Resumen
Las nubes que Orlando veía sobre Londres se dispersan sobre todas las islas Británicas, creando un clima terriblemente húmedo, gris, lluvioso. Es el primer día del siglo diecinueve. El vestuario, la comida, la arquitectura se acomoda al nuevo clima. También el amor se ve afectado por una humedad fría que se siente en el alma: “Los sexos se distanciaron más y más. Por ambas partes se practicaron la disimulación y el rodeo” (p.167). La vida normal de las mujeres pasa a ser una sucesión de partos: se casan a los diecinueve y a los treinta ya tienen quince hijos. La literatura se modifica también: “se inflamaron los párrafos, se multiplicaron los adjetivos” (p.168).
Orlando observa una estatua de la Reina Victoria, monumento que encuentra horroroso, cuando se acuerda que viste de hombre y debe ir a cambiarse. Vuelve a su casa y se mete en la cama. El biógrafo deja entrever, por los pensamientos y preocupaciones que rondan la cabeza de Orlando, que la protagonista está embarazada.
Toma de su pecho el manuscrito de su poema “La Encina”, en cuya primera página se lee la fecha de 1586. “¡Casi trescientos años que estaba trabajándolo!” (p.172), exclama el narrador. A pesar de los pequeños cambios que se pueden observar en el estilo y del largo tiempo, Orlando no cambió. Conserva el mismo carácter pensativo y el mismo amor por la naturaleza. Sin embargo, cuando intenta escribir, algo siempre se lo impide: la entrada de los sirvientes la interrumpe, la pluma no funciona, no se le ocurre ni una palabra. Cuando logra escribir, son los versos más insípidos que leyó en su vida. En ese instante comienza a temblar: una vibración le recorre el cuerpo, tomando por completo sus manos. Orlando mira su mano izquierda y se siente avergonzada, sin saber por qué, por no tener nada en su dedo segundo. En ese momento entra Bartholomew, su ama de llaves, y Orlando ve en su mano izquierda un anillo amarillo. Orlando se lo pide para verlo pero ella se resiste, puesto que ese anillo la une a su marido. Más tarde Orlando asiste a una comida y ve en todas las manos anillos de boda. También en la iglesia, en las calles. No se explica estos nuevos hábitos. Ingresa en una joyería y se compra uno de esos anillos, pero al colocarlo en su dedo el hormigueo aumenta. No logra dormir por la noche y, al día siguiente, no consigue escribir nada. Finalmente debe, dice el biógrafo, “ceder y someterse al Espíritu de la Época y conseguir un marido” (p.177).
Orlando se siente derrotada. Padece también el peso del miriñaque, vestido que encuentra estúpido y que limita sus movimientos. Se vuelve nerviosa y temerosa. Ya no pasea por el jardín y siente miedo por los posibles ladrones. Por primera vez en su vida se siente impar, sola. Empieza a concebir necesaria la idea de tener un marido. Se pregunta quién podría ser este marido, puesto que sus viejos admiradores desaparecieron.
Al salir a caminar siente la necesidad de seguir a los pájaros, comienza a correr y se tuerce un tobillo. Se queda recostada, feliz, sintiéndose “novia de la naturaleza” (p.180), prefiriendo el destino de que en lugar de un anillo se enrosquen en sus dedos las raíces para siempre.
La muerte es mejor que la fama y el amor, piensa.
De pronto, oye el galope de un caballo aproximándose. El hombre sobre el caballo le habla a Orlando y minutos después, dice el biógrafo, ya están comprometidos.
A la mañana siguiente, en el desayuno, el hombre dice su nombre. Es Marmaduke Bonthrop Shelmerdine, Esquire. Tiene un castillo pero está en ruinas. Fue soldado, marino, explorador de Oriente. Ahora se dirigía a embarcarse en su bergantín pero el viento le impedía navegar. Orlando grita “Oh, Shel, no me dejes” y “Te quiero con pasión” (p.182) en el mismo instante en que tanto Orlando como Shel son invadidos por una sospecha: “Shel, eres una mujer”, dice Orlando; y “Orlando, eres un hombre”(p.183), dice Shel. Luego, ambos protestan pero inmediatamente después retoman el tema del viaje de Shelmerdine. Orlando se conmueve hasta el llanto al oír sobre las aventuras de Shel en el mar.
Pasan hablando varios días, hasta que en un momento se presentan dos vigilantes con la sentencia sobre los casos en contra de Orlando. En el documento que le entregan dice que el matrimonio con Rosina Pepita fue anulado y que los hijos de esta reclaman una herencia. También se anuncia que el sexo de Orlando “se declara indiscutiblemente, y sin asomo de duda” (p.185), femenino. Orlando deja de leer en la sección sobre matrimonio y sucesores, declarando que no habrá matrimonio ni sucesores. Firma y entra en posesión de sus títulos, su casa y propiedades, ahora reducidas por los gastos.
La ciudad festeja el resultado del pleito, pero Orlando no presta atención más que a Shelmerdine. Pasa la mayor parte del tiempo con Shel en el bosque, pidiéndole que le cuente sobre sus aventuras en el mar. Se comprenden tan bien que cada tanto Shel pregunta a Orlando si está segura de no ser un hombre, y Orlando pregunta lo inverso a Shel. Por momentos Orlando se sumerge en el bosque en soledad y luego ambos vuelven a encontrarse.
Así pasan nueve días. Al décimo, los sorprende un viento que los obliga a correr mientras les arroja hojas de árboles. Llegan a la capilla y se casan. Al salir, Lady Orlando lleva un anillo en el dedo, Shelmerdine monta su caballo, los gritos de amor de ambos se confunden con el viento y Orlando vuelve a entrar en su casa.
Análisis
El capítulo quinto comienza con un conjunto de imágenes metafóricas. Al final del capítulo anterior, el narrador había descrito la aparición de una gran nube que comenzaba a cubrir Londres a medida que se entraba al siglo XIX, sembrando confusión, oscuridad, duda. Al iniciar este capítulo, el narrador describe los efectos de esa gran nube, que cubre ahora no solo Londres, sino todas las Islas Británicas. Entre los efectos se incluye una naturaleza que crece desmedidamente y fuera del control humano, a la vez que las mujeres se abocan más que nunca a tareas domésticas, y sus vidas se reducen prácticamente a casarse jóvenes y tener muchos hijos. El narrador también describe el cambio de vestuario y las nuevas costumbres, y todas estas imágenes, en conjunto, se destinan a metaforizar la vida en Inglaterra durante el siglo XIX, época mucho más opresiva y sofocante que la anterior, particularmente en lo que respecta a las mujeres.
En efecto, Orlando no siente una gran opresión social a causa de su género sino hasta este capítulo. El narrador describe el instante justo en que Orlando, como mujer en el siglo XIX, no solo no puede escribir como antes, sino que lo que obstaculiza su vocación artística es la inquietud producida por lo que generalmente se da como una interiorización de los mandatos sociales: “Poco a poco sintió, al estar asomada a la ventana, que una extraordinaria titilación y vibración le recorría todo el cuerpo, como si la integraran miles de alambres en los que alguna brisa o unos dedos errantes estuvieran haciendo escalas” (p.174). El símil que el narrador elige para describir este momento ilustra metafóricamente el hecho de que el padecer de Orlando se da a causa de una presión social. Esos “dedos errantes” en los “alambres” produciendo el temblor en la protagonista son precisamente los de los mandatos de género instaurados en la sociedad, que señalan necesario que una mujer se case. Otros pasajes del narrador enfatizan este fenómeno cultural: “Orlando sólo atinaba a suponer que se había operado alguna innovación en la raza; que esa gente estaba soldada una con otra, por parejas, pero no adivinaba quién lo había hecho y cuándo. No era, por cierto, la Naturaleza” (p.176). Orlando se sorprende ante las normativas que se le presentan nuevas y cuya explicación no puede hallarse en lo natural, sino en lo social: “Miró las palomas, los conejos y los sabuesos y no advirtió que la Naturaleza hubiera cambiado sus hábitos (…). Era evidente que no había alianzas indisolubles entre los animales” (p.176).
Nuevamente, el hecho de que la vida del personaje protagonista se extienda atravesando los siglos permite ofrecer una mirada particular sobre las costumbres de cada época, tan naturalizadas por quienes nacen y mueren dentro de un mismo período, pero susceptibles de ser consideradas extrañas por quienes vivenciaron una realidad distinta. El siglo XIX se presenta como la época más difícil de atravesar para Orlando:
Tan indomable es el Espíritu de la Época, que derriba a quien trata de oponérsele, con más violencia que a los que comparten su rumbo. Orlando había propendido, naturalmente, al espíritu isabelino, al espíritu de la Restauración, al espíritu del siglo XVIII, y, por consiguiente, apenas había notado el cambio de una época a otra. Pero el espíritu del siglo XIX le era muy antipático, y por eso la tomó y la quebró y ella se sintió derrotada como nunca se había sentido. (p.177)
En su conjunto, este quinto capítulo establece una fuerte crítica a las normativas sociales que en el siglo XIX oprimieron la vida de las mujeres en Inglaterra, si no en todo occidente. Uno de los ejes de esta crítica se presenta en la parodización que el relato hace sobre la preocupación acerca del sexo y el género en la época. Cuando Orlando volvía a Inglaterra en el capítulo anterior, se le informaba que no podía contar con sus títulos de propiedades por varios motivos, dos de los cuales eran: "(1) que estaba muerta y por consiguiente no podía retener propiedad alguna; (2) que era mujer, lo que viene a ser lo mismo" (pp.123-124). Esto dejaba entrever que en el siglo XVIII, aparentemente, una mujer viva tiene los mismos derechos que un hombre muerto. En este capítulo, además del énfasis constante en el ridículamente bajo status social de las mujeres, reaparece el conflicto legal para evidenciar el modo en que el género y el sexo son construidos y percibidos en el siglo XIX. El narrador narra así el momento en que Orlando es notificada: “¡Ah!, ¿qué resuelven del sexo? Mi sexo”, se soprende, y luego lee: “se declara indiscutiblemente, y sin asomo de duda (¡qué no te decía yo hace un momento, Shel!), femenino” (p.185). El dictamen resulta irónico, en tanto si algo se mantiene a lo largo de toda la novela es que no puede declararse que Orlando tenga un sexo o un género “indiscutiblemente y sin asomo de duda”, sino todo lo contrario. El género de Orlando (así como el de Shelmerdine, el hombre del cual se enamora) es considerablemente fluido y en gran parte determinado momento a momento por sus sentimientos, vestuarios y experiencias. Esto contrasta fuertemente con la determinante distinción legal, que por su parte acarrea a la vez efectos de importancia: a cada género, legalmente, le corresponde una determinada situación financiera.