Resumen
La narradora vuelve a reflexionar sobre el hecho de que ninguna mujer del genio de Shakespeare ha vivido en la época isabelina. Toma un libro de poemas de Lady Winchilsea, escrito en 1661. Lee algunos fragmentos y encuentra que la escritora hierve de indignación por el lugar que ocupan las mujeres. Dice que si no hubiese estado tan consumida por la cólera y la amargura, Lady Winchilsea habría escrito versos brillantes. A continuación, la narradora centra su atención en la duquesa Margaret of Newcastle, contemporánea de Lady Winchilsea. Ambas mujeres son nobles, se casan con buenos hombres y no tienen hijos. Encuentra que “hubiera podido ser una poetisa” (107) pero no lo logra por los mismos motivos que Lady Winchilsea.
Luego menciona a Dorothy Osborne, una figura isabelina más sensible y melancólica que solo escribe cartas. La narradora cree que Dorothy tiene un gran don, pero que sus cartas delatan su inseguridad respecto de su escritura. Posteriormente, la narradora sentencia que la escritora Aphra Behn marca un punto de inflexión: es una mujer de clase media que tiene que trabajar para ganarse la vida por la muerte de su marido. Según la narradora, “Tuvo que trabajar con los hombres en pie de igualdad. Logró, trabajando mucho, ganar bastante para vivir. Este hecho sobrepasa en importancia cuanto escribió” (119). Entiende que, de esta manera, se consigue la posibilidad de escribir sobre lo que se quiere. Es decir que, para la narradora, Behn es la primera escritora que tiene libertad mental, y por eso inspira a otras mujeres a seguir su ejemplo.
Sobre esto, la narradora afirma que el desarrollo de las mujeres durante el siglo XVIII en campos relacionados con las actividades mentales tiene que ver con la nueva posibilidad de ganar dinero escribiendo. Ganar dinero ayuda a eliminar las burlas contra la escritura de las mujeres. En este sentido, explica que en el siglo XIX las mujeres de la clase media -no solo las aristócratas- comienzan a escribir.
Más tarde, la narradora se pregunta porqué las mujeres escritoras del siglo XIX escriben casi exclusivamente novelas. Piensa que las cuatro novelistas famosas de esa época -George Eliot, Emily y Charlotte Brontë y Jane Austen- tienen en común no tener hijos y pertenecer a la clase media. Su estatus socioeconómico supone una falta de privacidad: “Una mujer que escribía tenía que hacerlo en la sala de estar común” (115). Expuestas a frecuentes interrupciones, la poesía o las obras de teatro son géneros más difíciles de escribir. Por ejemplo, Austen esconde sus manuscritos cuando su familia la interrumpe en la sala de estar. En este sentido, las mujeres de clase media del siglo XIX son entrenadas en el arte de la observación social, y la novela encaja perfectamente con sus talentos. Sin embargo, la narradora se pregunta qué hubiera ocurrido con la literatura, por ejemplo, de Brontë si ella hubiese tenido más experiencia de vida, contacto con el mundo, viajes y dinero.
A continuación, la narradora sentencia que lo que hace que una novela sea universal es su "integridad" (124), que ella define como “la convicción que experimentamos de que nos dice la verdad” (124). Luego se pregunta si el género de los escritores afecta su integridad. Al mirar el trabajo de Charlotte Brontë, la narradora siente que, más allá de la ira y el resentimiento, el miedo en la autora conduce a cierto grado de "ignorancia": abandona la historia para atender una queja personal.
La narradora también sostiene que los valores y temas tradicionalmente masculinos en la literatura, como la guerra, se valoran más que los femeninos, como la moda. Las escritoras, entonces, se han visto obligadas a ajustar su escritura para enfrentar la crítica inevitable de que su trabajo es insustancial. La narradora encuentra milagroso que, en tal clima, Austen y Emily Brontë hayan podido escribir sus libros con tanta confianza e integridad.
Por último, la narradora resalta que las novelistas de principios del siglo XIX no tienen una tradición real desde la que trabajar. Aunque pueden haber aprendido algunas cosas de los escritores masculinos, la narradora cree que “el peso, el paso, la zancada de la mente masculina son demasiado distintos de los de la suya para que pueda recoger nada sólido de sus enseñanzas” (131). La narradora sostiene que la novela es la forma elegida por estas mujeres ya que es un medio relativamente nuevo y flexible. Se pregunta si a las mujeres se les ocurrirá algún nuevo “vehículo" (143) para la poesía que contienen.
Análisis
En el cuarto capítulo, la narradora retoma algunas ideas sobre el problema de la libertad de pensamiento expuestas en el segundo capítulo. Entiende, leyendo las obras de Lady Winchilsea y Margaret of Newcastle -escritoras del siglo XVII-, que las mujeres también escriben enojadas. Muestra a Lady Winchilsea “hervir de indignación acerca de la posición de las mujeres” (107). La narradora enuncia que ni siquiera las mujeres que tienen independencia financiera, como Lady Winchilsea, pueden tener mentes “incandescentes”, porque su producción literaria está demasiado influida por los obstáculos mundanos. Lady Winchilsea se enoja por las dificultades que tiene que atravesar para acceder a la alta cultura y, aunque la narradora reconoce que su enojo es legítimo, también entiende que su poesía sufre por él. Es decir, ninguno de los sexos se encuentra a salvo de enojos o frustraciones que perjudican sus producciones artísticas y nublan sus mentes incandescentes.
Este problema se relaciona con el tema del genio artístico. El ensayo propone que algunas condiciones materiales son necesarias para el desarrollo del genio, pero también sugiere que las mentes de los genios logran escribir literatura sin evidenciar las condiciones de producción de los textos. Cuando la narradora lee Jane Eyre, las páginas de la novela de Charlotte Brontë, considera que “si uno las lee con cuidado, observando estas sacudidas, esta indignación, comprende que el genio de esta mujer nunca logrará manifestarse completo e intacto. En sus libros habrá deformaciones, desviaciones. Escribirá con furia en lugar de escribir con calma. Escribirá alocadamente en lugar de escribir con sensatez” (129). Es una obra que trasluce los problemas materiales de la escritora y, por ese motivo, la genialidad de su mente no puede equipararse a la de Shakespeare.
Por otro lado, el capítulo trata sobre la importancia de una tradición literaria. La narradora reflexiona sobre el hecho de que la literatura masculina no funciona como una tradición en la que las mujeres puedan inscribirse. La narradora afirma que “el peso, el paso, la zancada de la mente masculina son demasiado distintos de los de la suya para que pueda recoger nada sólido de sus enseñanzas” (131). Reconoce el problema, para las escritoras del siglo XIX, de la falta de una tradición de escritura femenina. Dice: “si somos mujeres, nuestro contacto con el pasado se hace a través de nuestras madres” (141). La genealogía femenina tiene que ver con la maternidad, con lo familiar, pero no existe una genealogía profesional.
El ensayo sostiene que las mujeres no pueden escribir poesía hasta que se haya descubierto y reconocido el canon histórico de la escritura femenina. En este sentido, se marca una diferencia entre el modo en el que los varones y las mujeres escriben literatura. Incluso se incentiva a las mujeres a diseñar una forma de la literatura femenina, una sintaxis propia. La narradora dice: “El libro tiene que adaptarse en cierto modo al cuerpo” (144).
A esta luz consideramos que este ensayo funciona como una semilla para el feminismo de la segunda ola. En el mundo anglosajón, el feminismo de la segunda ola se conoce como el de la diferencia; una corriente que hace de la reivindicación de la diferencia entre los sexos el centro de sus propuestas. La crítica feminista de la década de 1970 retoma los ensayos de Virginia Woolf y valoriza sus ideas sobre delinear una forma de la literatura femenina y construir una genealogía de la literatura escrita por mujeres. Sin embargo, con el correr del ensayo, estas ideas son puestas en cuestión.
La narradora considera que la obra de Aphra Bern inaugura un punto de inflexión en la literatura escrita por mujeres. Esta novelista, dramaturga y poeta del siglo XVII funciona como un ejemplo de autosuficiencia e independencia ya que, ante la muerte de su marido, tiene que trabajar para sostenerse económicamente. Más que el “valor literario” de su obra, la narradora destaca que Behn se ajusta principalmente a los criterios de libertad de pensamiento mencionados: no depende de ningún varón para obtener dinero. En sintonía con esto, la narradora celebra en este capítulo la llegada de las mujeres de la clase media a la literatura. Nuevamente valoriza las condiciones materiales que posibilitan la escritura en las mujeres.
Por otra parte, este capítulo reflexiona sobre los géneros discursivos más frecuentes en la escritura de las mujeres. La narradora se pregunta por qué las mujeres escriben mayoritariamente novelas en el siglo XIX. Para eso, estudia a las cuatro novelistas más importantes de la época y llega a dos motivos para explicar esta tendencia. Por una parte, analiza el contexto de escritura en el que las mujeres se embarcan a la escritura. Entiende que la novela es el género que mejor se adapta a una escritura fragmentaria, expuesta a varias interrupciones. Además, ya que el ambiente de circulación de las mujeres en el siglo XIX es el núcleo familiar, la narradora explica que se convierten en grandes observadoras de los comportamientos humanos, y esta es una facultad importante para un novelista. También entiende que la novela es una forma nueva y flexible que permite a las mujeres buscar una voz propia. Sin embargo, resalta que las mujeres no escriben novelas por una decisión artística, sino porque es la única forma que se ajusta a sus modos de vida. A esta luz, no entiende esta tendencia como un signo de libertad, sino como un signo de limitación.
Por último, la narradora se pregunta por qué existen tan pocas novelas universales, es decir, íntegras, escritas por mujeres. Luego se responde que la amargura generada en las mujeres por las restricciones que les impone la estructura patriarcal de la sociedad frustra sus intentos por conseguir “integridad” en sus textos. Sin embargo, el capítulo termina con una postura esperanzadora: la narradora sugiere que, mientras las mujeres consigan más libertades, el proceso de construir una tradición literaria femenina avanza y, de su mano, la posibilidad de escribir sin restricciones.