Una habitación propia, de Virginia Woolf, se publica en 1929. Se trata de un importante ensayo feminista que es leído en distintas épocas para validar determinados argumentos. Por ejemplo, durante la década de 1970 es leído como una reivindicación de los derechos de las mujeres. La crítica subraya las ideas de Woolf sobre la conformación de una sintaxis femenina, sobre la construcción de una tradición femenina de la literatura y sobre las condiciones materiales que posibilitan la realización del potencial literario femenino.
Sin embargo, la crítica de finales del siglo XX descubre en la obra de Woolf una pretensión de transformación de la literatura en una forma de arte libre de las limitaciones del binarismo de género. Para esto, se analiza el tema de la androginia.
El ensayo aclara que “es funesto para todo aquel que escribe el pensar en su sexo. Es funesto ser un hombre o una mujer a secas” (177). Se señala así que el sistema binario de género es la principal causa de la falta de éxito femenino en la literatura. En este sentido, la eliminación de esta construcción opresiva mejoraría el valor general del arte de la literatura porque permitiría que se juzgue la calidad de los textos sin tener en consideración el género del autor.
Woolf señala el hecho de que los mejores escritores no se enfocan en su sexo o género en su trabajo. Ella cita la idea de Coleridge de que las grandes mentes son andróginas. En este sentido, opina: “quizás una mente puramente masculina no pueda crear, pensé, ni tampoco una mente puramente femenina” (182). Es decir que una mente que se esfuerza por satisfacer las expectativas de género no utiliza todo su potencial en la literatura. A esta luz, el texto de Woolf es retomado por la teoría queer en la década de 1990. La teoría queer parte de la consideración de que el género y el sexo son construcciones sociales y de que las identidades pueden pensarse por fuera de estos cuadros normativos. En este sentido, la crítica queer retoma del texto de Woolf la posibilidad de la escritura por fuera de una determinación genérica. Woolf dice, de alguna manera, que si los escritores aprenden a escribir ignorando la construcción de género, se producirán mejores obras.
Cuando Woolf caracteriza a William Shakespeare como un escritor andrógino, entiende que las identidades de género no son solamente dos. Woolf atribuye el éxito de Shakespeare a su capacidad de usar la totalidad de su mente al escribir, en lugar de elegir entre las características asignadas a los varones. Luego destaca que un escritor debe usar “ambos lados de su mente a la vez” (192) para producir una obra de la más alta calidad. Es decir que Woolf considera que existe una parte masculina y una femenina. La teoría queer avanza sobre esta consideración desdibujando esta polaridad y proponiendo, en cambio, una gradiente.