Resumen
Libro primero: Lección de Loyola
El narrador cuenta que la plebe siente un terror muy fuerte por el Tirano, dado que circulan rumores acerca de sus poderes mágicos y de su pacto con el mal y con Satanás.
En San Martín de los Mostenses, el fámulo y barbero, Don Cruz, afeita a Santos Banderas mientras este escucha el parte que le trae el Mayor del Valle respecto del Coronelito de la Gándara. El Tirano lamenta que el Coronel haya elegido la fuga, felicita al Mayor por haber detenido a Nachito Veguillas y le pregunta por qué detuvo al estudiante. El Mayor asegura que lo complica la ventana abierta, y el Tirano agrega burlonamente que es la ventana ante la cual el Mayor no se atrevió a saltar para ir detrás del prófugo. Luego ordena que se averigüe si el estudiante es partidario de la Revolución y que se refuercen las medidas para capturar al Coronel de la Gándara, antes de que se vuelque al bando revolucionario.
El Tirano se calza un levitón de clérigo y se dirige al locutorio de audiencias, donde recibe a Doña Rosita, la madre del estudiante, quien le suplica que liberen a su hijo inocente. Pero cuando el Tirano le pregunta por qué Domiciano eligió entrar a su casa y no a otra, la mujer responde que solo el destino puede explicarlo. Ante esta respuesta, el Tirano despide a la mujer asegurándole que será también el destino el que defina el porvenir de su hijo.
A continuación, el Tirano se dirige a Santa Mónica y a su paso, en las calles, la población india más humilde hace una reverencia. El déspota exclama que son humildes en apariencia pero ingobernables, y agrega que el industrialismo yanqui y la diplomacia europea al hablar de los padecimientos de los indios no hace sino difamar y arruinar los valores de la República, con el fin de beneficiarse a sí mismos económicamente. Por eso, agrega, él se propone liberar a Don Roque Cepeda, candidato a próximo Presidente de la República.
Una vez en el Fuerte de Santa Mónica, el Tirano pregunta por Roque Cepeda, y dice que espera que hayan tratado bien a tan ilustre hombre y a sus compañeros. Sostiene que para él el antagonismo político que se mantiene dentro de las leyes merece todo el respeto del Poder Público; no así aquellas insurgencias ilegales, las cuales merecen ser sofocadas con todo el rigor de la ley. Al llegar al calabozo número tres, el Tirano extrema su solemnidad y le pide disculpas a Roque Cepeda por el error que sus hombres han cometido al apresarlo. Dice que él siempre será inexorable con aquellos que buscan socavar su poder para propiciar una intervención extranjera, pero, al contrario, respeta las expresiones antagónicas legales, como la del propio Cepeda. Luego de disculparse por el error, le asegura que será liberado. Por su parte, Roque Cepeda responde que ese discurso parece haber sido pronunciado por la Serpiente del Génesis. Sorprendido por su honestidad, el Tirano se lamenta de que la amistad entre ellos no pueda concretarse, vuelve a reiterarle sus excusas y luego se retira.
De salida, el Tirano es interpelado por Veguillas, quien parece burlarlo, remedando el canto de la rana. Aquel le pide que detenga esa bufonada, y le dice que lo llevará consigo a Mostenses, para que le explique por qué divulgó las resoluciones presidenciales respecto de lo que harían con Domiciano e interrogarlo para averiguar si tiene cómplices.
Libro segundo: Flaquezas humanas
El Ministro plenipotenciario de España, Barón de Benicarlés, se encuentra a las doce del mediodía en la cama, en camisón de encaje y seda rosa. Sin anuncio, ingresa Currito Mi-Alma, el niño andaluz, que lo burla por su maquillaje y lo llama “Isabelita”. El Ministro le dice que no está de humor para chistes y le reprocha haber desaparecido en las últimas horas. Entonces el joven le cuenta que pasó la noche en la comisaría y que la policía allanó su casa y se llevó toda su correspondencia. El Ministro se horroriza ante la idea de que el Presidente Banderas tenga en sus manos esas cartas y teme por su carrera. Currito le aconseja adelantarse al chantaje de Banderas y engañarlo.
A continuación, el Ministro recibe a Don Celestino. El narrador repara en el frívolo aspecto físico y la pomposa conducta del Ministro, quien siempre ostenta socialmente sus gustos alternativos, esto es, su bisexualidad, si bien, en realidad, nunca estuvo con mujeres. Don Celestino le dice que está allí para cumplir su obligación de recaudar dinero. El Ministro desvía la conversación, diciéndole que recibió un cable de España, que anuncia por fin un cambio político: el Posibilismo ha llegado al poder y corre el rumor de que Celestino será nombrado Ministro de Hacienda. Don Celestino se cree esta mentira y se llena de orgullo, pero a su vez teme que mengüe su riqueza si troca la explotación de indios para dedicarse a servir a España. Por ello responde que para él sería un quebranto radicarse en España, e insiste, con exagerada sumisión, en su necesidad de cobrar ese dinero.
Luego Don Celestino le cuenta al Ministro, impostando vergüenza, que la policía allanó la casa de Currito, y el Ministro dice que ya está al tanto, pero no se muestra nervioso, sino que sonríe sarcásticamente y dice que no tiene ninguna importancia. Entonces Don Celestino, consciente de que viola un secreto político, le revela que esas cartas han llegado al General Banderas y le aconseja que visite al Presidente, para que juntos acuerden cómo evitar el escándalo.
Don Celestino se retira, con la promesa del Ministro de que visitará a Banderas. En seguida, entra Currito Mi-Alma, que le da ánimos y le insiste en que debe reunirse con el Presidente para evitar un conflicto.
Libro tercero: La Nota
El Ministro de España toma un coche y se dirige a la Legación Inglesa, donde tendrá lugar la reunión del Cuerpo Diplomático. De camino, piensa con orgullo en las mentiras que inventó a Don Celestino y en su inminente destitución, evocando con nostalgias sus años en esa zona tropical y esperando que lo destinen a ser funcionario en otro país, lejos de la Colonia Española.
En la Legación, abre la reunión el Decano del Cuerpo Diplomático, Sir Jonnes H. Scott, Ministro de la Graciosa Majestad Británica, con un discurso que enfatiza el disgusto de Inglaterra por las violaciones de derechos que se viven en Santa Fe de Tierra Firme con el fusilamiento sistemático de prisioneros. Agrega que es un sentimiento cristiano de solidaridad humana el que lleva al Cuerpo Diplomático a exigirle al Presidente de la República que cumpla las leyes, y convoca a sus pares diplomáticos a esbozar sus opiniones.
Los miembros de la diplomacia latinoamericana celebran enfáticamente las palabras del representante británico. Mientras tanto, el Ministro de España flirtea con el Ministro de Ecuador, Doctor Aníbal Roncalí, y critica el color de los guantes del Ministro de Brasil, pero el representante francés dice que son el último grito de la moda. Luego, el Ministro ecuatoriano sugiere que los diplomáticos hispanoamericanos celebren una reunión previa, presidida por el Ministro de España, y toda la diplomacia latinoamericana concuerda. El Barón de Benicarlés agradece el honor en nombre de la Madre Patria y toma la mano del Ministro ecuatoriano, quien siente repugnancia por aquel e inventa una excusa para desembarazarse de él.
Entretanto, el Ministro de Norte América conversa en privado con los representantes de Alemania y el Imperio Austro-Húngaro: les dice que si bien comparte los sentimientos humanitarios del Cuerpo Diplomático, duda de que se deba intervenir en la política interior de la República, dado que esta vive una revolución y es necesario sofocarla con represión. Apoya, por lo tanto, las decisiones del General Banderas a la hora de imponer el rigor. Sus interlocutores se muestran de acuerdo, pero en seguida el representante británico llama al orden y sugiere que se redacte una nota dirigida al gobierno de la República de Santa Fe de Tierra Firme.
La nota que redacta y firma el Cuerpo Diplomático, publicada en los grandes periódicos del mundo, aconseja el cierre de los expendios de bebidas y exige reforzar las guardias en las Legaciones y los Bancos Extranjeros.
Análisis
El primer libro de esta sexta parte se titula “Lección de Loyola”, lo cual constituye una alusión en clave irónica a Ignacio de Loyola (1491-1556), el fundador de la orden religiosa Compañía de Jesús y autor de los Ejercicios Espirituales, un libro que proponía prácticas de meditación y oración para orientar a los hombres hacia la fe católica. Esas lecciones se basan en la humildad y el altruismo. Así, esta sección de Tirano Banderas propone una intertextualidad con esas lecciones, pero de manera irónica, en la medida en que se asimila el gesto humilde de Loyola con el gesto aparentemente honesto y modesto que esboza el Tirano al acudir a Santa Mónica con el fin de disculparse ante Roque Cepeda. Esa impostura comienza con su vestimenta: el Tirano se viste de levitón de clérigo. No obstante, el narrador matiza esa investidura al describirlo de manera peyorativa como una rata: “Con su paso menudo de rata fisgona, asolapándose el levitón de clérigo, salió al locutorio de audencias Tirano Banderas” (185).
La imagen del Tirano como un sucesor de Ignacio de Loyola también contrasta notablemente con la imagen que de él construye el narrador en el primer apartado del libro, al recuperar las supersticiones que hay en torno al Tirano. Asegura que los indios creen que Santos Banderas tiene un pacto con Satanás y es guiado por “el Dragón del Señor San Miguelito” (183), que corresponde a otra referencia intertextual: el Arcángel San Miguel, guardián de la corte celestial, suele ser representado con armadura de caballero y enfrentando a un dragón, que es emblema del mal. Es sabido que, en muchos casos, la Iglesia y los tiranos mexicanos utilizaban ese miedo supersticioso para alienar y controlar a la población indígena. Así, unas escenas más tarde, el Tirano se pasea entre la plebe, y la multitud hace un gesto de sumisión, que confirma ese temor: “La pelazón de indios ensabanados, arrendándose a las aceras y porches, o encumbrada por escalerillas de iglesias y conventos, saludaba con una genuflexión el paso del Tirano” (187).
Por su parte, el Tirano, llamado “la momia enlevitada” (187), se burla de esa multitud: “¡Tan humildes en la apariencia, y son ingobernables!” (187). Con “gesto humorístico”, según el narrador, el Tirano imposta su buena voluntad al propiciar la liberación de Roque Cepeda. Argumenta que lo hace para frenar al industrialismo yanqui y la diplomacia europea, que repudian la opresión sobre los indios y defienden por ello la Revolución, pero su verdadero objetivo es económico: buscan “arruinar nuestros valores y alzarse concesionarios de minas, ferrocarriles y aduanas” (187).
Esa misma falsedad es la que exhibe cuando se disculpa ante Roque Cepeda por el presunto error que cometieron sus funcionarios al apresarlo. El narrador define esa visita como una “rancia ceremonia” (188). El lector identifica de inmediato la deslealtad de Banderas al recordar las órdenes que le dio al Jefe de Policía en la segunda parte, cuando se le dio noticia de la detención del líder revolucionario: “Si arreciase la ira popular, deles alojamiento en Santa Mónica. No tema excederse. Mañana, si conviniese, pasaría yo en persona a sacarlos de la prisión y a satisfacerles con excusas personales y oficiales. Repito que no tema excederse” (84). En esa oportunidad, el Tirano indicaba a su funcionario que ejerciera toda su violencia y represión sobre los detenidos. Al igual que el lector, Roque Cepeda identifica pronto el engaño del Tirano y responde con franqueza: “Oyéndole me parece escuchar a la Serpiente del Génesis” (189). Nuevamente aflora la intertextualidad bíblica: en el Génesis, primer libro de la Biblia cristiana, el diablo adopta la forma de una serpiente para inducir a Eva a comer la manzana, el fruto prohibido del árbol del mal y del bien. Así, el líder revolucionario interpreta la peligrosa actuación del Tirano como un argumento impregnado de intenciones malignas.
El segundo libro de la sexta parte se titula “Flaquezas humanas”, en alusión burlesca al vínculo carnal entre el Ministro de España y Currito Mi-Alma, pero también al gesto oportunista que tendrá Don Celestino con el Ministro, a cambio de favores políticos. Desde el comienzo, el Ministro es satirizado. El narrador lo presenta enumerando sus profusos títulos, “Don Mariano Isabel Cristino Queralt y Roca de Togores, Ministro plenipotenciario de Su Majestad Católica en Santa Fe de Tierra Firme, Barón de Benicarlés y Caballero Maestrante” (191), y los contrasta con su aspecto físico afeminado, delicado, pomposo: “... con gorra de encajes y camisón de seda rosa. Merlín, el gozque faldero, le lamía el colorete y adobaba el mascarón esparciéndole el afeite con la espátula linguaria” (191). Además, semejante responsabilidad desentona con el hecho de que se encuentre a las doce del mediodía aún en la cama. El narrador, una vez más, opina con crudeza, señalando que todos sus títulos eran más adorno que real mérito: “condecorado con más lilailos que borrico cañí” (191).
En esta escena, se presenta por primera vez el vínculo entre el Ministro y Currito Mi-Alma, ingresando así el tema de la criminalización de la homosexualidad. En la época en que transcurren los hechos, en España y en América la homosexualidad era mal vista y era concebida como ilegal, y por lo tanto quienes la practicaban eran acusados de delito y penalizados. Por eso la policía detiene a Currito, y Tirano Banderas pretende extorsionar al Barón de Benicarlés, pues sabe que es información sensible que puede costarle el puesto. Para sumar a su ridiculización, Currito Mi-Alma trata al Ministro de “Isabelita”, por deformación de su nombre “Mariano Isabel”; al tratarlo de mujer y con un diminutivo, el joven andaluz desautoriza a la figura del Ministro. En suma, se ve que Valle-Inclán, para satirizar a su personaje, exacerba sus rasgos afeminados, consciente de que en la época en que escribe ese perfil contradice en gran medida el estereotipo masculino fuerte y serio que caracteriza a los altos mandos políticos. El hecho de que la inclinación sexual y el perfil afeminado del Ministro de España contribuyan a mancillar su imagen es un rasgo de época, que señala la visión negativa que había entonces sobre la homosexualidad.
Por otra parte, en este libro se satiriza nuevamente a la figura de Don Celestino. Por un lado, el hombre se muestra crédulo cuando el Ministro de España lo convence de que ha habido un cambio político en España y lo nombrarán Ministro de Hacienda. El narrador expone con ironía el pensamiento calculador de Don Celestino: “El Ilustre Gachupín temía la mengua de sus lucros, si trocaba la explotación de cholos y morenos por el servicio de la Madre Patria” (195). Don Celes combina la emoción patriótica con sus ocultos cálculos de negociante: él intuye que el cargo que lleva ahora le reporta más beneficios, y elige el beneficio personal, aun cuando eso se haga a costa de la explotación de los más débiles. Asimismo, se observa la enorme hipocresía del funcionario, que al recibir esa falsa noticia, se muestra más amable con el Barón de Benicarlés. Incluso le confiesa que Tirano Banderas tiene en su poder las cartas de Currito Mi-Alma, sabiendo que con ello se pone a sí mismo en peligro: “Acaso violo un secreto político, pero usted, su amistad, y la Patria… ¡Querido Mariano, no podemos, no debemos olvidarnos de la Patria” (197). Con falsedad, y en nombre de la Patria, Don Celestino busca ganarse la simpatía del Ministro de España.
Por su parte, el Ministro, hábil y calculador también, ha inventado la noticia de ese nombramiento para engañar a Don Celestino. Su estrategia en adelante es restarle importancia a las cartas y, sobre todo, a su vínculo con Currito Mi-Alma. No solo busca con “elegante indiferencia” (197) convertirlo en algo natural, de poca importancia, sino que incluso se atreve a celebrarlo, con escandalosa lujuria: “Ese Currito le confieso a usted que me ha tenido interesado. ¿Usted le conoce? ¡Vale la pena!” (197).
En el libro tercero tiene lugar por fin la reunión del Cuerpo Diplomático que el Tirano anticipaba con temor. Allí, el narrador expone con tremenda ironía la falsedad de los representantes diplomáticos: en todos ellos hay un contraste entre las ideas y los buenos valores que dicen defender, y sus intenciones ocultas, ligadas a fines políticos y económicos particulares. Tal es el caso, por ejemplo, del Ministro de Estados Unidos, que si bien se muestra en contra de las violaciones de los derechos humanos del gobierno del Tirano Banderas, comprende que su rigor se funda en la necesidad de sofocar la Revolución. Es evidente que para Estados Unidos el proceso revolucionario es una amenaza y por ello matiza el accionar del Tirano. Lo hace el Ministro de Alemania, Von Estrug, y el narrador pronto aclara que él se ha enriquecido en las regiones bolivianas del caucho, dando a entender que lo moviliza más bien el interés económico.
La reunión diplomática asume un alto grado de esperpentización. Allí todos los ministros son de alguna manera satirizados. Por ejemplo, el Ministro de España se pasa toda la reunión flirteando con el Ministro de Ecuador. Mientras da su discurso Sir Jonnes Scott, el Barón de Benicarlés y el Ministro francés hablan de moda: el primero critica los guantes del Ministro de Brasil y su par francés responde con soberbia, defendiendo esa decisión estética: “-Son crema. El último grito en la Corte de Saint James” (204). El Ministro de Ecuador es descrito por el narrador con rasgos afeminados (“agitados los rizos de ébano”), reparando más en su aspecto físico que en sus méritos intelectuales. Por su parte, el ecuatoriano siente repugnancia por el Barón de Benicarlés y tiene un recuerdo infantil: “Recordó la vieja pintada que le llamaba desde una esquina, cuando iba al Liceo. ¡Aquella vieja terrible, insistente como un tema de gramática!” (204). Esa referencia opera ridiculizando a ambos diplomáticos: al español, por su semejanza con una vieja perversa; al ecuatoriano, por el miedo infantil e inocente.
Incluso el narrador parece burlarse de sus ideas, al explicar con sorna la propuesta del Ministro ecuatoriano: “... que los diplomáticos hispanoamericanos celebrasen una reunión previa bajo la presidencia del Ministro de España: Las águilas jóvenes, que tendían las alas para el heroico vuelo, agrupadas en torno del águila materna” (204). Con la figura del águila, que suele simbolizar a gobernantes, el narrador burla la debilidad de estos funcionarios que, a pesar de defender su independencia, siguen acudiendo a España como faro intelectual, agrupándose bajo la tutela del “águila materna”.
La reunión desemboca en la redacción de una nota pública con la cual el Cuerpo Diplomático pretende intimar al Tirano a comportarse legalmente y con el que se busca limitar su poder: le aconseja -de manera amenazante- cerrar los expendios de bebidas. Esto supone no solo una afrenta económica para Santa Fe sino una pérdida de poder político para Santos Banderas, pues la medida lo enfrentaría a los comerciantes afectados, generalmente gachupines, que constituyen una base de apoyo fuerte para su gobierno.