I’m looking for the face I had / Before the world was made.
Estos versos corresponden al poema “The Winding Stair”, del poeta irlandés William Butler Yeats, y su traducción es la siguiente: “Estoy buscando el rostro que tuve antes de que el mundo fuera hecho”. Como es usual en Borges, los epígrafes, títulos y otros elementos paratextuales no deben interpretarse como algo externo al cuento, que simplemente lo acompaña, sino que son parte constitutiva de la historia y colaboran a la producción total de su sentido. En este caso, el epígrafe funciona como una pista de lo que será el desenlace del relato: la adquisición de Cruz de una identidad y un sentido de vida que le estaban predestinados.
La aventura consta en un libro insigne; es decir, un libro cuya materia puede ser todo para todos (I Corintios 9: 22), pues es capaz de casi inagotables repeticiones, versiones, perversiones.
Con este cuento, Borges establece una relación intertextual con El gaucho Martín Fierro, de José Hernández. Sin embargo, su juego literario no se agota allí, sino que también suma la Biblia -otro gran clásico- a su relación, a partir de un simple paréntesis que acompaña la descripción de la obra de Hernández. La Biblia, al igual que el Martín Fierro, es un texto que, para Borges, presenta inagotables versiones debido a su gran popularidad. “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz”, en este punto, no es más que otra de las pervertidas variaciones del clásico.
Vivió, eso sí, en un mundo de barbarie monótona. Cuando, en 1874, murió de una viruela negra, no había visto jamás una montaña ni un pico de gas ni un molino. Tampoco una ciudad.
Cruz es un gaucho oriundo de la llanura pampeana. Cuando Borges dice que "vivió en un mundo de barbarie monótona", alude sin hacerlo explícito a una oposición muy difundida en la tradición cultural, literaria y política rioplatense: la civilización y la barbarie. Mientras que la civilización contiene a la ciudad, al habitante descendiente de europeos, el progreso y la cultura letrada, la barbarie hace lo propio con el espacio pampeano, no colonizado, territorio de los pueblos originarios y, bajo la mirada despectiva mirada eurocentrista, salvaje. El arco de transformación de Cruz consiste en la aceptación de su ‘destino de lobo’, su identidad irreconciliable con ‘lo civilizado’.
Comprendió (más allá de las palabras y aun del entendimiento) que nada tenía que ver él con la ciudad.
Cruz solo se acerca una vez en la vida a una ciudad, junto a una tropa a la que pertenece, pero elige no ingresar: “Receloso, no salió de una fonda en el vecindario de los corrales” (64). Este gaucho desconfía intuitivamente de la ciudad, espacio ‘civilizado’ por antonomasia, pero no tiene palabras ni razonamientos con los que justificar su desconfianza. Su recelo se termina por explicar hacia el final del relato, cuando se identifica con el coraje de Fierro y entiende que su ley no es la de la ciudad, sino la del honor.
Junto al fogón, el otro menudeaba las burlas, y entonces Cruz (que antes no había demostrado rencor, ni siquiera disgusto) lo tendió de una puñalada.
Este pasaje presenta el momento en que Cruz se mete por primera vez en problemas con la justicia. Según el crítico Alazraki, “Borges da forma literaria a la ciega religión del cuchillero” (1974: 125); la religión del gaucho que, abandonado por la civilización y demasiado alejado de los centros urbanos, no responde a la justicia de la ley escrita, sino a la del honor: “El cuchillo es la única justicia que conoce y reconoce. Lo que a nosotros nos parece abominable es para él máxima expresión de valor y de justicia” (ídem). La respuesta de Cruz ante las burlas ilustra su acatamiento a la ley del cuchillo.
Lo esperaba, secreta en el porvenir., una lúcida noche fundamental: la noche en que por fin vio su propia cara, la noche en que por fin escuchó su nombre. Bien entendida, esa noche agota su historia; mejor dicho, un instante de esta noche, un acto de esa noche, porque los actos son nuestro símbolo.
La centralidad de los temas metafísicos del destino, el tiempo y la existencia son perfectamente inferibles en este pasaje. Toda la vida de Cruz se reduce al momento fundamental de su encuentro con Fierro. El instante, manifestación temporal priorizado por Borges en esta historia, presenta una intensidad y relevancia mucho mayor que toda una vida. De hecho, lo que se presenta como una ‘biografía’ no es más que la narración de este instante, el momento decisivo en que Cruz ve ‘su cara’ en la de ese otro, su igual: Martín Fierro.
Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es.
En “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz (1829-1874)”, Borges desarrolla literariamente uno de sus temas predilectos: el destino. Creer en la existencia del destino implica suponer que las acciones o eventos del mundo se encuentran prefijados. Esta creencia ha sido adoptada por diversas religiones y cosmovisiones a lo largo del mundo, en la medida en que resulta funcional a la idea de que existe un orden superior, que trasciende la existencia terrenal, al cual se encuentra sobredeterminado el universo. La vida de Cruz consiste en la aceptación de su destino, una aceptación que se produce en el instante en que conoce a Fierro.
Gritó un chajá; Tadeo Isidoro Cruz tuvo la impresión de haber vivido ya ese momento.
Este fragmento se narra en el momento en que el sargento Cruz rodea, junto a sus soldados, a Fierro en un pajonal. La escena es particularmente similar a una que vivió hace muchos años, cuando él mismo infringió la ley y, tras dar batalla con valentía, terminó reducido por el ejército: “Prófugo, hubo de guarecerse en un fachinal; noches después, el grito de un chajá le advirtió que lo había cercado la policía” (65). Deliberadamente, la situación sugiere un paralelismo entre ambos gauchos, que se terminan presentando como dobles con un destino idéntico.
Comprendió que ningún destino es mejor que otro, pero que todo hombre debe acatar el que lleva adentro. Comprendió que las jinetas y el uniforme ya le estorbaban. Comprendió su íntimo destino de lobo, no de perro gregario, comprendió que el otro era él.
Este pasaje narra el instante en el que Cruz, reflejado en el coraje y el honor de Fierro, termina por asumir que su lugar en el mundo no es con la policía, bajo el cargo de sargento, sino en el campo, como gaucho, junto a ese otro que es idéntico a sí. La aceptación de este destino se describe mediante las metáforas del lobo y el perro, animales que son esencialmente iguales, con la diferencia de que uno se encuentra domesticado y el otro no. Cruz, que se ha domesticado en sus años de milicia, comprende ahora que debe hacer el camino inverso, y se cambia definitiva y finalmente de bando.
“Cruz arrojó por tierra el quepis, gritó que no iba a consentir el delito de que se matara a un valiente y se puso a pelear contra los soldados, junto al desertor Martín Fierro”.
Con estas líneas finaliza la “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz (1829-1874)”. El pasaje describe el momento en que el protagonista cambia de bando y en el que abraza una nueva ley; no ya la de la justicia estatal, la ley del derecho escrito y del ejército, sino la ley del honor, la de la valentía y el gauchaje. Esta cita es particularmente similar a los versos del Martín Fierro en los que se describe la misma situación, aunque esta vez narrada por Fierro: “Tal vez en el corazón / le tocó un Santo Bendito / a un gaucho, que pegó el grito / y dijo: ¡Cruz no consiente / que se cometa el delito / de matar ansí un valiente!” (2009: p.63; v.1625).