La gaviota

La gaviota Resumen y Análisis Acto II (Segunda parte)

Resumen

Nina, sola, reflexiona sobre el hecho de que artistas célebres como Arkádina o Trigorin se comporten como seres normales, llorando o pescando: ella imaginaba que eran orgullosos e inaccesibles. Entra Tréplev, trayendo en sus manos una escopeta y una gaviota muerta, y coloca el pájaro a los pies de Nina. Dice que, así como él cometió la infamia de matar a esa gaviota, pronto se dará igual destino a sí mismo. Nina dice no reconocerlo. Tréplev responde que es él quien no la reconoce desde que su mirada es fría para con él. La muchacha señala que él ha estado irritable en el último tiempo, expresándose con símbolos que ella no puede entender, como el de la gaviota. Tréplev, lamentándose, dice que todo empezó la noche del estreno: Nina no toleró su fracaso y empezó a verlo como a un hombre vulgar, sin talento. Aparece Trigorin, caminando, y Tréplev lo señala como a un verdadero talento, caminando como Hamlet, leyendo y escribiendo. Decide dejarlos solos y se retira.

Trigorin está anotando ideas en el margen de un libro. Nina lo saluda y él le informa que, lamentablemente, él y Arkádina se retirarán esa misma tarde. A Trigorin le parece una lástima, ya que cree que no volverá a ver a Nina, siendo que disfrutaba de su presencia; generalmente no se rodea de muchachas tan jóvenes, y por eso las jovencitas de sus novelas resultan falsas. Le confiesa a Nina que le gustaría estar en su lugar un instante, saber qué siente y qué piensa. Nina responde que es a ella a quien le gustaría estar en lugar de él, y le pregunta qué se siente ser un escritor talentoso y célebre. Trigorin dice que nunca lo piensa y que no siente nada en particular. Nina replica que, de todos modos, lo envidia enormemente. Le parece increíble que haya tantos seres con existencias insignificantes y otros pocos, como él, con vidas interesantes, luminosas, plenas de sentido, felices. Trigorin dice no encontrarle a su vida nada tan particular. Y vuelve a lamentar tener que irse. Termina confesando que su vida como escritor no es tan luminosa como ella cree: él es, más bien, esclavo de su escritura; no puede hacer nada, disfrutar ninguna actividad, sin pensar en que debe sentarse a escribir, y todo lo que vive y observa intenta recordarlo para convertirlo en literatura. Según él dice, se trata de un pensamiento obsesivo, parecido a la tortura de un loco cuya cabeza devora su vida. Nina, sorprendida, le pregunta si acaso la inspiración y el proceso creativo no le producen felicidad. Trigorin responde que escribir es agradable, pero que luego, cuando publica, es desesperante, y que incluso los lectores que lo aprecian siempre lo compararán con autores mejores, más célebres. Ante la incomprensión de Nina, le confiesa que él no se quiere a sí mismo como escritor, que muchas veces no entiende lo que escribe. Nina dice que él se está castigando, y que ella, por la felicidad de ser actriz, soportaría cualquier penuria; sería capaz de vivir en la pobreza y lo daría todo a cambio de una “gloria verdadera, resonante” (p.41).

La voz de Arkádina llama a Trigorin para irse. Él le confiesa a Nina que no tiene ningún deseo de retirarse, y observa el lago con admiración. Nina le cuenta que ella nació en la casa que está al otro lado del agua. Luego, Trigorin ve la gaviota en el suelo y le pregunta qué es. Nina le explica que la mató Tréplev, y él anota en su libro un argumento para un cuento sobre una muchacha que vive cerca del lago desde niña, una muchacha que es feliz y libre como una gaviota, hasta que un hombre aparece y la mata. Aparece Arkádina en la ventana y le informa a Trigorin que se quedarán. Él entra a la casa y Nina, a solas, suspira: “¡Un sueño!” (p.42).

Análisis

El tema del arte tiene lugar en esta segunda parte del acto, nuevamente, en su estrecha ligazón con el asunto amoroso: esto aparece fundamentalmente en dos escenas consecutivas, y Nina es parte de ambas. La primera de estas es con Tréplev, quien la acusa, apenado, de haber cambiado ante él y tener, ahora, una actitud indiferente:

Comenzó aquella noche en que mi obra fracasó tan ridículamente. Las mujeres no perdonan el fracaso. He quemado todo, hasta el último pedacito de papel. ¡Si supiera qué desdichado soy! Su frialdad me asusta, es increíble, como si me hubiese despertado y viera que este lago se ha secado repentinamente, o se ha sumido en las profundidades de la tierra. Usted acaba de decir que es demasiado simple para comprenderme. ¡Oh! pero comprender… ¿qué? La obra no gustó, usted desprecia mi inspiración, me considera un hombre cualquiera, insignificante, como tantos… (p.36)

Tréplev traza, en su discurso, un hilo que une directamente el fracaso de su obra con el desamor de Nina: plantea que, cuando la muchacha perdió el respeto y la admiración que sentía por él, perdió también el amor. El joven padece entonces dos pérdidas: la de Nina y la de su esperanza en sí mismo como artista, unidas en un mismo vacío. El símil con el que Tréplev compara la nueva actitud de Nina para con él con una repentina sequedad del lago expresa la mezcla de dolor y confuso asombro del joven, a la vez que continúa construyendo la asociación entre Nina, la gaviota y el lago. Nina había dicho, en el primer acto, sentirse atraída hacia el lago como una gaviota, y el hecho de que ahora exprese tanto interés por irse a la ciudad para ser actriz, sumado a su atracción por Trigorin, parecería evidenciar un cambio importante, un movimiento de intereses en Nina, quien estaría queriendo dejar atrás tanto a ese lago campesino como al muchacho que vive a sus orillas. Tréplev ya está lejos de encarnar, para Nina, al artista con el cual ella desea compartir sus días y su energía: a través de los ojos de la muchacha, el joven dice verse a sí mismo como un “hombre cualquiera”, “insignificante”, lo que recuerda la sensación de “nulidad” que el joven decía sentir frente a su madre y sus amigos artistas. Tréplev recibe esta repentina "frialdad" de su amada con susto, como si se sucediera ante él un hecho tan improbable como la súbita desaparición del lago que acostumbraba a ver cada día y que jamás pensó iría a desaparecer de la nada. En conjunto, todas estas sensaciones de frustración llevan a Tréplev a considerar el suicidio, tal como expresa al principio de la escena, cuando llega cargando un fusil y una gaviota muerta:

(Tréplev pone la gaviota a los pies de Nina)

NINA: ¿Qué significa esto?

TRÉPLEV: He cometido la infamia de matar a esta gaviota. La pongo a sus pies.

NINA: ¿Qué le pasa? (Levanta la gaviota y la mira)

TRÉPLEV: Pronto, de esta misma manera, terminaré conmigo.

(p.36)

Más allá de la presencia de la gaviota muerta, cuyo valor simbólico en la obra se verá completado al final del acto -cuando la imagen inspire a Trigorin un argumento para un cuento-, el fragmento citado incluye un indicio de un evento que tendrá lugar dos veces en lo que sigue de la obra: el intento de suicidio por parte de Tréplev, del cual se da cuenta al inicio del tercer acto, por un lado, y el efectivo suicidio del joven al final de la obra. En este momento de la trama, sin embargo, el hecho no aparece más que como amenaza y como expresión de la grave desdicha que el joven artista padece. Su escena con Nina se ve interrumpida, además, por la llegada de Trigorin, quien aparentemente goza de toda la dicha de la que Tréplev carece: no solo tiene éxito como artista sino, además, posee toda la atención y admiración de las dos mujeres más importantes en la vida de Tréplev: Nina y Arkádina.

Luego de la escena con Tréplev, entonces, se da el encuentro entre la muchacha y Trigorin: el diálogo entre ellos, además de evidenciar el mutuo interés que sienten entre sí, funciona poniendo en escena dos puntos de vista distintos en relación al arte. Dicha contraposición de perspectivas comienza cuando Nina le confiesa al célebre escritor que le gustaría “estar en su lugar” para “saber cómo se siente un famoso escritor de talento. ¿Qué sensación da la celebridad? ¿Cómo siente usted el hecho de ser célebre?” (p.37). Si hay algo que atrae a esta muchacha nacida y criada en el campo, con sueños de mudarse a la ciudad y ser actriz, es justamente la idea de celebridad, de fama: ella parece considerar que la celebridad, de por sí, consiste en una suerte de esencia que diferencia a unos hombres de otros y los vuelve enigmáticamente especiales, necesariamente distintos. De hecho, es esa creencia la que sostiene su desconcierto al presenciar comportamientos “normales” u ordinarios en Arkádina y Trigorin, personas famosas a quienes tiene la oportunidad de ver de cerca:

¡Qué extraño es ver que una actriz célebre llore, y por una razón tan pueril! ¿Y acaso no es extraño que un escritor famoso, favorito del público, de quien hablan todos los diarios, cuyos retratos están en venta, cuyos libros se traducen a idiomas extranjeros, se pase el día pescando y se alegre cuando saca dos bagres? Yo pensaba que la gente célebre era orgullosa, inaccesible, que despreciaba a la multitud y se vengaba de ella con su fama, con el brillo de su nombre, porque coloca por encima de todo el origen aristocrático y la riqueza. Pero, no; lloran, pescan, juegan a los naipes, se ríen, se enojan, como todos… (p.36)

Desde la perspectiva de Nina, una muchacha nacida y criada en el campo, la vocación artística se eleva a tal grado de abstracción que resulta prácticamente incompatible con acciones mundanas tan ligadas a la naturaleza, como llorar o pescar. Nuevamente, se da una suerte de conflicto entre el arte y la naturaleza, dos elementos cuya interrelación pareciera depender del punto de vista de quien piense en ellos. Por supuesto que en esta escena, de todos modos, los parlamentos no se limitan a representar ideas u opiniones, sino que, además, construyen la interioridad de los personajes, la desarrollan, dejan ver sus dolencias, sus sueños y esperanzas. Para Nina, Trigorin es, probablemente, la única persona célebre a la que, además de admirar, conoce personalmente. Conversando con él, la muchacha no puede evitar el impulso de preguntarle qué se siente ser célebre. Pero la pregunta desconcierta al escritor, que responde: “probablemente de ninguna manera. Nunca he pensado en eso” (p.37). Ante la insistencia de la joven, no obstante, acaba confesando que leer comentarios en los diarios sobre sus obras, si estos son elogiosos, le resulta agradable.

Nina intenta poner en palabras un sentimiento de entusiasmo que la desborda:

¡Qué mundo maravilloso! ¡Si supiera cómo lo envidio! El destino de los seres es tan diferente. Algunos arrastran a duras penas sus existencias aburridas e insignificantes, todos parecidos los unos a los otros, todos infelices; en cambio, a otros -usted, por ejemplo, uno entre un millón- les toca en suerte una vida interesante, luminosa, llena de sentido… Usted es feliz… (p.38)

La escena entre Nina y Trigorin parece poner en escena aquello que aparecía mencionado al comienzo del acto: el fragmento del texto de Maupassant, leído por Arkádina, sobre una mujer que, atraída por un artista y con la intención de conquistarlo, lo colma de elogios y de halagos. Lo cierto es que lo que vuelve interesante a la escena -y al personaje de Trigorin- es que el célebre escritor no se identifica del todo con los elogios de Nina, sino que intenta más bien reflexionar, pensar en ellos, y, aún confundido, expresar ante la muchacha por qué no se reconoce en lo que ilustran sus amables palabras. Lejos de la “felicidad” que suponía la joven, Trigorin asocia la escritura, más bien, con pensamientos obsesivos que se apoderan de él, torturándolo:

Por ejemplo, cuando un hombre piensa día y noche solamente en la luna. Yo también tengo una luna así. Día y noche se apodera de mí un pensamiento fijo: debo escribir, debo escribir, debo… Ni bien termino una novela, ya sin saber por qué, debo escribir la segunda, luego la tercera, después de la tercera la cuarta… Escribo sin interrupción, como se cambia de caballos en un viaje de postas, de otra manera no me es posible. Le pregunto: ¿qué tiene esto de espléndido o luminoso? ¡Oh, qué absurda es la vida! Aquí estoy con usted, apasionándome, y a la vez recordando todo el tiempo que me espera una novela inacabada (p.38).

Si para Nina la creación artística aparecía ligada a una suerte de magia, de constante plenitud y felicidad que elevaba la calidad de vida de un hombre por la de sobre la mayoría, en las palabras de Trigorin la escritura aparece mucho más ligada al deber y al padecimiento que al placer. Trigorin dice no “saber por qué” se ve obligado, después de terminar una novela, a empezar otra. Es decir, lo que en la perspectiva de Nina aparecía como plenitud de sentido es, en el discurso de Trigorin, un continuo sin razón, una fatalidad. La idea de pasión se relaciona mucho más con actividades extra artísticas, de las cuales puede disfrutar hasta que el recuerdo de que debe escribir interrumpe y vuelve imposible la sensación absoluta de placer. Así como en el primer acto un tinglado, un escenario preparado para la representación teatral, se plantaba en medio de un escenario natural y obstaculizaba la vista al lago, se da, en el discurso de Trigorin, una similar contraposición entre arte y naturaleza: la creación artística se da como aquello que interrumpe y compite contra la contemplación o el disfrute de lo naturalmente bello o placentero:

Veo una nube en forma de piano, pienso: habrá que mencionar en alguna parte de mi novela que flotaba una nube en forma de piano. Huele a heliotropo. Rápidamente fijo en mi memoria: olor penetrante, color de viudez, hacer mención al describir una noche de verano. Tomo cada frase, cada palabra, suya o mía, y me apresuro a encerrar esas frases y esas palabras en mi depósito literario; ¡a lo mejor me serán útiles! Cuando termino mi tarea, corro al teatro o a pescar; ha llegado el momento de descansar, pero no; en seguida empieza a dar vueltas en mi cabeza algo pesado, denso, como un proyectil de hierro: es un nuevo argumento. Y me arrastra hacia la mesa, hay que apresurarse nuevamente, escribir, escribir… Y así siempre, siempre. No me doy tregua, siento que devoro mi propia vida, que para hacer la miel que luego doy a desconocidos, recojo el polen de mis mejores flores, arranco estas mismas flores y pisoteo sus raíces (pp.38-39).

Trigorin plantea en su vida de escritor la existencia de una fuerza involuntaria que perturba cada momento: no puede contemplar, oír o disfrutar de algo sin que, inmediatamente, se vea obligado a “tomarlo” para su posterior incorporación en el proceso de escritura. Así como debe “tomar cada palabra” para luego “encerrarla en su depósito literario”, el escritor “devora” su propia “vida”, la consume, la reduce a una suerte de material para la creación artística. La metáfora que utiliza para ilustrar ese sentimiento expone claramente esta lucha o competencia entre la naturaleza y el arte; el “polen” de sus “mejores flores” serían las experiencias de vida que el artista toma para utilizar en el proceso de creación y crear así la “miel” que luego entrega a “desconocidos”, es decir, el objeto artístico, el cuento o la novela que dedica a los lectores. Los elementos elegidos en esta metáfora representan los dos momentos de la materia, el natural -el polen- y el resultante del proceso artificial -la miel-: es el hacer artístico, entonces, lo que obstaculiza y perturba la percepción de la naturaleza. La última parte de la metáfora revela, a su vez, el carácter violento del proceso que extrae el material de la naturaleza y lo convierte en arte: el artista “arranca” esas flores, esa naturaleza en plenitud vital, y no siendo suficiente haber destruido sus raíces, su conexión con la tierra que las mantenía en vida; las “pisotea”. Nada parecería sobrevivir, según Trigorin, después de que se lo ha “tomado” para el proceso artístico. Se trata, por lo tanto, de un sacrificio -aparentemente involuntario e inevitable- en nombre del arte. Es importante atender a esta relación que Trigorin, como artista, tiene para con los elementos que “toma” de la vida, para entender lo que sucederá más adelante entre él y Nina: ella también será “sacrificada” para la creación artística del escritor. Conociendo ese desenvolvimiento de los hechos, podemos prestar específica atención a uno de los primeros parlamentos de Trigorin hacia Nina en esta escena, cuando lamenta tener que irse ese mismo día:

Es una lástima. Son raras las ocasiones que tengo de conocer muchachas jóvenes, jóvenes e interesantes, yo lo he olvidado y no puedo imaginarme con claridad cómo sienten las de 18-19 años; por eso en mis novelas y cuentos las jóvenes son generalmente falsas. Hubiera querido estar en su lugar, aunque sólo fuera una hora, para saber cómo piensa, y en fin, qué personita es usted (p.37).

El fragmento evidencia cómo el interés de Trigorin por Nina aparece, en principio, indesligable del interés artístico: él quiere pasar tiempo con ella, más que nada, para poder escribir un personaje genuino, sin la falsedad a la que condena a “las jóvenes” en sus cuentos y novelas. Este punto del discurso de Trigorin, además de aquellos en que relata la relación que tiene para con la vida y la creación, configurarán la motivación implícita en la acción de Nina en el acto siguiente. Al final del tercer acto, la muchacha ofrecerá su vida al escritor, aludiendo a los términos sacrificiales a los que él hacía referencia, y citando una línea de su novela: “si un día necesitas de mi vida, ven y tómala”.

A pesar del relato de Trigorin acerca del proceso tortuoso al que se ve sometido por su vocación, Nina no parece alterar en lo más mínimo su punto de vista acerca de la grandeza de la vida del artista: “¡Siga descontento consigo mismo, pero para los otros usted es grande y admirable!” (p.40), dice, y luego devela la intensidad de su sueño de convertirse en actriz, aunque eso implique sacrificios: "Por la felicidad de ser escritora o actriz, soportaría el desamor de mi familia, la penuria, las decepciones, viviría en una buhardilla y comería únicamente pan negro, sufriría con gusto el descontento de mí misma, la conciencia de mis imperfecciones, pero en pago de eso exigiría la gloria… Una gloria verdadera, resonante…" (p.41).

En un diálogo casi continuo, Nina le señala el lago a Trigorin y le cuenta que ella nació en la finca que queda en la otra orilla, y que toda su vida transcurrió al borde de ese lago; y el escritor ve la gaviota muerta y pregunta de qué se trata. Nina le explica que la mató Tréplev. Trigorin entonces escribe y, ante la pregunta de Nina, admite que se le ocurrió "Un argumento para un cuento breve: al borde del lago vive, desde su infancia, una joven muchacha, como usted; ama el lago como una gaviota, y es feliz y libre como una gaviota. Pero llega, por casualidad, un hombre, la ve y no teniendo nada que hacer la destruye como a esta gaviota" (p.42). La asociación entre la gaviota y el personaje de Nina ya había aparecido en la pieza en boca de la misma muchacha, y el argumento postulado por el célebre escritor no solo refuerza esa asociación, sino que además funciona como una suerte de presagio del desenlace de la trama. La breve historia esbozada aquí por Trigorin se convertirá en base de varias referencias para los actos siguientes, fundamentalmente por el modo en que acabará funcionando como símbolo del trayecto del personaje de Nina. La muchacha, hasta el tercer acto, poseerá una juventud, libertad y felicidad que parecerá haber perdido al inicio del último cuadro de la obra, como consecuencia de las tragedias vividas tras mudarse a la ciudad y unirse a Trigorin como amante. En este sentido, y tal como se confirmará en el último acto, el personaje correspondiente a ese “hombre” que destruye a la muchacha -Nina- será efectivamente el autor mismo del argumento.

Por último, hacia el final del discurso de Trigorin en este acto se hace presente uno de los temas que esta obra vincula estrechamente al del arte: la envidia y los celos. Cuando Nina le pregunta a Trigorin si el proceso de crear o la inspiración le producen momentos felices y elevados, el escritor reconoce que tanto escribir como corregir le resulta agradable,

pero… en cuanto algo aparece ya no lo soporto, veo que no era eso, que fue un error, que no debí haberlo escrito y me siento fastidiado y deprimido. (Ríe) El público lee: “Sí, bonito, talentoso… Bonito, pero al lado de Tolstoy…” o: “un libro excelente, pero Padres e hijos de Turguénev es mejor”. Y así hasta la tumba no será más que bonito y talentoso, bonito y talentoso, nada más, y cuando me muera los amigos que pasen cerca de mi tumba, dirán: “Aquí yace Trigorin. Fue un buen escritor, pero Turguénev escribió mejor" (p.40).

Lo que la obra pone en escena, entre otros aspectos de lo artístico, es un vínculo indesligable entre el hacer artístico y la envidia: ni siquiera Trigorin, a pesar de ser célebre y exitoso, puede descansar de la frustración que produce el compararse con otros artistas.

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