Lolita

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El color rojo

El color rojo es recurrente en la novela. Más allá de que en la simbología tradicional del arte y la literatura el rojo es un color asociado por defecto con la pasión, el pecado, el amor y el crimen, en Lolita es mucho más una imagen poética que un símbolo cristalizado. Lo vemos en "la visión del rojo vello axilar" (p.29) de una nínfula en el parque; "los labios rojos como un caramelo rojo lamido" (p.57) de Lolita, que se los pinta constantemente a lo largo de la novela; la recurrente "edénica manzana roja" (p.136) que la niña lleva entre las manos. Lolita "tenía una piel delicada que después de un llanto prolongado se inflamaba y enrojecía, lo cual le daba una mórbida seducción" (p.81). Lolita le muestra a Humbert, al pedirle que le devuelva la manzana, "las palmas de sus manos, que parecían de mármol rojizo" (p.73).

Enumerar y pensar los objetos significativos, casi cinematográficos podríamos decir, de color rojo en Lolita puede ser una tarea titánica. Cabe resaltar los más memorables: los labios de Lolita, por supuesto; la constante bata de Charlotte, su madre; las uvas, manzanas; la piel de Lolita; el coche que Clare Quilty utiliza para perseguirlos hasta que Humbert se da cuenta; los caminos son rojizos, los taludes son rojos, los sillones en los que Lolita lee sus revistas en vestíbulos de hoteles y la Roca Roja desde la cual una estrella de cine se lanzó al vacío hace no tanto.

El rojo prima en las imágenes poéticas por sobre cualquier otro color en la novela. Como ejemplo podemos dejar una de las más emblemáticas. Humbert dice que, de haber sido artista y haber podido pintar el mural del hotel Los Cazadores Encantados, habría pintado "un ópalo de fuego disolviéndose en un estanque ondulado, un último latido, un último dejo de color, rojo penetrante, rosa punzante, un suspiro, una niña que hace una mueca de dolor" (p.165).

La piel de Lolita

La piel de Lolita es la imagen más recurrente en todas las descripciones que Humbert hace de la nínfula; "¡Maravillosa piel, oh, maravillosa!: suave y tostada, sin el menor defecto" (p.53). Su piel es un imán para Humbert. Si el deseo está exacerbado por la distancia con su objeto, la piel representa el primer contacto con Lolita, y estos primeros contactos son descritos con lujo de detalle. Por ejemplo, dice Humbert luego de tocar a Lolita: "La palma de mi mano estaba aún llena del marfil de Lolita, de la sensación de su espalda suavemente curvada de preadolescente, de la sensación de su piel, suave como el marfil, que no estaba bajo la delgada tela de su vestido al subir y bajar la mano mientras la tenía abrazada" (p.84).

La piel de Lolita es lo que le da la pauta a Humbert de sus estados de ánimo: cuando se enrojece por el llanto, cuando apenas toma un rosado propio de la vergüenza, cuando se inflama de ira. Las descripciones de la piel de Lolita exacerban el costado superficial de la devoción que Humbert siente por ella y que se expondrá en toda su magnitud al final del texto.

La prisión

Diferentes imágenes de la prisión recorren el texto. Humbert se encuentra preso mientras escribe su confesión, por lo cual este es el primer encierro con el que nos topamos. Sin embargo, todas las imágenes poéticas asociadas a la prisión están vinculadas a la cárcel que representa el deseo (para Humbert) y el enclaustramiento y secuestro (para Lolita). Humbert tiene plena conciencia del hecho de que mantiene cautiva a Lolita. Recuerda con respecto al viaje que "(…) de cuando en cuando alquilaba una cabaña con dos camas o una cama y un catre, una celda paradisíaca, aunque no por eso dejaba de ser la celda de una cárcel, con persianas amarillas bajadas para que, al despertar por la mañana, tuviéramos la ilusión de estar en Venecia, en medio de un sol resplandeciente, cuando, en realidad, estábamos en Pensilvania y llovía" (p.177).

Además, por otra parte, Humbert amenaza a Lolita con enviarla a un reformatorio en más de una ocasión si no cede a sus deseos. “Mientras yo me aferro a los barrotes, a ti, afortunada niña abandonada, te enviarán a cualquiera de los siguientes establecimientos penitenciarios, más o menos iguales: el correccional de menores, el reformatorio, el centro de prisión preventiva de menores, a la espera de que el juez dicte sentencia, o el orfanato, una de esas residencias para niñas donde harás labores, cantarás himnos y, los domingos, comerás pasteles rancios" (p.185). Como podemos ver en la anterior cita, no sólo está la amenaza de la prisión efectiva y literal para Lolita, sino que la prisión también se presenta como una imagen para ilustrar la situación de Humbert. Presa del deseo, recurre varias veces a la idea de celda o prisión para referirse a su estado de obsesión extrema.

Por último, no está de más reponer, pensando en la imagen de la prisión, parte del epílogo de Lolita, en el cual Nabokov habla de la primera vez que surgió en él la idea general de la novela: "El primer débil latido de Lolita vibró en mí a fines de 1939 o principios de 1940, en París, cuando estaba en cama con un severo ataque de neuralgia intercostal. Si no recuerdo mal, el estremecimiento inicial de la inspiración fue provocado, en cierta medida, por un relato periodístico acerca de un chimpancé del Jardin des Plantes que, después de meses de pacientes esfuerzos por parte de un científico, hizo el primer dibujo realizado nunca por un animal: mostraba los barrotes de la jaula de la pobre criatura" (pp.381-382).

El cigarrillo

Para empezar, el cigarrillo es una de las marcas fundamentales de Charlotte. La madre de Lolita continuamente tiene un cigarrillo en la mano, y junto con sus gestos Humbert está pendiente del humo y la ceniza de sus cigarros. También Clare Quilty fuma, tanto en el póster que Lolita atesora en la pared de su habitación, que publicita una marca de tabaco, como cuando se conocen en el porche del hotel. El humo del cigarrillo es una de las tantas cosas que impiden que Humbert aprecie las facciones de Quilty en la oscuridad.

La imagen final de Lolita, la que se lleva Humbert a la tumba, está marcada por el cigarrillo. Su madre era una fumadora empedernida por su condición de aspirante a femme fatale, por su necesidad de parecerse a las estrellas de cine, como Clare Quilty: Lolita también fuma y eso la emparenta, según Humbert, con su madre (y, según la inferencia sugerida al lector, con su ídolo y amor Clare Quilty). Humbert ve en Lolita los gestos de Charlotte al pitar de su cigarrillo, y esta imagen le provoca el máximo dolor: "Arrojó la ceniza de su cigarrillo, con un rápido golpe del índice, hacia el hogar, exactamente como solía hacerlo su madre. Y después, como su madre, ¡oh, Dios mío!, se quitó con la uña un fragmento de papel de cigarrillo pegado al labio" (p.339).

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