La infancia
En la poesía de William Blake, la infancia es presentada como un estado de absoluta pureza. Toda la alegría y el amor que necesitan las personas para vivir en unidad consigo mismas, con Dios, con la naturaleza y con el prójimo están intactas en la infancia. Para Blake, los seres humanos, de manera innata, tienen todo lo que precisan para vivir en plenitud espiritual y física. Los niños nacen “sabiendo” cómo ser dichosos, pero, al entrar en contacto con la ley adulta y racional, pierden la libertad y entonces desaprenden cómo vivir felizmente.
¿Hay salvación? ¿Pueden los niños mantener la dicha con la que nacen? Blake postula que, para mantener la felicidad pura, los niños deberían mantenerse fuera de toda legalidad racional humana. Deberían vivir en un estado natural y salvaje. Al respecto, cabe destacar los poemas "La pequeña niña perdida" y "La pequeña niña encontrada". En dichos poemas, Blake cuenta la historia de Lyca, una niña africana que se pierde en los yermos salvajes. Allí es encontrada por los leones y los tigres, quienes la adoptan como uno de los suyos. La vida en las cavernas junto a los felinos salvajes salva a Lyca de las garras de la razón y le hace preservar su pureza y su felicidad.
Cabe destacar que esta idea de Blake de que la infancia es un paraíso perdido y los niños son expulsados de allí por la ley adulta y racional es sumamente importante dentro del Romanticismo.
La religión
Para William Blake, la división entre el plano espiritual (el reino de los cielos) y el plano material (el reino terrenal) no tiene validez alguna. El poeta inglés considera que todo forma parte de una misma unidad. Su paraíso está entonces (o debería estar) tanto en el cielo como en la tierra. Es por esto que en su poesía es imposible separar lo religioso de lo político y lo social. Blake no versa sobre la religión en búsqueda de verdades meramente espirituales, sino que intenta hallar preceptos religiosos que se apliquen en el mundo material, en su Londres de fines del siglo XVIII, que ayuden a las personas a conectarse consigo mismas, con el Dios que llevan dentro y con los demás.
Aquí entra en juego la Iglesia católica. A diferencia de Blake, la iglesia pondera el reino de los cielos por sobre el reino terrenal. En los valores que propaga y en los mandatos morales que impone, la Iglesia deja de lado la realidad sociopolítica de sus feligreses. Esto genera graves consecuencias como, por ejemplo, que la pobreza sea considerada una virtud cristiana y no un problema social. Blake, además, critica a la Iglesia católica por reprimir y condenar el amor libre y la sexualidad. Postula que la iglesia infunde miedo en las personas a través de castigos religiosos (como ir al Infierno o al Purgatorio) para controlarlas y sacar provecho propio.
Es importante dejar en claro que, pese a este anticlericalismo, la poesía de Blake es profundamente religiosa. Blake una y otra vez loa a Dios y lo presenta como el creador supremo de todos y todo. Ahora bien, su Dios no es prohibitivo ni moralista. Es una entidad benigna, que protege a sus criaturas, que creó la naturaleza para que los seres vivos la disfruten, que desea la unión amorosa y sexual de las personas, y pondera el bienestar y el goce sensitivo de sus criaturas en el reino terrenal.
La razón versus la emoción
William Blake, quien es considerado por parte de la crítica como el primer romántico, escribe su poesía en pleno auge de la Ilustración. Este movimiento estético y filosófico consideraba que la razón era la facultad más suprema del hombre dejando relegadas a las emociones. La postura de Blake es radicalmente opuesta a la de los ilustrados. Para el gran poeta inglés, la razón no es algo sagrado, sino que es el obstáculo que le impide al ser humano llegar a su esencia, a Dios, al prójimo y a la unidad universal.
Esto se debe a varias cuestiones: por un lado, la razón aleja al hombre de su instinto. Por el otro, el procedimiento racional favorece la aparición de los temores, que vuelven a los hombres mezquinos y egoístas. Además, la razón ha traído consigo al progreso: las grandes ciudades arrasaron con la naturaleza, los hombres dejaron de vivir en su estado natural y comenzaron a pasar sus días encerrados en escuelas, fábricas o iglesias, y la degradación moral se volvió moneda corriente.
Blake postula que, para romper las cadenas de la razón se debe recurrir a las emociones. Amar (como ama el terrón de arcilla de "El terrón y el guijarro"), tener relaciones sexuales (como Ona, la protagonista de "Una pequeña niña perdida") y despertar los sentidos en contacto con la naturaleza (como Lyca, la protagonista de "La pequeña niña perdida") son algunas de las formas que tiene el ser humano de oponerse al imperio de la razón y recuperar su libertad pura e innata.
Cabe destacar que esta preponderancia de la emoción por sobre la razón es otra de las características fundamentales del Romanticismo.
La relación del ser humano con la naturaleza
La naturaleza es presentada por Blake como la entidad divina y, a la vez, terrenal que puede conducir a los seres humanos a su salvación. Es el antónimo de la ciudad deshumanizada y miserable que Blake presenta como el producto final del racionalismo. En contra de la razón y la urbe, la naturaleza salvaje se erige como el espacio del goce sensorial puro, el lugar inmaculado y virgen que se mantiene a salvo de las garras del progreso, el paraíso en el que los seres humanos pueden recuperar el contacto con las emociones, consigo mismos y con el prójimo.
Para comprender cabalmente esta concepción blakeana de la naturaleza (que luego será retomada y exaltada por todo el Romanticismo), se debe enmarcar su poesía dentro de su contexto sociopolítico: la Revolución Industrial. Durante esta época, el mundo fue testigo de las primeras grandes destrucciones masivas de los espacios naturales a manos del hombre. Bosques, praderas y valles fueron arrasados por ciudades en las que comenzaron a vivir millares de personas en condiciones insalubres. La tierra fue dividida, mensurada, vendida y explotada a gran escala. Los seres humanos se volvieron víctimas y verdugos de sí mismos. En las grandes ciudades (como la Londres de Blake) subió la tasa de mortalidad y la pobreza. Millares de personas dejaron de vivir en contacto con la naturaleza y se confinaron en espacios pequeños y lóbregos. La urbe se volvió sinónimo de deshumanización. Esta destrucción industrializada de la tierra y el ser humano horrorizó a Blake. Lo instó a escribir sus versos, reivindicando el lado inconmensurable, irracional y excesivo de la naturaleza, y a presentarla como una especie de paraíso al que el ser humano debía volver y proteger para que no se convirtiera en un nuevo paraíso perdido.
La relación entre padres e hijos
En la poesía de Blake, la relación entre padres e hijos está signada por el desacuerdo y el fracaso. Los padres, representantes de la ley racional, censuran la sexualidad de sus hijos (como el padre de Ona en "Una pequeña niña perdida"), los alejan de la naturaleza (como en "El escolar"), los pierden (como en "La pequeña niña perdida"), los obligan a trabajar (como en "El deshollinador"), o los fuerzan a creer en un falso dios y un rey que no se preocupa por ellos (como en "El pequeño vagabundo"). En resumen, los integran a la sociedad (racional e inhumana) alejándolos de sus instintos.
Cabe destacar que, aunque en general, Blake no coloca a las madres en un plano diferencial en relación con los padres, hay algunos poemas (como "Canción de cuna") en los que la madre y el hijo aparecen en plena comunión espiritual. A diferencia de los padres que, en todos los poemas, ineludiblemente, son representantes de la ley racional, las madres, al menos excepcionalmente, tienen la capacidad de estar con sus hijos sin romper con la armonía innata que existe entre ellos, el creador y la naturaleza.
El amor y la sexualidad
En la poesía de Blake, el amor es presentado como una expresión sensible que nace del cuerpo y que, por lo tanto, está íntimamente ligada a la sexualidad. Para Blake, el cuerpo es la parte más pura del ser humano. Allí se encuentran la energía, las sensaciones y las emociones que les permiten a las personas sortear las reprimendas de la razón y entrar en contacto con su esencia. Dentro de estas emociones, el amor y la sexualidad son fundamentales, ya que impelen al ser humano a ir hacia el prójimo. Lo llenan de deseo físico, de emoción, y lo hacen olvidarse, al menos momentáneamente, de las imposiciones racionales.
“Momentáneamente”, decimos, porque vencer a la razón no es fácil. En varios poemas (como "El ángel" o "La voz del Diablo"), Blake deja en claro que la razón es más poderosa que el amor y, tarde o temprano, termina sometiéndolo. Las personas, temerosas de recibir un castigo divino si “pecan”, de ser abandonadas, o de sufrir algún tipo de escarmiento social (como en el caso de Ona) prefieren apagar sus sentimientos amorosos y recluirse en la soledad.
La desigualdad social
La crítica de Blake a la desigualdad e injusticia social (ya sea por parte de la iglesia, de los adultos hacia los niños, de la monarquía, o entre pares) gira siempre en torno al postulado fundamental que atraviesa toda su obra: el ser humano ha perdido su unidad universal a manos de la ley racional. Esta pérdida ha llevado a las personas a dejar de percibir al prójimo como un igual y, por lo tanto, no sentir empatía por aquellos que sufren carencias; a desdeñar los sentimientos espirituales como el amor en pos de la codicia y, por lo tanto, someter sin culpa a los propios hijos a trabajar en empleos insalubres; y a utilizar el nombre de Dios para generar temor y sacar provecho material del amedrentamiento (como lo hace, según Blake, la Iglesia católica).
Por supuesto, el tratamiento de la desigualdad social en la poesía blakeana está totalmente atravesado por la Revolución Industrial y sus consecuencias. Recordemos que la Londres de Blake es una ciudad llena de personas pobres, que viven hacinadas, y trabajan prácticamente en condiciones de esclavitud. Ahora bien, es importante destacar que Blake describe y denuncia la desigualdad social que lo rodea, pero no encuentra la solución en un cambio sociopolítico, sino en un cambio de pensamiento, en un cambio filosófico. Blake no propone matar al rey o quemar las iglesias porque sabe que "muerto el perro, no se acaba la rabia", sabe que mientras reine la razón en lugar de la emoción, las personas seguirán codiciando riquezas y sometiendo al prójimo para conseguirlas, cueste lo que cueste.