Resumen
Capítulo 7: Sociabilidad (1825)
Mientras Facundo empieza a extender su poder más allá de La Rioja, en la Argentina predomina el caos: algunos quieren contribuir a la organización de la república, otros quieren oponerse a ella. Para entender el panorama de ideas que se agitan hacia 1825, para Sarmiento es necesario examinar dos ciudades opuestas: Córdoba y Buenos Aires.
Córdoba es la ciudad de la Edad Media: posee la única catedral gótica de América del Sur, y por todas partes tiene conventos y monasterios. La Universidad de Córdoba forma teólogos y doctores, pero su Teología corrompe los estudios filosóficos modernos. Es una ciudad que no tiene teatros, ni diarios, ni imprenta. Su espíritu, hasta 1829, es “monacal y escolástico”. El cordobés no puede ver más allá de su ciudad, que es como un claustro donde “se encierra y parapeta la inteligencia”. Allí, la Revolución de 1810 no tiene asidero; solo encuentra “un oído cerrado” (pp.107-108).
Motivada por el comercio, actividad que fomentó la llegada de libros desde Europa, y animada por haber triunfado en las invasiones inglesas de 1806 y 1807, Buenos Aires, por su parte, es el foco de las doctrinas “antiespañolas, francesas, europeas” que incitan a la revolución. Los primeros años de “despañolización” y “europeificación” se cimientan pacíficamente. Rivadavia continúa el proyecto revolucionario aplicando las teorías sociales de su época, pero intenta realizar en diez años lo que en Europa tardó siglos. Según Sarmiento, el partido unitario, que ya no existe como tal, tuvo muchos desaciertos, pero fue noble en sus principios y en su sentido práctico (pp.109-110).
Córdoba y Buenos Aires encarnan los dos movimientos políticos de aquellos primeros años: el retrógrado y el revolucionario, el conservador y el progresista. A esto se suma otro motivo de enfrentamiento: la falta de vínculo nacional. La Independencia elimina la autoridad virreinal que unía al país, por eso el federalismo aparece como estado transitorio hasta restituir la unidad perdida. En este nuevo panorama, el enfrentamiento pasa a ser entre federales y unitarios. Para Sarmiento, la República Argentina está llamada a ser unitaria, porque “su llanura continua, sus ríos confluentes a un puerto único, la hacen fatalmente ‘una e indivisible’” (p.114).
Estos antecedentes son necesarios para comprender que “Facundo es el rival de Rivadavia”, en la medida en que el primero logra constituir un partido federal –en realidad, un “partido bárbaro”– que presenta en un todo homogéneo la fuerza bárbara que se encuentra en las provincias. Facundo promueve “la Unidad bárbara de la República” recorriendo el país mientras ejerce su poder de gaucho malo, “levantando tapias y dando puñaladas” (p.115).
Capítulo 8: Ensayos
El gobierno de Buenos Aires le pide a Facundo que invada Tucumán, liderada por Lamadrid. Quiroga vence y enarbola su bandera, que no es la celeste y blanca argentina, sino una negra con una calavera y huesos cruzados en el centro; “La muerte, el espanto, el infierno, se presentan en el pabellón y la proclama del general de los Llanos” (p.121).
Otro color surge del “fondo de las entrañas de la República”: el colorado. Es el mismo tono que predomina en Argel, Túnez, Turquía, Marruecos. En Europa, los emperadores romanos vestían una capa colorada, los verdugos del siglo anterior también vestían de colorado. Rosas tiene como estandarte este color que las sociedades cristianas y cultas han proscrito; “¿No es el colorado el símbolo que expresa violencia, sangre y barbarie?” (p.122), se pregunta Sarmiento. La cinta colorada es la divisa con la que Rosas aplica el terror de Estado, acusando de unitario a quien no la tuviera consigo. A las mujeres que no la llevan puesta, la policía se las pega con brea.
Facundo triunfa en Tucumán y regresa a La Rioja. Se opone a la presidencia de Rivadavia, pero no por ser federal, y tampoco por dinero. Lo impulsa “un instinto ciego, indefinido” al que obedece sin pensar, el del gaucho malo, “enemigo de la justicia civil, del orden civil, del hombre educado, del sabio, del frac, de la ciudad, en una palabra”. Por eso, cuando en Buenos Aires se propone conceder a los extranjeros la libertad de culto, Facundo enarbola su bandera con el lema ¡Religión o muerte!, no por ser religioso, sino para oponerse a lo que viene de la ciudad (p.125).
Mientras tanto, Rosas se hace grande en la campaña de Buenos Aires, pero todavía no tiene nombre ni títulos. Rivadavia renuncia porque el pueblo se opone al progreso, y de esta manera abandona a su nación “a las devastaciones y a la cuchilla del primero que se presente, a despedazarla y degollara” (p.129).
Capítulo 9: Guerra social – La Tablada
Finalizada la presidencia de Rivadavia, Dorrego toma la gobernación de Buenos Aires como representante del partido federal. Con él, los caudillos que dominan en la campaña se acercan cada vez más a la ciudad, amenazando con “su atraso y su barbarie” a penetrar las calles porteñas (p.136).
Los unitarios avanzan con el ejército de Lavalle, que logra vencer y fusilar a Dorrego. En ese momento, Lavalle no sabe que “matando el cuerpo no se mata el alma, y que los personajes políticos traen su carácter y su existencia del fondo de ideas, intereses y fines del partido que representan” (p.138). Este error político, arguye Sarmiento, no es culpa de Lavalle, quien sigue las ideas de su época y las exigencias de su partido.
La guerra civil se viene incubando hace tiempo en la República Argentina. La inminencia del “tercer elemento social”, que viene agitándose desde Artigas, está impaciente por manifestarse y medirse con las ciudades y la civilización europea (p.139). Lo que hace Lavalle es un intento fallido de coartar un proceso inevitable.
Facundo avanza con sus fuerzas contra el general Paz. En la Tablada (Córdoba), Quiroga no puede con su lanza y sus caballos hacer frente al cañón y la bayoneta del ejército unitario, que gana esta vez la batalla. Facundo y Paz personifican “las dos tendencias que van a disputarse el dominio de la República”: Facundo es el bárbaro valiente, el gaucho de a caballo que domina “por la violencia y el terror”; Paz es “el hijo legítimo de la ciudad, el representante más cumplido del poder de los pueblos civilizados” (pp.140-141). El general Paz es, para Sarmiento, la otra alternativa a Rosas, la banda celeste que le hace frente a la cinta colorada.
El triunfo de la Tablada abre una nueva época para la ciudad de Córdoba, cuyos habitantes saben apreciar las luces por su tradición universitaria. Para mediar con las masas cordobesas, Paz trae consigo a Barcala, un coronel de raza negra, “encargado de popularizar el cambio de ideas y miras obrado en la ciudad” (p.143). Desde entonces, Córdoba pertenece a la civilización.
Análisis
En el capítulo 7, Sarmiento quiere explicar cómo Quiroga logra imponer su poder en todo el territorio poniendo el foco en la Revolución de 1810 y en los proyectos de civilización de las primeras décadas que afectaron a la organización del territorio.
En primer lugar, el escritor opone dos modelos de civilización, uno caduco y el otro moderno, en la descripción que hace de las ciudades de Córdoba y de Buenos Aires. Córdoba encarna el modelo español de la colonia, al que Sarmiento acusa de haberse quedado en la Edad Media por su estilo de vida eclesiástico. El tema del anti-hispanismo se hace presente en este punto, en la medida en que España queda relegada del resto de Europa por no haber avanzado en luces y en progreso. Para caracterizar esta ciudad, Sarmiento utiliza el lago artificial de agua estancada como símbolo del estancamiento de su inteligencia: “Córdoba, como su paseo, [tiene] una idea inmóvil en el centro, rodeada de un lago de aguas muertas” (p.108).
Buenos Aires, en cambio, aparece como la ciudad europea y anti-hispanista por excelencia. El espíritu porteño está íntimamente relacionado con los libros europeos que llegan a su puerto, hasta impulsar a sus habitantes a la emancipación. Sarmiento rescata la empresa de Rivadavia diciendo que su ilusión “era el pensamiento general de la ciudad”, pero también plantea el problema de que su sistema fue demasiado “fantástico y extemporáneo”, porque no supo adecuar bien las ideas europeas a las condiciones del suelo argentino (pp.110, 112). Esta crítica es la que le hace la generación del 37 a sus antecesores unitarios, los que para Sarmiento ya son parte del pasado, aunque Rosas se empeñe en considerar a todos sus oponentes “salvajes, inmundos unitarios” (p.114).
En segundo lugar, Sarmiento propone un análisis del conflicto entre unitarios y federales a partir de los sucesos que siguieron a la Revolución de 1810. La emancipación produjo también separación, puesto que la unión antes provenía de la autoridad del rey. En consecuencia, la federación –la expresión de “la unión de partes distintas”– se impuso como sistema de gobierno transitorio (p.115). Pero el escritor considera que la República Argentina, por cómo está constituida geográficamente, “ha de ser unitaria siempre, aunque el rótulo de la botella diga lo contrario” (p.114). Aunque el enfrentamiento entre revolucionarios y retrógrados se expresa ahora entre unitarios y federales, la realidad es que el partido federal, que lidera en este tiempo Facundo, también es unitario, porque une el país a través de la barbarie, con el poder que ejerce como gaucho malo.
Sarmiento recurre en el capítulo 8 a la simbología de los colores para representar a Facundo y a Rosas. Quiroga utiliza el negro para su bandera, cuyo lema es una disyuntiva fanática: religión o muerte. De ambos caudillos dice que utilizan el color rojo o colorado a la manera de los países asiáticos y africanos que componen el imaginario orientalista del despotismo. Este color también se veía en Europa, por ejemplo, en la época del imperio romano. Para Sarmiento, estos diferentes usos del colorado tienen una forma de gobierno en común: “el terror, la barbarie, la sangre corriendo todos los días” (p.122).
Siguiendo el conocimiento de su época, Sarmiento cree que la civilización se expresa en los trajes, y que “cada traje indica un sistema de ideas entero” (p.122). Por eso, el escritor considera que la divisa punzó, la cinta colorada que Rosas obliga a usar en su gobierno, concentra por metonimia su sistema de terror. Facundo rechaza la vestimenta de la civilización, el frac y la levita, del mismo modo en que se opone a todo lo que representa a la ciudad. El rechazo de la civilización que le viene a Facundo por su naturaleza bárbara lo lleva a enarbolar una bandera –¡Religión o muerte!– que, para Sarmiento, nada tiene que ver con un espíritu religioso, sino con la permanencia retrógrada de prácticas de intolerancia similares a las que llevaba a cabo la Inquisición española en la Edad Media.
En el capítulo 9, el escritor vuelve a tomar una posición crítica respecto de lo que hicieron los unitarios para combatir la barbarie antes de que Rosas ascienda en el poder. El fusilamiento de Dorrego por parte de Lavalle fue un error, para Sarmiento, porque constituyó un intento vano de frenar con una simple “sangría” un “cáncer lento”, que venía carcomiendo a la sociedad desde hacía tiempo (p.139). La metáfora de la barbarie como enfermedad cobra aquí la dimensión de algo inevitable, casi imposible de contrarrestar. Incluso si Lavalle hubiera fusilado a Rosas en vez de a Dorrego, la campaña habría encontrado otro representante. Esto es lo que cree Sarmiento, quien además no quiere culpar a Lavalle, pues este, simplemente, ha llevado a cabo las ideas de su tiempo.
En el modo en que Sarmiento concibe la lucha entre la civilización y la barbarie parece que todos los sucesos que preceden a su época no pudieron ser de otra forma, como si siguieran un destino inmodificable. Sin embargo, en el capítulo 9 se puede ver cómo busca confrontar este fatalismo con la figura del general Paz, en quien deposita sus esperanzas de vencer a Rosas y de torcer el curso nefasto de la barbarie. Paz no es, como Facundo, un Grande Hombre. “No es un genio”, dice Sarmiento, sino “un militar hábil y un administrador honrado, que ha sabido conservar las tradiciones europeas y civiles, y que espera de la ciencia, lo que otros aguarden de la fuerza brutal”. Es, en todos los sentidos posibles, el opuesto de Rosas, el que viste los colores celeste y blanco de la bandera argentina, colores que Sarmiento concibe como contarios al colorado de la cinta de Rosas. Por eso exclama con fervor, dirigiéndose a Paz, que el destino no ha decidido todavía entre él y Rosas: “¡La fe os salvará y en voz confía la civilización!” (p.141).
Aunque Paz no encarne el ser nacional, su influencia puede ser muy favorable, lo que se percibe en cómo logra civilizar a la ciudad de Córdoba, a la que Sarmiento había descrito en el capítulo 7 como retrógrada en su carácter medieval. Para conseguir esto, el hábil militar cuenta entre sus filas con una persona que sí proviene de las masas populares: Barcala, el “liberto consagrado” que en el Facundo funciona como ejemplo de que el pueblo puede ser civilizado (p.143). Barcala es un líder popular que incide positivamente sobre el pueblo, a diferencia de los caudillos como Quiroga que, para Sarmiento, solo conducen a las masas hacia la destrucción y la muerte.