“Quince hombres en el cofre del muerto…
¡Ja!¡Ja!¡Ja! ¡Y una botella de ron!
El ron y Satanás se llevaron el resto…
¡Ja!¡Ja!¡Ja! ¡Y una botella de ron!”
Esta vieja canción pirata aparece por primera vez en el capítulo 1, pero es un motivo recurrente a lo largo de toda la novela. La letra da una visión acertada sobre la vida de los bucaneros; bebida, muerte y maldición forman parte de la cotidianeidad pirata. La “botella de ron” simboliza la vida desordenada, caótica y alterada que poseen los filibusteros. Además, la canción asocia el cofre del tesoro con un hombre muerto; esta vinculación exhibe que, de alguna manera, la misión pirata siempre termina en muerte y destrucción. En este sentido, los filibusteros cantan sobre su propia caída, casi como un presagio.
“¡Si continúa usted bebiendo ron, el mundo se verá muy pronto a salvo de un terrible forajido!”
Estas palabras del doctor Livesey a Billy Bones subrayan el conflicto entre el mundo civilizado y el mundo criminal. A pesar de que Billy es un extraño para los moradores de la “Almirante Benbow”, todos le temen. Incluso el mismo señor Hawkins se niega a exigirle un pago, debido al terror que le causa el bucanero. A pesar de que Bones es un total desconocido, sin influencias políticas ni económicas, sostiene un poder extraordinario y misterioso sobre todos. El doctor Livesey, que encarna un mundo ordenado y tradicional, predice que el ron pronto matará a Billy, a quien describe como un forajido. En este sentido, Livesey juzga a los piratas a través de la óptica de sus propios valores. Sin embargo, al final de la novela, los lectores sabemos que ambas dimensiones no son tan opuestas como podría pensarse.
“El doctor quitó los lacres con sumo cuidado y apareció el mapa de una isla, con precisa indicación de su latitud y longitud, profundidades, nombres de sus colinas, bahías y estuarios, y todos los detalles precisos para llevar un barco a fondear seguro en sus costas”.
En esta cita, aparece por primera vez desplegado el responsable del avance de la narración: el mapa de la isla donde está enterrado el tesoro del capitán Flint. La minuciosa cantidad de indicaciones y pistas son fundamentales para que La Española pueda arribar a sus costas de manera sencilla, sin demasiada dificultad. Sin embargo, por sus propiedades físicas, el mapa no da cuenta de los pantanos ni las aguas estancadas repletas de enfermedades que aguardan a los marineros. De esta manera, Jim se elabora una imagen mental de la isla que contrasta fuertemente con lo que hay realmente allí.
“Trelawney (...), debo confesarle que, aunque no suelo tener mucha fe en sus descubrimientos, John Silver me agrada”.
Luego de haber conocido a la tripulación que lo acompañará a la Isla del Tesoro, el doctor Livesey confiesa su escepticismo sobre las decisiones que toma el squire. Este comentario sugiere que el conocimiento que Trelawney pueda tener sobre los asuntos del ser humano es menos confiable que la mirada práctica de un hombre de ciencia. Efectivamente, la novela le dará la razón a Livesey cuando comprobemos que toda la tripulación es, efectivamente, pirata.
“Toda la tripulación lo respetaba y obedecía. Tenía un modo especial de hablar con cada uno y a todos sabía prestarles la ayuda precisa. Conmigo tuvo la mejor disposición, y siempre lo alegraba verme aparecer por la cocina…”
Antes de descubrir que Silver es un peligroso bucanero, Jim se siente deslumbrado con la presencia de “el Largo” en la tripulación. Luego, entendemos que forma parte de los intereses del pirata hacer que todos los marineros sientan agrado por él. A pesar de que conocemos los oscuros motivos de su conducta, aún cuando su personalidad amigable puede entenderse como una forma de enmascarar sus verdaderos sentimientos, el narrador lo constituye como un personaje más agradable para los lectores que otros bucaneros. En este sentido, Pew o Israel Hands son tan crueles que ni siquiera pretenden ser personas decentes.
“Es lo que les pasa a los caballeros de fortuna. Viven malamente y corren el riesgo de ser colgados; pero comen y beben como gallos de pelea y, cuando tocan puerto, tienen los bolsillos llenos con cientos de libras en vez de unos pocos ochavos. Entonces tiran el dinero en ron y en fiestas, y luego, a la mar sólo con la camisa que llevan puesta. No es ese mi rumbo”.
En esta cita de John Silver, el personaje define a la perfección en qué consiste la vida pirata, descrita eufemísticamente como la de “caballeros de fortuna”. Así, cuenta que los bucaneros solo saben gozar del presente y sus lujos, incapaces de pensar o proyectar en un futuro próspero, ya que despilfarran el dinero en alcohol y juerga. En este sentido, “el Largo” quiere dejar en claro su diferencia con el resto de los piratas; es un hombre organizado, que no se deja tentar por la desmesura de la vida en alta mar y planifica de manera ordenada cómo seguir adelante después de los botines y tesoros.
“Me sorprendió la desenvoltura con que Silver confesaba su conocimiento de la isla. Y no pude evitar sentirme atemorizado, cuando se acercó a mí. Él ignoraba mi presencia en el barril de manzanas y que yo estaba enterado de sus intenciones, pero aun así, me infundía tal pavor sobre su duplicidad, su crueldad y su influencia sobre los demás marineros, que a duras penas pude disimular mi temblor cuando puso la mano en mi hombro”.
En esta cita, el narrador exhibe las dos caras de John Silver: frente al capitán Smolett se dispone de manera servicial para ofrecer información sobre la isla, mientras que con los otros marineros planean el sangriento motín. Sin embargo, así como “el Largo” se muestra desenvuelto, sin ningún tipo de remordimiento, también el mismo Jim esconde los sentimientos que le genera el pirata. Así, es capaz de disimular el temblor y fingir que nada pasa, a pesar de haber escuchado los terribles planes que van a llevar adelante. De alguna manera, también Jim es capaz de sobreponerse a sus sentimientos para ofrecer la fachada más útil en pos de lograr sus objetivos.
“Cuando a la mañana siguiente subí a cubierta, el aspecto de la isla había cambiado por completo. (...) En general la coloración era uniforme, de un gris triste. Los montes se destacaban claros sobre la vegetación y semejaban torres de roca desnuda. Sus formas eran extrañas”.
En esta cita, se ve la tensión entre la expectativa y realidad que se pone en juego al pisar la tierra tan esperada. Cuando Jim ve a plena luz del día el aspecto de la isla, se desilusiona notablemente por sus características físicas. Así, del alegre y soñador muchacho ya poco queda; es la misma realidad la que lo obliga a afrontar una realidad diferente a la deseada. Además, las particularidades del sitio, gris y triste, anuncian los hechos funestos que ocurrirán allí.
“Empecé a sentirme mareado, desfallecido y aterrado. La sangre caliente me corría por la espalda y el pecho. (...) Poco a poco recobré el valor, mi pulso volvió a latir con un ritmo más tranquilo y comencé a sentirme dueño de mis actos”.
Esta cita revela la madurez de Jim y su progresivo desarrollo hasta tomar conciencia de sí mismo. Si los piratas siempre están borrachos y carecen de toda habilidad para manejar las situaciones que los rodean, Jim es capaz de controlar hasta su propios signos vitales, como el latido de su pecho. Así, el muchacho, en plena posesión de sus sentidos, podrá manejar hábilmente La Española con final feliz.
“Todo el negocio de ustedes se ha venido abajo; y si quieren saber quién lo hizo, fui yo. (...) Yo soy el que se ríe; soy yo quien ha manejado todo este asunto desde el principio; y no les temo más que a una mosca”.
En esta cita, Jim revela el coraje que posee al hacerle frente a los hombres de Silver, que están dispuestos a asesinarlos. Además, pone en primer plano su orgullo personal y les confiesa que él es el verdadero responsable de todas sus desgracias. En este gesto, del pequeño Jim del comienzo de la novela, capaz de llorar frente a la muerte de un desconocido, no queda nada. Al final de la novela, el protagonista les resta total importancia a los piratas; la comparación con una mosca exhibe que los ve indefensos, inútiles e incapaces de hacerle daño.
“Ni yuntas de bueyes ni las sogas más recias conseguirían hacerme volver a aquella isla maldita; pero aún en las pesadillas que a veces perturban mi sueño oigo la marejada rompiendo contra aquellas costas, o me incorporo sobresaltado oyendo la voz del Capitán Flint que chilla en mis oídos: ‘¡Doblones! ¡Doblones!’”.
En estas líneas finales se resumen los sentimientos del protagonista sobre la aventura. Irónicamente, después de toda la ajetreada expedición, Jim descubre que no quiere ningún tipo de aventura semejante. El tono negativo con el que cierra su relato contrasta con el desenlace real: él y todos sus amigos sobrevivieron y se quedaron con parte del botín de los piratas. En este sentido, la imagen mental del narrador sobre los hechos es más importante que los hechos en sí; las pesadillas lo atormentan, revelando que su experiencia con los piratas lo marcó de manera permanente.
En este punto, es significativo que las últimas palabras de la novela sean, justamente, del loro de Silver. Esto exhibe que la vida y los valores de los bucaneros siempre perseguirán a Jim, aún cuando lleve mucho tiempo asentado en su vida civilizada.