Resumen
Humbert busca a Lolita por todo el hotel sin éxito. Finalmente, la encuentra en la terraza. Lolita juega con un pequeño perro cuando Humbert se da cuenta de que un hombre la mira también desde detrás de un árbol. La expresión del hombre le parece idéntica a la de Lolita, un aire erótico y de satisfacción recorre los gestos de ambos. Además de esto, Humbert encuentra un parecido entre el hombre y Gustave Trapp, su primo suizo que detesta.
Ya en la ciudad de Elphinstone, Lolita le parece a su padrastro excesivamente silenciosa y apagada. Dice, al llegar al motel, que se siente mal, descompuesta. Humbert igualmente busca manosearla, cree que la dolencia es una mentira para no acceder a sus deseos carnales. Finalmente le toma la temperatura: efectivamente la niña arde de fiebre. A pesar del miedo de que se descubra el vínculo, decide llevarla al hospital.
Lolita pasa varios días internada. Una enfermera, Mary, conversa con ella. En una de las visitas de Humbert, Lolita le pide todos sus vestidos. Casualmente, esos días, él enferma también, y ante la imposibilidad de acercarse al hospital, decide enviarle dos paquetes con las pertenencias a través de Frank, un trabajador del motel. Imagina que Lolita va a mostrarle sus vestidos a Mary. Sin embargo, al día siguiente, cuando se siente mejor, Humbert telefonea al hospital y se encuentra con que a Lolita le han dado el alta el día anterior: "a eso de las dos, su tío, el señor Gustave, había ido a buscarla con un cachorro de cocker spaniel, una sonrisa para todos y un Cadillac negro" (p.303).
A partir de aquí, frenético, Humbert comienza una búsqueda desesperada en su coche por todas las carreteras de Estados Unidos. Se registra en ese viaje en trescientos cuarenta y dos hoteles, moteles y casas que alquilan habitaciones. Se da cuenta de que el hombre que se llevó a Lolita se registró en muchos de ellos dejando pistas falsas, nombres significativos que no llevan a ningún lado. Estas pistas no establecen la identidad del secuestrador, pero sí su personalidad. Nombres como G.Trapp dejan en evidencia la traición de Lolita y la intención burlona del secuestrador.
Sin éxito en su búsqueda, Humbert relata los hechos que siguieron a la pérdida de Lolita, tres años atrás. Necesitado de cuidados, se vincula con Rita, que acaba de divorciarse de su tercer marido. Las cosas con ella funcionan como lo hicieron con Valeria o Charlotte, Humbert sigue deseando a las nínfulas. A la alcohólica y errática Rita lo une una amistad que no alcanzará para que él se quede a su lado: ante la llegada de una carta de Lolita, imprevista, Humbert deja para siempre a Rita mientras duerme, con una nota y un beso en la frente.
En la carta, Lolita le pide a Humbert dinero y le dice que está embarazada. Está casada con un hombre llamado Dick y firma la epístola como "Dolly (señora de Richard F. Schiller)" (p.328). Humbert encuentra la dirección, en la calle Cazador. A pesar de que ella le pidió un cheque, él se apersona en la puerta. Lolita se sorprende, pero lo deja entrar. Humbert le dice que no busca a Dick, que ella sabe a quién busca. La joven teme, su marido Dick no sabe nada de lo que sucedió entre ella y su padrastro. Humbert dice que ante la insistente pregunta sobre su secuestrador Lolita "pronunció el nombre que el avispado lector, seguramente, ha adivinado hace mucho tiempo" (p.334).
Dick y Bill, un amigo que ayuda a Dick a hacer trabajos en la casa, se acercan a tomar una cerveza y se presentan. Hablan de los planes de la joven pareja de ir a vivir a Alaska. Cuando Bill y Dick se retiran, Humbert y Lolita siguen conversando. Ella le cuenta todo lo sucedido con Quilty luego de irse del hospital: que al hombre le gustaban las niñas, que ella lo sabía, que él sabía que ella lo sabía. Que había intentado que ella hiciera cosas que no deseaba y, ante su negativa, la había echado de su lado. Luego de eso, ella y Fay estuvieron un tiempo juntas, encontraron trabajos y luego Lolita conoció a Dick.
A pesar de que Lolita no es ya una nínfula, Humbert se da cuenta de que la quiere más que a nada en la vida. Le propone que deje todo y que se vaya con él. Lolita malentiende las palabras de Humbert y le pregunta si es que le dará el dinero a cambio de que ella vaya con él a un motel. Humbert, triste, vuelve a explicarle y a suplicarle. Ella se niega. Igualmente, su frustrado padrastro le da un cheque por cuatro mil dólares. Rompe en llanto. Ella le dice, con mucha tranquilidad, que no iría con él jamás, que antes que eso volvería con Clare Quilty. Humbert escribe: “[Lolita] no encontró las palabras. Se las proporcioné mentalmente (Él me destrozó el corazón. Tú destrozaste mi vida)” (p.343). Ella despide a Humbert mientras él se sube en el coche que le pertenece a Lolita, pero que la joven no acepta recibir, ya que es el coche en que tantos viajes hicieron.
En esta etapa ya vamos terminando como lectores de atar cabos. Sabemos por el prólogo que "La señora de 'Richard F. Schiller' murió al dar a luz a una niña que nació muerta" (p.10) y sabemos por Lolita que ella es "Dolly (señora de Richard F. Schiller)" (p.328). Sabemos, por ende, que Lolita morirá en pocos meses a partir del encuentro con Humbert. Sabemos también ahora quién es, efectivamente Clare Quilty.
Pero mucho antes que eso, Humbert reflexiona en un restaurante de la ruta. Recuerda el descubrimiento de la expresión de Lolita cargada de un "desamparo tan absoluto” en el "límite de la injusticia y la frustración” que explicaba su "neutralidad espiritual" (p.349). Recuerda cómo lo impresionó, en sus palabras, "el hecho de que, sencillamente, no sabía una palabra acerca de la mente de mi niña querida" (p.349). Recuerda, también, la visita en Beardsley del padre de una compañera de la escuela de Lolita llamada Avis, cuando Lolita y él aún vivían juntos.
En el recuerdo, Humbert no tiene otro remedio que invitar al señor Avis a pasar. Lolita juega en la mesa con un cuchillo mientras su compañera, Avis, se cuelga con ternura del cuello de su padre. Humbert advierte que, al ver las muestras de cariño entre la compañera y su padre, la sonrisa de Lolita se desdibuja. Su cuchillo se cae y le golpea el pie. Va hasta la cocina, con el llanto asomando, y su amiga Avis la sigue para consolarla. Avis "tenía aquel papá tan rosado, tan gordo y maravilloso, y un hermano pequeño igual que regordete que ella, y una hermanita recién nacida, y un hogar, y dos perros sonrientes, mientras que Lolita no tenía nada" (p.352). Humbert, que siempre prefirió "la higiene mental de la no interferencia" (p.353) en situaciones como esta o en aquellas en las que Lolita extrañaba visiblemente a su difunta madre, pone en palabras algo que le resulta muy triste: "a lo largo de nuestra singular y bestial cohabitación se había hecho cada vez más claro, para mi convencional Lolita, que aún la más miserable de las vidas familiares era preferible a aquella parodia de incesto que, en definitiva, fue lo único que pude ofrecer a la pobre huérfana" (p.353).
Luego del vívido recuerdo, Humbert va con el coche hasta Ramsdale y pasa por la vieja casa de Lolita. Con un plan, visita al Dr. Quilty, odontólogo y tío de Clare Quilty, director de teatro y secuestrador de Lolita. Logra averiguar el paradero del sobrino del dentista y con su pistola se dirige a la Mansión Grimm.
Una vez allí, al sorprender a Quilty borracho, con su bata púrpura y desgreñado, tienen un diálogo que no es el que Humbert (al igual que el lector) esperaba. El dramaturgo lo confunde con alguien llamado Brewster, y se queja de cómo la gente tiene la manía de entrar a su mansión sin avisar. Humber le pregunta si recuerda a Lolita, a Dolores Haze, Dolly. No hay caso. Quilty no le presta la más mínima atención y no parece temer a la pistola que Humbert empuña: “Quilty, quiero que se concentre. Morirá dentro de un instante” (p.365), dice. Le pregunta nuevamente por la niña que raptó, Dolly. Quilty se indigna de repente, niega rotundamente haberla raptado: “La salvé de un bestial pervertido. (...) ¿Sabe una cosa? No hice nada con su Dolly. Soy prácticamente impotente, para decir la melancólica verdad. Y le proporcioné unas vacaciones espléndidas” (p.366).
De repente, Quilty embiste a Humbert, que pierde la pistola en el asalto. Ruedan. El arma yace en un rincón, vuelven a forcejear para recuperarla, es Humbert quien lo logra y le extiende a Quilty un papel. Es un poema que debe leer en voz alta, y que comienza con un verso que se repite a lo largo del texto: “Porque sacaste ventaja de un pecador” (p.368).
Quilty, que no pierde su comicidad, felicita a Humbert por el poema, pero le dice que la “farsa de la pistolita se está volviendo pesada y peligrosa” (p.370). Busca resolver esto rápido sobornando a Humbert, a quien todavía llama Brewster. No lo logra, vuelven a forcejear y con un violento movimiento Quilty se sienta al piano y comienza a tocar. Una bala lo alcanza, se levanta del piano, grita, corre hacia el vestíbulo, sube una escalinata. Se mete en la cama y se envuelve en las cobijas.
Cuando Humbert baja encuentra a varias personas en la sala, bebiendo el alcohol de Quilty, riendo. “Acabo de matar a Clare Quilty” (p.374) les dice. No le creen, le ofrecen un trago. Humbert se va de la casa y maneja. Sabe que pronto van a atraparlo. Evoca “un último espejismo de asombro y desamparo” (p.377), el recuerdo de una vez en la que frenó, solo y buscando a Lolita por las carreteras de Estados Unidos, para vomitar. Esa tarde comenzó a ascender un sonido de voces desde un abismo: “¡Lector! Lo que oía no era más que la melodía de los niños que jugaban, sólo eso (...). Y entonces comprendí que lo más dolorosamente lacerante no era que Lolita no estuviera a mi lado, sino que su voz no formara parte de aquel concierto” (p.378).
“Hace cincuenta y seis días, cuando empecé a escribir Lolita, pensé que emplearía estas notas in toto durante mi juicio, no para salvar mi cabeza, desde luego, sino mi alma” (p.379) dice Humbert. Ha decidido que, al contar detalles muy íntimos sobre Lolita, la publicación del texto debe ser diferida y hacerse sólo cuando Lolita haya muerto.
Análisis
A partir de los capítulos anteriores, y en estos más aún, Lolita comienza a parecerse a una novela negra. Como en las películas de gángsters, esas que tanto le gustan a la niña, Humbert y Lolita se ven perseguidos por coches misteriosos y hombres extraños y sombríos. Humbert empieza a caer en el papel de un protagonista de cine negro, adoptando un lenguaje y hábitos propios de este estereotipo, bebiendo en exceso y llevando el arma en el bolsillo a donde sea que va. La combinación entre la paranoia de Humbert, los misteriosos coches y las inexplicables ausencias de Lolita hacen que la situación parezca realmente terrible. Desesperado, recurre a la violencia, con la esperanza de eliminar su creciente temor eliminando a su sombrío supuesto detective acechante, al que se refiere como “Trapp” ya que es “el sosias” (p.282) de su primo sueco Gustave. Lo llamará a partir de aquí “el sosias de Trapp” durante casi todo el texto.
El motivo de las mariposas continúa en estos capítulos, Lolita ha sufrido una transformación y pronto volará: mientras que antes Lolita representaba a la amada idealizada, ahora representa a la femme fatale. La femme fatale es un personaje crucial en el género del cine negro del cual ya tuvimos una suerte de parodia en la Parte I, bajo la figura de Charlotte, a quien Humbert ridiculiza sin escrúpulos (Ver sección “Otros: Lolita y el cine”). Si Humbert es el detective enloquecido y borracho, Lolita es ahora una mujer fatal. Las femme fatales son personajes crueles, pero irresistibles. Lolita se vuelve cada vez más indiferente a la degradación de Humbert. Lo seduce para que confíe en ella sólo para traicionarlo luego. Por ejemplo, Lolita atrae a Humbert a la producción de verano de la obra de Quilty en la ciudad de Wace, pero luego oculta lo que sabe sobre Quilty al salir del teatro. Luego, desafía a Humbert borrando en secreto el número de matrícula del coche del dramaturgo. La pequeña oruga parece, a ojos del cazador, haberse convertido en una hermosa y maléfica mariposa que está a punto de escaparse.
Sin embargo, debemos tener en cuenta que, aunque Humbert parece haber caído en este thriller criminal sin saberlo, sigue siendo el narrador del relato. Esto significa que controla el corrimiento de género, y que la decisión de ponerse a sí mismo como el desventurado detective es, en última instancia, suya. Lolita puede aparecer como una mujer fatal en estos capítulos, pero su interioridad y sus intenciones siguen siendo tan opacas para el lector como antes: nunca se aclara, por ejemplo, si Lolita es quien elucubra el plan de escape o si simplemente actúa siguiendo las instrucciones de Clare Quilty. Del mismo modo, lo que Humbert interpreta como un cruel complot para destruirlo es posiblemente, en realidad, el accionar desesperado de una adolescente que intenta escapar de una situación opresiva y vejatoria.
Como bien dijimos, en estos capítulos repentinamente Lolita parece convertirse en una novela detectivesca. Después de perder a Lolita en el hospital, Humbert emprende una búsqueda inútil, visitando todos los lugares por los que alguna vez viajó con Lolita. Descubre coincidencias aparentemente increíbles, como cuando se da cuenta de que él y Lolita se conocieron en el 342 de la calle Lawn, y consumaron su relación en la habitación 342 de Los Cazadores Encantados, y a su vez se registraron en 342 hoteles de todo Estados Unidos. Sin embargo, estas pistas se asemejan al vínculo que establecimos anteriormente entre la invención de la “tía Clare” por parte de Humbert y el nombre de Clare Quilty: son señales inconducentes, coincidencias que no aportan nada, sólo una sensación fantasmagórica y paranoide que enloquece a Humbert.
Del mismo modo, las señales que el secuestrador de Lolita ha esparcido por el camino no son más que bromas, desvíos maliciosos. Como dice Humbert, proporcionan información sobre la personalidad del secuestrador, pero no son pistas concretas para establecer su identidad. Puede presuponer que el misterioso secuestrador es ingenioso y culto, y comparte el interés de Humbert por los juegos de palabras. Podemos presuponer también que Lolita ha traicionado a Humbert contándole a Quilty sus intimidades, ya que en uno de los hoteles el dramaturgo se registra como “G.Trapp” (p.309).
Humbert renuncia finalmente a encontrar a Lolita. El misterio de la desaparición de la niña no puede ser resuelto por ningún tipo de investigación ordinaria. La trama detectivesca falla, todo es una gran broma sin sentido y, como cabe recordar, Humbert es un criminal, por lo cual es difícil que pueda encontrar a alguien siendo él mismo quien también busca ocultarse.
Por otra parte, Humbert niega ser un pedófilo ordinario. Cree que, más que significar algún tipo de tendencia desviada, su amor por las jóvenes demuestra su refinado sentido estético. Al vincular a todas las niñas posteriores con la niña original, Annabel Leigh, Humbert también sitúa a las nínfulas dentro del marco narrativo de su propia vida. Las nínfulas se convierten en símbolos del romanticismo profundo e innato de Humbert, y no en víctimas de sus apetitos inmorales. En esta parte de la novela, su actitud hacia las niñas se modifica. Ahora que ha perdido a Lolita, Humbert sigue sintiéndose atraído sexualmente por las jóvenes, pero reprime ese deseo con más fuerza y ya no puede imaginarse teniendo sexo con ellas.
En la situación de encuentro entre Clare y Humbert en la mansión del dramaturgo, nos vemos arrastrados a determinar como lectores (como parte del jurado) si los crímenes de Clare Quilty son de mayor gravedad que los de Humbert. Humbert argumenta que sus sentimientos hacia Lolita son románticos y puros, mientras que los de Quilty son netamente sexuales y perversos. Humbert siempre ha situado su relación con Lolita en un contexto artístico más amplio, comparando, como bien vimos, a los dos con figuras de la literatura y la historia (Dante, Catulo, Petrarca). Clare también es un artista, pero produce el tipo de arte que Humbert denigra por vulgar y poco sutil. Dado que Humbert siempre ha intentado -sin éxito- cultivar el gusto por las bellas artes en Lolita, el hecho de que esta crea que Clare es un "genio" parece cruelmente irónico para con Humbert. A su vez, Humbert se siente asqueado por el intento de Clare de utilizar su condición de artista para escudar su comportamiento perverso. Sin embargo, Humbert hace exactamente lo mismo. Este diálogo trae de vuelta a la mesa el motivo del doble (Quilty-Humbert) y el motivo del teatro y la simulación. Todo aquello que Humbert achaca a Lolita (haberse convertido en una embaucadora gracias al teatro) o a Quilty (haber usado sus aptitudes artísticas para cautivar), son maniobras que él mismo ejecuta en el texto para seducir a la audiencia. Como bien dijimos al comienzo de este análisis, la presencia fantasmagórica de Quilty, su distancia física y sus apariciones siempre en la oscuridad no permitían que Humbert lo vea realmente. Esto se podía traducir como la imposibilidad de Humbert de verse realmente a sí mismo en toda su dimensión, cosa que en esta última parte efectivamente sucede. En estas últimas páginas hay de parte de Humbert, finalmente, cierta comprensión de la dimensión de sus actos.
A medida que Humbert concluye su presentación ante el jurado de sus lectores, la cuestión del castigo apropiado debe ser abordada. Humbert plantea explícitamente la cuestión de su propio castigo dos veces en esta sección, primero en el Capítulo 31 y luego en el 36. En el Capítulo 31, Humbert sugiere que ningún castigo legal podría ser suficiente y apropiado para sus crímenes, porque nada podría hacer que “Lolita olvidara cuán torpemente la había utilizado para satisfacer mi lujuria” (p.348). En el Capítulo 36, Humbert recomienda que se le condene, aunque no puede abogar por la pena de muerte, ya que se opone moralmente a la pena capital: “De haber comparecido ante mí, de ser yo quien me juzgara, habría condenado a Humbert a treinta y cinco años de cárcel por violación y habría desechado el resto de las acusaciones” (p.379). La novela se niega a ofrecer un cierre sobre el tema del castigo de Humbert por su crimen. No vemos jamás a Humbert juzgado, ya que, como sabemos por el prólogo, muere en la cárcel antes de llegar al juicio. La tarea de valorar la culpabilidad de Humbert e imaginar una sentencia queda a merced del lector.
Al final de la novela, Humbert deja de presentar su caso al jurado, y se dirige directamente a Lolita. Humbert no suplica por su perdón, pero intenta tender un puente con ella. Le dice que piensa “en los bisontes y ángeles, en el secreto de los pigmentos perdurables, en los sonetos proféticos, en el refugio del arte. Y esta es la única inmortalidad que tú y yo podemos compartir, Lolita mía" (p.380). Aquí, Humbert alude a varias figuras de la historia del arte, desde los bisontes (iconografía rupestre ancestral) y los ángeles (la iconografía religiosa de los antiguos), plasmada en sus pigmentos duraderos. El arte que perdura es un tema importante aquí, los sonetos proféticos remiten a los sonetos de William Shakespeare en los que predijo que sus poemas vivirían para siempre: la única justificación que da Humbert para haber vivido un tiempo más que Quilty es que tenía como objetivo inmortalizar a Lolita en este texto.
Al igual que los "sonetos proféticos" de William Shakespeare, con el objetivo de que la narración y la belleza de su Lolita vivan para siempre, Humbert ofrece su obra de arte como regalo y ofrenda de penitencia a la nínfula. Sin embargo, la cuestión de si el talento artístico de Humbert puede mitigar su culpa moral, si es que hay salvación para Humbert a través del arte, es puesta en duda. Humbert cree que la verdadera depravación de su crimen reside en la destrucción gratuita de lo bello: Lolita. Si consigue recuperar esa belleza perdida en otra creación, la novela Lolita, ¿puede enmendarse el daño? Tendemos a creer que no, o al menos que no es Humbert quien se salvará, sino simplemente Lolita, la obra de arte, la novela, la poesía, la imagen de Lolita que Humbert construyó, la nínfula. La verdadera Lolita, la niña que fue sistemáticamente violada durante dos años y secuestrada una y quizá dos veces, muere al dar a luz a una niña muerta antes de alcanzar la mayoría de edad. Sería más que forzado, inclusive cínico, creer que hubo para esa Lolita salvación alguna. Cabe aquí reponer el hecho de que Nabokov, en una entrevista de la cual aportamos un extracto en la sección "Enlaces relacionados", aclara que la nínfula como tal solo existe en la mente de Humbert, en su obsesión. Que no hay cosa tal como la "lolita" que los medios de comunicación construyeron y con la cual Nabokov discrepaba. Sin embargo, hasta el día de hoy, la cultura popular ha tomado una imagen de "lolita" como una adolescente algo mayor que la verdadera (Lolita tiene 12 años en el texto), con curvas (Lolita tiene las crestas ilíacas aún sin desarrollar, entre otras cosas, ya que es una niña) y, como bien dice Nabokov, con una perversidad y sexualidad más exagerada que la que él imaginó en su texto. Para él la imagen de Lolita ha sido, directamente, falseada.
Volviendo a la novela, esta termina del mismo modo que comienza, con la palabra "Lolita". Nabokov llama la atención sobre las cualidades formales de la novela y sobre la materialidad de las palabras al enmarcarla en el nombre de la niña. Refuerza la idea de que Lolita no representa una efusión espontánea de emociones, sino un relato deliberado, compuesto de una serie de acontecimientos por demás perturbadores, sí, pero también de un conjunto de imágenes poéticas y recursos narrativos que denotan el minucioso trabajo de Nabokov. No es inapropiado, por supuesto, responder a Lolita emocionalmente y se encuentra dentro de lo esperable que la novela genere un juego incómodo de rechazo y atracción, propio del morbo ante el tabú: lo que sí podemos decir es que una respuesta netamente emocional es una respuesta incompleta. Independientemente del probable rechazo ante el relato, Lolita nos obliga a detenernos ante su belleza literaria e interrogarnos, entonces, sobre los aspectos morales de la apreciación del arte. Aquí reside uno de sus grandes valores.