Miré los muros de la patria mía
En este primer verso del soneto "Salmo XVII", el yo poético de Quevedo utiliza la palabra "patria", que bien puede tener un significado un poco más literal y referirse a su Madrid natal, aunque, según varios críticos, también puede tener una carga metafórica y hacer referencia al cuerpo del poeta. En relación con esto último, el cuerpo sería como otro territorio en el que puede percibirse con claridad el paso del tiempo y la inminencia de la muerte.
Salime al campo: vi que el sol bebía
los arroyos del hielo desatados
Estos dos versos son los primeros del segundo cuarteto del "Salmo XVII". En ellos, el yo poético plantea un cambio de perspectiva respecto de su plataforma de observación: pasa de lo general y abstracto de "los muros de la patria mía" a algo mucho más concreto, como el "campo". Allí utiliza el recurso de la personificación para darle una entidad humana al sol, otorgándole la capacidad de beber los arroyos, es decir, de secarlos. Esta capacidad del sol de sustraer el agua de los arroyos da cuenta del deterioro que observa el yo poético en todo lo que lo rodea.
Entré en mi casa: vi que amancillada
de anciana habitación era despojos
En los dos primeros versos del primer terceto del "Salmo XVII", el yo poético se posiciona dentro de su casa. En este punto, podemos notar cómo el poeta se ubica en lugares cada vez más interiores, incluso, íntimos, para reflexionar sobre el paso del tiempo y la muerte. Primero, ha visto los muros de su patria, luego ha salido al campo y ahora contempla su habitación. Es indudable que el deterioro que sentencia el tiempo (y que conduce a la muerte) está presente en todas partes.
y no hallé cosa en que poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte.
Estos dos versos concluyen el soneto "Salmo XVII". En ellos queda expresada la idea que viene insinuándose a lo largo de todo el poema: el paso del tiempo es inevitable y conduce a la muerte. En ese sentido, la muerte es omnipotente y omnipresente; solo podemos observar su inminencia y aceptarla.