La descomposición del cadáver del hijo de Zacarías
Se trata probablemente de la imagen de mayor impacto de la novela, violenta y macabra. El niño fue atacado por los chanchos, con lo cual su cadáver está deformado y destrozado, en las antípodas de la imagen armónica de un bebé. Es representado como un "despojo sangriento", descuartizado: "Los cerdos habían devorado la cara y las manos del niño" (147); incluso es representado como carroña, es decir, material en descomposición, que termina siendo alimento para los zopilotes. Producto de ello, las vísceras del niño quedan a la vista: "le habían sacado el corazón del pecho" (147).
Zacarías lleva consigo el cadáver, a modo de amuleto. Sin embargo, la descripción del alforjín conserva la imagen macabra: "Nubes de moscas ennegrecían el saco, manchado y viscoso de sangre." (151).
El cadáver arrastrado de Quintín Pereda
Luego de la muerte violenta de su hijo, Zacarías se venga de Quintín Pereda asesinándolo violentamente. Sin apearse del caballo, rodea el cuello del gachupín con una soga y azota a su caballo para que este salga disparado; así, el empeñista muere ahorcado. Su cuerpo es arrastrado por el suelo, como si fuera un animal o un despojo inútil:
Zacarías, en alborotada corveta, atropella y se mete por la calle, llevándose a rastras el cuerpo del gachupín: Lostregan las herraduras y trompica el pelele, ahorcado al extremo de la reata. El jinete, tendido sobre el borrén, con las espuelas en los ijares del caballo, sentía en la tensa reata el tirón del cuerpo que rebota en los guijarros. (155)
Al igual que la imagen macabra del niño comido por los chanchos, la imagen del cadáver del empeñista arrastrado por el caballo es de gran impacto.
La masa de cadáveres agitándose en las olas
Desde el fuerte de Santa Mónica, los presos observan una masa de cadáveres en descomposición que fueron arrojados al mar y golpean contra los muros del fuerte, arrastrados por las olas. Se trata de los fusilados por Santos Banderas, revolucionarios que fueron ajusticiados por el Tirano por traición a su gobierno y, trágicamente, no han recibido sepultura. La imagen es macabra y expone toda la violencia e insensibilidad del Tirano. Asimismo, es un recordatorio insistente y torturante para los presos que aún esperan su propia muerte.
El narrador describe la escena de la siguiente manera: “Llegaron al baluarte y se asomaron a mirar el mar alegre de luces mañaneras, nigromántico con la fúnebre ringla balanceándose en las verdosas espumas de la resaca…” (163). La figura del mar alegre es completamente opuesta a la imagen oscura y siniestra de la "fúnebre ringla", que se balancea inerte, como si fuera basura en el mar.
La tortura con chicote del reo
Una de las primeras imágenes de la violencia desenfrenada que imparte el Tirano es la del reo que lleva el Mayor del Valle al convento y al que ordena castigar con chicote. Como si se tratara de un animal, el reo es golpeado y torturado por dos hombres, que le hacen brotar chorros de sangre de la espalda: “El greñudo, sin un gemido, se arqueaba sobre las manos esposadas, ocultos los hierros en la cavación del pecho: Le saltaban de los costados ramos de sangre…” (50). La violencia con que le pegan es tal que la sangre sale disparada a borbotones, en forma de ramos.