Hubo semanas que le añadieron un siglo, otras no más de tres segundos. En resumen, la tarea de estimar la longitud de la vida humana (…) excede nuestra capacidad, pues en cuanto decimos que dura siglos, nos recuerdan que dura menos que la caída del pétalo de una rosa. De las dos fuerzas que alternativamente, y lo que es más confuso aún, simultáneamente, gobiernan nuestro pobre cerebro -la brevedad y la duración-, una, la divinidad con pies de elefante, mandaba a veces en Orlando; otras veces la divinidad de la mosca.
En la novela, uno de los temas más importantes es el del tiempo. De por sí, en términos argumentales, el marco temporal en Orlando ofrece una particularidad: se extiende entre el siglo XVI y el XX, y el personaje protagonista inicia como un adolescente y acaba como una mujer adulta de 36 años (a pesar de que, según la cronología, llevaría viva más de cuatrocientos años). Además de esta suerte de transgresión que la novela hace a una idea más lineal o realista del tiempo, tanto el narrador como el/la protagonista se sumen en largas reflexiones acerca del tema temporal.
En la frase citada, el narrador-biógrafo resume un período en la vida de Orlando, a la vez que sentencia la imposibilidad de estimar la longitud de la vida humana, a causa de esa doble esencia de la temporalidad: la brevedad y la duración. Esto se manifiesta, narrativamente, en varias situaciones: muchas veces el avance de décadas se relata en una oración; otras veces, unos pocos segundos en la mente de Orlando se reflejan en extenso detalle en la narración. A lo largo de toda la novela se hará presente esta doble noción de temporalidad, y aunque Orlando atraviese épocas no pesarán más sobre él los siglos que aquellos breves períodos de horas en que se recuesta a pensar y el tiempo se suspende, y los segundos se inflen como nubes sobre él.
Orlando se había transformado en una mujer -inútil negarlo. Pero, en todo lo demás, Orlando era el mismo. El cambio de sexo modificaba su porvenir, no su identidad. Su cara, como lo pueden demostrar sus retratos, era la misma. Su memoria podía remontar sin obstáculos el curso de su vida pasada (...). El cambio se había operado sin dolor y minuciosamente y de manera tan perfecta que la misma Orlando no se extrañó. Muchas personas, en vista de lo anterior, y de que tales cambios de sexo son anormales, se han esforzado en demostrar (a) que Orlando había sido siempre una mujer (b) que Orlando es ahora un hombre. Biólogos y psicólogos resolverán. Bástenos formular el hecho directo: Orlando fue varón hasta los treinta años; entonces se volvió mujer y ha seguido siéndolo.
En el tercer capítulo Orlando se despierta siendo mujer. Si bien poco después el relato adoptará pronombres femeninos para referirse a su protagonista, en el momento inmediatamente posterior a la transformación el narrador conserva el uso de pronombres en masculino. Esto pareciera encontrar su justificación en la voluntad de la novela de enfatizar en el hecho de que nada se modificó en Orlando además de su sexo, y que a pesar de su conversión en mujer, "Orlando era el mismo". Efectivamente, la transformación de Orlando no es tratada por su protagonista ni por el narrador como algo significativo, en absoluto inquietante, ni siquiera un hecho en el que haya que detenerse o sobre el cual haya que ofrecer demasiadas explicaciones. Al fragmento citado se reduce, de hecho, toda la "explicación". Esto luego contrastará con el modo en que la sociedad recibirá ese cambio: Orlando, sin sentir ninguna necesidad de modificar en absoluto su comportamiento, será obligada a hacerlo por el modo en que la cultura occidental de la época percibe su nueva condición de género.
Es raro, pero es cierto: hasta ese momento, apenas había pensado en su sexo. Quizá las bombachas turcas la habían distraído; y las gitanas, salvo en algún detalle importante, difieren poquísimo de los gitanos. Sea lo que fuere, sólo cuando sintió que las faldas se le enredaban en las piernas y el galante Capitán ordenó que le armaran en la cubierta un toldo especial, sólo entonces, decimos, comprendió sobresaltada las responsabilidades y privilegios de su condición.
Inmediatamente después de transformarse en mujer, Orlando pasa un tiempo en una comunidad gitana. Esto produce la inclusión en la novela de una referencia cultural contrastante respecto de la inglesa. La sociedad gitana no parece entender los géneros con el binarismo y los correspondientes roles de la manera en que lo hace la cultura inglesa que le es contemporánea. En otras palabras, a los gitanos no les hace diferencia que Orlando sea hombre o mujer. Las mujeres gitanas realizan los mismos trabajos que los hombres, se comportan prácticamente de la misma manera, los hombres y mujeres visten muy similar. Esto parece darle a Orlando un tiempo para procesar su transformación consigo misma, tiempo que se quiebra de inmediato apenas pone un pie en un barco europeo: el modo de vestir de Orlando produce automáticamente, en los hombres occidentales, un modo de tratarla muy distinto al que tendrían si Orlando vistiera como hombre.
El fragmento citado evidencia entonces cómo recién cuando emprende su regreso a Inglaterra, Orlando comienza a enfrentarse a las implicancias que acarrea su nuevo género sexual. Además, se hace visible qué tan poco natural resulta a Orlando la asociación entre un género y determinado rol en la sociedad que la protagonista no se había detenido a pensar en que algo debería modificarse en su comportamiento debido a su nueva condición de mujer. La escena citada deja en claro la importancia que la sociedad occidental, particularmente la inglesa en el siglo XVIII, adjudica a los símbolos identificativos de género.
Apenas regresó a su casa en Blackfriars se enteró por una serie de mensajeros de Bow Street y otros graves emisarios de las Cortes de Justicia que ella era parte en tres procesos mayores entablados en su contra (…). Los cargos capitales eran: (1) que había muerto y por consiguiente no podía retener propiedad alguna; (2) que era mujer, lo que viene a ser lo mismo; (3) que era un Duque inglés que había contraído enlace con Rosina Pepita, bailarina; y había tenido de ella tres hijos, que ahora declaraban que, habiendo fallecido su padre, les correspondía la herencia de todas sus propiedades.
Orlando abandona Inglaterra siendo hombre y vuelve a su tierra siendo mujer. A su llegada, se encuentra no solo con que la sociedad inglesa la trata de manera muy diferente, en términos interpersonales, a cuando era varón, sino que además su nueva identidad de género le trae problemas legales en lo que respecta a sus propiedades. Aparentemente, para la Justicia Orlando ya no está en condiciones de portar los títulos a la propiedad, pero lo que resulta impactante son los motivos de esta disposición: o se ha muerto, o es mujer, o sus hijos varones reclaman sus posesiones. El hecho de que los motivos se postulen como intercambiables y, por ende, equivalentes, deja en evidencia la jerarquía de valores del Estado inglés en el siglo XVIII, para el cual evidentemente un varón muerto tiene los mismos derechos que una mujer viva. El tercero de los motivos, además, deja en claro la perpetuidad de un sistema que privilegia al género masculino en lo que respecta a derechos y propiedades.
Por medio de esta clase de situaciones, la novela realiza una clara crítica a las normativas sociales e institucionales en cuanto al género en la época, exponiendo los prejuicios machistas y misóginos en los que se sostiene el entramado social.
Orlando ya sabía por su propia experiencia de hombre que estos lloran tan a menudo y tan sin razón como las mujeres; pero también sabía que las mujeres deben escandalizarse cuando los hombres se emocionan delante de ellas, y se escandalizó.
Uno de los rasgos que vuelven particular al personaje de Orlando es, sin dudas, el hecho de que haya experimentado el mundo como hombre y como mujer. Esta dualidad de vivencias por parte de la/el protagonista permite establecer en la novela una mirada particular acerca del sexo, el género y sus roles asociados socialmente. En la frase citada, el narrador pone en escena la reflexión de Orlando cuando, como mujer, recibe la propuesta matrimonial de un hombre. Este hombre (el Archiduque Enrique) se desespera en llanto rogando correspondencia a la mujer que ama. Orlando se dirime entre dos sensaciones: por un lado, habiendo sido hombre, sabe que estos se emocionan igual que las mujeres y que su llanto no debería considerarse atípico; por el otro, la sociedad le enseñó que las mujeres deben sorprenderse y preocuparse cuando un hombre exhibe sus emociones. Este tipo de reflexión funciona en la novela para exhibir lo esencialmente antinatural de las normas que distinguen comportamientos correctos o incorrectos según el género, cuando esencialmente nadie debería ver restringido su accionar o sentir por el mero hecho de ser varón o mujer.
Si comparamos el retrato de Orlando hombre con el de Orlando mujer, veremos que aunque los dos son indudablemente una y la misma persona, hay ciertos cambios. El hombre tiene la mano para empuñar la espada, la mujer debe usarla para retener las sedas sobre sus hombros. El hombre mira el mundo de frente como si fuera hecho para su uso particular y arreglado a sus gustos. La mujer lo mira de reojo, llena de sutileza, llena de cavilaciones tal vez. Si hubieran usado trajes iguales, no es imposible que su punto de vista hubiera sido igual.
Una de las críticas más importantes en la novela es aquella que refiere a los roles otorgados socialmente a los géneros. El hecho de que Orlando cambie su sexo y, sin encontrar ninguna diferencia para sus adentros, tantos aspectos de su vida cambien, pone en evidencia que las diferencias entre los géneros no son naturales, sino establecidas plenamente por la cultura y la sociedad en cada época.
En el pasaje citado, el narrador observa cuáles son los "cambios" que se hacen visibles en Orlando a pesar de que siga siendo "indudablemente una y la misma persona". Estos cambios son, como puede verse, motivados plenamente por reglas de comportamiento. Y la forma en que se distribuyen las cuestiones supuestamente típicas de cada género no es en absoluto equitativa: mientras el varón puede empuñar una espada, la mujer no puede aspirar a ser guerrera porque su vestuario no sería apto para ningún combate. El hombre puede hacer frente al mundo (él lo ha diseñado a su disposición), mientras la mujer queda delegada a la contemplación antes que a la acción. El hecho de que el rostro de Orlando se mantenga igual en los retratos que observa el narrador permite poner en evidencia que no es una esencia ni una identidad, sino los roles asignados a cada género, los que limitan y restringen las posibilidades de las personas a actuar según su voluntad.
La sociedad es uno de esos ponches que las expertas amas de casa sirven hirviendo en Navidad, y cuyo sabor depende de la adecuada mezcla y agitación de una docena de ingredientes. Pruebe uno solo y resulta insípido. Pruebe a Lord A., Lord O., Lord C., o Mr. M. y separadamente son nulos. Agítelos a un tiempo y producirán el sabor más embriagador, la más seductora de las esencias (...). En el mismo instante, la sociedad es todo y es nada. La sociedad es la mixtura más potente del mundo y la sociedad no existe.
Una de las críticas de la novela toma de punto a la alta sociedad inglesa de los siglos XVII a XX: generalmente, las personalidades supuestamente relevantes de este estrato social constituyen una decepción para el/la protagonista. En el cuarto capítulo, Orlando asiste a numerosos eventos de la alta sociedad, situación que generalmente la deja en un estado de confusión: mientras está en el evento le parece que lo que sucede es importante, pero luego no puede recordar nada significativo que haya tenido lugar allí. El narrador se explaya sobre el fenómeno, estableciendo una comparación metafórica entre la alta sociedad y el ponche, bebida alcohólica cuyo resultado al paladar depende menos de sus elementos que de la combinación entre ellos. Orlando, sin embargo, no tardará en darse cuenta de que, no importa quién sea el anfitrión de la fiesta ni cuántas personas célebres o ilustres se reúnan en ella, no encontrará en los eventos de la clase alta nada significativo, ni vivirá ninguna experiencia que satisfaga su sed de vida.
Tan indomable es el Espíritu de la Época, que derriba a quien trata de oponérsele, con más violencia que a los que comparten su rumbo. Orlando había propendido, naturalmente, al espíritu isabelino, al espíritu de la Restauración, al espíritu del siglo XVIII, y, por consiguiente, apenas había notado el cambio de una época a otra. Pero el espíritu del siglo XIX le era muy antipático, y por eso la tomó y la quebró y ella se sintió derrotada como nunca se había sentido.
Orlando no siente una gran opresión social a causa de su género sino hasta el quinto capítulo, que tiene lugar en Inglaterra durante el siglo XIX, época opresiva y sofocante, particularmente en lo que respecta a las mujeres. En ese momento, la condición de género restringió las posibilidades y aspiraciones de las mujeres, cuyas vidas se redujeron prácticamente a las acciones de casarse y tener hijos.
Para una protagonista con amor y deseo por la libertad, la época resulta más dura de atravesar que cualquiera de las anteriores. Por primera vez, Orlando no puede escribir, y en un momento se da cuenta de que debería encontrar un marido, como el resto de las mujeres. Como mujer en el siglo XIX, Orlando ve obstaculizada su vocación artística por tener que obedecer a un mandato que ni siquiera comprende del todo. La protagonista padece como nunca antes el "Espíritu de la Época", es decir, las normativas, costumbres, usos y leyes en funcionamiento en una sociedad en un momento determinado. Orlando se ve derrotada por el Espíritu de la Época del siglo XIX, que dictaminaba que una mujer no podía dedicarse a escribir en paz, como sí lo podían hacer los hombres, puesto que debían enfocarse en el único objetivo de ser esposas y madres.
"Un buque de juguete, un buque de juguete, un buque de juguete", repetía, obligándose a reconocer que no son artículos de Nick Greene sobre John Donne, ni jornadas de ocho horas, ni convenios, ni legislaciones febriles, lo que importa, sino algo útil, vehemente, brusco; algo que cueste la vida; rojo, morado, azul; una exhalación, un chapuzón, como aquellos jacintos (acaba de orillar un lindo cantero); algo libre de tachas, de servidumbre, de contaminación humana o ansiedad por sus semejantes, algo temerario, ridículo, como mi jacinto, quiero decir mi esposo, Bonthrop: eso no más importa -un buque de juguete en el Serpentine, éxtasis-, lo que importa es el éxtasis.
Tras reunirse con un célebre escritor y crítico literario que le asegura la publicación del libro que está escribiendo hace literalmente siglos, Orlando se siente deprimida, hasta angustiada, por la reunión: le decepciona creer que la literatura es un hombre vestido de gris hablando de contratos, de derechos de autor. Para peor, luego lee un artículo de dicho crítico que no se compara en absoluto con la vivacidad del parque a su alrededor. Recién cuando ve un buque de juguete flotando en el río Serpentine Orlando siente una emoción que le hace esclarecer sus ideas, devolviéndola a la vida. A la literatura no le importa, concluye, nada que tenga que ver con los contratos, las reseñas, la competencia entre escritores, la envidia: la verdadera emoción de la literatura radica en lo que produjo en ella ese buque flotando en el río, buque que a su vez le recuerda a su marido viviendo aventuras en un barco real. La clave, piensa Orlando, es el éxtasis, la emoción vital que aparece por momentos en la vida; esa es también, o debe ser, la esencia de la literatura.
¿Qué tendrán que ver siete ediciones? (Ya el libro las había alcanzado.) ¿Escribir versos, no era acaso un acto secreto, una voz tratando de contestar a otra voz?
Orlando es poeta, y a lo largo de la novela va transformando su opinión acerca de la fama y la celebridad. En su juventud, se jura a sí mismo que se hará reconocido por su poesía y así será recordado y venerado aún después de su muerte. Sin embargo, el/la protagonista no tarda en cambiar su opinión, y este viraje mucho tiene que ver con el hecho de que empiece a conocer y pasar tiempo con escritores célebres, quienes no tardan en decepcionarlo como personas. Luego de esto, Orlando se promete no escribir más que para su propio placer, sin esperar el reconocimiento de ningún "experto".
La frase citada se encuentra hacia el final de la novela, cuando el siglo XX le permite a Orlando, en su condición de mujer, ser reconocida por su escritura (lo cual no había sido posible en los siglos anteriores). De todos modos, alcanzado el reconocimiento, ya la fama no tiene ningún valor para Orlando: esta nada dice sobre el poema en sí, cuya esencia es la de ser un secreto entre voces.