Escenas violentas y desdichadas
A lo largo de la novela, Cándido es testigo de los horrores del mundo que ponen en jaque la doctrina filosófica que su tutor le inculca. En varias ocasiones, estas situaciones crueles y espantosas se presentan por medio de imágenes sensoriales. En el capítulo III, el narrador detalla el estado en que queda una aldea atacada por el ejército búlgaro:
En todos lados había ancianos con el cuerpo acribillado, que dirgían sus últimas miradas hacia sus mujeres degolladas con los hijos mamando de sus pechos llenos de sangre, las muchachas tenían sus vientres abiertos, luego de haber sido utilizadas para satisfcaer las necesidades naturales de algunos heroes, y exhalaban sus últimos suspiros. Otras, medio quemadas, rogaban a gritos que se acabase con ellas. Había sesos humanos esparcidos por el suelo, al lado de brazos y piernas cortados (pp. 17-18)
Poco tiempo después, en el capítulo V, Cándido presencia una tempestad en Lisboa que destruye una aldea:
Al instante de poner un pie en el poblado, llorando la muerte de su benefactor, percibieron que la tierra temblaba bajo sus pies. El mar se revolvía furioso en el puerto, destrozando los barcos que estaban anclados. Remolinos de llamas y cenizas recubrían las calles y las plazas, se derrumbaban las casas, los techos caian sobre los cimientos y estos últimos se desplomaban. Treinta mil habitantes de todas las edades y sexos fueron aplastados bajo las ruinas (p. 25).
Otra de las imágenes que da el autor sobre este tipo de situaciones se da en el capítulo XXIII, cuando Cándido atestigua una ejecución en las costas de Portsmouth:
Mientras conversaban de este modo llegaron a Portsmouth. Una multitud se apretaba en la costa y miraba a un hombre muy gordo que, de rodillas y con los ojos vendados, se hallaba sobre la cubierta de uno de los buques de la flota. Cuatro soldados, ubicados frente a frente, le metieron cada uno tres balas en el cráneo sin inmutarse y todo el grupo se dispersó muy complacido (p. 94).
Los personajes
En la novela, las descripciones de los personajes se caracterizan por ser breves: "El teatino parecía fresco, corpulento, enérgico. Sus ojos brillaban, su gesto era altivo, su cabeza erguida y su andar muy galante. La muchacha era muy hermosa y cantaba; observaba amorosamente a su teatino y de vez en cuando le pellizcaba la barbilla" (pp. 96-97).
Los personajes que el narrador suele describir son aquellos que padecen algún notable malestar o graves heridas, como es el caso de la descripción de Pangloss. Este personaje solo es descrito en el capítulo III, cuando aparece maltrecho: "Mientras daba un paseo al día siguiente, encontró a un desdichado cubierto de pústulas, con los ojos muertos, la punta de la nariz carcomida, la boca torcida, negros los dientes, que hablaba gangosamente y que, cada vez que tosía violentamente, por el esfuerzo, escupía un diente" (p. 19).
En este sentido, otro ejemplo de estas imágenes visuales es la que da el narrador sobre el esclavo del señor Vanderdendur: “vieron un negro tirado en el suelo y vestido con un calzón azul. El pobre desdichado carecía de la pierna izquierda y de la mano derecha” (p. 72).
Finalmente, cabe destacar que el narrador también describe el aspecto de los personajes cuando estos presentan alguna cualidad negativa. Un ejemplo es la descripción del hijo del barón de Thunder-ten-tronck, cuando Cándido lo encuentra en Paraguay convertido en jesuita, en el capítulo XIV: “El padre era un joven engreído, gordo, bastante blanco, rozagante, de cejas altas. Sus ojos eran vivaces, sus orejas sonrosadas, sus labios rojos, el gesto soberbio” (p. 52).
El país Eldorado
Cuando Cándido y Cacambo llegan al país de Eldorado, las descripciones enfatizan la dimensión idílica del lugar:
Cándido fue guiado hasta un salón decorado con una linda columnata de mármol verde y oro, y con jaulas que albergaban papagayos, colibríes, pájaros mosca, pintadas y las aves más exóticas. Un almuerzo magnífico había sido preparado en vajilla de oro, y mientras los papagayos comían maíz en tazas de madera, en medio del campo, bajo un sol abrasador, el reverendo padre comandante ingresó a su residencia (p. 52)
Más adelante, se narra:
En tanto llegaba la hora de la cena, les mostraron la villa, los edificios públicos -que eran altísimos-, las plazas -decoradas con mil columnas-, las fuentes de agua purísima, las fuentes de agua de rosa, las de licores de caña de azúcar, que corrían continuamente en grandes vasijas hechas con una especie de pedrería que exhalaba un olor similar al clavo y la canela (p. 68)
Incluso los carruajes, las personas y los animales son mejores en el Edorado que en el resto del mundo:
Por todos lados a lo provechoso se unía lo atractivo: bellísimos carruajes hechos de una materia brillante recorrían los caminos; eran conducidos por hombres y mujeres de enorme hermosura y eran arrastrados por carneros rojos que eran mucho más veloces que los mejores caballos andaluces de Tetuán y de Mequínez (p. 62)
La riqueza de Eldorado es tal que todas las personas visten con oro, y los niños juegan con piedras preciosas:
En la primera aldea que hallaron se destuvieron y vieron a algunos niños vestidos con brocados de oro desgarrados, que jugaban al tejo en la entrada del pueblo. (...) [Los] tejos eran grandes piezas redondas, amarillas, rojas y verdes que brillaban de una forma singluar. Se despertó su curiosidad y levantaron algunas; unas eran de oro, otras de esmeralda y de rubí (p. 62)
Incluso la casa más humilde presenta una gran riqueza:
Ingresaron en una casa muy humilde, porque la puerta no era más que de plata y el artesonado de los marcos de oro, pero estaba todo tan bien labrado que hubiera causado envidia al mejor artesano. La sala estaba colmada de rubíes y esmeraldas, cosa que indicaba una sencillez absoluta, pero todo estaba tan ordenado que uno se olvidaba enseguida de esa sencillez y modestia (p. 65).
Cunegunda
La amada de Cándido, Cunegunda, es el único de todos los personajes que se describe en más de una ocasión. Esto se debe a que su apariencia se transforma a lo largo del libro: al principio, en el capítulo I, el narrador la presenta brevemente de la siguiente forma: "…de diecisiete años, era sonrosadota, fresca, robusta y muy apetitosa" (p. 11). Tiempo después, cuando Cándido se reencuentra con Cuegunda en el capítulo VII, la muchacha ya no se encuentra esplendorosa como al principio del libro, ya que atravesó una serie de tragedias: “La vieja volvió al instante sosteniendo con esfuerzo a una mujer temblorosa, de imponente talle, brillante en pedrerías y tapada por un velo” (p. 30). En el capítulo XXIX, el narrador presenta la última descripción Cunegunda; la muchacha ya no posee la belleza de antaño, ya que su vida ha sido muy dura: "... al ver a su hermosa Cunegunda renegrida, con los ojos llenos de lagañas, el cuello lleno de pellejos, las mejillas arrugadas y los brazos secos y con escamas, retrocedió horrorizado de espanto" (p. 118).