Bodas de sangre

Bodas de sangre Citas y Análisis

"Hace veinte años que no he subido a lo alto de la calle."

Madre (Acto I, Cuadro I, Escena II).

Esto le dice la Madre a la Vecina en cuanto esta llega a visitarla. La expresión está cargada de un significado profundo, en tanto nos da una idea muy condensada de cómo es la cotidianidad en la que vive la Madre. Por supuesto, entendemos que su caso no es excepcional, sino que refleja las tradiciones más generales del pueblo donde está.

Se hacen, además, varias menciones a la distancia como un problema: la Vecina le dice: "Yo bajé a la tienda y vine a verte. ¡Vivimos tan lejos!...", por lo que se entiende que no viven lejos pero, o bien no tienen tanto interés en verse, o bien no les gusta desplazarse demasiado, o bien cada una lleva una vida muy aislada, ocupadas en las cosas del interior, de sus casas y sus familias. Asimismo, en otras ocasiones mencionan que la Novia vive muy alejada, y eso resulta algo sospechoso, porque "nadie sabe de ella". Por otro lado, la Mujer de Leonardo comentará luego, en medio de la fiesta: "¡Ojalá yo viviera tan lejos!". Vivir a cierta distancia del resto, entonces, puede interpretarse también como un beneficio, en tanto significa mantenerse alejado de "lo que digan las gentes", del sistema de chismerío que suele bullir en un entorno más poblado.

VECINA.- Las cosas pasan. Hace dos días trajeron al hijo de mi vecina con los dos brazos cortados por la máquina.

MADRE.- ¿A Rafael?

VECINA.- Sí. Y allí lo tienes. Muchas veces pienso que tu hijo y el mío están mejor donde están, dormidos, descansando, que no expuestos a quedarse inútiles.

MADRE.- Calla. Todo eso son invenciones, pero no consuelos.

Madre y Vecina (Acto I, Cuadro I, Escena II).

Este diálogo entre los personajes de la Madre y la Vecina nos permite una aproximación sobre algo que recorrerá la obra: el sentido de la tragedia. La Vecina viene a traer a la Madre la historia de alguien que es parte de su comunidad. Se trata de una historia terriblemente trágica, que ambas comentan casi con liviandad, como si estuvieran aceptando el carácter indefectible de los hechos. Así, la tragedia se pone en primer plano ya en el comienzo de la obra.

MADRE. - Oye.

VECINA.- Dime.

MADRE.- ¿Tú conoces a la novia de mi hijo?

VECINA.- ¡Buena muchacha!

MADRE.- Sí, pero...

VECINA.- Pero quien la conozca a fondo no hay nadie. Vive sola con su padre allí, tan lejos, a diez leguas de la casa más cerca. Pero es buena. Acostumbrada a la soledad.

MADRE.- ¿Y su madre?

VECINA.- A su madre la conocí. Hermosa. Le relucía la cara como a un santo; pero a mí no me gustó nunca. No quería a su marido.

MADRE.- Pero ¡cuántas cosas sabéis las gentes!

VECINA.- Perdona. No quisiera ofender; pero es verdad. Ahora, si fue decente o no, nadie lo dijo. De esto no se ha hablado. Ella era orgullosa.

MADRE.- ¡Siempre igual!

VECINA.- Tú me preguntaste.

MADRE.- Es que quisiera que ni a la viva ni a la muerta las conociera nadie. Que fueran como dos cardos, que ninguna persona los nombra y pinchan si llega el momento.

Madre y Vecina (Acto I, Cuadro I, Escena II).

Este otro fragmento de la conversación entre la Madre y la Vecina trae a escena varios de los conflictos sociales e ideológicos que atraviesan la obra. Una vez más, instala el tema del destino como herencia de sangre: en el caso de la familia de la Novia, la Madre considera que, así como la madre de la Novia, la Novia misma lleva en sí una mala honra, porque su madre "no quería a su marido".

Además, vuelven a ponerse en primer plano, aquí, los saberes que los vecinos comparten a modo de chisme, historia o anécdota, sobre las vidas personales de los demás. La Madre exclama "¡Cuántas cosas sabéis las gentes!", como si se espantara, cuando, en verdad, ella fue quien comenzó preguntando por las intimidades de la vida y familia de la Novia, sospechando que la Vecina las conocía.

En la misma línea, ambas expresan preocupación por el hecho de que la Novia viva en una zona alejada, solitaria. La Vecina dice: "... tan lejos, a diez leguas de la casa más cerca. Pero es buena". Es curioso que se plantee el vivir lejos como una condición que influye en el carácter de las personas.

"¡Y alguna hija! ¡Los varones son del viento! Tienen por fuerza que manejar armas. Las niñas no salen jamás a la calle."

Madre (Acto II, Cuadro II, Escena II).

Esto dice la Madre del Novio al Padre de la Novia, ya en el festejo de la boda. Cuando el Padre expresa su deseo de tener nietos, la Madre agrega que quisiera nietas, reforzando la idea en la que ya había instalado en el primer cuadro respecto de su propio hijo: que los hombres viven una vida riesgosa, se enfrentan violentamente y pueden morir jóvenes. Las mujeres, en cambio, pueden llevar, según ella, una vida más tranquila, en el interior de la casa.

"¿Qué sangre va a tener? La de toda su familia. Mana de su bisabuelo, que empezó matando, y sigue en toda la mala ralea, manejadores de cuchillos y gente de falsa sonrisa."

Madre (Acto II, Cuadro II, Escena II).

En este parlamento, la Madre expresa buena parte de todo lo que siente en relación a la 'mala calaña' de la que considera que viene Leonardo, o la familia de los Félix. El verbo manar, que utiliza, da la idea de algo incontrolable, que excede a la voluntad individual, y que se desborda: entonces expresa la noción de la sangre como aquello que trasciende a los individuos y excede la posibilidad personal de elegir, cambiar o regular la personalidad o los actos. Se ve aquí con claridad cómo la sangre se asocia a un destino inevitable, algo que nos viene y contra lo que no se puede ir.

LEÑADOR 1: - El mundo es grande. Todos pueden vivir en él.

LEÑADOR 3: - Pero los matarán.

LEÑADOR 2: - Hay que seguir la inclinación: han hecho bien en huir.

LEÑADOR 1: - Se estaban engañando uno a otro y al fin la sangre pudo más.

LEÑADOR 3: - ¡La sangre!

LEÑADOR 1: - Hay que seguir el camino de la sangre.

LEÑADOR 2: - Pero la sangre que ve la luz se la bebe la tierra.

LEÑADOR 1: - ¿Y qué? Vale más ser muerto desangrado que vivo con ella podrida.

Leñadores (Acto III, Cuadro I, Escena I).

Toda esta conversación que mantienen los Leñadores en la apertura del último acto es muy esclarecedora respecto del sentido de la obra, su título y su núcleo. Los Leñadores, en el centro del bosque, en lo que parece un lugar recóndito, comentan el problema básico y central que busca desplegar la obra.

En esta conversación, los Leñadores ponen en escena la contradicción entre los valores sociales tradicionales y el problema de las pulsiones individuales, dos dimensiones que entran en tensión. En palabras del Leñador 2, la pareja "hizo bien en huir", o sea, en sobreponer su deseo personal frente a los valores sociales de respetar la unión matrimonial. En su código, la 'sangre' representa el deseo primario, individual. El Leñador 1 parece coincidir con esta idea: sostiene que "se estaban engañando", y que "la sangre pudor más"; o sea, que ese deseo personal se sobrepuso a lo que se esperaba de ellos en su entorno familiar. Este Leñador aboga por la idea de que el deseo es incontenible, que "mana" del cuerpo, que "puede más". Luego, el mismo hombre añade: "Hay que seguir el camino de la sangre". En esta frase, agrega además un juicio moral: considera que aceptar el impulso pasional es lo correcto.

Sin embargo, los mismos Leñadores son conscientes del precio que la pareja deberá pagar por esa acción. O sea, consideran entendible que la pareja haya seguido el camino de su pulsión, pero también consienten en que eso puede llevar a un desenlace fatal: "la sangre que ve la luz se la bebe la tierra", dice el Leñador 2. Cabe destacar el doble sentido de la palabra sangre, uno literal y otro figurado. "La sangre que ve la luz", utilizando el sentido figurado, sería este deseo, "incorrecto" o inapropiado para los estándares sociales, que decide mostrarse y actuar. Al agregar que "se la bebe la tierra", introduce el sentido literal: la sangre de los individuos será derramada por una herida de muerte.

En síntesis, los Leñadores expresan la tensión entre estas dos dimensiones: el deseo, por un lado, y, por el otro, la represión de ese deseo que ejercen la familia y la sociedad.

"Yo quiero que tengan muchos. Esta tierra necesita brazos que no sean pagados. Hay que sostener una batalla con las malas hierbas, con los cardos, con los pedruscos que salen no se sabe dónde. Y estos brazos tienen que ser de los dueños, que castiguen y que dominen, que hagan brotar las simientes. Se necesitan muchos hijos."

Padre (Acto II, Cuadro II, Escena II).

Esta cita presenta a la perfección qué tipo de ideales y expectativas maneja el Padre con respecto al matrimonio de su hija. Desea tener hijos, sí, pero para que ellos puedan cumplir con el objetivo de mantener las tierras, que son su capital. Cada vez que otro personaje irrumpe con deseos o comentarios que responden al universo del sentimiento (sobre todo, la Madre), el Padre replica con comentarios que aluden a que el matrimonio le parece una buena decisión por su sentido práctico y material.

"Me duele hasta la punta de las venas. En la frente de todos ellos yo no veo más que la mano con que mataron a lo que era mío. ¿Tú me ves a mí? ¿No te parezco loca? Pues es loca de no haber gritado todo lo que mi pecho necesita. Tengo en mi pecho un grito siempre puesto de pie a quien tengo que castigar y meter entre los mantos. Pero me llevan a los muertos y hay que callar. Luego la gente critica. (Se quita el manto.)"

Madre (Acto II, Cuadro II, Escena II).

Pese a expesar, en muchas ocasiones, sentimientos más bien conservadores, la Madre suele explicitar su dolor. Se encarga de traer el duelo íntimo por sus muertos a primer plano, de forma muy personal. Esta actitud se contrasta con su intención de sostener las formas y las apariencias sociales, generando una tensión dramática muy interesante: es un personaje conservador y, al mismo tiempo, disruptivo.

Frente a la reivindicación que ella misma hace del recato femenino, esta actitud confrontativa, incluso desbordada, produce una contradicción en el personaje, que expresa, por un lado, la intención de encajar en el entramado social y, por el otro, su forma de enfrentarse con aquello que no entra o no encaja en esas pretendidas formas 'aceptables' (la muerte, el dolor, la injusticia, que son, también, cosas 'de la sangre', en el sentido de impulsos pasionales).

El Padre, por el contrario, le responderá varias veces que "En eso no hay que pensar" (Acto I, Cuadro III, Escena II), o que "Hoy no es día de que te acuerdes de esas cosas" (Acto II, Cuadro II, Escena I). Mediante estas réplicas, el Padre viene a asumir el lugar de las formas correctas, que pretenden colocar "en su lugar" esas pulsiones que, en lugar de aflorar, debieran permanecer en el marco de lo íntimo, aquello que no se comparte con la sociedad. Con ellas, él no hace más que recalcar la actitud "fuera de lugar" que asume la Madre, como un personaje desmesurado, que tiene un dolor que no cabe en la medida de las cosas socialmente aceptadas.

En este parlamento con el que la Madre dialoga con el Padre durante el comienzo de los festejos de la boda, ella menciona, una vez más, la muerte de su marido y de su otro hijo. Así muestra también su carácter melancólico: ella expresa que continúa fatalmente afectada por esas muertes, y que nunca dejará de sentir dolor. Se presenta como una mujer de sentimientos fuertes, que los expresa en voz alta, cosa poco común para, por lo menos, las características visibles del resto de los personajes femeninos.

Incluso en una situación pretendidamente feliz como sería la de la boda, la Madre no puede evitar traer el tema de su pérdida al centro de la escena. Pero cada vez que habla de su familia perdida, encuentra como respuesta una clausura, una negativa. Su dolor no tiene lugar en el entramado social que nos representa la obra: aparece siempre desplazado, censurado, juzgado, como algo desmedido o exagerado. La Madre pareciera ser un personaje doblemente castigado, tanto en su destino de sufrir pérdidas, como en el juicio social que recae sobre su forma de tramitar el duelo.

Vale mencionar que la didascalia al final del parlamento citado ("Se quita el manto") parece hacer referencia a un gesto equiparable al de alguien que desvela su rostro, su dolor, su identidad, que permanecía tapada, velada.

"Que me gustaría que fueras una mujer. No te irías al arroyo ahora y bordaríamos las dos cenefas y perritos de lana".

"Sí, pero que haya niñas. Que yo quiero bordar y hacer encaje y estar tranquila."

Madre (Acto I, Cuadro I) y Madre (Acto II, Cuadro I).

Tanto en relación a su propio hijo (primera cita) como, luego, en relación a sus nietos (segunda cita), la Madre expresa continuamente cuánto preferiría tener, como descendencia, mujeres en lugar de varones. Esto lo menciona, fundamentalmente, en relación a la compañía, expresando que se sentiría mucho más acompañada por mujeres, porque estas se quedan en la casa realizando tareas del hogar en lugar de salir al exterior. Pero, a su vez, entendemos que esto acarrea también otro significado: el ser mujer está, para la Madre, mucho más ligado a la posibilidad de conservación de la vida, dado que el ser hombre trae la desgracia de llevar al enfrentamiento y, quizá, a la muerte en duelo. La masculinidad, como ya hemos mencionado, está ligada, en la lógica de la madre, a la violencia y a la lucha. La feminidad, en cambio, tiene que ver con el cuidado y la vida doméstica, en el interior.

Con la actitud que expresa en la primera cita, la Madre oraliza su pulsión de conservación: reteniendo a su hijo dentro de su hogar, parece pretender conservar, al mismo tiempo, su herencia, su familia, su sangre.

"No. No vayas. Esa gente mata pronto y bien...; ¡pero sí, corre, y yo detrás!"

Madre (Acto III, Cuadro II, Escena XI).

Estas palabras de la Madre expresan en buena medida el sentido contradictorio que asume su personaje en la obra. Primero tiene el impulso de detener a su hijo, al gritarle "¡No!", pero inmediatamente después lo manda a perseguir a Leonardo para vengarse, sabiendo que lo lleva, así, a él también a la muerte.

De este modo, se ven enfrentadas, en este personaje, al mismo tiempo su pulsión por la defensa de la honra (que motiva la venganza), y la preservación de la vida (que, en apariencia, era el impulso predominante en ella). De esta forma, podemos ver cómo la prioridad de la defensa de la honra se sobrepone, incluso, al instinto de conservación de la vida.

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