Poemas de Francisco de Quevedo

Poemas de Francisco de Quevedo Temas

El amor

El amor es el único tema en donde el autor muestra absoluto optimismo y verdadera fe.

Si bien en la gran mayoría de sus poemas de amor hay un yo lírico hombre que, en primera persona, le dedica sus versos a una mujer (Lísida o Lisi, es la amada en estos poemas), se puede afirmar que los poemas amorosos de Quevedo son dedicados al amor en sí, y no a su amada. Es decir, el autor no se concentra en las virtudes de la amada (apenas, en algunos poemas, destaca alguna virtud física al pasar), sino en describir las virtudes abstractas que tiene el hecho de sentir amor por otra persona.

Ahora bien, ¿qué es lo que tiene el amor para Quevedo como para generarle fe, esperanza, optimismo? Fundamentalmente, el amor es una abstracción que va más allá de lo carnal, de lo físico. A diferencia de la muerte que es un hecho inevitable, a diferencia de las costumbres morales que pueden ser cuestionadas desde una idea histórica de lo que debe ser la sociedad, el amor es un sentimiento individual, puede ser lo que Quevedo pretende que sea. Y allí, en esa libertad, Quevedo concibe al amor como el sentimiento que, gracias a ser una abstracción, puede trascenderlo todo: no se termina cuando llega la muerte (gran cantidad de poemas amorosos están dedicados al amor después de la muerte), no importan las imposibilidades que surgen de los mandatos sociales, no importan las distancias. Lo único que importa es que el amor se puede sentir dentro de uno mismo, más allá de cualquier obstáculo.

En la vastedad de su obra, Quevedo se destaca por juzgar absolutamente todo: el modo en que se debe vivir, el modo en que se debe morir, cada pequeña costumbre, cada valor moral. Sin embargo, Quevedo no juzga al amor. No juzga a quién se ama, ni a quién se debe amar. No juzga el modo en que se debe amar. Aquí hay un punto interesante: Quevedo, a través de su poesía, intenta ser juez de todo aquello que la sociedad, según él, debe mejorar y es incapaz de comprender. El amor, por el contrario, en sus tiempos, está profundamente juzgado por la sociedad. El casamiento es impuesto por la iglesia y por la necesidad económica, y eso genera que el amor esté en un segundo lugar. Es, prácticamente, despreciado ya que es una pasión inconveniente que atenta contra el orden. Al amor, a aquello que está juzgado por la sociedad, Quevedo, precisamente, no lo juzga, le da libertad para ser lo que deba ser.

Esta posición de Quevedo acerca del amor, si bien tiene su estilo y su impronta personal, debe comprenderse también dentro del Renacimiento, movimiento histórico en el que se inscribe el autor (ver sección “Acerca de” en esta misma guía). En el Renacimiento, el amor ya no se dirige fundamentalmente a Dios, sino que vuelve a tomar a la mujer como objeto de pasión. Sin embargo, el amor sigue teniendo una gran relación con lo religioso. Por eso también, en Quevedo, el amor tiene esa capacidad sagrada de sobrevivir tras la muerte.

En esta idea, recién mencionada, de la mujer como “objeto” del amor aparece claramente el machismo y la lógica patriarcal de la época. Por otro lado, el objeto del amor es solamente la mujer porque, prácticamente, en el siglo XVII no hay autoras conocidas, y la homosexualidad está fuertemente censurada. La idea de que la mujer pudiera escribir es desestimada e, incluso, castigada. La autora más importante de este siglo es Sor Juana, una monja que, precisamente, no tiene como objeto de amor al hombre sino a Dios.

La muerte

La muerte es un tema fundamental en toda la obra de Quevedo. Una gran cantidad de poemas están dedicados especialmente a reflexionar sobre la muerte, pero también tiene gran relevancia en los poemas de amor y los poemas filosóficos y morales.

Para comprender dicha importancia, se debe enmarcar la concepción del autor sobre la muerte dentro del Renacimiento: movimiento histórico y artístico en el que vive Quevedo. En el Renacimiento, tras toda la Edad Media en donde las personas pensaban su muerte solamente con relación a Dios, como un acto designado por Él, los seres humanos vuelven a reflexionar sobre lo efímero de la vida y sobre cuál es el modo en el que se debe morir. Vuelven a pensarse como sujetos activos frente a la muerte. Ya no es Dios el que define todo. La muerte vuelve a ser pensada como parte del ciclo de la vida. Incluso, aparece el concepto Ars moriendi, que significa “el arte de morir”.

En la obra de Quevedo aparece claramente este modo renacentista de concebir la muerte. En principio, la idea de que la muerte es parte del ciclo de la vida es llevada al extremo por el autor, quien concibe que vida y muerte son exactamente lo mismo, ya que desde que la persona nace está muriendo a cada segundo que pasa. También dedica varios poemas a reflexionar sobre lo efímero de la existencia, lo rápido que sucede sin que uno se dé cuenta. Así mismo, aunque la idea de la muerte le causa un profundo dolor, considera que morir debe ser el último acto consciente de la vida, y que se debe llevar a cabo de la mejor manera, como si fuera un arte. Precisamente, el arte de morir.

Para finalizar hay que destacar que, pese a la gran desesperanza que genera la muerte en Quevedo, hay un elemento que aparece como salvación frente al final de la vida: el amor. En los poemas de Quevedo hay plena conciencia de la muerte como un acto definitivo, de la descomposición del cuerpo, de la desaparición de la consciencia; y sin embargo, en sus poemas amorosos, el amor del yo lírico con su amada sobrevive a todo eso. Los amantes se convertirán en polvo, pero igual será polvo enamorado.

La mujer

La burla y el desprecio de Quevedo por la mujer aparecen durante toda su obra. Las desprecia por feas, por viejas, por lujuriosas, por avaras, por chismosas. Las desprecia por todo. En los únicos poemas en donde la mujer no es despreciada es en los poemas de amor. Allí, aparece como un ser elevado, abstracto, sin ningún defecto. Ahora bien, es justamente esta abstracción que hace Quevedo de la mujer la que la salva de ser despreciada. Podría afirmarse que, en sus poemas amorosos, el yo lírico de Quevedo se enamora de la idea del amor más que de una mujer y entonces, al no aparecer la amada como una persona de carne y hueso, sino como una abstracción, tampoco puede aparecer ese desprecio por ella que aparece en sus otros poemas.

Sin embargo, este desprecio por la mujer no es únicamente propio de Quevedo y, para comprenderlo, se debe profundizar en el modo en que era concebida la mujer en su época. En el Renacimiento, se retoman las concepciones clásicas sobre la mujer, como la de Aristóteles quien afirma que esta es necesariamente inferior al hombre. Para que la sociedad funcione de manera adecuada, la mujer debe ser servil, fiel y casta. Debe cuidar el hogar y ser respetable. La virginidad es un valor fundamental para la sociedad que aún se mantenía bajo las órdenes de la Iglesia. Por lo tanto, en el Renacimiento, la mujer “correcta”, “moral”, solamente puede ser un sujeto ideal, alejada completamente de los placeres físicos (esa mujer ideal es la que aparece en los poemas amorosos de Quevedo).

Teniendo en cuenta que la mayor parte de la poesía de Quevedo está destinada a la sanción moral (desde la burla o la reflexión filosófica) y que las mujeres son las que están más expuestas a cometer una acción “inmoral”, ya que, prácticamente, no se las deja hacer nada; el desprecio a la mujer en la obra de Quevedo aparece como una consecuencia lógica. Responde a la idea del autor (idea renacentista) de que hay que perfeccionar a la sociedad a través del castigo moral; responde también a la idea machista de la época de que las mujeres corrompían constantemente esa moral.

La religión

En la obra de Quevedo, hay una gran tensión entre la desesperanza, el sinsentido de la existencia, la pérdida de fe en el mundo, y la fe en la religión, la creencia de que, siguiendo los mandatos divinos a rajatabla, el mundo puede cambiar.

Esta tensión es propia del Renacimiento. Tras el absoluto dominio de la iglesia y la religión durante la Edad Media, en el Renacimiento, comienza un periodo de secularización (alejamiento de lo religioso). Las personas adoptan una actitud racional ante el mundo que los rodea, deja de ser todo a causa o gracias a Dios, pero no abandonan la fe religiosa. Esta posición intermedia es propia de la civilización griega y romana, en donde los dioses no eran cuestionados, pero sí se cuestionaba a aquellos que los representaban. En el caso del Renacimiento, se comienza a cuestionar a la Iglesia, y el modo que tiene de comprender las enseñanzas sagradas e impartir su moral.

Precisamente, en este cuestionamiento histórico de la Iglesia y de sus modos de intervenir en la vida de la sociedad se inscriben los poemas religiosos de Quevedo. En estos encontramos un yo lírico que, interpretando a su manera episodios y tópicos religiosos (ya sean del catolicismo o de las civilizaciones clásicas), da lecciones morales a sus lectores; y lo hace con gran severidad. Es decir, el yo lírico de Quevedo habla con la misma autoridad con la que hablan los representantes de la Iglesia. El autor siente que tiene el mismo derecho que el santo oficio para interpretar los libros sagrados.

La arrogancia que caracteriza al autor (y que genera el odio de muchos de sus contemporáneos) aparece aquí claramente. Mientras que los otros autores, ahora desde una perspectiva racional, seguían proclamando las ideas religiosas del amor, la misericordia, la fraternidad; Quevedo es aquel que se atreve a castigar a través de los mandatos religiosos. Es el único que se atreve a juzgar al resto de los mortales desde un lugar superior, como si él fuera el nuevo mensajero de Dios. Un mensajero que no pretende darle sentido a la existencia del resto a través de la esperanza, sino a través de la censura moral. Una censura moral que mejorará a la sociedad y permitirá, finalmente, volver a tener fe en la existencia.

En este sentido, la religiosidad en los poemas de Quevedo es similar a la del "Primer Testamento" de la Biblia, en donde hay un Dios que decide destruir y castigar sin compasión para poder recomenzar en el camino correcto (como lo hace en Babel, en Sodoma, en Gomorra). Un Dios con el temperamento terrible de los dioses antiguos, como Júpiter.

El dinero

Este tema aparece repetidamente en dos tipos de poemas: los burlescos, y los filosóficos y morales. En los burlescos, el yo lírico de Quevedo denigra a los avaros y los codiciosos. Mientras que, en los filosóficos y morales, reflexiona acerca del dinero, su importancia, el deseo que genera en las personas, y finalmente da enseñanzas al respecto. Estas enseñanzas siempre van en contra del valor que se le da al dinero, y a favor de la desposesión.

Ahora bien, ¿cuál es la situación económica de la época de Quevedo? ¿Cómo repercute esta en la visión que tiene el autor sobre el dinero? En el Renacimiento, la economía deja de ser dominio puro de la Iglesia y de los Estados. Durante toda la Edad Media, son los señores feudales quienes poseen exclusivamente el dinero. En el Renacimiento, este comienza a circular por las manos de todas las personas. Por supuesto, no circula para todos de la misma manera, hay una división muy grande entre pobres y ricos, pero ya no son unos pocos los que manejan todo el dinero.

Precisamente por eso es tan importante para Quevedo. Así como en los temas religiosos la iglesia había perdido su poder absoluto, y Quevedo a través de sus poemas se hace cargo de propagar los valores religiosos a su manera, enseñando y castigando moralmente; aquí, al haber perdido los señores feudales el poder absoluto sobre el dinero, Quevedo se hace cargo de enseñar y castigar moralmente a la sociedad en torno a este. En Quevedo, el dinero es, en definitiva, un fenómeno moral que debe atenderse con mucho cuidado para mantener el orden de la sociedad. Ese orden que, en todos sus aspectos, Quevedo fomenta a través de sus poemas.

En conclusión, Quevedo, ante la falta de poder absoluto de la Iglesia y el Estado en la Edad Media, intenta a través de la enseñanza y la censura moral de su obra cubrir ese vacío de poder y conducir a la sociedad al orden y el progreso. El buen uso del dinero, que ahora circula en manos de todos modificando la economía feudal, es un factor importantísimo para lograr esto. Enseñarle a la sociedad a utilizarlo con inteligencia, sin perder el alma por él, es uno de sus grandes desafíos.

El deseo

En torno a este tema surge el costado más conservador de Quevedo. El deseo -comprendido en términos generales como el acto de desear algo, no solamente el deseo sexual- es, en la obra del autor, siempre negativo. Desear es una acción que las personas deben evitar a toda costa.

Para comprender esta postura del autor, hay que situarse dentro del contexto histórico del Renacimiento. Luego de que durante toda la Edad Media, las personas no pudieran ejercer su voluntad individual, sino que se debieran a la voluntad de Dios; en el Renacimiento, las personas se convierten en individuos, con voluntad propia, con deseos propios.

En toda la obra de Quevedo, es muy grande la tensión entre la libertad y el progreso del Renacimiento versus la seguridad del encierro de la Edad Media. En diferentes temas, el autor se pone del lado del progreso renacentista (el amor, la concepción de la muerte), pero en lo que refiere al deseo individual, el autor opta por la censura moral típica de la Edad Media.

La razón que explica esta postura es que la mayor aspiración de Quevedo es el orden social y el mantenimiento de los valores. La censura moral y la enseñanza constante en su obra apuntan a mantener eso. Desear individualmente, sea lo que sea, pone en riesgo dicho orden, dichos valores. En ese sentido, Quevedo retoma la perspectiva medieval, en donde desear era un pecado, ya que las personas debían recibir lo que Dios les deparaba por mandato divino.

El ejemplo más claro de la condena al deseo aparece en el poema “Muestra el error de lo que se desea…”, en donde el yo lírico deseaba riquezas, las obtuvo, y esas riquezas se convirtieron en su condena. Es decir, desear siempre está mal, sobre todo, cuando los deseos se vuelven realidad.

La hipocresía

La poesía burlesca de Quevedo tiene como objetivo el castigo moral hacia distintas acciones o costumbres llevadas a cabo por diferentes tipos de personas. Ahora bien, para llegar a ese castigo moral, Quevedo debe desenmascarar las verdades que intentan ser ocultadas por dichas personas. Recién entonces puede burlarse. Es decir, debe demostrar su hipocresía.

Quevedo castiga moralmente a la vieja que, maquillándose y arreglándose, se hace pasar por joven. Castiga a los que simulan tener riquezas. Castiga a los viejos que se tiñen. Se burla de la supuesta felicidad del casamiento. Castiga, en definitiva, la apariencia que intenta ocultar la realidad. Incluso, podría afirmarse que para Quevedo la hipocresía es el peor de los defectos, ya que, precisamente, es un defecto que se oculta en las sombras, que se hace pasar por virtud. Quevedo es mucho más cruel en sus burlas con aquel que actúa como si tuviera dinero, que con aquel que es rico (aunque este sea avaro y codicioso).

Nuevamente, el autor se propone a sí mismo ser un guía para la sociedad. Mantener a las personas dentro del orden y los valores. Conducirlos por el buen camino. Y para ello, las personas deben conocer siempre la verdad. Quevedo, a través de su obra burlesca, se propone sacar a la luz toda la hipocresía de la sociedad, y, de ese modo, curar sus males.

En este sentido, es importante destacar su obra poética El mundo por de dentro, en donde la avenida principal en donde se sitúa la acción se llama Hipocresía. Por allí, Quevedo hace pasear a distintas figuras representativas de la sociedad y va develando una por una sus mentiras.

Esta intención de mostrar la verdad fue llevada por el autor hasta sus máximas consecuencias. En varias de sus obras, Quevedo no solamente atacó la hipocresía de personajes ficticios, sino también de personajes históricos, reales y poderosos.

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