La ficción vs. la realidad
El autor de Niebla plantea en su novela la imposibilidad de distinguir la realidad de la ficción y quiere compartir con el lector su incertidumbre. Para ello, lo introduce dentro de una historia que altera los niveles narrativos y fusiona la realidad con la ficción hasta desdibujar sus límites y convertirlas en una misma materia.
Los primeros elementos que mezclan la ficción con la realidad son los dos prólogos. En general, las novelas son prologadas no por sus propios autores sino por escritores o intelectuales consagrados que invitan y guían al lector en su abordaje. En el caso de Niebla, el primer prólogo es escrito por Víctor Goti a pedido de Unamuno, quien es su amigo y pariente lejano. Sin embargo, luego encontramos que Víctor Goti es un personaje de la novela y gran amigo de Augusto Pérez, su protagonista. Con ello, queda demostrado que Unamuno utiliza sus prólogos para imbricar la realidad dentro de la ficción y confundir al lector para que los límites entre el juego narrativo y la vida real se desdibujen. Además, Víctor revela a Augusto que está escribiendo una nivola y discute con él una serie de cuestiones narrativas que aplican a la propia construcción de Niebla. Así, parece que es su propio personaje quien está escribiendo la novela.
Sin embargo, hacia el final del texto se revela que Unamuno es el autor de esta nivola. Cuando piensa en suicidarse, Augusto decide visitar a Unamuno para pedirle consejos, ya que este ha abordado la cuestión del suicidio en sus ensayos. En ese momento, Unamuno le revela que Augusto es su creación, como todo lo que sucede en la nivola. Así, se genera un extenso diálogo entre la creación ficcional y su autor, que nuevamente pone en cuestionamiento los límites de la realidad y de la ficción. Augusto expresa que los personajes de ficción tienen la capacidad de trascender la obra y a su creador, y cita como ejemplo al Quijote, que es más famoso -y acaso más real- que su autor, Cervantes.
Con todos estos juegos entre autor que se presenta dentro de su obra y personajes que cuestionan su identidad, Miguel de Unamuno se adelanta a la teoría literaria posmodernista y utiliza su novela como un medio para expresar sus reflexiones en torno a la creación ficcional y el estatuto de la realidad.
El amor
Uno de los temas principales de la novela es el amor. La historia presenta a Augusto, un joven rico que se enamora de Eugenia, una muchacha huérfana que trabaja arduamente para pagar la hipoteca de la casa que heredó de sus padres. A lo largo de la obra, Augusto intenta infructuosamente conquistarla y casarse con ella.
Al toparse con Eugenia en la calle, Augusto se siente enamorado por primera vez en su vida y comienza a explorar ese sentimiento que le es extraño. En sus reflexiones, llega a la conclusión de que el amor es un camino posible hacia el conocimiento y lo explica mediante una metáfora: en su vida, el amor se presenta como un resplandor repentino que ilumina la niebla en la que transcurre su existencia. La niebla expresa una forma de estar en el mundo en la que no se llega a conocerlo o experimentarlo. Así, el amor sensual es el camino que conduce a una vida plena y llena de sentido.
A partir de esta premisa, la novela explora distintos tipos de amor. En primer lugar, el enamoramiento de Augusto responde al amor narcisista: el protagonista está tan ensimismado con la idea de amor que construye en sus fantasías, que apenas repara en la Eugenia real, de carne y hueso, y no es siquiera capaz de reconocerla cuando se la cruza en la calle. Augusto se ama primero a sí mismo; gracias a ello descubre su existencia y la del mundo externo, el cual se presenta como un espacio para la proyección y concreción de su deseo amoroso.
Más adelante, Augusto expresa una de las ideas fundamentales del pensamiento de Unamuno, que el amor es la única fuerza capaz de darle esperanzas y sentido a la existencia de un sujeto. Augusto llega a exclamar “¡Amo, ergo sum!” (p. 68), es decir: amo, luego existo. Es por ello que, al no poder obtener el amor de Eugenia, decide suicidarse. De este modo, la falta de amor lleva a que el personaje se vea sumergido en la nada y considere que su vida carece de sentido.
El matrimonio y los roles de género
Cuando Augusto advierte que está enamorado, se presenta en casa de Eugenia y encuentra la manera de hablar con sus tíos, Fermín y Ermelinda, para pedir la mano de la muchacha. En este contexto se plantea una serie de visiones contrapuestas sobre la institución del matrimonio y los roles de género que revela la centralidad de estos tópicos en la novela.
En primer lugar, Ermelinda desea que su sobrina se case con Augusto, puesto que este es un joven adinerado y pertenece a una familia de renombre. La tía de Eugenia es una mujer conservadora que observa al matrimonio como un contrato pragmático entres dos personas: para ella, su sobrina debe casarse con el que le aporte una dote suficiente como para tener su futuro económico asegurado. Desde esta visión, el matrimonio no tiene nada que ver con el amor: lo importante es que la vida material se encuentre garantizada; luego, si el amor entre los esposos crece y se desarrolla, tanto mejor, pero esto no es una condición necesaria para poder llevar adelante una buena vida de casados. En este sentido, Ermelinda también piensa que las jóvenes no deben casarse con quien les apetezca, sino que son sus padres (o tíos, en este caso) quienes tienen la tarea de buscarles las mejores parejas según sus intereses familiares.
Fermín, por el contrario, presenta ideas opuestas a las de su esposa: para él, los jóvenes deben explorar sus sentimientos y elegir a la persona que deseen sin otra motivación que la mutua atracción sensual e intelectual. Para él, el matrimonio no debe ser un contrato utilitario, sino la unión de dos personas que se aman y deciden por ello compartir la vida.
Las ideas de Fermín y las de Eugenia ponen de manifiesto un cambio en los roles de género que está sucediendo en España a principios del siglo XX. Tradicionalmente, la mujer estuvo relegada a las tareas del hogar y la crianza, subordinada y sometida a la figura masculina del marido y del padre. Sin embargo, por medio de manifestaciones y luchas sociales, comienza a obtener un mayor protagonismo en la vida pública. En tiempos de Unamuno y con el auge del feminismo y del anarquismo, estos roles sociales tan fijos empiezan a flexibilizarse y las mujeres se insertan lenta y paulatinamente en muchos ámbitos sociales.
Eugenia pone de manifiesto esta nueva concepción sobre los roles de género al mostrarse como una mujer libre y decidida, que se impone ante las opiniones de terceros y elige su propio camino. Se trata de una mujer autónoma que intenta no depender de los hombres. Para pagar la hipoteca de la casa tras la muerte de su madre, por ejemplo, da clases de piano e intenta ahorrar dinero, así no depende tampoco de la ayuda de sus tíos. Con ello, encarna los ideales liberales y feministas de la época, que buscan correr a la mujer del rol de ama de casa y otorgarle un rol más activo en la vida social del país.
La constitución de la identidad
Niebla es una novela ontológica: está preocupada por la constitución del ser y su expresión en el mundo. En este sentido, la formación de una identidad personal es uno de los principales temas que se exploran en sus páginas. Esto se ilustra especialmente a través de su protagonista, Augusto Pérez, quien vive una crisis existencial que lo empuja a cuestionarse la realidad que lo circunda y su propia identidad como sujeto individual y libre.
En sus monólogos, Augusto se pregunta quién es y si existe realmente en el mundo. La única conclusión a la que puede llegar es a que él no es otro que él mismo y que su alma le pertenece. Sin embargo, no es capaz de definir qué es el alma, ni qué significa ser uno mismo, por lo que su afirmación no resuelve sus dudas existenciales. Por el contrario, corre la pregunta hacia el estatuto de lo real: así como vale preguntarse qué es el ser, también es válido preguntarse qué necesidad hay de que exista el mundo, Dios o los seres humanos en cuanto individuos autónomos. Con ello, la pregunta sobre la propia identidad habilita el cuestionamiento sobre la naturaleza del ser y de la existencia.
Tras enamorarse de Eugenia, Augusto llega a la conclusión de que es el amor lo que define al sujeto y lo convierte en un individuo singular en medio del caos, que es el estado natural mundo. Así, su identidad se constituye en tanto sujeto que ama y que se reconoce a sí mismo en su deseo.
Hacia el final de la novela, la cuestión de la identidad vuelve a ponerse en duda cuando Augusto conoce a su creador, Miguel de Unamuno. El encuentro del personaje con el autor mueve el problema de la identidad hacia el cuestionamiento del estatuto de lo real y explora la posibilidad de que todos los sujetos sean entes de ficción, meras creaciones dependientes de su creador, sea este un novelista o Dios.
Tras estas reflexiones, el problema de la constitución de la identidad no se resuelve sino a través de la muerte: Augusto no puede encontrar una respuesta existencial en vida y, por eso, la busca en la muerte. Ante el fracaso de su búsqueda amorosa y sin poder conocer realmente si es una creación de alguien más o si es un sujeto autónomo, piensa en suicidarse. Finalmente, su propio creador lo libra de la tarea.
La existencia
Muchos estudiosos de la obra de Unamuno sostienen que el filósofo español escribió Niebla con dos propósitos: por un lado, explorar la incertidumbre respecto de la existencia humana y, por otro, probar dicha existencia.
Al inicio de la novela, Augusto se halla perdido en la niebla, metáfora que expresa un tipo de existencia en la que el sujeto, sin llegar a conocer el mundo, existe inmerso en la confusión y la indiferenciación: en otras palabras, existe, pero no sabe de qué manera ni tiene forma de conocerse a sí mismo. Solo a través del amor -del enamoramiento con Eugenia- logra Augusto ‘iluminar’ la niebla y hallarse; es decir, confirmar su propia existencia.
Esa primera ‘iluminación’ llena a Augusto de incertidumbre, puesto que ahora no se pregunta simplemente quién es él, sino que cuestiona todo el estatuto de la realidad: ¿existen, verdaderamente, el mundo, Dios y los hombres? Augusto intenta hallar una respuesta racional a esta incógnita que se plantea, pero no lo logra, puesto que la razón se muestra herramienta insuficiente para conocer el mundo y, por tanto, afirmar su existencia. Cuando la razón fracasa, a Augusto le queda solo el amor, sus disquisiciones filosóficas son interrumpidas por el recuerdo de los ojos de Eugenia y entonces comprende que si puede experimentar un amor tan profundo, debe ser porque existe como sujeto sensible y porque existe una realidad por fuera de él que puede ser percibida. Esta idea confirma la postura filosófica de Unamuno: el amor confiere la existencia al sujeto.
Por ello, cuando Augusto no consigue la mano de Eugenia y se queda solo, lo asalta la desesperación y decide suicidarse. Si el amor es la única manera de confirmar la existencia, su falta arroja al sujeto a la nada. El suicidio, desde la perspectiva de Augusto, es un escape válido en un mundo sumido en el sinsentido, ya que le permite explorar otro plano de la existencia: el de la eternidad tras la muerte.
Entre el todo que es el amor y la nada que implica su ausencia, Víctor le propone un tercer camino a su amigo: vivir cuestionando la existencia, poniéndola en duda día a día y comprobándola en el dolor. Así, este personaje introduce otra reflexión sobre la existencia: sabemos que existimos cuando tenemos conciencia de la muerte y del sufrimiento. Es la agonía de saberse vivo, limitado y en camino hacia la muerte lo que le confirma la existencia al sujeto.
El suicidio
En las ficciones de Unamuno, el suicidio es un elemento que aparece con mucha frecuencia. En el caso de Niebla, cuando Augusto fracasa en sus intenciones amorosas, decide suicidarse. Para él, el suicidio es la única salida posible en un mundo en el que se encuentra envuelto en la niebla; es decir, totalmente alienado.
En Niebla, la idea del suicidio se desprende de una serie de consideraciones filosóficas sobre la existencia: la posibilidad de conocer el mundo, la eternidad y la vida después de la muerte. En los primeros capítulos, Augusto cree que el amor es la única manera de justificar la existencia, de salir de la niebla que lo envuelve para poder experimentar verdaderamente el mundo. La racionalidad, por el contrario, es una herramienta insuficiente para lograr un conocimiento total sobre la realidad. Cuando Augusto pierde el amor, entonces, pierde al mismo tiempo la posibilidad de conocer el mundo y de conocerse a sí mismo dentro de él. Frente a ello, el suicidio aparece como la única solución posible a la incertidumbre existencial que sufre como consecuencia del sinsentido de la vida. Morir, entonces, lo libera del sufrimiento vital y, además, le abre una nueva puerta: la de asomarse al conocimiento absoluto del ‘más allá’.
En la filosofía trágica de Unamuno, vivir significa sufrir: es el sufrimiento lo que le recuerda al hombre que está vivo. La muerte, como contrapartida de la vida, no implica desaparecer en la nada, sino realizar un camino inverso; se trata de ir hacia atrás a los orígenes de la existencia y encontrarse con la eternidad en dicho proceso. Es en la eternidad de la muerte, fuera del mundo racional, donde el sujeto puede llegar al conocimiento total.
La creación ficcional
Como intelectual de su época, Unamuno está interesado en las formas de producir y hacer circular el conocimiento. Siendo él mismo un filósofo y escritor de ficción, utiliza el género novelístico como un medio para explorar, no solo sus ideas y concepciones sobre el mundo, sino también sus consideraciones sobre la creación literaria y la construcción de la novela. Por eso, Niebla no es solo una novela focalizada en un argumento, sino también una obra que aborda la creación ficcional como uno de sus temas principales.
En Niebla, Unamuno crea al personaje de Víctor Goti, un intelectual y escritor amigo del protagonista, para expresar a través de él sus propios pensamientos y posturas. Tal como le cuenta a Augusto, Víctor está escribiendo una obra literaria que, por sus características, se presenta como innovadora. Por eso, dice que no se trata de una novela, sino de una nivola. Tal como la presenta, está claro que Víctor habla del proyecto escritural de Niebla: se trata de una obra con un argumento menor, que se construye principalmente a través del diálogo de los personajes, quienes se constituyen al expresar sus ideas.
Pero Víctor no es el único dentro de Niebla quien utiliza el término ‘nivola’, sino que Unamuno también lo hace: en primer lugar, para referirse específicamente a Niebla; luego, para caracterizar a un tipo de construcción ficcional cercana a la novela, pero que presenta elementos alejados de las estructuras tradicionales. Uno de estos elementos es la introducción del autor como personaje dentro de la historia; un personaje que dialoga con su creación y le revela que se trata de un ente de ficción.
La aparición del autor dentro de la narración y los diálogos que tiene con Augusto, su creación, le sirven a Unamuno para reflexionar sobre la creación ficcional y los alcances de la ficción sobre la realidad. Con todo ello, las páginas de Niebla presentan una serie de ideas que la teoría literaria desarrollará en profundidad durante las décadas siguientes a su publicación. Una de ellas, la más importante, es la idea de que la obra ficcional trasciende al autor adquiriendo autonomía. Esto se comprueba en la novela cuando el autor se dirige a su creación y le revela su naturaleza, y esta le retruca que los personajes pueden liberarse de sus autores. Tal es el caso, según plantea Augusto, del Quijote de Cervantes, quien ha trascendido sin lugar a dudas a su creador.