La metafísica
Borges fue un gran versado en metafísica, rama de la filosofía que se pregunta acerca de la naturaleza del ser y de la realidad, y que desarrolla aproximaciones en torno a conceptos como el tiempo, el espacio y la existencia, entre otros. Más que servirle para comprender la realidad, algo sobre lo que Borges se mostraba más bien escéptico, los postulados de la metafísica fueron utilizados por él como materia prima para su producción literaria. En palabras del especialista Jaime Alazraki,
Lo que la metafísica pretende -sin éxito- hacer en el plano de la realidad (penetrarla e interpretarla), lo hace Borges en el plano de sus cuentos capitalizando las hipótesis de la filosofía y las doctrinas de la teología. Borges ha negado la validez de la metafísica en el contexto de la realidad, pero la ha aplicado a un contexto donde recobra su vigencia: la literatura (1974: 36).
“Biografía de Tadeo Isidoro Cruz (1829-1874)” es un claro ejemplo de cómo Borges acude a la literatura para desarrollar distintas reflexiones acerca del tiempo, la existencia y el destino; temas que han suscitado una inconmensurable cantidad de reflexiones metafísicas.
El tiempo
De todas las preguntas que la metafísica se hace, aquellas que giran en torno al problema del tiempo son las que más recurrencia tienen en la obra de Borges. Transversal a toda su producción, este tema puede rastrearse desde sus primeros poemarios hasta El Aleph, libro que contiene “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz (1829-1874)”.
La inmensa cantidad de estudios críticos en torno al tema borgeano del tiempo dificulta un análisis exhaustivo de cada uno de los aspectos que puede llegar a presentar. Sin embargo, basta citar un breve pasaje de este relato para comprender su centralidad: “Bien entendida, esa noche agota su historia [la de Cruz]; mejor dicho, un instante de esa noche, un acto de esa noche, porque los actos son nuestro símbolo” (66). Para Borges, el instante, suerte de unidad temporal mínima, puede ser más relevante, intenso y decisivo que toda una historia de vida.
El destino
Profundamente vinculado al tema de “El tiempo”, el destino es otro tópico central en la “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz (1829-1874)”. Creer en la existencia del destino implica suponer que las acciones o eventos del mundo se encuentran prefijados. En esta historia, el destino se le revela a Cruz en “un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es” (66). En ese instante, Cruz comprende que, al igual que Fierro, lo define un “íntimo destino de lobo, no de perro gregario” (67). Es decir, comprende que su vida no es la de un sargento de la policía rural, sino la de un gaucho matrero, aquel que no responde a la ley del Estado sino a la del honor y el coraje. En el preciso instante en que lo comprende, Cruz traiciona a su bando y comienza a pelear junto “al desertor Martín Fierro” (68).
La tradición literaria
En Borges, un escritor en las orillas, Beatriz Sarlo ubica la producción borgeana dentro de un espacio que es, a su vez, cultural, literario y geográfico: la orilla. Con ello, la crítica da cuenta del carácter eminentemente intertextual de la obra de Borges. En otras palabras, la literatura de Borges es tanto una literatura nacional, Argentina, como universal. Y es tanto individual como el producto de una larga serie de referencias a la tradición literaria, filosófica y religiosa. Incluso es posible afirmar que se sitúa en los límites de diversos géneros literarios y textuales.
“Biografía de Tadeo Isidoro Cruz (1829-1874)” ejemplifica a la perfección la tesis de la autora. Esto se evidencia desde el propio título, el cual inscribe el cuento dentro del género textual biográfico. Sin embargo, el hecho de que la historia sea “una glosa al Martín Fierro” (197) de José Hernández, como bien afirma el propio Borges, es lo que termina afirmando la centralidad de la tradición literaria en esta obra.
El doble
Otro tema fundamental, no solo en este relato, sino en la obra de Borges en general, es el del doble. Este tópico no es específico del autor, sino que constituye uno de los temas más recurrentes en la tradición de la literatura fantástica. Beatriz Sarlo señala que la estrategia de Borges en este cuento es “cruzar el tema (universal, fantástico) del doble con su reescritura del Martín Fierro” (1995: 34), lo que produce como resultado un cuento híbrido, a medio camino entre la gauchesca y el cuento fantástico.
El doble se manifiesta en este cuento en, al menos, dos dimensiones: por un lado, el propio Fierro funciona aquí como un doble de Cruz; es ese otro gaucho matrero cuya valentía evoca en nuestro protagonista una verdad ineludible: “Comprendió su íntimo destino de lobo (...); comprendió que el otro era él” (67). Por otro lado, y desde una perspectiva intertextual, el gran clásico de la literatura gauchesca, el Martín Fierro de José Hernández, debe considerarse como un doble textual que explica y completa esta historia.
La ley
“Cruz arrojó por tierra el quepis, gritó que no iba a consentir el delito de que se matara a un valiente y se puso a pelear contra los soldados, junto con el desertor Martín Fierro” (68). Estas líneas constituyen el final de la “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz (1829-1874)”, y lo hacen de un modo que puede llegar a parecer contradictorio: el delito, considerado como aquella acción que va contra lo establecido por la ley, poco parece coincidir con el hecho de apresar a un ‘desertor’, un delincuente como Martín Fierro. Sin embargo, tiene completo sentido desde el punto de vista del código moral de Cruz.
Este cuento establece una distinción entre dos manifestaciones distintas de la ley: la primera es la ley del Estado, del derecho escrito y el ejército, aquella que representa Cruz desde su rol de sargento. La segunda es la ley de los gauchos, la del hombre de la pampa, ese que tan injustamente fue tratado por la justicia estatal y con el que Cruz se termina identificando.
El código de honor
El coraje, la reputación, la destreza en la batalla y otras tantas cualidades definen el código de honor patriarcal que rige los comportamientos y el sistema moral de Cruz, al punto en que decide ‘traicionar’ su rol de representante de la justicia estatal para adoptar esa otra ley más respetable: la del gauchaje y la valentía.
La crítica Beatriz Sarlo señala que “la relectura borgeana de la tradición gauchesca muestra a la violencia individual como instrumento inevitable en situaciones donde la única ley es el código de honor porque las instituciones formales del estado están ausentes” (1995: 65). En otras palabras, frente a la ausencia de un Estado capaz de regular la relaciones humanas, son estos valores los que garantizan la supervivencia de los hombres y, por ello, se precian como las mejores virtudes en esta historia.