La niebla (Símbolo)
La niebla es un símbolo que se repite a lo largo de toda la historia y le da su título a la obra. Para el narrador, simboliza una forma de habitar el mundo signada por la confusión, la falta de perspectiva y de claridad, el vacío existencial y el sentimiento de angustia. El mismo Augusto reconoce estar en este estado, por ejemplo, cuando en el capítulo XII expresa: “Es que he estado hasta ahora tonto, tonto del todo, perdido en una niebla, ciego” (p. 96). Sin embargo, y a pesar de su aparente despertar, en los momentos de crisis esta niebla reaparece como un estado de caos y malestar. Un ejemplo de ello encontramos en el capítulo XVIII, durante el encuentro que Augusto tiene con Rosario: “Una niebla invadió la mente de Augusto; la sangre empezó a latirle en las sienes, sintió una opresión en el pecho” (p. 135). La importancia de este símbolo termina de evidenciarse, con ello, en el relato.
El burlador burlado (Motivo)
Tras su encuentro con Antolín Paparrigópulos, Augusto desea ensayar un experimento psicológico en Eugenia. Sin embargo, cuando se encuentra con ella y se dispone a realizar su prueba, el apabullante carácter de su amada lo desarma y Augusto termina sintiendo que, en realidad, es él el objeto de estudio. Esta inversión de roles conforma un motivo muy usado en la literatura occidental y de hecho le vuelve a suceder a nuestro protagonista en su interacción con Rosario.
El águila y la lechuza (Símbolos)
Enamorado por primera vez, Augusto se encuentra perdido en sus pensamientos y sumido en la confusión. Su realidad se despliega como una niebla que le oscurece la visión y no lo deja experimentar el mundo plenamente. En uno de sus monólogos, se refiere a su situación de la siguiente manera:
¡No, no, niebla, niebla! ¡Quién fuera águila para pasearse por los senos de las nubes! Y ver al sol a través de ellas, como lumbre nebulosa también.
¡Oh, el águila! ¡Qué cosas se dirían el águila de Patmos, la que mira al sol cara a cara y no ve en la negrura de la noche, cuando escapándose de junto a san Juan se encontró con la lechuza de Minerva, la que ve en lo oscuro de la noche, pero no puede mirar al sol, y se había escapado del Olimpo! (p. 47).
Augusto se remite al águila y a la lechuza para simbolizar dos formas de mirar el mundo que necesitan complementarse, pero no lo logran: el águila simboliza los sentidos, mientras que la lechuza es símbolo de la razón. Así, Augusto encuentra que la razón le falla para comprender su realidad, y que sus sentidos por sí solos también le son insuficientes.
El caminante y el sendero (Alegoría)
En un importante monólogo del capítulo VII, Augusto se pregunta si el destino del ser humano responde a las leyes del azar o a la voluntad personal, y elabora una alegoría para expresarlo:
Los vientos de la fortuna nos empujan y nuestros pasos son decisivos todos. ¿Nuestros? ¿Son nuestros esos pasos? Caminamos, Orfeo mío, por una selva enmarañada y bravía, sin senderos. El sendero nos lo hacemos con los pies según caminamos a la ventura. Hay quien cree seguir una estrella; yo creo seguir una doble estrella, melliza. Y esa estrella no es sino la proyección misma del sendero al cielo, la proyección del azar (p. 67).
En este pasaje, la vida se presenta alegóricamente como un sendero que cada caminante abre con su propio andar. Algunos, se guían con una estrella (es decir, ponen todo su empeño en lograr su objetivo, lo que simboliza el astro), mientras que el narrador siente que esa estrella es, en verdad, una proyección de lo que hay en el camino: una imagen totalmente azarosa que el sujeto no puede controlar.
El telar de la vida (Alegoría)
En el intento de comprender cómo funciona el mundo, Augusto se remite, para referirse a la vida, a la imagen de una urdimbre que se teje de forma constante:
Mira, Orfeo, las lizas, mira la urdimbre, mira cómo la trama ya viene con la lanzadera, mira cómo juegan las primideras; pero, dime, ¿dónde está el enjullo a que se arrolla la tela de nuestra existencia, dónde? (p. 69).
En esta representación alegórica de la vida, Augusto se pregunta dónde está el enjullo, que es el cilindro de madera que se utiliza para enrollar la urdimbre. Esta falta de eje simboliza la incapacidad de Augusto de comprender cuáles son los elementos que componen su realidad, y cómo estos se relacionan y entrelazan entre sí.