Resumen
"Entonces comenzaron nuestros prolongados viajes a lo largo y lo ancho de los Estados Unidos" (p.177), escribe Humbert y hace una larga enumeración de los hoteles, cabañas y posadas que visitaron con Lolita a lo largo del año. Según él, en un primer tiempo, los sobornos de Lolita no existían aún, y ella se sometía fácilmente a su voluntad. Algunas veces hubo de amenazarla; "(...) la amenaza del reformatorio es el [método de persuasión] que recuerdo con el más hondo gemido de vergüenza" (p.183). De ese modo se asegura la cooperación de su hijastra. Lolita, sin embargo, comienza a ser cada vez más consciente de su poder sobre Humbert y se rebela y encapricha con mayor frecuencia.
Humbert dice que, por consejo de su abogada, debe dar aquí un informe preciso del itinerario de ese viaje. Pero no puede hacerlo. El viaje no tuvo rumbo fijo y, por ende, llegaron inclusive a rondar los mismos lugares una y otra vez, hasta "recalar en la académica ciudad de Beardsley" (p.189). A pesar de no recordar el itinerario exacto, Humbert hace a partir de aquí una lista de todas las atracciones turísticas que visitaron con Lolita, desde las más célebres a las más insignificantes.
En el viaje Lolita y Humbert tienen altercados, importantes y triviales. Los peores suceden en Virginia, en un motel en el que Lolita pregunta a Humbert por cuanto tiempo seguirán viviendo en "cabañas hediondas, haciendo marranadas a todas horas" (p.195). Humbert hace que Lolita lo acompañe a veces a ver a otras niñas salir de la escuela para deleitarse con ellas mientras su hijastra lo acaricia. Lolita poco a poco adquiere una idea de lo que sucede. Lee en una revista, en voz alta, desnuda sobre la erección de Humbert que le resulta indiferente, lo siguiente: "¿Se reducirían los delitos sexuales si los niños hicieran caso de algunas advertencias? (...) No aceptes caramelos de desconocidos, ni subas a sus coches si te invitan a dar un paseo. Pero, si aceptas que te lleven, anota la matrícula del automóvil (...)" (p.204). El artículo recomienda a los niños que no tienen lápiz que arañen el número en algún lugar del camino. Lolita se burla.
Ambos se instalan en Beardsley, por la existencia de una escuela privada para niñas y una universidad femenina. Al llegar, como su amigo Gaston Godin le advierte, la escuela no es lo que Humbert espera. En la admisión, la directora Pratt le dice que el interés de la escuela no está tanto puesto en el cultivo de la mente de la niña como en su integración a su grupo social. Igualmente, Lolita se inscribe en esa escuela, principalmente porque Humbert puede ver, desde la casa que alquilaron, el patio de ese centro de enseñanza y vigilarla. El profesor Gaston Godin y Humbert juegan ajedrez; él lo más cercano a una amistad que puede tener Humbert.
En el Capítulo 7, Humbert dice tener que enfrentarse a la tarea de registrar la definitiva caída moral de Lolita. Se refiere mayormente a cómo Lolita comienza a tomar partido del deseo de su padrastro pidiendo cada vez más dinero y luego permisos para participar en las actividades teatrales de la escuela. Lolita mantiene un fuerte interés en el teatro a lo largo de todo el relato, a pesar de que Humbert lo menciona siempre al pasar. El temor de Humbert, en todo momento, es que Lolita junte el dinero suficiente para marcharse. Finalmente, cuenta cómo algunas veces inclusive llega a arrastrarse hasta el regazo de Lolita suplicándole, mientras ella, exasperada, le dice "¡Por el amor de Dios, déjame en paz!" (p.237).
Análisis
Desde el punto de vista de Humbert, europeo y poco entusiasta con el entorno, Nabokov compone su versión de la road novel, esa novela de viajes que impone a la carretera como un tercer protagonista. Como el objetivo de Humbert es evadir la mirada indiscreta de la sociedad sobre su idilio con Lolita, es poco lo que disfruta con ella del paisaje.
A pesar de que visitan todos los lugares sugeridos por las guías de viajes que consultan, sobre todo aquellos que Lolita desea visitar, ya que Humbert viajando también se propone entretenerla, las descripciones de estos son breves y contundentes. Contrastan con las descripciones que el narrador hace de la nínfula, de su aspecto, de la atracción que siente hacia ella. Contrastan, también, con la descripción que hace de los moteles y de detalles menores que tienen que ver con la idiosincrasia americana. Como muchos inmigrantes, incluido Nabokov, Humbert se siente a la vez horrorizado e intrigado por la cursilería americana. En particular, se fija en los raros nombres de los destinos en el mapa y en las particularidades de ese invento populista estadounidense que es el motel. Humbert sí aprecia la belleza natural de Estados Unidos, incluso cuando admite que su viaje, motivado por una relación prohibida, no le hace justicia.
Lolita está aún menos encantada con su estilo de vida vagabundo que Humbert. Prefiere el cine, sus revistas y la compañía de extraños, a los destinos vagamente educativos, en su mayoría turísticos. Humbert fracasa en sus esfuerzos por comentar con Lolita las diversas atracciones turísticas del camino, ya que él mismo no está especialmente interesado en nada más que en satisfacer su lujuria. A diferencia de los relatos de viaje más reverenciales, en las que los viajeros adquieren una comprensión más profunda del mundo y de sí mismos a través de sus aventuras, el viaje de Humbert y Lolita es, en última instancia, una excusa, un vagabundeo de tropiezos de un lugar a otro sin ningún crecimiento espiritual o significado más profundo.
Humbert se ha adentrado finalmente en un mundo sin límites morales y tabúes, internos o externos. Se mantiene al margen de las normas de la comunidad y consigue convencer a la mayoría de la gente de que es simplemente un padre sobreprotector. Al no permanecer mucho tiempo en ningún sitio, consigue casi siempre eludir la mirada vigilante de la sociedad. Decimos "casi siempre" porque, efectivamente, es descubierto acariciando a Lolita dos veces. En una de ellas son vistos por una mujer con sus niños. En esta ocasión, Humbert y Lolita corren desnudos con la ropa hasta el coche. En esta escena, se hace literal en el relato de Humbert la opresión que ejerce sobre Lolita: "Con la tranquila orden que damos con un murmullo a un animal asustado y aturdido, pero bien adiestrado, incluso en el más apretado de los casos (¿Qué loca esperanza, u odio, hacen que latan los flancos de la joven bestia? ¿Qué negras estrellas horadan el corazón del adiestrador?), indiqué a Lo que se levantara (...)" (pp.208-209). La imagen de la prisión, al cautiverio, es recurrente en el texto. Aplica a Lolita, pero también, como veremos más adelante, a la propia situación de Humbert, presa de la obsesión. Humbert también describe por momentos este cautiverio sin explicitar quién es el cautivo: "(…) de cuando en cuando alquilaba una cabaña con dos camas o una cama y un catre, una celda paradisíaca, aunque no por eso dejaba de ser la celda de una cárcel, con persianas amarillas bajadas para que, al despertar por la mañana, tuviéramos la ilusión de estar en Venecia, en medio de un sol resplandeciente, cuando, en realidad, estábamos en Pensilvania y llovía" (p.177). Esta imagen se vincula estrechamente con aquello que inspiró por primera vez a Nabokov en relación a Lolita: "El primer débil latido de Lolita vibró en mí a fines de 1939 o principios de 1940, en París, cuando estaba en cama con un severo ataque de neuralgia intercostal. Si no recuerdo mal, el estremecimiento inicial de la inspiración fue provocado, en cierta medida, por un relato periodístico acerca de un chimpancé del Jardin des Plantes que, después de meses de pacientes esfuerzos por parte de un científico, hizo el primer dibujo realizado nunca por un animal: mostraba los barrotes de la jaula de la pobre criatura" (pp.381-382). Pasajes como éstos enfatizan el hecho de que, si bien Humbert intenta componer entre otras cosas una historia de amor, es también en parte consciente de que Lolita es la historia del secuestro y el abuso periódico durante dos años de una preadolescente.
Aunque se preocupa constantemente por la ley, Humbert rara vez experimenta algún obstáculo por parte de las autoridades oficiales. En cierto modo, esta libertad indica una ceguera voluntaria por parte de la sociedad. Humbert, aunque en algunos momentos teme, generalmente se siente libre de hacer y deshacer a su modo. Antes de su primer encuentro sexual, los sueños de Humbert se limitaban a drogar y acariciar a Lolita, sin llegar a tener sexo con ella. Ahora Humbert, como bien dijimos, abusa de ella periódicamente. También comienzan los sobornos durante el viaje, con promesas de visitas a lugares, dinero y dulces. Aterroriza a Lolita para que se quede con él amenazándola con el reformatorio: “Mientras yo me aferro a los barrotes, a ti, afortunada niña abandonada, te enviarán a cualquiera de los siguientes establecimientos penitenciarios, más o menos iguales: el correccional de menores, el reformatorio (...) o el orfanato (...)” (p.185). Luego de estas amenazas, también redobla sus esfuerzos con respecto al soborno, una táctica que sabe que está corrompiendo la moral de Lolita profundamente. De hecho, veremos cómo a medida que avanza la novela, Lolita considera que su relación con su padrastro es cada vez más financiera.
Por las noches, Humbert oye los sollozos de Lolita. Aunque le causan dolor, no le hacen reconsiderar sus planes para ella. Sigue convencido de que puede hacer feliz a Lolita y mantener intacta su relación sexual.
Aunque Humbert no se preocupa de si Lolita disfruta de su relación carnal, sí cree que su experiencia sexual la ha hecho irresistible para los hombres. No termina de comprender si Lolita tiene conciencia de su potencial erótico, pero está claro que disfruta de la compañía masculina en general. Su coquetería puede verse como una precocidad sexual o, tal vez, como un intento velado de intentar vincularse con la sociedad, ya que se siente atraída por las familias y por los hombres que hacen autostop. El afán de Lolita por mezclarse con otras personas es también, claramente, una muestra de su infelicidad con la claustrofóbica relación con su padrastro. De una manera oblicua, a través de una versión catastrófica del tema, Lolita trata sobre el paso de la infancia a la adolescencia. Desde la mirada miope de Humbert, podemos llegar a captar algo de lo que quizá sucede en Lolita: el narrador es poco fiable, por ende como lectores entendemos que hay una dimensión del llanto de Lolita, de su coquetería con otros hombres, de sus deseos, de sus cambios repentinos de humor, que se nos escapa. Hay un proceso de transformación de una niña hacia su condición de mujer que está constantemente siendo minado por la crueldad de, al menos por ahora, un varón deseante, obsesivo y abusador.
Mucho del temor y los celos de Humbert son parte de su obsesión, o así al menos lo retrata Nabokov. Pero el miedo de Humbert a perder a Lolita en brazos de otro hombre finalmente tendrá fundamento más adelante, ya que Quilty se da a conocer (recordemos la citada escena en el hotel Los Cazadores Encantados) y podemos comenzar a atar cabos (desde el primer capítulo sabemos que el narrador está preso por matar a Quilty) y prever que este dramaturgo formará parte crucial de la destrucción de Humbert.
En estos primeros capítulos de la Parte II, Humbert y Lolita se instalan, luego de un año de viaje, en la ciudad de Beardsley. Al igual que Ramsdale, Beardsley es una pequeña población, aparentemente tranquila y plácida, donde los vecinos se llevan bien y las familias se reúnen alegremente en las calles. La escuela para niñas de Beardsley es esencialmente una escuela de interés aparentemente artístico, diseñada para enseñar a las jóvenes a ser una compañía agradable y educada. La señorita Pratt, que tiene una entrevista con Humbert para gestionar la admisión de Lolita, encarna la figura de la estadounidense superficial y machista que el padrastro europeo parece despreciar (pero que, vale aclarar, a la vez aprecia en Lolita): "Nuestro interés primordial, señor Humbird, no es que las alumnas de esta escuela sean ratas de biblioteca, ni que reciten de carretilla las capitales europeas, cosa que, por otra parte, a nadie interesa (...). Lo que nos preocupa es la integración social de la niña en el grupo social al que pertenece" (p.218). La escuela parece ser, claro está, culturalmente deplorable. Sin embargo, a Humbert lo seduce un hecho ineludible para garantizar su satisfacción: desde la casa que alquila en Beardsley puede ver la calle de esa escuela. De este modo, cree poder controlar a Lolita y, además, disfrutar de la vista de otras nínfulas.
En muchos sentidos, Beardsley representa el modelo mismo de un pueblo limpio y familiar de los años cincuenta, pero, al igual que Ramsdale, tiene sus trapos sucios. Nabokov indica, por ejemplo, que el entrañable Gastón, amigo de Humbert, es un pedófilo con predilección por los niños pequeños. Dice Humbert sobre Gastón: "tal vez fuera consciente de que yo sabía más de él que los habitantes de Beardsley (...). [Gastón] sabía los nombres de todos los niños de la zona (...), y algunos de ellos limpiaban su acera, quemaban las hojas de su jardín, llevaban leña de su cobertizo a la casa y hasta hacían pequeñas tareas domésticas en ella. Gaston, por su parte, les regalaba exquisitos bombones rellenos de licor de verdad —en la intimidad de un estudio amueblado a la oriental que tenía en el sótano (...)" (p.223). Este relato, por supuesto, comienza a llamar la atención del lector. Un lector que, a diferencia de la sociedad norteamericana que mira hacia otro lado durante todo el viaje de Humbert y Lolita, se ha vuelto astuto y suspicaz a la hora de observar el vínculo entre niños y adultos. Nabokov planta la idea de la homosexualidad en primer lugar y la pederastia en segundo, a través de alusiones culturales: "En el ático [Gaston] tenía un estudio (...). Había decorado su inclinada pared (...) con grandes fotografías del pensativo André Gide, Chaikovski, Norman Douglas, otros dos conocidos escritores ingleses, Nijinsky (todo músculos y hojas de parra), Harold D. Doublename (un hombre de mirada vaga, de ideología izquierdista, profesor en una universidad del Medio Oeste) y Marcel Proust" (pp.223-224). El rasgo común a todos estos célebres escritores, músicos o bailarines es la homosexualidad. Algunos de ellos fueron más de una vez acusados de pederastia (Andre Gide, Chaikovski). Entre ellos, está "Harold. D. Doublename", un personaje inventado cuyo apellido es una expresión que significa apellido falso a la vez que, literalmente, significa doble nombre. Inevitablemente la noción de nombre doble sólo puede remitirnos a Humbert Humbert. Las fotografías de estos hombres célebres contrastan con otras fotografías que Gastón tiene en su estudio: "tenía un álbum con instantáneas de todos los chiquillos de la vecindad" (p.224).
Aparejada a la descripción que Humbert hace de Gastón encontramos una crítica a la sociedad hipócrita de la época: "tremendamente despectivo para todo lo que tuviera que ver con el modo de vida norteamericano, triunfantemente ignorante de la lengua inglesa, [Gastón] consiguió lo que se proponía, es decir, pasar inadvertido en la mojigata y puritana Nueva Inglaterra (...). ¡Qué bien se lo debió pasar mientras le tomaba el pelo a todo el mundo! Igual que yo" (p.226). Además, por supuesto, vuelve a introducir la reflexión sobre la sexualidad en el texto, proponiendo otro personaje con una conducta considerada socialmente como desviada. Si lo pensamos en mayor profundidad, vemos cómo Lolita nos va presentando no la sexualidad de un "loco" o "enfermo" en particular sino un espectro de comportamientos sexuales comprendidos en torno a la pederastia: Gastón, que gusta de los niños varones, Humbert Humbert y su deseo por las nínfulas y, veremos más adelante, el semi impotente Clare Quilty, que no concreta relaciones sexuales con los niños sino que se limita a observar y producir pornografía infantil. Además, como dijimos en el párrafo anterior, la mención a célebres pederastas de la cultura occidental no es inocente, por supuesto.