Soledades

Soledades Resumen y Análisis Soledad primera (Tercera parte)

Resumen

Soledad primera (Tercera parte)

Antes del amanecer, el viejo serrano despierta al peregrino. Este admira la naturaleza que lo rodea. El serrano presenta al peregrino con los futuros novios. Al ver a la novia, el peregrino recuerda a su amada, aquella que lo olvidó y por la que decidió emprender el viaje que terminó en naufragio. La llegada de dos coros, uno femenino y otro masculino, lo liberan de sus dolorosos pensamientos.

Dichos coros comienzan a cantar, dando inicio a la ceremonia. El coro masculino presenta al novio, y el coro femenino, a la novia. Luego, el coro masculino le desea suerte al matrimonio en lo que refiere al erotismo de la pareja; mientras que el coro femenino le desea suerte a la novia refiriéndose a su futura maternidad. Después, el coro masculino desea que la descendencia sea masculina; mientras que el coro femenino, que la pareja tenga una hija.

Cuando finaliza el canto, el padre del novio ofrece un gran banquete a los invitados.

Tras la comida, unas mujeres comienzan a bailar, mientras que una labradora les desea a los novios que estén enamorados por siempre, y que el trabajo en el campo les rinda frutos, tanto en la agricultura como en la ganadería y la apicultura. También les desea que vivan modestamente, evitando tanto la pobreza como la riqueza. Finalmente, les desea que mueran sabios y unidos.

Como parte de la ceremonia, se forma un círculo entre los árboles en el que diferentes labradores se enfrentan en una lucha. Todos pelean con tanto vigor que no se elige un campeón, sino que se premia a los seis luchadores que se enfrentaron en la contienda.

Después de la lucha, otros montañeses compiten en salto en largo. El yo lírico describe los saltos de los diferentes competidores, loando a cada uno de ellos.

Tras el salto en largo, comienza una larga carrera. Tres competidores llegan a la meta casi al mismo tiempo, confundiendo a los jueces que no saben quién fue el ganador. Finalmente, son premiados los tres.

Finalmente, marido y mujer regresan juntos a su casa para compartir el lecho nupcial. Así finaliza la “Soledad primera”.

Análisis

Apenas comienza esta tercera jornada, aparece la primera alabanza a la naturaleza por sobre la vida de la corte:

El serrano
con su huésped, que admira cortesano,
a pesar del estambre y de la seda
el que tapiz frondoso
tejió de hojas verdes la arboleda (“Soledad primera”, vv. 713-717).

Pese a ser un cortesano acostumbrado a materiales finos, el peregrino se queda admirado al ver la arboleda. La belleza de la naturaleza se presenta como un descubrimiento a los ojos del peregrino. Un descubrimiento que, por supuesto, supera en belleza a los ornamentos conocidos hasta entonces por él.

Tras este primer momento, aparece la novia. Su presencia vuelve a traer el pasado del peregrino a escena. Góngora decide dar muy pocos datos al respecto: se limita a agregar la información de que el peregrino fue “condenado al olvido” por su amada.

En esta “Soledad primera”, el peregrino se presenta como una especie de tabula rasa. Un hombre que llega sin nada y descubre la verdadera esencia de la vida al entrar en contacto con los campesinos. De hecho, ni en esta “Soledad primera” ni en la “Soledad segunda” conocemos su nombre. En lo que se refiere a la cuestión amorosa, en esta parte es más importante ver al peregrino descubriendo el verdadero amor, aquel que se da entre los campesinos de la boda, que recuperar los detalles de su relación pasada, de la que se deduce que fracasó por no ser tan verdadera como la de los campesinos.

El dolor por el recuerdo de la amada se termina cuando arriban los coros haciendo música. A través de las primeras canciones, descubrimos que el novio es adinerado, mientras que la novia se destaca por su belleza. Esta boda responde a los mandatos de la época en que Góngora escribe sus Soledades. En dicha época, la mayor parte de los casamientos eran arreglados, y era el hombre quien, gracias a su dinero, podía escoger a la mujer con quien quisiera casarse. Esta elección respondía, generalmente, a la belleza de dicha mujer.

Luego, el coro masculino desea que la pareja sienta atracción erótica. Este deseo del coro también responde a una cuestión de la época, ya que da a entender que los futuros novios no han tenido ningún tipo de intimidad e, incluso, no parecen conocerse mucho: no saben si van a sentir atracción. Así, se refuerza la idea de que la boda es arreglada. El novio eligió a la novia por su belleza, pero aún no se sabe si entre ambos surgirá una verdadera atracción física. El tema de los casamientos arreglados, en los que marido y mujer no se sienten atraídos, es sumamente común en la literatura del siglo XVII y XVIII. Romeo y Julieta, obra de William Shakespeare, escrita en 1595, es, sin dudas, la obra más icónica al respecto.

Ahora bien, en torno a la importancia de la riqueza, en uno de los cantos entonados por el coro femenino posteriormente aparece una cierta contradicción. El coro femenino le desea a la pareja que tengan hijas y que estas no cedan al “lino ni al oro fino”. Es decir, que no sean seducidas por las riquezas de los hombres. ¿Cuál es la diferencia entre la novia que está celebrando su boda con un hombre adinerado y esas futuras hijas de la pareja? ¿Por qué no se ve con malos ojos este casamiento, pero sí se vería con malos ojos si las hijas de la pareja se dejaran seducir por el lino y por el oro fino? La respuesta a estas preguntas, nuevamente, se encuentra en la diferencia entre la vida campesina y la vida de la corte: el novio que está celebrando su boda es adinerado, pero es campesino. Es un trabajador de la tierra, por lo que su riqueza es honesta. Por el contrario, el “lino y el oro fino” funcionan aquí como símbolo de la ostentación del hombre de la corte que seduce regalando cosas materiales que, en el fondo, no tienen un verdadero valor, sino que son pura ornamenta, pura apariencia.

En esta línea, es interesante ver lo que sucede con el banquete ofrecido por el padre del novio (tal era la costumbre de la época en las bodas):

Con gallarda
civil magnificencia, el suegro anciano
cuantos la sierra dio, cuantos dio el llano
labradores convida
a la prolija, rústica comida
que sin rumor previno en mesas grandes (“Soledad primera”, vv. 851-857).

El yo lírico destaca que el suegro tiene “civil magnificencia”. Aquí el término “civil” quiere decir “propio de la ciudad”. Es decir, la magnificencia del suegro tiene la altura, la calidad de las ciudades, pero su comida es rústica y fue servida sin hacer espamento. El suegro invitó a todos los serranos y a todos los que viven en el llano a una gran comida que, sin embargo, es rústica y fue servida sin grandes pompas. La “rústica comida” debe entenderse como comida simple. Probablemente animales asados, servidos sin grandes decorados, privilegiando el sabor por sobre la presentación. Sobre el banquete, cabe destacar los siguientes versos:

Manjares que el veneno
y el apetito ignoran igualmente
les sirvieron (“Soledad primera” vv. 865-867).

Aquí, Góngora utiliza el término “apetito” para referirse a “apetite” que era el nombre que se les daba a los aderezos que se utilizaban para darle sabor a la comida o, incluso, para disimular su mal estado. Los manjares que sirve el suegro no precisan de esos aderezos para ser sabrosos. Por otra parte, al afirmar que los manjares no tienen veneno, Góngora hace una sutil alusión a las comidas que se servían en la corte que, en ocasiones, podían haber sido envenenadas por alguien para matar a un enemigo. Es decir, incluso en estos versos que describen la calidad de la comida aparece la crítica a la vida de la corte.

En cuando al monólogo de la labradora, es interesante detenerse en su deseo de que los novios no sean pobres, pero tampoco ricos. Según este personaje, si los novios se ganan la vida trabajando honestamente el campo, se garantizarán plena felicidad; por el contrario, si la fortuna es “espumosa” (como la denomina la labradora), no solo desaparecerá de un momento para otro, sino que alimentará la envidia en la aldea. La idea aquí es que la ganancia económica, como si fuera un virus, puede, si es excesiva, no solo destruir a la pareja, sino infectar a la aldea. Durante toda la obra, Góngora construye una sociedad rural en la que parecen no existir la codicia ni la envidia, gracias a que en su economía no hay excedentes de ningún tipo. Los campesinos viven con lo que les da su trabajo en el campo, que es lo justo y lo necesario:

Ilustren obeliscos las ciudades
a los rayos de Júpiter expuesta
aun más que a los de Febo su corona” (“Soledad primera”, vv. 934-936).

Los obeliscos funcionan como un símbolo de la opulencia, de la magnificencia. Según la labradora, es mejor que dicha magnificencia, expuesta a los rayos de Júpiter (es decir, a la ira del dios supremo de la mitología romana), habite en las ciudades y no en los campos.

Un punto que constantemente deja en claro Góngora es que la vida campesina es rústica y simple, pero no por eso deja de tener nobleza, como hemos visto en la magnificencia con la se describe el banquete. En este punto, también se deben destacar las competencias atléticas que forman parte de la celebración. Dichas competencias, en el siglo XVII, solo se llevaban a cabo en bodas que involucraban a gente de la nobleza. Góngora pone la boda de los campesinos a la altura de las bodas de la nobleza al mostrar que en esta también se celebran este tipo de competencias. Además, en las competencias de la boda campesina, Góngora construye una armonía absoluta: los competidores se elogian entre sí e, incluso, en dos de los tres juegos el premio debe compartirse dada la paridad entre los participantes. El autor, nuevamente, vuelve a destacar la fuerza y la destreza natural de aquellos que viven, precisamente, en contacto con la naturaleza.

Por otro lado, la celebración de dichas competiciones también remite a la Antigüedad Clásica, época en la que los acontecimientos solemnes solían ser acompañados por este tipo de competiciones. El ejemplo más icónico es el de los funerales de Patroclo, descritos en el final de la Ilíada de Homero, en donde los guerreros griegos se enfrentan en diferentes disciplinas deportivas.

Tras la descripción de las competiciones, el yo lírico vuelve brevemente a enfocarse en los novios, quienes regresan a su casa y se disponen a acostarse juntos por primera vez. El último verso de la “Soledad primera” es, probablemente, el más famoso de la obra, y uno de los más recordados del autor: “A batallas de amor, campo de pluma” (“Soledad primera”, v. 1091). La “batalla” alude aquí metafóricamente al encuentro sexual entre hombre y mujer; mientras que el “campo de pluma” alude a la cama en la que se llevará a cabo dicha “batalla”.