Niebla

Niebla Resumen y Análisis Capítulos XXVI-XXXIII, Epílogo

Resumen

Capítulo XXVI

Augusto va a la casa de Eugenia con la intención de continuar sus experimentos psicológicos. Sin embargo, cuando se encuentra con ella, se ve abrumado por su apabullante y decidido carácter, al punto de que ya no considera que esté en condiciones de hacer experimentos, sino que ella está experimentando con él. Entonces, Augusto le expresa que no puede soportar ser solo su amigo y que necesita que sean algo más. Para su sorpresa, Eugenia accede casarse con él. Augusto queda estupefacto y recibe las felicitaciones de su futuro suegro, Fermín.

Capítulo XXVII

Augusto pasa mucho tiempo junto a Eugenia y no vuelve a saber nada de Rosario. Un día le pide a su prometida que toque el piano para escribir, con esa inspiración, un poema. Eugenia accede de mala gana y, cuando escucha el poema de Augusto, lo critica severamente. Ella lo trata con hostilidad y escapa a todo contacto físico, aduciendo que hasta el día de la boda no pueden entregarse a comportamientos libidinosos. Además, le advierte que su estilo de vida se va a modificar cuando convivan porque muchas cosas estarán prohibidas, como la presencia de Orfeo. Más tarde, le cuenta que reapareció Mauricio y que no dejará de molestarla hasta que Augusto le otorgue un trabajo. Para sacárselo de encima, Augusto le consigue trabajo en un lugar lejano.

Capítulo XXVIII

Una mañana, Augusto recibe la visita de Mauricio, quien agradece el trabajo y le cuenta que está saliendo con Rosario. En este momento, Augusto comienza a enloquecer y enfurecerse, ante lo cual Mauricio se despide. Liduvina socorre a Augusto, quien comienza a dudar sobre lo que es real y lo que es un sueño. Finalmente, se consuela hablando con su perro Orfeo.

Capítulo XXIX

Se acerca la fecha de la boda y Augusto desea cierta intimidad con Eugenia, pero ella no se lo permite. Una tarde, su prometida le pregunta sospechosamente por Rosario. Augusto siente celos de que Mauricio se haya quedado con la mujer que lo atraía, mientras él solo recibe malos tratos de parte de Eugenia.

A la mañana siguiente, Augusto recibe una carta de Eugenia y, como vaticina que el mensaje será terrible, decide ir a leerla a la iglesia. Eugenia le informa que se fue con Mauricio y le agradece el favor que le hizo pagándole la hipoteca y consiguiéndole trabajo a su amado. También espera que puedan quedar como amigos y explica que Rosario está disponible para él si así lo desea. Ante esto, Augusto se dirige a lo de los tíos de Eugenia, quienes están indignados, sorprendidos y no saben qué hacer al respecto. Augusto vuelve a su hogar y se encierra en su cuarto, donde rompe en llanto.

Capítulo XXX

Víctor nota que su amigo está deprimido, pero se lo toma con humor y bromea al respecto, puesto que considera que de alguna forma lo que sucedió es positivo y que Augusto puede llegar a capitalizarlo. Sin embargo, para el protagonista es difícil verlo de esa manera y se siente ofendido por la perspectiva de su amigo. Víctor desarrolla todo tipo de discursos optimistas, pero intrincados, que dejan a Augusto cavilando sin saber qué hacer, aunque empieza a barajar la idea de la venganza o del suicidio.

Capítulo XXXI

Augusto decide suicidarse, pero antes va a Salamanca a pedirle opinión a un escritor que publicó ensayos sobre el suicido. Ese escritor es Miguel de Unamuno, que se revela como narrador de la historia. Cuando Augusto empieza a contarle su vida a Miguel, este lo interrumpe y demuestra que conoce absolutamente cada detalle. Miguel explica que Augusto es simplemente un personaje ficticio que él ha creado para su novela y que su vida no es real. Augusto recibe horrorizado la revelación y comienzan a discutir sobre el estatuto de la existencia. Miguel de Unamuno sostiene que Augusto no existe fuera de su creación ficcional, mientras que este último le retruca lo contrario: él, como personaje de ficción, vivirá eternamente, mientras que Unamuno será olvidado.

Enojado, Miguel de Unamuno le explica a Augusto que puede matarlo cuando él quiera, a lo que este retruca que vivirá cada vez que el libro sea leído, mientras que Unamuno tendrá una muerte definitiva. Perdiendo los estribos, Miguel de Unamuno le asegura que le va a quitar la posibilidad de suicidarse y lo va a matar él mismo. Ante tal declaración, Augusto clama por su vida y se queja de su crueldad.

Finalmente, Miguel de Unamuno lo echa de su casa, y Augusto regresa a su ciudad extenuado y deprimido.

Capítulo XXXII

Augusto llega a su casa a la noche y lo recibe Liduvina, que se preocupa por su visible deterioro de salud. La criada le ofrece comida que él primero rechaza, pero luego acepta y devora. Luego comprende que, si no está vivo, tampoco está por morir; el sentimiento de inmortalidad lo embriaga y come con más ahínco.

Asustada por el comportamiento de Augusto, Liduvina llama a Domingo. Cuando este llega, Augusto le pide que, cuando muera, le entregue una carta a Miguel de Unamuno en la que le anuncia su muerte.

Finalmente, Augusto le pide a Domingo que lo desvista y duerma en el mismo cuarto. Al poco tiempo, fallece. El médico indica que sufrió una insuficiencia cardiaca. A pesar de ello, Liduvina cree su amo se suicidó, puesto que el paro se lo produjo él mismo de tanto pensar en morir.

Capítulo XXXIII

El narrador se replantea si matar a Augusto fue lo correcto y considera la idea de revivirlo. Sin embargo, Augusto se le aparece en los sueños y lo hace desistir de esta idea: si intenta revivirlo, le estará dando vida a otro personaje; no será el mismo Augusto. Tras esta indicación, Augusto se disipa en una niebla y Miguel de Unamuno despierta.

Epílogo

Orfeo duerme en la cama de Augusto hasta que detecta el olor a muerto de su amo y se entristece. En ese momento, el narrador le da voz al animal, que reflexiona acerca de la triste vida del humano. Orfeo denuncia el uso del lenguaje que aleja al humano de la felicidad y la verdad.

Orfeo se compadece de la muerte de su amo, y maldice a Mauricio y a Eugenia por todo lo que le han hecho. Luego observa una niebla que se acerca hacia él y corre en su dirección mientras llama a Augusto.

Cuando Liduvina y Domingo vuelven a entrar en la habitación, encuentran al perro muerto a los pies de Augusto.

Análisis

En esta sección, nos enfocaremos especialmente en el juego que Unamuno propone entre la realidad y la ficción, al presentar al autor de Niebla como un personaje dentro de la propia novela; un personaje que incluso dialoga con el protagonista de la historia.

Una vida fuera de la niebla ha sido posible para Augusto gracias a lo que Eugenia representa para él; esto es, tanto el despertar de sus deseos, como su capacidad para exteriorizarlos. Los versos del poema que le escribe así lo demuestran:

Mi alma vagaba lejos de mi cuerpo

en las brumas perdidas de la idea

(...)

Mas brotaron tus ojos como fuentes

de viva luz encima de mi senda

y prendieron a mi alma y la trajeron

del vago cielo a la dudosa tierra,

metiéronla en mi cuerpo, y desde entonces

¡y sólo desde entonces vivo, Eugenia!

(...)

¡Si esa luz de mi vida se apagara,

desuncidos espíritu y materia

perderíame en brumas celestiales

y del profundo en la voraz tiniebla! (p.194).

Al final del poema, Augusto confiesa que, sin su amada, su vida volvería otra vez a la niebla y él terminaría perdido. En este pasaje, cabe aclarar, el protagonista se anticipa a sí mismo y anuncia, sin saberlo todavía, su propia muerte. Por su parte, Eugenia no se conmueve ante los versos que Augusto le dedica, sino que se burla de ellos. Acto seguido, le prohíbe conservar a su perro una vez que estén casados. Orfeo, que representa el amor inocente y maternal, sobra en la nueva relación que abre ante Augusto el universo del amor carnal.

Finalmente, Augusto termina siendo burlado por Eugenia, quien se escapa con Mauricio antes de la boda. Tras estos duros acontecimientos, y al no obtener consuelo de ninguna forma, Augusto decide suicidarse. Sin embargo, decide antes ir a Salamanca para hablar con Miguel de Unamuno, ya que ha leído un ensayo de su autoría en el que toca el tema del suicidio. Así, en el capítulo XXXI, Augusto se encuentra con su autor y descubre que él mismo no es más que un personaje de la nivola que Unamuno está escribiendo. Más aún, el escritor le explica que es un personaje ficticio destinado a morir, no a suicidarse, ante lo que Augusto cambia de opinión y declara su deseo de existir de verdad. Como podemos apreciar, sus deseos no se cumplen al final de la historia, ya Augusto muere en su habitación junto a su perro Orfeo.

La imposibilidad de realizarse mediante el amor verdadero le quita todo sentido a la vida de Augusto y ese es el motivo que lo lleva a querer matarse. El suicidio constituye uno de los elementos temáticos capitales de Niebla y recupera, como en la propia novela se expresa, un tópico fundamental de la obra ensayística de Unamuno. Ante la falta de una razón rectora en su vida -el amor-, a Augusto solo le queda la nada. Tal como Unamuno expresa en su ensayo más famoso, Del sentimiento trágico de la vida, la existencia puede ser todo o nada; con amor es todo, pero sin amor no es nada. El suicidio, entonces, se presenta como una salida a un mundo en el que el sujeto está sumido en la inexistencia.

La decisión de suicidarse que está tratando de tomar Augusto remite, de este modo, al problema de la existencia. Cuando le plantea la idea a su amigo Víctor, este no intenta disuadirlo, pero lo invita, en cambio, a explorar otro camino, que es el de poner en duda la existencia en sí. Luego, Víctor expresa un pensamiento que está en la base de las tesis filosóficas de Unamuno: que la vida humana consiste en la agonía: “Sí, el segundo nacimiento, el verdadero, es nacer por el dolor a la conciencia de la muerte incesante, de que estamos siempre muriendo. Pero si te has hecho padre de ti mismo es que te has hecho hijo de ti mismo también” (p. 209). Ante las ideas de su amigo, Augusto explica que por mucho tiempo se sintió tan solo como una sombra, sin creer en su propia existencia. Sin embargo, ahora que se ve atravesado por la agonía, siente que existe: “Ahora me siento, ahora me palpo, ahora no dudo de mi existencia real” (p. 211). Tras dicha afirmación, Víctor vuelve sobre otra idea que ya ha presentado anteriormente: es necesario dudar del estatuto de toda realidad, puesto que bien podríamos todos ser el personaje de ficción o la entidad dentro del sueño de un gran creador. Esta idea vuelve a plantearla Augusto en el capítulo siguiente, cuando habla con su creador, Unamuno, y le plantea si es posible que él también sea ficcional.

Con Niebla, el autor pone en jaque a todos los pensadores que en su época (y aún hoy en día) sostienen que la realidad y la ficción son dos materias autónomas que no se mezclan ni se fusionan entre sí. En esta novela sucede todo lo contrario y la fusión es tal que, por momentos, se hace imposible distinguir ambos órdenes de la existencia. En particular, son dos los momentos de esta nivola en los que la frontera entre la realidad y la ficción se vuelve porosa: en primer lugar, con la actitud que adopta Víctor Goti en su prólogo, cuando desmiente la versión de la muerte de Augusto presentada por Unamuno. En el segundo lugar, durante la discusión entre Augusto y Unamuno, su creador, cuando el primero lo visita en Salamanca para pedirle consejo y el segundo se revela como su autor.

La figura retórica que permite esta fusión entre ficción y realidad se conoce como metalepsis narrativa. Esta se define como el traspaso de la frontera entre el nivel en el que se encuentra el narrador y el nivel en el que se sitúan los acontecimientos de la trama y los personajes. Este término fue utilizado por primera vez por el teórico francés Gérard Genette y, a partir de sus primeros estudios, se ha expandido a muchos tipos de metalepsis. La más compleja de ellas es la llamada metalepsis de autor, que representa el nivel extradiegético (es decir, el nivel que está por fuera del mundo narrado) desde donde habla el narrador como si este fuera la realidad empírica en la cual viven el autor real y los lectores reales.

A partir del concepto de Genette, otros teóricos definen la metalepsis ontológica como una técnica narrativa en la cual el autor parece desplazarse literalmente desde el mundo real hacia el mundo del libro, o el narrador desde su mundo narrado hacia la realidad, es decir, al mundo por fuera del libro. El efecto que generan estos tipos de metalepsis es la puesta en duda de la realidad y la existencia. Es decir: la transgresión de la frontera del mundo narrado habilita a pensar que, del mismo modo en que el autor puede aparecer como un personaje en su ficción, bien podría nuestra realidad pertenecer a un relato.

En este sentido, cabe recordar que el encuentro de Augusto con Unamuno, su autor, se encuentra narrado en primera persona por este último. Al respecto, debemos tener en cuenta que no se debe confundir a este Unamuno-autor-narrador de la nivola con Don Miguel de Unamuno, en tanto ser humano fuera de la novela. En el momento en el que aparece dentro de la ficción, Unamuno autor se introduce a sí mismo como un personaje más de la ficción. Así, el encuentro entre creador y creación abre el panorama a otro interrogante: ¿quién es más real, el autor que crea al personaje, o el personaje que trasciende al autor y se inmortaliza en la obra? Unamuno mismo empuja al lector hacia estas consideraciones cuando le explica a Augusto que él no es más que un producto de su fantasía y este le contesta:

—Mire usted bien, don Miguel… no sea que esté usted equivocado y que ocurra precisamente todo lo contrario de lo que usted se cree y me dice (...) No sea, mi querido don Miguel —–añadió—, que sea usted y no yo el ente de ficción, el que no existe en realidad, ni vivo, ni muerto… No sea que usted no pase de ser un pretexto para que mi historia llegue al mundo… (p. 215).

Con esto, el propio personaje plantea su existencia más allá del autor y nos remite a la teoría de la recepción anteriormente analizada: si es posible sostener que cada lector actualiza el texto más allá de la intencionalidad de su autor, entonces el personaje vive en dichas actualizaciones, libre del dominio de su creador. En este interesante debate entre creador y creación, Augusto utiliza contra Unamuno un argumento que el propio autor desarrolló en sus ensayos: “—Bueno, pues no se incomode tanto si yo a mi vez dudo de la existencia de usted y no de la mía propia. Vamos a cuentas: ¿no ha sido usted el que no una sino varias veces ha dicho que don Quijote y Sancho son no ya tan reales, sino más reales que Cervantes?” (p. 215). Con este argumento, Augusto parece haber atrapado a su creador en una paradoja. Sin embargo, podría pensarse que desde el momento en que Unamuno se retrata a sí mismo como un personaje de Niebla, él también está trascendiéndose como autor e inmortalizándose como ente de ficción en las infinitas actualizaciones que cada lector haga de su novela. Así, Unamuno parece engañar a su personaje al hacerle creer que él, por ser autor, pertenece a otra categoría y las reglas de la ficción no se le aplican.

La charla que sigue entre creador y creación agudiza la confusión que ambos experimentan al encontrarse cara a cara. En este punto, podemos remitirnos a la declaración de Víctor, quien ilustra con claridad el propósito de Niebla y se adelanta a su final: “Que todo es uno y lo mismo; que hay que confundir, Augusto, hay que confundir. Y el que no confunde, se confunde” (p. 210).

Recapitulando, Niebla presenta a la narrativa ficcional como una materia porosa en la que se cuelan, por momentos, fragmentos del mundo externo a la ficción; es decir, del mundo real, empírico. Se crea, entonces, una metaficción que cuestiona los límites de la realidad y la existencia. La metaficción confunde y pone en jaque la idea misma de lo ficcional y lo real para, en última instancia, empujar al lector a cuestionarse su propia realidad; en ello reside la excepcionalidad de Niebla. Parafraseando al propio Víctor, lo más liberador del arte es que le hace a uno dudar de su existencia.

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