Resumen
Capítulo 10: Guerra social – Oncativo
Quiroga afianza su poder repartiendo ejecuciones y azotes por todos lados. El terror es su “medio de gobierno, que produce mayores resultados que el patriotismo y la espontaneidad” (p.148). Al mismo tiempo, teme porque está cercado por el ejército unitario, y por eso ordena que los habitantes de la ciudad de La Rioja emigren a Los Llanos.
En la ciudad se queda Severa Villafañe, quien protagoniza un “romance lastimero” o un “cuento de hadas”, como el de una princesa que debe escapar de un gigante espantoso. Severa, que pertenece a una de las primeras familias de La Rioja, resiste, por repugnancia, los intentos violentos de posesión de Quiroga, que una vez “la baña en sangre a bofetadas, la arroja por tierra y con el tacón de la bota le quiebra la cabeza”. Finalmente, la Severa huye a Catamarca y se encierra en un convento (p.149).
Facundo avanza sobre San Juan, impartiendo más azotes y ejecuciones. Él se encarga en persona de sus víctimas, no es como Rosas, que se queda en su gabinete tomando mate mientras manda a la Mazorca a ejecutar sus órdenes. De esta manera, consigue que los sanjuaninos estén prontos a asistirlo con provisiones de armamento.
Luego Quiroga pasa a Mendoza, donde los Aldao ya han dominado a la población gracias al terror que produce el Fraile Félix Aldao con sus matanzas. Quiroga pronto se impone solicitando a los prisioneros mendocinos dinero y armas, y mandando ejecutar a quien no responda a sus pedidos. Sin embargo, a uno que admite no disponer dinero, Quiroga lo libera y le obliga a aceptar su oro. Este y otros actos arbitrarios de generosidad prueban, para Sarmiento, “que aun en los caracteres históricos más negros, hay siempre una chipa de virtud que alumbra por momentos y se oculta” (p.152).
A fines de 1830, un ejército compuesto por reclutados de la Rioja, San Juan, Mendoza y San Luis parte rumbo a Córdoba. El general Paz le propone a Quiroga una alianza pacífica que el caudillo rechaza, por orgullo propio y por influencia de Buenos Aires. En la batalla de Oncativo, Paz vence una vez más con su estrategia militar, atacando por varios flancos a la montonera de Facundo.
Capítulo 11: Guerra social – Chacón
Después del triunfo de Oncativo de 1830, la posibilidad de conseguir la unidad del país se encuentra junto al general Paz en Córdoba. En Buenos Aires, Lavalle no puede contra Rosas, quien tiene cada vez más influencia en la ciudad porteña. La República está dividida en dos fracciones: “una en el interior, que [desea] hacer capital de la Unión a Buenos Aires; otra en Buenos Aires, que [finge] no querer ser capital de la República, a no ser que [abjure] la civilización europea y el orden civil” (p.157).
Lavalle perderá de nuevo en 1840, porque el militar de la Independencia decide tomar el “poncho” en vez de la “silla inglesa”, mientras el gaucho federal toma la “casaca” y combate con la “infantería reglada” y el “cañón” (p.158). Este cambio de roles es lo que explica, para Sarmiento, la derrota de Lavalle contra Rosas.
Facundo no vuelve a La Rioja, como sus oponentes esperaban. Se dirige, en cambio, a Buenos Aires, donde busca asilo y se presenta ante el gobierno de Rosas. Al principio llama la atención su aspecto gaucho, pero luego “desaparece en el torbellino de la gran ciudad” (p.159). Más adelante, en Pavón, se reúne con Rosas y López. Los tres caudillos se miden en destreza jinetera; Rosas triunfa como el “más de a caballo” (p.160). Facundo sigue su camino hasta Mendoza, donde vence al ejército de Videla Castillo en la batalla de Chacón.
Sarmiento se pregunta cuál pudo haber sido el error que permitió que Facundo venciera sobre un ejército bien preparado. El problema consiste, para el escritor, en que se plagió el modelo europeo de iniciar la batalla con cargas de caballería, dejando las tropas de élite atrás. En América, como la batalla campal se da en campo raso y el combate es de corta duración, siempre es mejor iniciarlo con ventaja, mandando al frente a la mejor tropa. Esto no fue así, y por eso Facundo salió victorioso.
Con la derrota de Chacón, el ejército de Córdoba, que estaba a punto de avanzar sobre Buenos Aires, queda flanqueado, y Quiroga se convierte en poseedor de la región de Cuyo y La Rioja. Esto produce un fuerte impacto en el espíritu de la ciudad de Mendoza, que venía creciendo en industria y en educación. Los frutos de su progreso se conservan todavía en quienes emigraron a Chile y en personas como Godoy Cruz, que estimuló el estudio y el cultivo de la morera.
En Mendoza, Facundo continúa con sus “crímenes espantosos” (p.165), violando el derecho de la gente. Sigue recaudando dinero y soldados, fusila sacerdotes y prisioneros de guerra sin dar cuartel y se cobra la muerte del general Villafañe asesinando al mayor Navarro, un hombre del ejército de Paz que se ha convertido en un salvaje. En este tiempo, Paz es capturado.
Quiroga se va a San Juan para preparar su expedición a Tucumán. Antes de salir, una mula se escapa y Facundo ordena que el animal y su arriero sean enlazados unidos. El hombre sufre las pisadas y los golpes de la mula. En otro enfrentamiento, acomete con la lanza a uno de sus oficiales, que lo vence varias veces, siempre devolviéndole la lanza. Enfurecido, Quiroga hace que amarren de pies y manos al oficial y lo traspasa repetidas veces con la lanza. Pero, para Sarmiento, “Facundo no es cruel, no es sanguinario; es el bárbaro, no más, que no sabe contener sus pasiones, y que, una vez irritadas, no conocen freno ni medida” (p.169).
Este es el sistema de terror que copia Rosas para someter a Buenos Aires a su “influencia mágica”, con la que trastorna “la conciencia de lo justo y de lo bueno” hasta quebrantar “los corazones más esforzados” (p.170). A diferencia del terror francés de 1793, que Robespierre utilizó como instrumento de la Revolución Francesa, el terror de Rosas solo sirve para labrarse un nombre y ahogar el espíritu de la civilización. Facundo es cruel solo cuando se enfurece y no puede ver más allá de su furia; Rosas, en cambio, no se enoja nunca, y calcula desde la calma de su gabinete las órdenes que da a sus “sicarios” (p.172).
Capítulo 12: Guerra social – Ciudadela
Facundo avanza sobre Tucumán y vence al ejército de Lamadrid, que, como Videla Castillo, se equivoca al no mandar su mejor cuerpo en la primera carga. Además, como Lamadrid tiene entre sus súbditos al general López, un caudillo tucumano que desmoraliza a sus tropas, su ejército no está lo suficientemente unido para vencer el ejército de Quiroga, que se lanza al ataque con más temor por su jefe que por su contrincante.
Sarmiento describe Tucumán como el “Edén de América”, cuya vegetación “agotaría la paleta fantástica en combinaciones y riquezas de colorido” (pp.174-175). Cuenta que cuando el capitán Andrews se adentró en la espesura de sus bosques aromáticos, volvió a su casa sin notar que su ropa estaba desgarrada y que tenía rasguños en la cara; tal es la enajenación que produce el bosque.
Ya en Tucumán, Facundo se encuentra tirado bajo la sombra de un árbol cuando un grupo de niñas se le acerca, implorando por la vida de unos oficiales del ejército enemigo que van a ser fusilados. El caudillo las entretiene un rato largo preguntándoles sobre sus familias y hogares, hasta que se oyen distantes las descargas del fusilamiento. Los oficiales son asesinados desnudos y luego arrastrados hasta el cementerio, dejando detrás algún cráneo o parte del cuerpo que quedan en la plaza. Al único al que le perdonan la vida es al coronel Barcala.
Las propiedades saqueadas son todas revendidas como si fueran baratillos. La población compra hasta que se queda sin dinero. Lo recaudado es solo para Quiroga, que no permite que sus soldados roben o tengan parte del motín. El gaucho, dice Sarmiento, “mata porque le mandan sus caudillos matar, y no roba, porque no se lo mandan” (p.178). Rosas y Facundo usan el mismo método de azotar o asesinar a quienes desobedezcan, consiguiendo de esta forma que sus hombres no se subleven.
Una vez, Facundo llega a una casa y pregunta por una señora a la que quiere solicitar. El niño que lo recibe, al escuchar su nombre “cae redondo” y pierde la razón. Rosas no saquea pueblos ni ultraja el pudor de las mujeres; su única necesidad es “la sed de sangre humana y la del despotismo”, sed que encubre con sus palabras, con las que acusa de salvajes, sanguinarios e inmundos a los unitarios (p.179).
En Tucumán, Salta y Jujuy, como ha pasado en Mendoza, queda interrumpida la industria y el progreso. Lo que más preocupa es la navegación del río Bermejo, que, al afluir en el Paraná, “abre una salida a las inmensas riquezas que aquel cielo tropical derrama por todas partes”. La navegación interna de los ríos era un asunto principal en la gobernación de Rivadavia, que el “monstruo de la Pampa” ha ahogado. Siguiendo sus instintos de gaucho, Rosas mira con horror el agua y desdeña todo lo que no tenga que ver con montar un buen caballo.
Estas provincias podrían ser hoy, dice Sarmiento, otras tantas Buenos Aires, si se hubiera continuado el movimiento industrial y civilizador que iniciaron los antiguos unitarios. El autor cree que todavía hay esperanzas de alcanzar el “porvenir grandioso” al que los pueblos están llamados a cumplir por naturaleza (p.180).
Análisis
El capítulo 10 contiene varias anécdotas que hacen que Facundo sea una figura más interesante y compleja. La historia de Severa Villafañe muestra una vez más la destreza literaria de Sarmiento, que compone un relato con todos los elementos truculentos de una novela romántica. Severa es de una familia de bien, pero eso no le importa al “tirano”, que manifiesta su pasión con actos violentos y criminales. Quiroga intenta envenenarla y en una ocasión, al no poder raptarla, la abofetea hasta hacerla sangrar. Él llega a manifestar su pasión, una vez, tomando opio para quitarse la vida. Severa busca refugio en un beaterio, pero eso no termina allí, según cuenta Sarmiento. Un día, Quiroga llega al asilo y pide ver a las reclusas. Al verlo, Severa cae desmayada. Este final melodramático convierte a Facundo en un villano de folletín, que es tan sanguinario en la guerra como en el amor.
Aquí Sarmiento también revela que su personaje tiene un costado noble, mediante anécdotas en las que Facundo se muestra amable y generoso con sus prisioneros y sus enemigos. No obstante, estas manifestaciones de bondad son tan arbitrarias que no hacen sino reafirmar la irracionalidad del caudillo, que se deja llevar por su pasión y sus instintos, en cualquier dirección en que lo lleven. “¿Por qué no ha de hacer el bien, el que no tiene freno que contenga sus pasiones?” se pregunta Sarmiento, y esto es lo que quiere demostrar al poner en evidencia la otra cara de Quiroga (p.152).
En oposición a esta irracionalidad, aparece otra vez el general Paz, que de nuevo logra vencer a su oponente aturdiendo al ejército de Quiroga con una red “cuyos hilos se movían a reloj, desde la tienda del general” (p.153). Paz, como Rosas, ejecuta las órdenes a distancia. Uno y otro son personajes racionales que saben planificar, pero mientras Rosas utiliza sus conocimientos civilizados para hacer el mal y culpar después al “entusiasmo federal” de la Mazorca de “todas las atrocidades con que ha hecho estremecer a la humanidad”, Paz actúa a favor del bien común, como lo demuestra al proponerle a Facundo un pacto de paz que este rechazará (p.150).
En el capítulo 11, Sarmiento explica por qué Lavalle no pudo vencer a Rosas. Esto se debe, según lo ve, a que Lavalle adoptó el modo de luchar de la montonera, usando el traje bárbaro –el poncho– en vez del traje civilizado –la casaca y la silla inglesa-. Una vez más, la vestimenta encarna simbólicamente la lucha entre la civilización y la barbarie. El escritor contrasta la estrategia bélica de Lavalle con la de Paz, el único que “triunfa sobre el elemento pastoril, porque se pone en ejercicio contra él todos los recursos del arte militar europeo, dirigidos por una cabeza matemática” (p.158). Puede resultar contradictorio que después Sarmiento sostenga que Quiroga vence al ejército mendocino porque aquel utilizó una estrategia militar europea, desconociendo que en el suelo argentino la lucha se da en otros términos. No obstante, lo que el escritor quiere explicar en este caso es que es necesario conocer las condiciones del territorio americano para no desaprovechar el conocimiento civilizado. Paz reúne ambos conocimientos y por eso sale victorioso.
Para dar cuenta de la mala influencia que ejercieron los caudillos en Mendoza, haciendo que la provincia retroceda en su avance civilizatorio, Sarmiento compara este impacto con el de interrumpir la germinación de una planta: “las pisadas de los caballos de Facundo vinieron luego a hollar estos retoños vigorosos de la civilización, y el fraile Aldao hizo pasar el arado y sembrar de sangre el suelo durante diez años” (p.163). El Fraile Félix Aldao es otro caudillo sobre quien Sarmiento también escribió una biografía –El general Fray Félix Aldao, gobernador de Mendoza (1845)– en la cual el escritor relaciona la condición religiosa de Aldao, de la que siempre renegó, con su sed de sangre. En la metáfora, Facundo se encarga de “pisotear” los “brotes” de civilización, mientras Aldao se encarga de “sembrar” barbarie.
El anecdotario del terror se despliega una vez más en el capítulo 11, que Sarmiento utiliza para que el lector no se aburra con sus argumentos. Esto lo dice de forma explícita: “Si el lector se fastidia con estos razonamientos contárele crímenes espantosos” (p.165). Sarmiento es consciente de la fascinación que produce en el público lector las historias de Facundo, que parecen sacadas de un relato de ficción. No por nada cuando publica este texto en El Progreso, decide hacerlo en la sección de folletín, espacio del diario en el que normalmente se publican novelas por entregas. Aquí se detiene particularmente en el relato de otro personaje, el mayor Navarro, ejemplo de una “distinguida familia de San Juan” que se casa con la hija de un cacique y que se acostumbra a “comer carne cruda y beber la sangre […] de los caballos” hasta convertirse en un salvaje (p.166). Sarmiento aprovecha la historia de Navarro para entretener al lector con el caso inusual de un hombre civilizado que adopta costumbres bárbaras. El entretenimiento es parte del poder de la escritura, porque es uno de los recursos que utiliza el autor para transmitir sus ideas.
Rosas también produce fascinación, pero esta es aún peor, porque la de Facundo proviene de una pasión incontrolable que, de alguna forma, lo exime de toda culpa, mientras Rosas fascina porque ejerce su terror sin pasión, con razón y con cálculo. Sarmiento lo compara con el terror jacobino, pero dice que el del rosisimo no tiene la justificación de ser una herramienta para la revolución, porque solo sirve al propósito de afianzar el poder de quien considera un tirano.
En el capítulo 12 Sarmiento vuelve a reponer la idea de que Rosas y Facundo consiguen la unidad del pueblo a través del terror. Así se explican las victorias de Quiroga: sus tropas temen más a su retaguardia, donde se ubica el jefe, que al oponente que tienen delante. En contraste, el ejército de Lamadrid se presenta anárquico, porque ha sido afectado por uno de sus jefes subalternos, que ha “federalizado” sus tropas (p.173). Esto, además de la mala aplicación de la estrategia bélica europea en suelo americano, provoca una nueva derrota de quienes luchan del lado de la civilización.
Sarmiento recurre a una imagen ya establecida en su época, de que Tucumán es el Edén o el jardín de la República, por su clima tropical, su “opulenta vegetación”, sus árboles, aves y adensados bosques (p.175). En la descripción de esta provincia aparece el tema del poder de la lectura, porque el escritor recurre a imágenes de abundante belleza natural que recupera de los relatos de un viajero inglés, el capitán Andrews, que escribió sobre Tucumán en su libro Viaje de Buenos Aires a Potosí. También utiliza el imaginario orientalista al decir que las “beldades tucumanas” que se pasean entre naranjos dulces, que forman “una bóveda sin límites”, le recuerdan a Las mil y una noches. Aquí aparece una representación orientalista de Tucumán como belleza exuberante, placentera a la vista, que es una forma de imponer la mirada eurocéntrica u occidental sobre lo exótico, convertido en objeto de contemplación estética.
El código gaucho de Facundo se hace visible en el modo en que acepta el asesinato pero no el robo, como si uno fuese un método legítimo de imponer el poder y el otro, un crimen imperdonable. Con azotes y fusilamientos, Facundo se labra un nombre tan temible que hasta provoca que un niño pierda la razón ante su mera presencia. Rosas también se hace valer de ese terror, que busca ocultar acusando a sus opositores unitarios de ser ellos los salvajes y sanguinarios, lo que para Sarmiento no deja de ser irónico, siendo Rosas el verdadero monstruo de la Pampa. El escritor tiene en este capítulo una especie de exabrupto, en el que se dirige con exagerada pasión a su gran oponente: “¡Rosas!, ¡Rosas!, ¡Rosas!, ¡me prosterno y humillo ante tu poderosa inteligencia! […] ¡Solo tú has comprendido cuán despreciable es la especia humana, sus libertades, su ciencia, su orgullo! ¡Pisoteadla!” (p.179). En este fragmento, eleva el tono de su voz con exclamaciones en las que, irónicamente, celebra a Rosas por el modo en que “pisotea” la civilización.
Sarmiento vuelve a tratar aquí el tema de la navegación de los ríos, que para él es el canal más propicio que tiene la Argentina para fomentar la industria y el progreso. En ese asunto, toma a Rosas menos como un frío calculador que como un simple gaucho que se deja vencer por su temor al agua, desconociendo la opulencia que podría traer “la morera, el azúcar, el añil, la navegación de los ríos, la inmigración europea y todo lo que sale del estrecho círculo de ideas en que se ha criado”. De esta manera, así como unos párrafos atrás ha mostrado una falsa admiración por Rosas, ahora lo menosprecia por ser incapaz de ver más allá de la pampa, porque su única medida de administración nacional ha sido, según Sarmiento, “marcar el ganado” (p.189).