Orlando

Orlando Resumen y Análisis Capítulo 2

Resumen

El segundo capítulo comienza con el narrador-biógrafo declarando que poco se sabe sobre la vida de Orlando durante el período inmediatamente posterior a la Gran Helada. Cuenta que Orlando se exilia en ese entonces de la Corte y vuelve a la casa de su familia en el campo. Un día de junio el joven no se despierta en la mañana y lo encuentran como en trance, ni siquiera respirando, letargo que le dura siete días. Al séptimo día se despierta y actúa como si nada hubiera sucedido. Sin embargo, los sirvientes notan que, durante el tiempo que Orlando estuvo en trance, algo parece haber sucedido con su memoria: ahora se ve confundido cuando alguien habla de la Gran Helada, de Rusia, de princesas o barcos. El biógrafo reflexiona sobre la naturaleza del sueño y su relación con la muerte, y luego retorna a la historia de Orlando, describiendo cómo el joven empieza a pasar el tiempo en extrema soledad, preocupando hasta a sus sirvientes. Orlando se vuelve un obsesionado con la muerte, y pasa mucho tiempo en la cripta familiar, donde los cuerpos de sus antecesores descansan, pensando lo poco que queda de las grandes personas del pasado. Algunas veces, allí en la cripta, Orlando llora pensando en Sasha.

Durante este período, Orlando lee en cantidad. Esto, según el biógrafo, era mal visto en la época: que alguien pasara tanto tiempo leyendo era considerado una enfermedad, un mal, un “morbo” que lo hacía sustituir “a la realidad con un fantasma” (p.56), lo cual era especialmente preocupante en alguien de la nobleza y con tantas posesiones. Para peor, Orlando escribe. Trabaja en al menos cincuenta textos diferentes a la vez. En un momento, el joven está por escribir pero, dice el biógrafo, hace una pausa “de gran significación en su historia” (p.59): el protagonista piensa en Sasha, pero el rostro de la muchacha se ve sustituído, en su imaginación, por el del servidor al que vio escribiendo poesía aquella vez. De pronto decide que debe convertirse en un célebre poeta y así ser recordado al morir. Se lanza decidido a este propósito, probando diversos estilos, sintiéndose por momentos un genio y por otros, un mediocre.

Después de años de escribir en soledad, Orlando decide enviar una carta a Nicholas Greene, un reconocido autor a quien el protagonista admira y con quien espera poder concretar un encuentro. Greene acepta la invitación a la casa de Orlando, y el protagonista se decepciona en parte al verlo: el vestuario y el porte de Nick parecen algo indignos. Algo en Nick, además, hace que Orlando se avergüence de los lujos entre los que vive, y durante una larga conversación sobre el linaje de Greene intenta soltar el detalle de que su abuela vivía en una granja. Cuando el tema de conversación pasa a ser la poesía, Greene se vuelve de pronto animado y habla con entusiasmo sobre los poetas del pasado y critica a los contemporáneos. Su teoría es que la poesía inglesa está muerta, porque en el pasado los autores escribían por “la Glor” (p.67), o gloria, mientras que los contemporáneos, como Shakespeare, Marlowe, Browne y Donne, escriben por dinero. Como sea, Greene entretiene a Orlando contándole anécdotas sobre todos estos célebres escritores, a quienes conoce personalmente.

Greene se queda varias semanas en la casa de Orlando, hasta que un día decide que si no abandona esa casa y vuelve a la ciudad de inmediato, no podrá volver a escribir nunca más. Orlando finalmente encuentra coraje para darle a Nick el manuscrito de una de sus obras para que le ayude con su opinión. Además, el protagonista promete abonar trimestralmente la pensión de Greene, y este se va, alegre.

Al llegar a su casa, Greene escribe una sátira sobre Orlando y su vida, en la que incluso incluye pasajes de la obra que este le dio. El libro se publica y eventualmente llega a Orlando, quien lee la historia de principio a fin y luego se la da a uno de sus sirvientes para que la arroje al río más lejano y luego le consiga dos sabuesos, puesto que ha “acabado ya con los hombres” (p.73). Desde entonces, Orlando abandona la literatura y pasa el tiempo con los perros y la naturaleza. Quema todo lo que escribió, salvo el poema “La encina”, que empezó de niño. Luego, cada día durante años, sube al cerro cercano a su casa, se sienta bajo su encina favorita y observa Inglaterra, mientras reflexiona acerca de la naturaleza del amor, la amistad y la verdad. El biógrafo comenta que el tiempo puede contraerse o expandirse, dependiendo del estado de la mente.

En este período, Orlando cumple treinta años. De todos modos, el biógrafo comenta que el cálculo de la edad no tiene sentido, porque hay muchas maneras distintas de experimentar el tiempo, cuyo efecto sobre la mente humana no es simple. “Una hora, una vez instalada en la mente humana, puede abarcar cincuenta o cien veces su tiempo cronométrico; inversamente, una hora puede corresponder a un segundo en el tiempo mental” (p.74). Orlando continúa acechado por recuerdos que lo avergüenzan, particularmente el de Nick Greene ridiculizando su poesía. Decide que, a partir de entonces, no escribirá para el placer de nadie más que el de sí mismo.

Desde arriba del cerro, Orlando contempla su impresionante casa, y de pronto se da cuenta del trabajo que debe haber sido para sus ancestros desarrollarla. Decide que, en tanto no hay nada para construir, él dejará su marca en la historia adornando la casa con belleza. La redecora entonces lujosamente y, cuando termina, decide que lo único que falta en ella son personas. Brinda entonces una serie de fiestas para los nobles que habitan cerca. De todos modos, sufre su soledad, y durante las fiestas generalmente se encierra en su habitación y trabaja en su poema “La encina”. El biógrafo nota un cambio de estilo en su escritura.

Un día, Orlando está trabajando en el poema cuando ve por la ventana a una mujer caminando en un sector privado de su jardín. En los cuatro días siguientes, vuelve a aparecer dos veces. Orlando se siente intrigado, y la tercera vez sale a confrontarla. La joven se presenta como la Archiduquesa Harriet. Ambos entran en la casa para estar más cómodos y Orlando nota que ella se ríe de una manera extraña y nerviosa. Al despedirse, la Archiduquesa promete volver al día siguiente. Durante los tres días siguientes, Orlando evita encontrarse con ella. Al cuarto día llueve, así que Orlando debe dejarla entrar. Durante el tiempo que pasan juntos, la Archiduquesa se inclina para colocar una cadena dorada en la pierna de Orlando; Orlando se siente abrumado y acalorado y debe salir de la habitación. El protagonista se pregunta si está sintiendo amor o lujuria y, decidiendo que se trata de esto último, envía a un lacayo para que despida a la señorita y la vuelve a evitar durante los días siguientes. Pero incluso quedándose encerrado en su casa no puede dejar de verla en todos lados, aunque sea en su imaginación. Entonces le pide al Rey Carlos que lo convierta en embajador y lo envíe a Constantinopla. El Rey accede y Orlando emprende viaje.

Análisis

El tema del tiempo, presente en toda la literatura de Virginia Woolf, es también de gran protagonismo en Orlando. En este capítulo, el narrador teoriza sobre el efecto que el tiempo tiene sobre la mente humana: “Una hora, una vez instalada en la mente humana, puede abarcar cincuenta o cien veces su tiempo cronométrico; inversamente, una hora puede corresponder a un segundo en el tiempo mental” (p.74). Lo anterior es considerado por el biógrafo-narrador como un “maravilloso desacuerdo del tiempo del reloj con el tiempo del alma” (p.74).

La reflexión funciona como marco simbólico para una historia con un particular manejo del tiempo. Orlando, dice el narrador en este capítulo, “salía con treinta años después de almorzar y volvía a cenar con cincuenta y cinco a lo menos”, a la vez que “hubo semanas que le añadieron un siglo, otras no más de tres segundos” (p.75). En tanto Orlando vivirá más de trescientos años, y debería tener ya más de cien en este momento del relato, las palabras del narrador recién citadas confirman que el manejo del tiempo (y por ende de la edad) en la novela no se dará de forma realista.

Un caso de un manejo particular del tiempo se da por ejemplo cuando Orlando entra en un letargo, una suerte de coma, y despierta exactamente al séptimo día. En otro momento de la novela volverá a caer en un coma por una semana exacta. Esto bien puede estar correspondiéndose con una simbología bíblica (en el Antiguo Testamento, siete días es el tiempo que a Dios le lleva crear el mundo). La alegoría se completa en tanto el narrador describe que la casa de Orlando tiene 365 habitaciones (como los días del año) y 52 escaleras (como la cantidad de semanas en un año). De alguna manera, estos elementos contribuyen a construir la idea de que Orlando, así como su hogar, funcionan menos en sintonía con un orden natural que con un orden más bien divino, fuera del tiempo de los humanos.

Muchos de los personajes en Orlando parecen escritos para realizar una parodia o crítica explícita, o al menos llamar la atención, sobre ciertos aspectos de la cultura. Uno de los ejemplos más claros es el personaje de Nick Greene, este reconocido escritor y crítico a quien Orlando invita a su casa. Greene puede ser leído prácticamente como una caricatura de aquello que representa. Es descrito como alguien a quien es decepcionante conocer en persona, lo cual se repetirá en la novela cuando Orlando conozca a otros célebres escritores. Greene no deja de quejarse, sobre todo acerca de la pobreza literaria de los escritores contemporáneos, es decir, en este capítulo, los del siglo XVII. El hecho de que los nombres que él profiere como ejemplo (Shakespeare, Marlowe, John Donne) sean figuras tan reconocidas en la actualidad (y también en el momento en que se publica la novela), deja en ridículo las acusaciones de Greene. El personaje seguirá siendo parodiado más adelante en la novela, cuando en el siglo XX profiera quejas similares sobre sus contemporáneos y, en cambio, enaltezca a los mismos escritores del siglo XVII a los que criticaba en esta instancia. Quedará claro, entonces, que no se trata de un crítico minucioso y talentoso, sino más bien de un hombre mediocre, quizás envidioso por la competencia que le ofrecen sus contemporáneos vivos, y que por ende solo puede respetar a los artistas que ya están muertos, básicamente porque pertenecen al pasado.

Otro elemento que contribuye a esta parodización del “reconocido escritor y crítico” es que Greene, durante su estadía en casa de Orlando, repetidas veces pronuncia de forma errónea un término cultural y literario. Greene dice: "No, decidió, la gran época de la literatura ha pasado. Esa gran época había sido la griega; la isabelina era de todo punto inferior a la griega. En el pasado los hombres alimentaban una generosa ambición que él llamaba la Gloire (pronunciaba Glor, de suerte que Orlando no le entendió en seguida)” (p.67), y luego enfatiza: "’quedan todavía unos pocos escritores que toman por modelo la antigüedad y escriben, no por dinero, sino por Glor’ (Orlando hubiera deseado un mejor acento)” (p.68).

La Gloire es “gloria” en francés, pero su significancia es aún mayor. Durante los siglos XVI y XVII, los artistas de la aristocracia y la clase alta podían enfocarse en La Gloire más que trabajar por dinero. La crítica de la novela en este punto tiene múltiples aristas: por un lado, Greene observa inclinaciones aristocráticas -que aparecen criticadas y satirizadas a los largo de todo el relato-; por el otro, exhibe una mala pronunciación de la palabra, lo que deja en evidencia su carácter más bien aspiracional, en el sentido de que no pertenece a la aristocracia tal como pretende al querer defenderla como propia.

Al final del capítulo, Orlando abandona Inglaterra motivado por lo que produce en él la Archiduquesa Harriet. En una primera lectura, parecería que Orlando está meramente perturbado por sus propios sentimientos lujuriosos cuando en realidad preferiría sentir amor. Sin embargo, Orlando ya ha pasado la pubertad y no es virgen en ningún sentido, en tanto el narrador dejó ya a entender que el muchacho se involucró sexualmente, hasta el momento, al menos con Sasha, Sukey y aquella chica con la cual la Reina lo sorprendió. En efecto, la clave para comprender la decisión de Orlando de huir en este capítulo se halla en verdad en el capítulo cuarto, cuando el protagonista vuelve a Inglaterra y descubre que la Archiduquesa Harriet es en realidad el Archiduque Enrique, y así lo fue siempre. Esto resignifica la escena de disgusto y desesperación por la que Orlando decide partir en este final de capítulo, a la vez que contribuye a construir uno de los temas más importantes de la novela: la no claridad y consecuente confusión del protagonista sobre su propio género y sexualidad. Quizás, ya en este momento, Orlando fue capaz de intuir que la Archiduquesa no era realmente una mujer y, al igual que en su primer encuentro con Sacha, se encontró atrapado entre su atracción por una persona y las normas culturales que le advierten incorrecto sentirse involucrado románticamente con una persona de su mismo género.

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