Lolita es una novela en muchos aspectos moderna. Uno de ellos tiene que ver con la cultura popular representada en sus páginas, en particular el cine, la manifestación masiva de la cultura popular de los años 50 en Estados Unidos. La joven Lolita, o más bien digamos niña, es una embelesada del cine. No sólo ve películas, sino que ve también cada noticiero y devora las revistas alusivas, además de las revistas del corazón, en las cuales se habla de la vida privada de las estrellas de Hollywood.
La representación de uno de los arquetipos narrativos más célebres de la época se encuentra en Lolita encarnado en la madre de la nínfula: Charlotte es, con todos los bemoles de la humilde vida de Ramsdale, una aspirante a femme fatale. La primera imagen que tiene Humbert de ella es, como no podría ser de otro modo, fumando desde las escaleras. Fumar era un elemento indispensable para las femmes fatales en el cine negro, tan en auge en aquellos años. Esta mujer fatal llevaba ineludiblemente al protagonista de las historias a su perdición. En el caso de Lolita, sin embargo, esta figura está parodiada hasta el ridículo: si bien, por un lado, es Charlotte quien encarna esa voluptuosidad, su sofisticación es una mímica y su influencia sobre Humbert es nula a pesar de sus esfuerzos. A ojos de Humbert su esposa es en realidad vulgar y ordinaria. Lolita, por otra parte, con el correr de los años, imitará actitudes de estas mujeres magnéticas que la llevarán a parecerse, nuevamente a ojos de Humbert, a su madre Charlotte. Y es Lolita quien, en realidad, lleva a la perdición a su padrastro. El arquetipo entonces está representado en la novela de un modo oblicuo: en principio es Charlotte quien aspira a ser una mujer fatal, pero efectivamente será su hija quien lleve a su amado a su destrucción.
En sus dos viajes, Humbert y Lolita visitan frecuentemente el cinematógrafo: “Vimos, voluptuosamente, sin discriminación, ciento cincuenta o doscientas películas sólo durante ese año, y en los períodos en que íbamos con más frecuencia al cine llegamos a ver un noticiario cinematográfico hasta media docena de veces, ya que acompañaba a los diversos filmes que se proyectaban aquella semana e incluso nos perseguía de ciudad en ciudad” (p.209). Es evidente, como vemos, que a Lolita le fascina el cine; el propio Humbert se queja de que Lolita prefiera la más tonta de las películas a la presencia de su padrastro. Pero para Humbert el cinematógrafo también es un entretenimiento que le conviene. Le conviene en tanto sirve de distracción para Lolita y porque puede aprovecharse de la oscuridad y la intimidad de la sala para un contacto físico público con la nínfula. Además, cabe aclarar que desde un primer comienzo, cuando se conocen, Humbert aprovecha su parecido con un galán cinematográfico y con un dramaturgo (Clare Quilty) para seducir a Lolita.
Lolita, a quien Humbert llama “starlet” en la versión en inglés, sueña con triunfar en Hollywood. Allí es donde tanto Humbert como Quilty, sus dos amantes adultos, prometen llevarla. La promesa hollywodense de Quilty se reduce a alguna que otra grabación de cine pornográfico a la que Lolita se niega, no precisamente en la meca del séptimo arte, sino en un rancho aislado. El sueño cinematográfico de Lolita, por lo tanto, se trunca: “Creo que la pobre, pero impetuosa, chiquilla estaba convencida de que con sólo cincuenta dólares en el bolso podía llegar sin demasiados problemas a Broadway o Hollywood” (p.228), se jacta un cruel Humbert. De todos modos, Lolita es un personaje adecuado a la pantalla, y así lo corrobora el narrador en la novela, quien, a través de numerosas metáforas visuales y particularmente cinematográficas, coloca a Lolita de lleno en el centro de la representación visual. En cierto sentido, la nínfula pasa a transformarse en la estrella principal del film que Humbert está produciendo y dirigiendo en su mente.
La idea del carácter fílmico de las novelas de Nabokov está bien extendida. Quizá por ello las historias del autor ruso no son extrañas al cine. Hasta hoy doce novelas suyas han sido adaptadas, con mayor o menor repercusión, a la pantalla. La última en presentarse en pantalla grande ha sido La Defensa Luzhin. La primera y más famosa fue Lolita, llevada al cine por Stanley Kubrick en el año 1962 y más adelante, en 1997, por Adrian Lyne.