Francisco de Quevedo y Luis de Góngora son dos de los poetas más importantes no solamente del Siglo de Oro español, sino de la historia de la literatura mundial. Sin embargo, existe entre ambos una particular historia de odio y resentimiento que trascendió el paso de los siglos y se convirtió en parte constitutiva de la biografía y obra de ambos autores.
Esta famosa enemistad comienza cuando ambos coinciden en Valladolid en 1603. Allí llega Góngora en búsqueda de un mayor bienestar económico mientras que Quevedo, quien es 19 años más joven que Góngora, se encuentra allí estudiando en la universidad. Góngora, en aquel entonces, ya tiene un gran reconocimiento como poeta, y Quevedo, pese a su juventud, también tiene cierto prestigio. Es interesante destacar que, en ese momento, ninguno de los dos autores había sido publicado y la fama de ambos se debía a las copias manuscritas que circulaban de sus poemas. La enemistad se desata cuando Quevedo, bajo el seudónimo Miguel de Musa, comienza a hacer circular poemas en donde parodia el estilo culto de Góngora. Este, al enterarse de la burla a la que está siendo sometido, y convencido de que Quevedo solamente quiere hacer crecer su fama a costas de él, responde a los agravios con los siguientes versos: “Musa que sopla y no inspira/y sabe que lo es traidor/poner los dedos mejor/en mi bolsa que en su lira/no es de Apolo, que es mentira”. Es decir, lo que Góngora le dice a Quevedo a través de estos versos se puede parafrasear como “si quieres vivir de mí, es mejor que me robes dinero antes que imitar mi poesía, ya que careces de talento”.
A partir de entonces, el enfrentamiento entre los autores no deja de crecer. Como si fuera una riña de gallos rapera de la actualidad, Quevedo escribe poemas contra Góngora, y Góngora contraataca a Quevedo con otros poemas. “Contra Don Luis de Góngora y su poesía”, “A un hombre de gran nariz” y “Otro contra el dicho” son algunos de los poemas que le dedica Quevedo a su enemigo. “A Francisco de Quevedo”, “Anacreonte español”, son algunos de los poemas con los que Góngora le responde.
Si bien esto no puede afirmarse históricamente, se dice que cuando ambos se cruzaban en el Barrio de las Letras, en Madrid, se lanzaban versos hirientes allí, en medio de la calle. La disputa entre ambos llega a su punto máximo cuando en 1625, Góngora está con graves problemas de deudas y Quevedo, para humillarlo, compra la casa en donde este vive, y apenas tiene la posesión del inmueble, lo echa a la calle. Góngora muere casi 20 años antes que Quevedo e, incluso tras su muerte, Quevedo le dedica un poema burlesco llamado “Este que, en negra tumba, rodeado”.
Ahora bien, además de esta disputa personal, entre ambos autores hay un conflicto de estilos literarios. Si bien ambos se inscriben dentro del Renacimiento y, por lo tanto, tienen temáticas y búsquedas similares, Quevedo y Góngora son los autores que representan al conceptismo y el culteranismo, respectivamente. Dos corrientes con una misma raíz que, sin embargo, se oponen de manera radical.
Por su parte, el conceptismo se define por utilizar el ingenio y la inteligencia para asociar conceptos de manera sorprendente. Cuanto más rebuscada es la asociación, más prestigiosa es. Para conseguir esto es fundamental la utilización de figuras retóricas como la antítesis, la paradoja, el oxímoron, el retruécano y el hipérbaton, entre otros.
Por su parte, el culteranismo (que también es llamado gongorismo) es una rama del conceptismo. Su nombre, incluso, surgió como un término despectivo a partir de un juego de palabras (típicamente conceptista) que consistió, precisamente, en modificar “conceptismo” por “culteranismo”, para nombrar a aquellos que en cada verso pretendían demostrar su vasto conocimiento de la cultura. La idea de los conceptistas como Quevedo es que ellos son verdaderos poetas, mientras que los culteranistas carecen de ingenio y deben recurrir a demostrar que son cultos para darle valor a su poesía.
En resumen, el culteranismo es una rama del conceptismo que se distingue de este por la utilización de latinismos (tanto palabras en latín como formas sintácticas de dicho idioma), un léxico culto y rebuscado (mientras que el conceptismo apela con frecuencia a léxicos vulgares), y por una excesiva complejidad en la composición que vuelve muy difícil la comprensión en la lectura.
A modo de conclusión, podemos afirmar que el conceptismo y el culteranismo parten de la misma concepción poética, pero que se diferencian por su objetivo final: mientras que el conceptismo busca la belleza en el ingenio, la diversión (aún siendo vulgar) y las asociaciones conceptuales mediante el uso de figuras retóricas; el culteranismo, por su parte, busca la belleza en la elección sorprendente de palabras cultas, su solemnidad y en su dificultad que, incluso, a veces llega al extremo de lo incomprensible e irracional.
Como vemos, en la rivalidad entre Quevedo y Góngora hay mucho más que un simple odio personal: hay una división entre dos modos de concebir la literatura, hay un modo de disputar y enfrentarse a través del lenguaje que, más de cuatro siglos después, aún sigue vivo y se sigue transformando como lo demuestran las payadas entre gauchos argentinos del siglo XIX y las riñas de gallos en el rap del siglo XXI.