Sócrates está siendo procesado por tres acusaciones: por la investigación de las cosas debajo de la tierra y en el cielo, por hacer que el argumento más débil prevalezca sobre el más fuerte y por enseñar por dinero. Comienza su defensa diciendo que sus acusadores están mintiendo y que va a probarlo. Luego, pide al jurado que le permita hablar de la misma manera que habla en el mercado. No está familiarizado con la forma de hablar típica del tribunal ya que tiene setenta años y nunca se había encontrado en esa tesitura. Por lo tanto, pide no ser juzgado por su forma de hablar, sino en base a si su causa es justa o injusta.
Como tiene muchos críticos, decide defenderse a sí mismo en orden cronológico tratando de que pierdan influencia sobre el jurado las falsas impresiones que sobre él han hecho sus acusadores. Se le acusó de ser un filósofo natural, un sofista y un maestro profesional. Sin embargo, está seguro de que el jurado quiere saber cómo adquirió tal reputación si sólo llevó a cabo actividades normales. Afirma que su amigo de la infancia, Querefonte, fue a un oráculo y le preguntó si había alguien más sabio que Sócrates y el oráculo le respondió que no lo había. Sócrates no creyó tal afirmación e intentó ver el significado oculto en ella, ya que el oráculo no podía estar mintiendo.
Con este fin, entrevistó a muchas personas, políticos, poetas y artesanos, que eran ampliamente conocidos y que alegaban ser sabios. Al entrevistar a todas estas personas, llegó a la conclusión de que ninguno era sabio y que cuanto mayor era la reputación que tenían de ser sabios menos sabios eran. Llego a esta conclusión porque había muchas cosas que estas personas no sabían, pero que ellos pensaban que si sabían. Se dio cuenta de que era más sabio que ellos porque él si sabía que no las sabía. Sus exámenes propiciaron que muchas personas le detestaran y le trataran como si fuera enemigo suyo, porque al demostrar que otras personas no eran sabias, esas personas pensaban que lo que Sócrates estaba afirmando era que él era sabio. Por esta razón, considera como su derecho divino el enseñar a todo aquel que piensa que es sabio, pero no lo es, que no lo es. Así, ha caído en la pobreza, siendo seguido por personas que quieren aprender; y ahora está siendo procesado.
Luego, intenta probar su inocencia. Por medio de una conversación con Meleto, muestra que Meleto no ha pensado suficientemente la acusación que pesa sobre Sócrates de corromper las mentes de la juventud, ya que afirmar que todo el mundo ejerce una influencia positiva en la juventud a excepción de Sócrates es absurdo, por lo tanto, esta acusación carece de fundamento y sólo es una excusa para enjuiciar a Sócrates.
En cuanto a la acusación de no creer en dioses, no tiene sentido ya que contradice la acusación de enseñar sobre seres sobrenaturales, de la cual se le acusa. Por lo tanto, ninguna de estas acusaciones tiene fundamento. Sin embargo, es la desaprobación del público la que él cree que provocará su perdición. A pesar de todo no le tiene miedo a la muerte porque piensa que nadie sabe lo suficiente acerca de la muerte como para tenerle miedo; si es un pacífico sueño eterno, entonces es apacible mientras que si su alma continua viva para encontrarse con todos los que ya están muertos, entonces será algo que disfrutará. Por consiguiente, en cualquier caso no se encuentra atemorizado y piensa que es mejor morir de una manera honorable que desobedecer las órdenes de Dios y vivir.
Sin embargo, cuando el veredicto es culpable, sugiere que se le otorgue una recompensa como alternativa a la muerte, ya que piensa de sí mismo como un héroe. A continuación propone una multa, que el jurado se niega a conceder.