Resumen
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En el capítulo 16, Hazel presenta al lector “un día típico con el Gus de la última etapa” (p.227). Augustus le dice a Hazel que quiere escribirle una secuela de Un dolor imperial, pero la mayor parte de sus días y noches están dedicadas a comer (y a vomitar la comida) y a dormir. Los dos pasan mucho tiempo acostados juntos y jugando videojuegos hasta la noche, cuando Hazel debe regresar a su casa, para repetir el esquema al día siguiente.
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Una mañana, un mes después de haber regresado de Ámsterdam, Hazel vuelve a la casa de Gus para encontrarlo todavía en la cama, murmurando algo incomprensible y con la cama orinada. La narradora sale entonces de escena y deja que los padres de Gus se encarguen de la situación. Cuando Gus se despierta y ya está todo solucionado, vuelve a bajar y juegan otra vez con la consola, sin prestarle mucha atención a lo que sucede en la pantalla, hasta que Gus menciona que ha orinado su cama. Aunque Hazel le dice que no es nada importante, ambos comprenden que algo ha cambiado. Tras un momento, Gus menciona que siempre quiso tener un obituario especial en el periódico, lo que enfurece a Hazel, quien le contesta que siente que nunca podrá ser suficiente para él, y agrega, brutalmente, que él nunca logrará realizar todas esas cosas que se propuso para que el mundo lo recuerde. Tras el exabrupto, ambos se disculpan y siguen jugando a la consola.
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En los días siguientes, Hazel recibe una llamada de Augustus en medio de la noche y siente terror de que puedan ser sus padres avisándole que su novio ha muerto. Sin embargo, reconoce la voz de Gus, que la llama desde una estación de servicio donde ha quedado varado y no logra volver a colocarse el tubo G., la sonda que utilizan para alimentarlo y que se ubica en su estómago. Hazel sale a buscarlo a toda prisa; cuando llega a la estación de servicio encuentra a su novio dentro del auto, cubierto por su propio vómito y con las manos presionado su estómago. La zona en la que el tubo G. debe ingresar a su cuerpo está roja e inflamada, como si se hubiera infectado. Gus le confiesa a Hazel que ha tratado de ir a la tienda a comprar cigarrillos, porque necesitaba hacer algo por sí mismo. Hazel le pide disculpas y luego llama a la emergencia, aunque Gus no quiere ser llevado al hospital. Mientras esperan, Gus se larga a llorar y golpea el volante con su cabeza mientras se queja de lo mal que se siente consigo mismo. Hazel trata de reconfortarlo y le dice que no hay malos en esta vida, que ni siquiera el cáncer lo es. Luego, mientras esperan, le recita un poema, el único que recuerda, y cuando lo termina, comienza a inventar uno sobre la vida y los pensamientos de Gus.
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Hazel continúa visitando a Gus todos los días cuando él regresa del hospital tras el incidente de la estación de servicio. Gus está tomando nuevos medicamentos y se pasa todo el día en la cama, sintiéndose miserable y sin dignidad. Sus hermanas se han instalado en la casa junto a sus maridos y sus hijos. Hazel se encuentra con los niños, quienes parecen estar al tanto de la condición de su tío, y con las hermanas de Gus, que lo tratan como si fuera un niño pequeño. Cuando sacan a Gus al patio, Hazel trata de desviar la conversación con la que la familia intenta entretenerlo, que es bienintencionada, pero seguramente insoportable para el muchacho. Entonces, Gus y Hazel comienzan a hacer bromas sobre el cáncer y sobre Isaac, hasta que el padre les pide que paren, aunque luego agradece a Hazel por su capacidad de levantar el ánimo de Gus.
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Hazel les cuenta a los lectores sobre el último día bueno que tuvo con Gus antes de su Último Día Bueno. Como explica, el Último Día Bueno es una convención creada para los enfermos de cáncer: “el día en que la víctima de cáncer goza de unas inesperadas horas porque parece que el inexorable declive se ha estancado de repente y por un momento puede soportar el dolor” (p.245). El problema, explica, es que no hay forma de saber si un día bueno será el Último Día Bueno hasta que no haya otros días buenos después de ese. Un día Hazel no visita a Gus, pues se siente cansada y necesita quedarse en su cama. Sin embargo, a la tarde recibe una llamada de él, que le pide que se presente a las 20hs en el Grupo de Apoyo y que lleve el discurso que dará en su funeral.
Los padres de Hazel no quieren dejarla ir, argumentando que sienten que ya no la ven nunca en casa. Luego, ella se encierra en su pieza a escribir el discurso fúnebre y, cuando sale otra vez, lista para marcharse, su padre la retiene y le dice que no puede salir sin permiso. Hazel responde que pronto estará todos los días en su casa porque Gus habrá muerto, y esto termina de ablandar a sus padres, quienes la dejan marchar finalmente.
Cuando llega al Grupo de Apoyo, en El corazón de Jesús, se encuentra a Gus en su silla de ruedas y a Isaac parado en el atril, listo para hablar. Augustus le cuenta entonces que ha organizado el prefuneral ya que, quizás, él no pueda estar presente como fantasma en su funeral real. Isaac da un discurso agridulce sobre lo hablador, pretencioso y engreído que era Augustus, y termina diciendo que, si en el futuro le hacen un par de ojos robóticos, no le gustaría ver un mundo sin su amigo. Hazel ayuda a Isaac a sentarse y luego se prepara para su discurso. Comienza por decir que no contará su historia de amor, porque se largaría a llorar, y porque las historias de amor deben morir con los amantes, pero que sí le gustaría hablar de matemáticas; como Peter Van Houten les dijo, algunos infinitos son más grandes que otros, y ella está agradecida del pequeño infinito que pudo tener junto a Gus.
Análisis
Esta sección del libro -relativamente corta en comparación a la anterior- lidia con la recaída de Augustus y presenta al lector con las imágenes más crudas de lo que el cáncer puede causar en una persona. Hazel se corre del foco de atención y su enfermedad, aunque siempre presente y amenazante, pasa a ser una cuestión de trasfondo. El deterioro físico de Gus, por el contrario, es veloz e implacable: en pocas semanas, el cáncer lo postra y le imposibilita hasta comer por sus propios medios. Así, la novela ahora se concentra en los personajes que tienen que lidiar con la enfermedad de un ser querido más que con la propia.
La incomodidad de Gus al orinarse encima en la cama es un ejemplo más de cómo se mezcla la niñez con una adultez temprana a la que los jóvenes enfermos son empujados prematuramente. En esta sección, Augustus se siente al final de su vida, y contempla al mismo tiempo una regresión a un estado infantil de dependencia: no puede caminar, comer apropiadamente, ni controlar sus esfínteres. Más que estar enojado con el hecho de estar muriéndose, es su dignidad lo que le preocupa, y esta falta de autonomía que lo transforma en un infante le genera al mismo tiempo una necesidad de ser adulto y demostrar que puede valerse por sí mismo, como sucede en el episodio de la estación de servicio y la compra de cigarrillos.
Uno de los momentos más conmovedores de la novela tiene lugar en la estación de servicios, cuando Hazel recita el poema de la carretilla y, al terminarlo, lo continúa, creando uno sobre la vida de Gus:
“tanto depende
De
Una carretilla
De ruedas rojas
Bruñida por el agua
De la lluvia
Junto a los blancos
Polluelos.
-Y tanto depende -le dije a Augustus- de un cielo azul rasgado por las ramas de los árboles. Tanto depende del transparente tubo-G que sale despedido de la barriga del chico de labios azules. Tanto depende de mí, que observo el universo.
(pp.239-240)
El poema que improvisa Hazel recupera una observación que hizo Augustus en Ámsterdam: las sombras de las ramas se entrecruzan y separan sobre el piso de hormigón, y el muchacho las piensa como una metáfora, como “la imagen en negativo de cosas que el aire une y después separa” (p.204). Hazel no hace ningún comentario al respecto, pero es evidente que la forma que tiene Gus de metaforizar la impacta y la deja reflexionando, puesto que luego la retoma en este pasaje, y lo mismo sucede con muchos otros dichos a lo largo de la novela.
Augustus la elogió anteriormente, en más de una ocasión, señalando lo extraño que es encontrar a una adolescente que le guste la poesía pero que no se sienta atraída a escribirla. Ahora, el talento creativo de Hazel se despliega para producir una secuela, una continuación al poema de la carretilla (como también pensaron antes en una continuación para Un dolor imperial), y demuestra que posee habilidades de observación y que puede combinarlas con un estilo simple pero honesto para producir una obra artística de valor. La cuestión de la secuela, una vez más, pone de manifiesto el deseo de los muchachos de encontrar en la literatura alguna respuesta que la vida no les da.
Green hace un buen trabajo al sumergir al lector en el mundo de Hazel lo suficiente como para que algunos pequeños gestos puedan ser comprendidos sin necesidad de explicaciones o análisis más detallados. Uno de ellos es su elección de tomar las escaleras o el ascensor a lo largo de la novela: en la primera sesión del Grupo de Apoyo, se muestra que ella es el miembro más frágil del grupo, y que debe tomar el elevador para bajar hasta el lugar de encuentro. Luego, las escaleras en la casa de Ana Frank ponen de manifiesto un momento de superación de su propia enfermedad, e indican que Hazel está concentrada en ir más allá de sus limitaciones para poder conectarse con otras realidades. Finalmente, cuando debe bajar al Corazón de Jesús para el prefuneral de Gus, Hazel vuelve a elegir el ascensor, como si no pudiera o no quisiera poner a prueba su salud.
El discurso fúnebre que da Hazel para Augustus se construye a partir de un tema discutido en la casa de Peter Van Houten, pero que la muchacha se lo apropia y lo aplica, en un sentido totalmente diferente, a su vida y a su historia de amor con Gus. Esto demuestra qué tanto observa y razona Hazel sobre lo que es vivir, compartir y morir. Muchos personajes, especialmente Van Houten, Gus y el padre de Hazel, comparten la visión que tienen del mundo y de la muerte, y Hazel sabe seleccionar, de esos comentarios, aquellos que le ayudan a construir su propia visión. Green a menudo describe situaciones en las que Hazel reflexiona sobre cuestiones que otros personajes le han dicho con anterioridad y las evalúa en función del nuevo contexto, o de lo que ha aprendido a lo largo de su aventura en Ámsterdam y su relación con Gus.
Un momento diferente se plantea en esta sección cuando Hazel y Gus discuten tras el episodio de la cama orinada. Hazel llama “Gus” a su novio, y este le remarca que siempre lo ha llamado Augustus, por lo que “Gus” parece una forma de infantilizarlo, a la luz de lo recién acontecido. Augustus fue presentado a Hazel durante el Grupo de Apoyo con su nombre completo, y la narradora recién aprende su apodo en el capítulo siguiente, cuando visita su casa por primera vez. A pesar de que es un apodo que utilizan los padres, Augustus nunca indica que le disguste, y cuando Hazel lo menciona en la narración, alterna arbitrariamente su nombre completo y su apodo, como si fueran intercambiables. No obstante, ante el comentario de Gus en el episodio mencionado, el lector comprende que Hazel usa su nombre completo por la importancia que Gus le da a los nombres (a ella la llama siempre Hazel Grace), por lo que cuando utiliza su apodo para dirigirse a él, aunque en su cabeza lo haya estado haciendo todo el tiempo, esto a él le resulta una sorpresa que interpreta negativamente. Teniendo el cuenta el conflicto interno que Gus sostiene entre ser un adulto y comportarse como un niño, se comprende que el apodo le caiga mal, pero también pone de manifiesto las complejas situaciones que Hazel debe aprender a sortear.