“Una mujer debe tener dinero y una habitación propia para poder escribir novelas”.
Este enunciado es la tesis principal del ensayo. Woolf tiene una postura materialista para pensar la producción de la literatura femenina. La narradora estudia la obra y la historia de las mujeres y luego postula cuáles son las condiciones en las que las mujeres pueden escribir ficción. Considera que necesitan, fundamentalmente, un espacio de privacidad y una mensualidad de dinero que les permita no depender de un hombre. De este modo pueden desarrollar su independencia de pensamiento, necesaria para escribir ficción.
“(...) llamadme Mary Beton, Mary Seton, Mary Carmichael o cualquier nombre que os guste”.
Este enunciado aparece en el primer capítulo y brinda mucha información sobre la narradora del ensayo. En primer lugar, deja en evidencia que la narradora es un personaje inventado. En ese sentido, marca la utilización de la ficción y la consolidación de una narradora autoconsciente.
En segundo lugar, esta cita sugiere que la voz de la narradora es plural, es decir, que la integran varios yoes. La pluralidad de la narradora genera en los lectores una sensación de universalidad, como si las ideas del ensayo aplicaran a todas las mujeres. Tanto Mary Beton, como Mary Seton y Mary Carmichael son personajes que aparecen en el ensayo. Al nombrarlas, se sugiere que la narradora representa de alguna manera a las mujeres.
“Debía colar cuanto había de personal y accidental en todas aquellas impresiones y llegar al fluido puro, al óleo esencial de la verdad”.
Este enunciado se encuentra en el Capítulo 2. La postura de la narradora respecto de la verdad se va modificando durante el ensayo pero, en este momento, se dispone a leer libros de historia para encontrar algo del óleo de la verdad. Sin embargo, la lectura le confirma que no existe la verdad objetiva, ni siquiera en los libros de historia. No encuentra una verdad absoluta.
Luego de esta revelación, la narradora se da cuenta de cómo la experiencia de vida de cada persona es inseparable de cómo percibe la realidad. Por ese motivo modifica su misión inicial respecto de la búsqueda de la verdad y propone, en cambio, que los lectores la acompañen en el relato de sus pensamientos.
“Y pensé en aquel anciano caballero, que ahora está muerto, pero que era un obispo, creo, y que declaró que era imposible que ninguna mujer del pasado, del presente o del porvenir tuviera el genio de Shakespeare”.
La narradora se enoja cuando recuerda el enunciado del obispo. La idea del obispo implica que las mujeres son menos capaces que los hombres. Sin embargo, la narradora realiza una investigación para demostrar que está equivocado. El ensayo propone que han existido mujeres con el mismo genio y talento que varios exitosos escritores varones, pero el contexto ha desestimado, silenciado y despreciado a las mujeres escritoras. Para esto crea a la figura de Judith Shakespeare y ejemplifica la diferencia en el recorrido profesional de Judith y de su hermano William.
Al examinar los períodos históricos y los contextos de escritura, la narradora descubre la desigualdad de oportunidades entre varones y mujeres. Termina dándole la razón al obispo: las mujeres contemporáneas de Shakespeare no habrían podido escribir una obra como él, pero no por falta de talento, sino por falta de tiempo libre, de tradición literaria, de dinero y de contención social.
“Las cartas no contaban. Una mujer podía escribir cartas sentada a la cabecera de su padre enfermo. Podía escribirlas junto al fuego mientras los hombres charlaban sin estorbarles”.
La narradora reflexiona sobre qué géneros literarios pueden escribir las mujeres en función de sus contextos de escritura. Entiende que las cartas constituyen un género menor que está habilitado para las mujeres porque es compatible con la vida en familia. Como las mujeres desarrollan la mayor parte de su vida en el núcleo familiar y pasan sus horas en la sala común, pueden escribir cartas. Se trata de una escritura cotidiana que tienen permitida.
Sin embargo, la narradora se pregunta por qué no escriben poemas u obras de teatro y encuentra la respuesta, nuevamente, en el contexto de escritura: se trata de géneros que necesitan mayor concentración y, por lo tanto, privacidad.
“Porque las obras maestras no son realizaciones individuales y solitarias; son el resultado de muchos años de pensamiento común, de modo que a través de la voz individual habla la experiencia de la masa”.
Esta cita reivindica la importancia de la tradición literaria. La narradora considera que las obras literarias se inscriben en genealogías y no pueden pensarse como hechos aislados. En este sentido, reflexiona sobre los problemas que implica la falta de una tradición femenina en la literatura. En primer lugar, considera que las mujeres no pueden incluirse en el canon de la literatura occidental porque este es fundamentalmente masculino. Entonces, encuentra que las cuatro novelistas importantes del siglo XIX (Emily y Charlotte Brontë, George Eliot, y Jane Austen) tienen que funcionar como la tradición de las escritoras contemporáneas a Woolf.
“El libro tiene que adaptarse en cierto modo al cuerpo”.
En el cuarto capítulo la narradora propone que las mujeres deben consolidar una sintaxis femenina, es decir, una manera de hablar de las mujeres. Se trata de construir una forma de la literatura de las mujeres que se distinga del canon de la literatura occidental, profundamente masculino. De aquí se desprende la idea de que varones y mujeres escriben de maneras distintas por el género al que pertenecen.
“Quizá la mente andrógina está menos inclinada a esta clase de distinciones que la mente de un solo sexo. Coleridge quiso decir quizá que la mente andrógina es sonora y porosa; que transmite la emoción sin obstáculos; que es creadora por naturaleza, incandescente e indivisa”.
En esta cita la narradora postula un nuevo tipo de mente creadora: la mente andrógina. Cita al poeta Coleridge porque toma el concepto de él. Se trata de considerar que las personas no tienen mentes de varón o de mujer, sino que contienen una parte masculina y otra femenina. Cuando ambas partes se encuentran equilibradas, la mente andrógina es idónea para la creación literaria, porque no tiene sesgos de género.
Sin embargo, esta idea es contradictoria con la postulada en el pasaje citado anteriormente, que incita a las mujeres a definir una sintaxis femenina, es decir, a destacar el género de la autora.
“Y terminaré ahora en nombre propio, anticipando dos críticas tan evidentes que difícilmente podríais dejar de hacérmelas”.
En el final del ensayo, Virginia Woolf retoma la voz narradora del ensayo. Se anticipa a dos críticas que piensa que recibirá. La primera trata sobre los méritos relativos de los dos géneros y la segunda sobre el hincapié que hace en las cuestiones materiales. A continuación explica que la mayoría de los escritores renombrados pertenecen a la clase media. Quiere decir que es necesario tener un sustento económico para dedicarse a la literatura. De este modo, refuerza la importancia de la independencia económica de las mujeres.
“Yo creo que esta poetisa que jamás escribió una palabra y se halla enterrada en esta encrucijada vive todavía. Vive en vosotras y en mí, y en muchas otras mujeres que no están aquí esta noche porque están lavando los platos y poniendo a los niños en la cama”.
En este enunciado se hace referencia a Judith Shakespeare, la poeta ficticia que inventa la narradora para ejemplificar el peso que tiene el género a la hora de desarrollar una carrera artística. En el final del ensayo, Woolf dice que esa poeta vive en todas las mujeres y que podrá renacer cuando estas escriban, consigan independencia económica y un cuarto propio y construyan una tradición literaria propia. Se trata de un final esperanzador para el ensayo, que incentiva a las mujeres a desarrollar sus carreras artísticas.
Por otro lado, este enunciado es importante porque deja en claro a quién se dirige el ensayo. Como es un texto inspirado en una conferencia, la autora se orienta a un público femenino universitario. Sin embargo, en esta cita, Woolf subraya que existen mujeres que están desarrollando tareas en el hogar y que no disponen del tiempo ni del dinero para estudiar en la universidad.