Resumen
A partir de cinco poemas representativos, analizaremos en esta sección la producción poética de William Blake que se focaliza en la relación entre el ser humano y la naturaleza.
A la primavera
El yo lírico se dirige en segunda persona del singular a la primavera. Le pide que vuelva sus ojos angelicales hacia su isla occidental que está esperando su arribo. Luego, afirma que las colinas y los valles anhelan que su “pie sagrado” (p. 27) visite el clima de la isla. A continuación, el yo lírico le ruega a la primavera que atraviese las colinas del Oriente y permita que los vientos besen sus atavíos. Le suplica que esparza sus perlas sobre su tierra, que está doliente de amor y gime por ella. Finalmente, el yo lírico le pide a la primavera que vista su tierra con sus encantadores dedos, derrame sus besos en su seno y pose su corona dorada sobre su lánguida cabeza, cuyas trenzas fueron hechas para ella.
Este poema consta de cuatro estrofas de cuatro versos. En la versión original, predomina el pentámetro yámbico. Es decir, los versos están compuestos por cinco pares de sílabas, una acentuada y una no acentuada. No tiene rima. En la traducción no se mantiene la métrica original.
Al verano
El yo lírico se dirige en segunda persona del singular al verano. Le pide que detenga sus violentos corceles y modere las llamas que estos lanzan por sus fauces. Luego, le recuerda que a menudo él levanta su tienda y duerme debajo de sus robles mientras los isleños contemplan sus sanos miembros y su opulenta cabellera. A continuación, el yo lírico afirma que ellos suelen escuchar la voz del verano cuando el sol recorre las profundidades del cielo. Le suplica entonces que se siente en los valles musgosos de la isla, ya que estos aman al verano cuando está en su apogeo. Finalmente, intenta convencer al verano de que se quede en la isla diciendo que los poetas de allí son famosos, los jóvenes más vigorosos que los del sur, las doncellas las más lozanas en las danzas vivaces, sobran las canciones y los instrumentos de gozo, y no faltan aguas claras ni laureles para oponerse a su calor opresivo.
Este poema consta de tres estrofas. La primera y la tercera tienen seis versos, mientras que la segunda tiene siete. La métrica original es endecasílaba y la rima, libre. La métrica no se mantiene en la traducción.
Canción de la risa
El yo lírico dice que los bosques están riendo y en sus hoyuelos también ríen los arroyos. Ríe también el aire junto a la colina verde, ríen los prados y el saltamontes, ríen Emilia, María y Susana, y ríen los pájaros de colores. Todos ellos ríen allí, donde está tendida la mesa con almendras y cerezas. Finalmente, el yo lírico se dirige en segunda persona al lector y lo invita a unirse a él para cantar el estribillo de la dulce risa que dice “ja, ja, jí” (p. 51).
Este poema consta de tres estrofas de cuatro versos decasílabos. La rima es asonante. Ni la métrica ni la rima se mantienen en la traducción.
La pequeña niña perdida
"La pequeña niña perdida" aparece, junto a "La pequeña niña encontrada", en Cantares de experiencia, de manera consecutiva. Juntos narran el comienzo y el final de la misma historia.
“La pequeña niña perdida” comienza con un apóstrofe del yo lírico al lector. Le dice que en las edades futuras la tierra del sueño habrá de elevarse y buscar a su humilde creador, y el desierto indomable se convertirá en un jardín dócil. Luego, cuenta la historia de Lyca: en las regiones del sur, donde el estío jamás se marchita, yace la amable Lyca. Ella tiene siete años y ama errar entre el canto de las aves. Un día, se pierde en un salvaje yermo y se queda dormida debajo de un árbol. Allí, es rodeada por animales salvajes que salieron de las cavernas para admirarla. Tigres y leopardos juguetean a su alrededor mientras el león la inspecciona y le lame el blanco seno. Entonces, de los ojos de llamas de Lyca, surgen lágrimas rojas. La leona la desviste y desnuda la llevan a las cavernas.
La pequeña niña encontrada
En “La pequeña niña encontrada” el yo lírico cuenta que los padres de Lyca la buscan por las noches entre los valles profundos durante siete días, agotados de tanta pena. Durante siete noches duermen entre las sombras y sueñan que la niña está extenuada por el hambre. La madre finalmente desfallece durante la búsqueda y el padre debe llevarla en sus brazos. Entonces se encuentran con un león agazapado que primero los olfatea y luego lame sus manos. Al mirar al león a los ojos, los padres advierten un espíritu vestido con armadura de oro. Inmediatamente su temor se esfuma. El león les pide que lo sigan y no sufran más por Lyca ya que ella está durmiendo en su palacio profundo. Los padres obedecen. Encuentran a su hija descansando entre los tigres salvajes. Aún hoy, todos ellos, habitan en el valle solitario. No le temen al aullido del lobo ni al rugido del león.
Cada uno de estos poemas consta de trece estrofas de cuatro versos. La métrica es irregular y la rima, consonante (no se mantiene en la traducción).
Análisis
En la poesía de William Blake, la naturaleza es presentada como la entidad divina que puede conducir a los seres humanos a su salvación. Es el antónimo de la ciudad deshumanizada y miserable que, tal como hemos visto en los poemas sobre la desigualdad social, Blake presenta como el producto final del racionalismo. En contra de esa razón, la naturaleza salvaje se erige como el espacio del goce sensorial puro, el lugar inmaculado y virgen que se mantiene a salvo de las garras del hombre y, a su vez, que puede salvarlo de sí mismo.
A lo largo de toda su obra, Blake le rinde culto a la naturaleza. Ruega que crezcan las flores y que el sol irradie su calor. Ruega que la oscuridad de la razón se disipe sobre su Inglaterra natal -su “isla occidental”, (p. 27)- y reine el goce primaveral:
¡Oh tú, con bucles húmedos de rocío, que miras
A través de las claras ventanas de la mañana, vuelve
Tus ojos angélicos hacia nuestra isla occidental,
Que está llena de coros saludando tu arribo, oh Primavera!(…)
Oh, vístela con tus encantadores dedos; derrama
Tus besos tiernos en su seno; y posa
Tu corona dorada sobre su lánguida cabeza (“A la primavera”, p. 27).
A lo largo de toda su obra poética, Blake construye una simbología de lo natural. En dicha simbología, la primavera y el verano, estaciones relacionadas con la expansión de la flora y la fauna, aparecen siempre ligadas al aspecto sensible del ser humano, a la libertad y a la vida. Por el contrario, el invierno y el otoño aparecen ligados al mundo racional, a la vejez y a la muerte. El día y la noche también entran dentro de esta simbología. El día, con su sol y su claridad, es aliada del goce y la libertad; y la noche, con su oscuridad y sus peligros, es aliada del temor y la razón.
En la construcción de esta simbología, Blake recurre frecuentemente al recurso de la personificación. Convierte a las diferentes estaciones del año y a los diferentes momentos del día en personajes literarios. Les otorga un cuerpo y un carácter acorde a su fenomenología. La primavera es, por ejemplo, una mujer alegre, sensual y pura, que tiene el don de hacer que la naturaleza de la isla reviva tras el paso del melancólico y lánguido invierno. Y, por supuesto, si la naturaleza revive, el espíritu libre de los seres humanos revive junto a ella.
Veamos ahora cómo es presentado el verano:
¡Oh tú, que vas por nuestros valles con
Tu fuerza, detén tus violentos corceles, modera las llamas
Que lanzan por sus grandes fauces! Tú, oh Verano,
A menudo levantas aquí tu tienda dorada, y has
Dormido debajo de nuestros robles, mientras contemplábamos
Con alegría tus sanos miembros rojizos y tu opulenta cabellera(…)
Nuestros bardos, que tañen la cuerda de plata, son famosos;
Nuestros jóvenes son más vigorosos que los del sur;
Nuestras doncellas más lozanas en las danzas vivaces;
No nos faltan canciones, ni instrumentos de gozo,
Ni ecos dulces, ni aguas claras como el cielo,
Ni coronas de laureles contra tu calor opresivo (“Al verano”, pp. 25-27).
El verano es un hombre portentoso, soberbio y pasional. Si la primavera es fundamentalmente sensual, el verano es, sobre todas las cosas, sexual. La primavera se encarga de esparcir la semilla de la vida, despierta a la naturaleza y al espíritu adormecido de los seres humanos. El verano, entonces, impele a los hombres y las mujeres a hacer florecer la semilla. A poetizar, danzar y relacionarse en medio de la exuberancia natural.
El término exuberancia nos conduce a una cuestión clave. En la Ilustración, la naturaleza era concebida como una entidad racional y equilibrada. Las ciencias naturales del siglo XVIII (encabezadas por científicos como Carl Von Linné, Joseph Banks y Jethro Tull) habían demostrado que tanto en la flora como en la fauna existían patrones reiterativos que conformaban un orden que facilitaba su estudio y explotación. Blake, por supuesto, concibe a la naturaleza de manera radicalmente opuesta. Como hemos dicho previamente, el poeta inglés encuentra en la naturaleza la salvación de las garras de la razón. Por eso mismo, en su poesía, la naturaleza es presentada como una fuerza exuberante, incontrolable, salvaje e irracional y, por eso mismo, sagrada. Si para los ilustrados, la naturaleza es la fuente de la razón, el estado primitivo que demuestra que todo tiene un orden racional, para Blake (y luego para todo el Romanticismo) entonces, la naturaleza será la fuente irracional de la creatividad.
Cuando ríen los prados en verde vivaz,
Y ríe el saltamontes en la alegre escena,
Cuando Emilia y Susana y María
Con dulces bocas redondas cantan «¡Ja, ja, jü»,Cuando ríen en la sombra pájaros de colores
Adonde está tendida nuestra mesa con cerezas y almendras,
Ven, vive y sé feliz y únete a mí para cantar
El estribillo dulce de la risa «¡Ja, ja, jü» (“Canción de la risa”, pp. 49-51).
El “estribillo dulce de la risa” (p. 51) es una loa a la irracionalidad y la pérdida de control. En esta simple e infantil canción, Blake presenta a la naturaleza como un elixir de la alegría. Como una droga mágica. No casualmente William Blake fue alabado por diferentes escritores de la Generación beat (como Jack Kerouack y Allan Ginsberg) y grupos de rock como The Doors que concebían a la naturaleza como un espacio idóneo para la experimentación con drogas psicodélicas. Una experimentación que tenía como fin ideal conducir al ser a la revelación de su esencia. Sin ir más lejos, “Jerusalem”, tema del grupo de rock progresivo inglés Emerson, Lake and Palmer, está basado en el libro Jerusalem de William Blake.
Para concluir el análisis, veamos “La pequeña niña perdida” y “La pequeña niña encontrada”, dos de los poemas en los que Blake presenta con mayor claridad su idea de que la naturaleza es la salvación del ser humano. En “La pequeña niña perdida”, el yo lírico cuenta la historia de Lyca: una niña de las “regiones del sur” (p. 27) que se pierde en el desierto y es encontrada por un grupo de leones, tigres y leopardos. Estos animales son presentados por Blake como los protectores del mundo salvaje. El león es quien advierte que Lyca es una niña pura, que aún no ha caído en las garras del mundo racional y decide incorporarla inmediatamente a su manada. La leona entonces se encarga de desvestir a Lyca (quitándole así todo rasgo de civilidad urbana) y llevarla desnuda, en estado natural, a la caverna. Allí, en “La pequeña niña encontrada”, los padres de Lyca, guiados por el león, encontrarán a su hija:
Ellos, entonces, siguieron
La visión que los guiaba,
Y vieron dormir la niña
Entre los tigres salvajes.Hoy habitan, todavía,
En el valle solitario,
No temen aullar de lobo
Ni rugido de león (pp. 83-85).
Al final de este largo poema, los padres de Lyca no solo encuentran a su hija descansando tranquilamente entre los tigres, sino que se quedan junto a ella viviendo con los felinos salvajes. Así, Lyca y su familia se liberan de las cadenas de la razón, se reencuentran con su esencia y vuelven a ser parte de la unidad universal.
Para culminar, es fundamental nuevamente enmarcar la poesía de Blake dentro de su contexto: la Revolución Industrial. Durante esta época, el mundo fue testigo de las primeras grandes destrucciones masivas de los espacios naturales a manos del hombre. Bosques, praderas y valles fueron reemplazados por ciudades en las que comenzaron a vivir millares de personas en condiciones insalubres. Los poetas románticos como Blake vieron horrorizados cómo el ser humano sometía a la naturaleza a su geometría: la dividía, la mensuraba, la vendía y la explotaba. Vieron cómo el hombre, tal como había anunciado Thomas Hobbes un siglo antes (otro inglés con dones proféticos), se convertía en lobo del hombre. Esta destrucción industrializada de la tierra instó a Blake (y luego a todo el Romanticismo) a reivindicar el lado inconmensurable, irracional y excesivo de la naturaleza. Como en la famosa pintura del alemán Caspar David Friedrich, Caminante sobre un mar de nubes (1818), la naturaleza era concebida por estos pensadores como algo salvaje y desmesurado.