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El fracaso de la revolución mexicana

Las decepcionantes consecuencias de la revolución mexicana atraviesan todo El llano en llamas, colección en la que está incluido este relato. En “Luvina”, las referencias son tangenciales; puede asumirse que el contexto en el que se enmarca la historia es el México rural posterior a la revolución por algunas pistas, además de la inclusión del relato en un libro que aborda, en su totalidad, las consecuencias de este proceso.

Así, el atraso del pueblo, habitado esencialmente por viejos y mujeres que se limitan a la subsistencia; la tierra yerma que les ha tocado en suerte, y la frustración del protagonista del cuento -un profesor que llegó a Luvina lleno de ilusiones, pero luego sintió que allí se le fue la vida- pueden asociarse al fracaso tanto de la distribución de las tierras productivas que se propuso la revolución como de su proyecto educativo. Además, hay una referencia explícita al abandono del Estado, que solo aparece por esos lados cuando debe castigar a quien ha incumplido la ley.

No obstante, la desolación en Luvina es tal que se encarna en su naturaleza misma, en su geografía, en su clima, en el carácter fantasmal de sus habitantes. Esto puede leerse de dos modos: o las consecuencias de la revolución fueron tan funestas que se volvieron omnipresentes, o el cuento remite a este proceso, pero no se limita a abordarlo, e indaga en la soledad y la desolación más allá de él, cobrando un carácter universal, acaso mítico. En este sentido, Luvina es un pueblo rural del México de mediados del siglo XX, pero bien podría ser cualquier pueblo, cualquier lugar.

La desesperanza

La desesperanza es omnipresente en Luvina: no solo se refleja en el carácter fantasmal de sus habitantes, quienes se muestran atados a sus costumbres, impasibles e inmóviles, resignados a ver pasar la vida en completa pasividad, sino que se deja ver en la aridez de su tierra, en la sequía, en el viento constante, hostil.

La resignación de los habitantes del pueblo también puede interpretarse solo parcialmente por el contexto social y político: es cierto que los viejos se ríen ante la propuesta del protagonista de irse de allí y pedir ayuda al gobierno porque, arguyen, este solo aparece para imponer castigos cuando alguien incumple la ley, pero también es verdad que luego agregan otros argumentos a su decisión de quedarse allí y dejar todo como está. “Pero si nosotros nos vamos, ¿quién se llevará a nuestros muertos? Ellos viven aquí y no podemos dejarlos solos” (238), sentencian. Y luego agregan que el viento, que acabará con ellos, “Dura lo que tiene que durar. Es el mandato de Dios” (ídem).

Así, la desesperanza que atraviesa Luvina no puede leerse como una mera denuncia social: Rulfo parece indagar en esa fuerza, asociada al pesimismo y a la repetición ciega de viejas costumbres, que puede inmovilizarnos, más allá de la dureza de las condiciones en las que estemos inmersos.

La naturaleza hostil

La naturaleza es en “Luvina” una fuerza arrolladora e indiferente al sufrimiento humano, que parece arrasar con los vanos intentos de sus habitantes de llevar una vida digna. Esta se encarna en el cerro alto y pedregoso sobre el que se erige el pueblo, en la tierra yerma donde apenas crecen unas pocas plantas achaparradas, en el clima cálido y seco y, muy especialmente, en el viento, que no deja de escucharse nunca y al que se alude incansablemente a lo largo del relato.

Esta caracterización de la naturaleza como una entidad hostil se profundiza a través de la personificación de sus elementos: en Luvina puede oírse el chicalote “rasguñando el aire con sus ramas espinosas” (230); allí el viento “rasca como si tuviera uñas” (ídem), y el sol “nos chupa la sangre y la poca agua que tenemos en el pellejo” (238). Irónicamente, los elementos de la naturaleza cobran vida en este relato para quitarle vitalidad a sus habitantes, que aparecen caracterizados, por el contrario, como sombras apenas visibles que se limitan a ver pasar el tiempo hasta el día de su muerte.

La muerte

La muerte aparece de diversos modos en “Luvina”. En primer lugar, se presenta como oposición: allí el desarrollo de la vida es difícil; casi nada crece a causa del clima seco, la tierra árida y el viento constante que arranca todo.

Por otro lado, la muerte parece caracterizar, paradójicamente, la vida de los habitantes de Luvina, atravesada por la desesperanza y regida por la repetición de viejas costumbres. Nada cambia en la vida de los pobladores mientras el tiempo pasa; es como si fueran muertos-vivos. De hecho, se los describe como sombras apenas visibles, apariciones lúgubres sin individualidad. Además, son ellos mismos quienes explicitan la presencia -y la importancia- de los muertos (literales) en Luvina: los viejos se niegan a dejar el pueblo arguyendo que, si ellos se van, nadie cuidará de sus muertos.

Finalmente, en otra aparente paradoja, la muerte representa para los viejos de Luvina una “esperanza” (236), porque supone el final de la tediosa sucesión de los días y las noches.

El tiempo

El tiempo es tematizado de diferentes modos en “Luvina”. En el pueblo, el tiempo parece cobrar características especiales. Por un lado, a raíz de la quietud y la apatía de sus habitantes, así como de la repetición irreflexiva de hábitos y tradiciones generación tras generación (“Los hijos se pasan la vida trabajando para los padres como ellos trabajaron para los suyos y como quién sabe cuántos atrás de ellos cumplieron con su ley”, 237), el tiempo parece eterno (“como si se viviera siempre en la eternidad”, 236) y a la vez cíclico (“Los días comienzan y se acaban. Luego viene la noche. Solamente el día y la noche hasta el día de la muerte”, 236). Es decir, se describe en Luvina una suerte de infierno de eternidad cíclica.

Acaso sean estas cualidades del tiempo las causas de otras que también se vislumbran en la narración. En primera instancia, el carácter difuso de la historia del protagonista, quien no puede recordar ni cuánto tiempo estuvo en Luvina, ni cuánto hace que se fue de allí. Pero además, el tedio y la repetición que lo hacen eterno parecen contribuir, aunque parezca una paradoja, a que el hombre sienta que en ese pueblo se le fue la vida sin que se diera cuenta, como si todos los años vividos allí hubieran sido apenas un suspiro.

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