Resumen
Este último segmento de la obra está compuesto por una serie de textos escritos por Arguedas en diferentes momentos. En todos ellos encontramos la voz del autor que se refiere directamente a sus experiencias personales. Se agregan como apéndice de El zorro de arriba y el zorro de abajo a pedido del propio Arguedas.
En primer lugar, encontramos una carta, la más extensa, dirigida a Gonzalo Losada, editor de la obra de Arguedas en Buenos Aires. Está fechada el 29 de agosto de 1969 en Santiago de Chile y corregida el 5 de noviembre del mismo año en Lima. En ella, Arguedas retoma algunas ideas del Último diario: la ficción ha quedado inconclusa, los personajes y escenas que pretendía conectar en la Segunda Parte quedan suspendidos, detenidos. Le cuenta que cayó sobre él un huayco, una gran masa de barro y piedras que se desprende de los Andes. Con esa metáfora expresa su malestar, su depresión, su derrumbe. Sin embargo, cree que la novela no está totalmente trunca sino "contenida". Analiza las formas de hablar de sus cuatro personajes indo-hablantes que se expresan en diversas formas del castellano porque tienen diferentes orígenes y diferentes destinos. Chaucato y Moncada, criollos, también tienen características específicas y se contraponen entre sí: el loco es más libre.
En seguida se dirige a su editor en términos más profesionales. Le dice que si no puede editar la obra en Buenos Aires, que permita la publicación en Perú para que su esposa pueda ganar el dinero correspondiente. Arguedas reconoce que su escritura tiene una "importancia documental" (350). También le pide que produzca una edición popular (es decir, barata) de Todas las sangres y de este relato sobre Chimbote para que los lectores con poco dinero puedan acceder a sus libros. En una nota al pie, aclara que su exesposa tiene los derechos sobre algunas de sus obras. También pide que agreguen a este libro el discurso que pronunció al recibir el Premio Inca Garcilaso de la Vega.
Arguedas cierra esta carta a su editor reconociendo la importancia de sus seres queridos: pide que su viuda Sybila y su amigo Westphalen corrijan el manuscrito de la obra antes de publicarla; dedica su libro a Westphalen y a otro amigo, Máximo Damián Huamani; y le agradece a su psiquiatra, la Dra. Lola Hoffman. La carta tiene dos posdatas: en la primera dice que necesita días o semanas para encontrar el modo de suicidarse; en la segunda, cuenta que ha conseguido un revólver en Chile.
A continuación leemos una carta dirigida al Rector de la Universidad agraria, donde Arguedas ha trabajado como profesor, y a sus estudiantes. Allí explica los motivos de su suicido, que comete en la universidad misma. Esto se debe a que la considera su "Casa de todas las edades" (353), donde ha dedicado todas sus energías a trabajar con interés y devoción por Perú. Asegura que no tiene más energía para trabajar y por eso no tiene sentido seguir viviendo. Por eso no podrá hacerse cargo de una recopilación de la literatura oral quechua planeada previamente y deja a Alejandro Ortiz Recamiere y al Dr. Alfredo Torero a cargo de la tarea. Agradece la generosidad con la que ha sido tratado en la universidad, repite que ha vivido prestando atención a los latidos del Perú y confía en que el conocimiento podrá orientar al pueblo peruano hacia un camino esperanzador. La carta está fechada el 27 de noviembre de 1969, en La Molina. En una breve nota aparte solicita que un estudiante pronuncie algunas palabras en su funeral.
Este epílogo, y toda la obra, se cierran con la reproducción escrita del discurso que Arguedas ha pronunciado al recibir el Premio Incal Garcilaso de la Vega, en Lima en octubre de 1968. El texto se titula "No soy un aculturado". En estas palabras, el autor se reconoce como un individuo quechua moderno, valora la mezcla de diversas culturas para la creación artística y destaca la centralidad del quechua para su percepción del mundo.
Su escritura es un modo de plasmar a través de la lengua su identidad como individuo. Afirma que no es un aculturado, sino un peruano que combina el quechua con el español y que busca convertir esa mezcla en un lenguaje artístico. En su identidad se chocan dos naciones en conflicto, y eso produce confusión y belleza. Antes de concluir señala la importancia de sus lecturas de Mariátegui y Lenin, y cómo la teoría socialista convive con lo mágico en su pensamiento. Cierra el discurso con una enumeración de personalidades y elementos diversos del Perú, como Pachácamac, Huaman Poma, César Vallejo, las festividades indígenas, la costa, la sierra, la flora y la fauna; todos esos elementos son, para Arguedas, arte en sí mismos.
Análisis
El epílogo de la obra está formado por varios textos breves que continúan muchas líneas trazadas desde el comienzo y que atraviesan tanto la ficción como la autobiografía: la lucha entre la vida y la muerte a través de la escritura, el proyecto literario arguediano, la identidad peruana, las relaciones entre el quechua y el español.
Ahora bien, es muy interesante observar que las cartas y notas del epílogo se explican a sí mismas. Son mensajes que Arguedas deja para distintos colegas, seres queridos y estudiantes, y en ellos leemos sus instrucciones para darle forma a El zorro de arriba y el zorro de abajo, que ha quedado incompleta, pero que toma forma al reunir todos esos diferentes segmentos y estas correspondencias.
Por otra parte, Arguedas da cuenta de sus ideas políticas de un modo más explícito en esta parte de la obra. Así, le pide a Gonzalo Losada, su editor en Buenos Aires, que publique ediciones populares (es decir, baratas) de Todas las sangres y El zorro de arriba y el zorro de abajo. Este gesto demuestra dos cuestiones: la valoración del autor por su propia obra y su preferencia por estas novelas; parece resultar especialmente importante que el pueblo peruano pueda acceder a ellas. En ese sentido se destaca la noción de “importancia documental”, es decir de registro histórico que encuentra en su propia escritura. Y también su idea sobre la literatura que, como todos los productos culturales, no debería ser una mercancía. La publicación de libros no debería tener como objetivo obtener ganancias de dinero, de acuerdo con Arguedas.
De todos modos, no pierde la conciencia de que su obra forma parte de un mercado y reconoce los derechos que les corresponden a su exesposa y a su viuda. Es interesante observar cómo él mismo, que se ha peleado con la idea del “escritor profesional”, mantiene una visión clara con respecto a los derechos y la dimensión económica de su obra, inserta en un mercado cultural.
En el plano más estrictamente literario, se destaca la apreciación que comparte sobre el personaje del loco Moncada, a quien ha considerado su “amigo” en entradas del diario. De acuerdo con Arguedas, Moncada es el personaje más libre y es quien puede percibir tanto las esencias como los destinos de los demás. La locura se conecta directamente con la libertad y la creatividad, ya que este personaje es actor, es un creador, que usa las palabras (como predicador) y las vestimentas para producir historias de vida. Podemos observar una identificación del autor con Moncada. Recordemos que dos capítulos enteros de la obra se organizan a través de los recorridos que el loco hace por diferentes zonas de la ciudad.
Finalmente, a pedido del autor, el libro se cierra con su discurso “No soy un aculturado”. De este modo vuelve a enlazar los distintos aspectos de su obra (que a su vez fusiona aspectos de su vida). Este breve texto pronunciado para recibir el premio Inca Garcilaso de la Vega por sus logros literarios concentra el gran programa creativo de Arguedas: el entramado complejo de culturas originarias y extranjeras que dan forma a la identidad peruana y su propia identificación como “quechua moderno”. Este es el programa fundamental que desarrolla en todos sus trabajos, que leemos en El zorro de arriba y el zorro de abajo y que lo caracteriza como escritor e intelectual indigenista latinoamericano.