Resumen
El protagonista se asoma a la puerta del bar y regresa para continuar su relato. Explica que sabe tanto de Luvina porque allí vivió. “Allí dejé la vida… Fui a ese lugar con mis ilusiones cabales y volví viejo y acabado” (232), aclara. Recuerda el día que llegó a Luvina por primera vez: “El arriero que nos llevó no quiso dejar ni siquiera que descansaran las bestias. En cuanto nos puso en el suelo, se dio media vuelta” (233). Luego se alejó, “como si se alejara de algún lugar endemoniado” (ídem).
El hombre se quedó entonces con su mujer y sus tres hijos en mitad de la plaza; solo se oía el viento. Entonces le pidió a su mujer que fuera a buscar un sitio donde comer y dormir. Ella se fue con el más pequeño pero no volvió. Entonces, al atardecer, el resto de la familia fue a buscarla y la encontró en la iglesia. Ella dijo que había entrado a rezar. Pero el hombre observó un “jacalón vacío” donde “no había a quién rezarle” (234). La mujer cuenta que en el pueblo no había fonda ni mesón, y que solo vio a unas mujeres que le dijeron que allí no había nada para comer.
Esa noche durmieron en un rincón de la iglesia. Toda la noche escucharon el viento.
Por la madrugada, escucharon un ruido, como “un aletear de murciélagos en la oscuridad” (235). El hombre se acercó a las puertas de la iglesia y vio a todas las mujeres de Luvina con sus cántaros al hombro. Ellas le dijeron que iban a buscar agua y luego se echaron a andar “como si fueran sombras” (235-236). El hombre agrega que nunca olvidará esa primera noche en Luvina, y sugiere otro trago para quitarse el mal sabor del recuerdo.
Análisis
Al principio de esta segunda parte se sugiere, muy brevemente, pero con gran contundencia, otro aspecto del estrepitoso fracaso de la revolución mexicana. Si ya desde el principio, la tierra infértil que caracteriza el pueblo alude al fracaso de la defensa y distribución de la tierra entre los campesinos, que son en el cuento propietarios de tierras inútiles, aquí se hace referencia al proyecto educativo. De las palabras del protagonista, que afirma que llegó a Luvina lleno de ilusiones y dejó allí la vida, entendemos que fue como partícipe del proceso revolucionario, pero que las cosas no salieron como esperaba. Más adelante se hará explícito que fue en carácter de profesor, tal como está yendo, en el presente del relato, su interlocutor. Así, hilando estos pocos elementos, reconocemos una referencia al proyecto educativo de la revolución, que supuso la movilización de educadores hacia pueblos campesinos, y al fracaso, también en ese aspecto, del proceso.
Por otro lado, ya en esta instancia del relato se evidencia la omnipresencia del viento en la descripción del pueblo. Este es constante y hostil, y se describe en diferentes instancias del relato mediante la personificación: durante su primera noche en Luvina, el protagonista lo oye “pasar por encima de nosotros, con sus largos aullidos”, “golpeando con sus manos de aire las cruces del viacrucis” (234). Antes, ya había comentado que el viento “Se planta en Luvina prendiéndose de las cosas como si las mordiera”, que “rasca como si tuviera uñas”, y que uno puede oírlo “raspando las paredes, arrancando tecatas de tierra, escarbando con su pala picuda por debajo de las puertas” (230). Más allá del protagonismo del viento en la descripción del pueblo, otros elementos naturales aparecen también personificados como entidades hostiles. Así, por ejemplo, “El aire y el sol se han encargado de desmenuzarla [la loma que sube hacia Luvina]” (229), y el sol “se arrima mucho a Luvina y nos chupa la sangre y la poca agua que tenemos en el pellejo” (238).
De este modo, la naturaleza aparece como una entidad animada que se esfuerza por convertir la vida en el pueblo en una experiencia dura, hostil (“¿No oyen ese viento?”, les preguntará el protagonista a los viejos del pueblo más adelante, y les advertirá: “Él acabará con ustedes”, 238). Cabe mencionar la ironía de que esta caracterización de los elementos naturales como seres animados sirva para construir la imagen de un pueblo caracterizado por la muerte. Aun más, las personas que habitan Luvina son seres fantasmales, algo así como muertos-vivos. Las mujeres que aparecen en esta sección, por ejemplo, se describen como “figuras negras sobre el negro fondo de la noche” (235). Como vemos, no solo se les quita su individualidad (aparecen como un conjunto uniforme), sino, incluso, su carácter humano: son apenas “figuras” y, además, casi invisibles, pues se presentan oscuras sobre un fondo oscuro.
La breve participación del arriero que lleva al protagonista y su familia a Luvina aporta a la construcción de este ambiente enrarecido: apelando a un motivo típicamente romántico, este personaje deja a la familia en la entrada del pueblo y se aleja rápidamente y sin dejar que sus caballos descansen, como si temiera que aquel lugar endemoniado lo atrapara.
Esta caracterización de Luvina -y, particularmente, de sus habitantes- introduce cierta ambigüedad en el texto respecto a su adscripción al realismo: hay una sensación de irrealidad, un ambiente fuertemente onírico, que diferencia este relato del resto de los cuentos de la colección en la que se inserta, y permite leerlo como una antesala a la célebre novela que publicará Rulfo más tarde, Pedro Páramo. Este texto, que tiene lugar en el pueblo ficcional de Comala, habitado por los fantasmas de sus muertos, es un emblema del realismo mágico latinoamericano.
Resulta relevante recordar que el realismo mágico, que caracterizó en buena medida la estética del fenómeno editorial del boom latinoamericano, consiste en la yuxtaposición de escenas y elementos de gran realismo con situaciones fantásticas que, lejos de sorprender al lector por su carácter disruptivo, se introducen sin estridencias y con gran ambigüedad. En palabras de Pedro Luis Barcia (2007), “[el realismo mágico es] una aclimatación de lo insólito, percibido como naturalmente inserto en el seno de la realidad; esta presencia no es sentida como anormal o alteradora de un orden, ni como agresiva o escandalosa; es vista como asombrosa y atractiva y no como atemorizante, como ocurre con lo fantástico”.
La similitud entre las fantasmales Luvina y Comala es evidente. Podría decirse que, si Luvina parece una suerte de purgatorio, Comala es más llanamente infernal; la primera está habitada por sombras fantasmales y la segunda, por cadáveres.