. Las adquisiciones de Jorge incluían varios libros del Apocalipsis junto con el libro griego en papel de lino, que resultó contener la copia de la Poética de Aristóteles.
Jorge sigue insistiendo en que el modelo apocalíptico es verdadero, pero Guillermo replica que convenciéndose de que esta historia ha procedido según un plan divino busca ocultarse a sí mismo el hecho de que es un asesino. Jorge afirma que no ha matado a nadie y que solo ha sido el instrumento de Dios. Dice también que aún no ha decidido si matar o no a Guillermo.
Jorge pregunta cómo adivinó Guillermo que el libro prohibido contenía el segundo libro de la Poética, y aquel explica que reconoció algunas de las frases aparentemente sin sentido de las notas de Venancio como frases del primer libro de la Poética. Finalmente, reconstruyó este libro perdido leyendo otros libros. De este modo, pudo adivinar el argumento de Aristóteles con gran precisión: la comedia es una alegre celebración que no habla de los famosos y poderosos, sino de los simples y los viles. La risa es una fuerza para el bien porque tiene un valor instructivo: al mostrar una visión exagerada y ridícula del mundo, la comedia sugiere algunas verdades que la gente podría no haber notado antes.
Guillermo admira el ingenio de Jorge para esparcir el veneno en el libro prohibido estando ciego, y para idear una forma tan sutil e indetectable de matar. Las víctimas se envenenaban solo cuando estaban solas y si intentaban leer el libro. A Adso le molesta la admiración mutua entre Jorge y Guillermo, y la califica de seducción, como si cada uno hubiera actuado para impresionar al otro.
Guillermo pregunta por qué Jorge decidió suprimir este libro en particular, cuando hay muchos otros libros que hablan de la comedia y alaban la risa. Jorge explica que cree que la Poética es peligrosa porque Aristóteles es respetado por los hombres cultos, que han aceptado lo que Jorge ve como algo impío: su interés por la ciencia y los asuntos terrenales, en lugar de las cosas celestiales. A pesar de que el Libro del Génesis dice todo lo que hay que saber sobre la organización del cosmos, Aristóteles volvió a concebir el universo en términos de materia opaca y viscosa con su teoría de los átomos. Aristóteles trastocó la imagen del mundo, y Jorge buscaba impedir que, con su libro, lograra trastocar la imagen de Dios.
Entonces Guillermo señala que no se puede eliminar la risa suprimiendo este único libro. Jorge argumenta que la risa en su forma actual se considera algo inferior, propio de la gente sencilla. En el libro de Aristóteles, sin embargo, se invierte la función de la risa: se la eleva a arte y se la convierte en tema de filosofía. Los simples son fácilmente seducidos por las herejías, pero esas revueltas se agotan rápidamente, como un carnaval, y son fácilmente reprimidas por la iglesia. Sin embargo, este libro es mucho más destructivo que esas revueltas momentáneas, porque podría enseñar que liberarse del miedo al diablo es un acto de sabiduría.
La risa distrae del miedo, afirma Jorge, y el miedo a Dios es la única ley verdadera que existe. Si viviéramos sin miedo el resultado sería la anarquía, y la convicción sería sustituida por la burla. Jorge asegura que en un mundo así, incluso Guillermo, con toda su erudición, sería arrastrado. Pero Guillermo sugiere que ese sería un mundo mejor, en el que la gente podría intercambiar ideas más libremente. Jorge argumenta lo contrario: si el arte de la burla se hiciera aceptable, la iglesia ya no tendría armas para combatir la blasfemia y el ateísmo. Entonces Guillermo le dice a Jorge que es el diablo, porque el diablo es la arrogancia y la verdad que no deja entrar a la duda. Le reprocha que su celo por la verdad lo ha vuelto un ser monstruoso, y que es evidente que para él decir la verdad significa solamente repetir como un autómata palabras escritas hace mucho tiempo.
Jorge replica que es Guillermo el diablo, porque proviene de la orden franciscana, la cual exhibe una actitud moral laxa y una relación demasiado estrecha con los pobres. La Poética de Aristóteles quiere enseñar que la voz de los simples es un vehículo de sabiduría, cuando en realidad hay que evitar que los simples hablen. Guillermo replica que, al contrario, Dios creó todo, incluso las mentiras y los monstruos, y quiere que se hable de todo. Pero entonces, se pregunta Jorge, ¿por qué Dios conservó solo un ejemplar de este libro y permitió que cayera en manos de alguien que no habla griego y que ahora yace abandonado en el secreto de una antigua biblioteca? Para Jorge, esto es una prueba de que la voluntad de Dios estaba actuando: él no quiere que este libro sea leído.
Guillermo le dice a Jorge que se acabó, porque ha descubierto el secreto, pero Jorge comienza a comerse las páginas envenenadas del libro prohibido y, por primera vez, se ríe. Guillermo se abalanza sobre él, pero tropieza con su hábito. Jorge apaga las luces, diciendo que ahora es él quien ve mejor, y escapa por fin del finis Africae en la oscuridad. Guillermo y Adso se dan cuenta rápidamente de que está cerrando la puerta del espejo, y que una vez que los encierre no podrán escapar, porque no conocen el mecanismo para abrir la puerta. Logran escapar de la habitación justo a tiempo, pero siguen sumidos en la oscuridad. Adso recuerda que tiene un eslabón, y lo utiliza para encender una lámpara.
Guillermo y Adso persiguen a Jorge con la esperanza de atraparlo antes de que se devore todo el libro de Aristóteles. Finalmente lo encuentran en la sala de Yspania. En el forcejeo que se produce, Jorge derriba una lámpara, que cae sobre una pila de libros en el suelo y los prende fuego inmediatamente. Las ráfagas de viento destinadas a asustar a los intrusos avivan las llamas. Adso intenta utilizar su hábito para apagar el fuego, pero el fuego consume la prenda y se vuelve más feroz. Jorge arroja el Aristóteles a las llamas, quemando lo que queda del único ejemplar del segundo libro perdido de la Poética. Guillermo empuja a Jorge contra una estantería, dejándolo inconsciente, y luego se dedica a apagar el fuego arrojando algunos libros sobre las llamas. Pero de nada sirve: el fuego se propaga y alcanza los rollos de pergamino que Malaquías había dejado en la habitación.
Guillermo y Adso deciden que la habitación está perdida y bajan a la cocina para dar la alarma y pedir agua. Adso corre al campanario y tira de las cuerdas de las campanas hasta que le sangran las manos. Los demás monjes comienzan a salir, y Adso señala el Edificio, donde el fuego se ha extendido a varias otras habitaciones. Al principio, los monjes no entienden lo que está pasando. Están tan acostumbrados a considerar la biblioteca como un lugar sagrado e inaccesible que no se les ocurre que pueda estar sujeta a peligros mundanos como un incendio.
Nicola comienza a ordenar a monjes y sirvientes que busquen agua y recipientes de cualquier tipo. Confundidos, no lo obedecen y buscan las órdenes del abad, pero este ya debe estar muerto. Guillermo sale de la cocina llevando una pequeña olla de agua, pero se larga a llorar diciendo que la biblioteca ya está perdida. Los monjes logran llevar grandes cantidades de agua, pero no saben cómo subir al scriptorium. Cuando les dan indicaciones, ya no es posible entrar en la biblioteca. Bencio grita desesperado y se sumerge en el humo. Adso no vuelve a verlo, y supone que probablemente falleció quemado en la biblioteca.
Como la biblioteca tiene tan pocas entradas, los monjes no llegan a acercar suficiente agua y el fuego se extiende rápidamente. Llega hasta la iglesia, los graneros y establos, y de pronto no hay más agua para intentar apagar el fuego. Alinardo es pisoteado por Brunello, uno de los caballos que se ha prendido fuego. Los caballos, aterrorizados, extienden el fuego a los restantes edificios del recinto. Los monjes huyen, confundidos. Adso encuentra a Guillermo cerca del claustro, y ve que ha salvado las mochilas de viaje de ambos.
Renunciando a cualquier posibilidad de salvar la abadía, Adso y Guillermo observan cómo arde. Guillermo se lamenta, diciendo que era la mayor biblioteca de la cristiandad, y que esa noche han visto el rostro del Anticristo en el celo inflexible de Jorge por la verdad. Advierte entonces a Adso que tema a aquellos que están dispuestos a morir por la verdad. Jorge destruyó todo lo que apreciaba porque era demasiado inflexible para considerar formas alternativas de ver el mundo. Por eso, asegura Guillermo, la única verdad reside en aprender a liberarse del afán insano por la verdad. Adso intenta consolar a Guillermo, diciendo que al final encontró la verdad y desenmascaró a Jorge. Guillermo admite que él nunca dudó de los signos, pero no comprendió la relación entre ellos. Explica con amargura que su investigación fracasó, porque buscaba un patrón que no existía, y todos los asesinatos fueron cometidos por una persona diferente, o por nadie en absoluto. Él perseguía una apariencia de orden, cuando debería haber sabido que no hay orden en el universo.
Adso intenta de nuevo ayudar, diciendo que incluso buscando un orden falso, su maestro encontró algo de verdad. Guillermo compara la búsqueda de la verdad con una escalera que se construye para llegar hasta algo, pero que hay que arrojar cuando evidenciamos que es inútil. El hombre debe aceptar que no puede existir un orden en el universo, porque ofendería la libre voluntad de Dios y su omnipotencia. Entonces Adso se atreve a arrojar una conclusión teológica: ¿qué diferencia habría así entre Dios y el caos? Afirmar la omnipotencia de Dios y a la vez la total falta de un orden, ¿no implicaría demostrar que Dios no existe? Guillermo dice que un hombre sabio no podría ya seguir comunicando su saber si respondiera afirmativamente a esa respuesta, y Adso le pregunta si eso se debe a que ya no habría saber posible si el criterio mismo de verdad faltase, o a que nadie le permitiría hablar si niega la existencia de Dios. El derrumbe de un techo cercano le impide a Guillermo responder a esa pregunta.
Análisis
En este capítulo se revela por fin quién es el asesino. El hecho de que sea ciego evidencia la aguda inteligencia de Jorge y su capacidad de percepción, que trasciende la vista. Jorge ha conseguido mantener este secreto durante años, incluso ante los numerosos intentos de los demás monjes por sacar a la luz ese conocimiento prohibido. Asimismo, se evidencia que Abbone, cegado por su obsesión por proteger la reputación de la abadía, prefirió resolver el asunto de manera privada, dejándose engañar por el asesino.
Se revela aquí que la letra misteriosa de los registros del catálogo de la biblioteca pertenece a Jorge, que si bien no ha sido oficialmente bibliotecario, ha ejercido el control de la abadía a través de los últimos que ejercieron ese rol: “Durante cuarenta años has sido el amo de esta abadía” (476), le dice Guillermo. Como Malaquías no podía leer muchos libros por desconocer el griego, dependía de Jorge para tomar decisiones. De esta manera, se revela nuevamente que el saber es poder. Es a través de su erudición que Jorge ha logrado controlar la abadía. Guillermo identifica que Alinardo había intentado revelar esa verdad, pero nadie le prestó atención, por ser muy viejo; las señales que apuntaban a Jorge habían estado a la vista todo el tiempo, pero él no las supo interpretar a tiempo.
Jorge respeta a Guillermo porque es muy persistente en su curiosidad de saber, y no deja de presionar a Jorge para que entre en debates y temas que no quiere mencionar, como la risa. Dice que eso le dio la certeza de que Guillermo llegaría a descubrir los misterios que él ocultaba. Por eso, cuando se entera de que Guillermo considera persuasiva la idea de un patrón apocalíptico, el ciego se encarga de alimentar esta hipótesis, para confundir al maestro. Guillermo se lamenta de haberse desorientado con esa hipótesis y, sin embargo, señala que, irónicamente, esa pista falsa fue la que lo ayudó finalmente a reconocer al culpable y acceder a la verdad.
Por otro lado, Jorge intenta reforzar la idea de que hubo efectivamente una intervención divina que ayudó a que se sucedieran las muertes en la abadía. Señala entonces que él no asesinó a nadie: “Cada uno ha caído siguiendo su destino de pecador. Yo solo he sido un instrumento” (482). Pero Guillermo lo inculpa: “Tratas de convencerte de que toda esta historia se ajusta a un plan divino, para no tener que verte como un asesino” (482). Como Jorge nunca ha matado a nadie con sus propias manos, piensa que los asesinatos siguieron un plan divino, lo cual evidencia su hipocresía y su capacidad de autoengaño.
En este encuentro entre Jorge y Guillermo se evidencia el valor que ambos eruditos le dan al libro como objeto de saber. Guillermo sabe que un bibliotecario como Jorge no destruiría jamás un libro, sino que lo ocultaría para que nadie pudiera acceder a él. Pues a pesar de su desprecio por la risa y por las ideas de Aristóteles, Jorge reconoce la importancia de los libros y de la conservación de la biblioteca. De hecho, su exagerado celo por protegerla es la que lo lleva a ocultar sus secretos del resto de los monjes y del común de las personas. Jorge concibe que los libros y el saber que ellos contienen suponen un peligro, y por eso se dedica a mantener la biblioteca cerrada. Así, se vuelve simbólico que Venancio, Berengario y Malaquías mueran por leer el libro prohibido; la estrategia de Jorge de envenenar sus páginas representa el peligro que el ciego le atribuye a esa lectura. Por otro lado, los comentarios de desprecio que el ciego hace respecto de los tres textos que anteceden al manuscrito griego exhiben su actitud crítica, estigmatizante, hacia las culturas no occidentales. Con soberbia, asume que nadie en la Europa cristiana se molestaría en interesarse por esos materiales: “¿Quién prestaría oídos a los delirios de un alquimista africano?” (479).
Por su parte, sabemos ya la importancia que da Guillermo a los libros, pero con distintas implicancias. En primer lugar, Guillermo se muestra más tolerante y abierto respecto de obras de autores africanos, y lo demuestra cuando conoce la sala “Leones” de la biblioteca y admite que allí hay obras importantes sobre ciencia. Pero además, Guillermo critica la postura que oculta los libros y una biblioteca tan rica, pues concibe que los libros solo son útiles si pueden ser leídos, con lo cual un libro sin lectores podría ni existir. Por otra parte, aquí Guillermo reproduce una idea que recorre toda la novela: la de que es posible reconstruir un libro a partir de la lectura de otros libros, dando cuenta así de la evidente intertextualidad entre ellos. Guillermo pudo reconstruir el libro perdido a partir de las notas que Venancio tomó de él y a partir de referencias a Aristóteles en otros textos leídos. Así, argumenta, es como pudo adivinar cuáles serían los contenidos del libro perdido de Aristóteles sobre la comedia, aun sin haberlo leído nunca: “Poco a poco fue dibujándose en mi mente este segundo libro, tal como habría debido ser. Podría contártelo casi todo, sin tener que leer las páginas envenenadas” (483). De esta manera, Eco parece sugerir que un libro no puede estar nunca verdaderamente oculto, pues puede rastreárselo en otros libros.
El afán de Jorge por ocultar el libro y, en definitiva, la raíz de los crímenes que desencadena, se sostienen sobre la base del miedo que le da que el libro de Aristóteles sea leído y tomado como una verdad. A su juicio, la filosofía materialista de Aristóteles pone a la ciencia en el lugar que correspondería a la religión, y viene a trastocar saberes que, según Jorge, ya están cerrados: “Cada libro escrito por ese hombre ha destruido una parte del saber que la cristiandad había acumulado a lo largo de los siglos” (484). Se exhibe así la rigidez y la intolerancia de Jorge, incapaz de pensar en nuevas alternativas y conocimientos que alteren y cuestionen su visión del mundo: “Cada palabra del Filósofo, por la que ya juran hasta los santos y los pontífices, ha trastocado la imagen del mundo. Pero aún no había llegado a trastocar la imagen de Dios. Si este libro llegara… si hubiera llegado a ser objeto de pública interpretación, habríamos dado ese último paso” (485). Es evidente que Aristóteles constituye, para el ciego, una amenaza a su idea sobre el mundo y a la autoridad de la Iglesia.
Aún más, Jorge cree que si la risa dejara de ser materia de los simples y pasara a la órbita de los eruditos, eso podría alterar para siempre el orden de la sociedad. Jorge piensa que la risa es peligrosa por sus efectos sociales subversivos, pues permitiría deshacerse del miedo, el cual, para el viejo, es justamente la herramienta coercitiva con la que puede mantenerse a la gente controlada, dominada: “... la ley se impone a través del miedo, cuyo verdadero nombre es temor de Dios (...) ¿Y qué seríamos nosotros, criaturas pecadoras, sin el miedo, tal vez el más propicio y afectuoso de los dones divinos?” (486). La risa, según Jorge, animaría a la gente a burlarse de la autoridad; sorteado el miedo, que mantiene la estabilidad social y religiosa, la risa llevaría a la sociedad a su perdición.
Para Guillermo, en cambio, un mundo radicalmente transformado sería algo bueno. Donde Jorge ve un peligro de anarquía, en el que la Iglesia perdería poder sobre el pueblo, Guillermo ve el potencial de una sociedad más abierta y libre. En este sentido, ambos eruditos se oponen diametralmente, al punto de que ambos se acusan mutuamente de ser diabólicos. Mientras que Jorge le dice a Guillermo que es peor que el diablo por defender ideas subversivas, Guillermo le reprocha lo contrario: “Eres el diablo (...), [El] diablo es la arrogancia del espíritu, la fe sin sonrisa, la verdad jamás tocada por la duda” (489). Lo diabólico que Guillermo ve en Jorge es su resistencia al cambio, su soberbia, que le impide dudar de sí mismo, y su ceguera en repetir como un tonto “todo lo que aprendió hace mucho tiempo” (489), es decir, aferrarse a conocimientos viejos que, para el maestro, pueden ser mejorados o reemplazados por nuevos saberes.
Además, ambos hombres difieren en el trato que tienen hacia los pobres y los simples: mientras Guillermo, como franciscano, se solidariza con ellos, Jorge cree que a los simples no se les debe permitir hablar ni creer que pueden ser portadores de algún saber. Ante la persistencia de Jorge de identificarse con la voluntad divina, Guillermo le responde: “La mano de dios crea, no esconde” (490). De esta manera, Guillermo termina por condensar la idea que lo atormentó desde su llegada a la abadía y la problemática central de toda la novela: la disputa en torno al ocultamiento de saberes. El maestro de Adso refuta a Jorge sosteniendo que Dios mismo creó a los monstruos y, lejos de ocultarlos, quiere que se hable de todo.
Jorge es inflexible hasta el final y en lugar de permitir que Guillermo se lleve el libro y lo haga público, prefiere morir ingiriendo él mismo las páginas envenenadas. Paradójicamente, mientras se burla de la incapacidad de Guillermo de ver en la oscuridad, ríe por primera vez. Esa risa muestra, una vez más, su hipocresía, al evidenciar que la risa sí es humana. Asimismo, resulta un giro irónico que en el afán por proteger los saberes cristianos, eliminando la amenaza de Aristóteles, termina por prender fuego accidentalmente toda la biblioteca y echando a perder casi todo el acervo de conocimiento que había allí. Incluso el mecanismo de viento con que los arquitectos habían querido proteger la biblioteca de los curiosos termina por avivar el fuego y acelerar su destrucción. Con ello, se confirma la predicción que había esbozado Guillermo, cuando aseguraba que el secreto de la biblioteca llevaría a su perdición y a la destrucción de sus libros.
Los monjes tardan en darse cuenta de lo que ocurre, incluso a pesar de las señales de alarma de Adso, pues sin la autoridad del abad se sienten desorientados. Así, la novela parece sugerir una crítica al exceso de autoridad, que impide que la gente pueda pensar por sí misma. Además, la biblioteca ha sido tan bien asegurada que los monjes desconocen cómo entrar para salvarla. El mecanismo de protección de la biblioteca se vuelve así un arma en su contra. El secreto de la biblioteca termina entonces por destruirla a ella misma, así como a muchas vidas de sus monjes y, finalmente, destruye toda la abadía. De este modo, el intento de Jorge y sus seguidores por ocultar el conocimiento de la biblioteca solo podía conducir a la destrucción. Resulta significativo que Bencio (que logró sobrevivir al plan de Jorge gracias a que no intentó leer el libro envenenado) termina eligiendo morir, lanzándose a las llamas de la biblioteca. Así, con su muerte, Bencio se hace eco de la total destrucción física pero también espiritual y moral de la abadía y sus integrantes.
Por último, Guillermo se muestra decepcionado por el modo en que encaró el caso y reconoce su error al intentar conectar todos los signos que se le presentaron según un patrón apocalíptico. Una vez más, en tanto semiólogo, Eco reconoce en la voz de Guillermo el valor de los signos: “Nunca he dudado de la verdad de los signos, Adso, son lo único que tiene el hombre para orientarse en el mundo. Lo que no comprendí fue la relación entre los signos” (503). Pero Guillermo ya no está tan convencido de que la interpretación de los signos ofrezca una forma lineal y válida de entender el mundo. Se reprocha a sí mismo que, al buscar un patrón, pretendió de manera soberbia lograr ordenar el universo: “he perseguido un simulacro de orden, cuando debía saber muy bien que no existe orden en el universo” (503). Adso señala que decir que no hay orden en los signos del universo equivaldría a negar la existencia de Dios. Guillermo responde amargamente que aprobar esa premisa implicaría para el erudito negar entonces toda posibilidad de saber; sin Dios, no habría verdad.