Cándido, o El optimismo

Cándido, o El optimismo Citas y Análisis

Expulsado del paraíso terrenal, Cándido caminó sin rumbo fijo durante bastante tiempo. Llorando y suplicando al cielo, frecuentemente se volvía a mirar al más hermoso de los castillos que guardaba a la más hermosa de las baronesitas. Sin cenar, se durmió en medio del campo, entre dos surcos; la nieve caía en gruesos copos. Al día siguiente, muerto de frío, se dirigió hacia el pueblo vecino, que se llamaba Valdberghov-trarbk-dikdorv, sin nada en los bolsillos, muerto de hambre y de agotamiento.

Narrador, Capítulo II, p. 14

Así comienzan las desventuras del joven Cándido tras ser expulsado del castillo de Thunder-ten-tronck. En este apartado, se puede vislumbrar el paralelismo con la historia de Adán y Eva. Cándido es exiliado como Adán del paraíso, y por ello, al retirarse, se da vuelta para observar una última vez el hermoso lugar que es obligado a abandonar. Este paralelismo entre el protagonista de la novela y la figura de Adán confiere a la historia de Cándido una validez universal, como si sus desventuras y sus anhelos fueran los de todos los hombres.

Cándido, asombrado, ni siquiera lograba adivinar con claridad las razones de su heroísmo. Salió a dar un paseo, en un bello día primaveral, siguiendo un camino recto, creyendo que poder utilizar libremente sus piernas era sólo un privilegio de la especie humana y de la animal. Aún no había recorrido dos leguas, cuando cuatro héroes de seis pies lo alcanzaron, lo ataron y se lo llevaron a un calabozo. Le preguntaron jurídicamente qué deseaba más: si ser zarandeado treinta y seis veces por todo el regimiento o recibir de una sola vez doce balas de plomo en el cerebro.

Narrador, Capítulo II, pp. 15-16

En este fragmento, Cándido acaba de ser incorporado al ejército por la fuerza y ya es considerado un héroe por su gran desempeño en la milicia. Este momento de gloria no se prolonga, puesto que el muchacho es tomado por desertor cuando sale a dar un paseo y, por ello, lo someten a un feroz castigo. Esto sirve como ejemplo del estilo narrativo de Voltaire, que es simple, claro, con un ritmo acelerado y, a la vez, crudo y grotesco. Este ritmo permite al autor incluir en toda la novela una cantidad desmesurada de tragedias y de episodios desopilantes.

La Universidad de Coimbra decidió que la exhibición de algunas personas quemadas a fuego lento con grandes ceremonias constituiría el secreto infalible para alejar nuevos temblores de tierra.

Narrador, Capítulo VI, p. 27

A lo largo de la novela, Voltaire se burla de diferentes doctrinas de pensamiento. En este caso, el narrador parodia la figura de la universidad, que propone una solución mágica y supersticiosa al problema de los terremotos. La frase pone de manifiesto la ridiculez de la situación mediante el uso de los adjetivos, y califica de infalible la ceremonia religiosa con la que la universidad pretende alejar la catástrofe de Lisboa.

Los dos fueron llevados por separado e instalados en habitaciones donde reinaba una frescura extrema y donde jamás molestaba el sol. Luego de ocho días los vistieron con un sambenito y sus cabezas fueron adornadas con mitras de papel; las ropas de Cándido tenían pintadas llamas al revés y diablos sin cola ni uñas; las del filósofo tenía llamas derechas y diablos con poderosas uñas y larguísimas colas. Vestidos de este modo, marcharon en procesión y oyeron un sermón muy patético, seguido de una hermosa música salmodiada. Mientras se ejecutaba la música, Cándido fue azotado, el vizcaíno y los portugueses quemados y Pangloss ahorcado, aunque ésa no era la costumbre. Ese mismo día la tierra tembló nuevamente con una terrible violencia.

Narrador, Capítulo VI, p. 28

En este apartado, el narrador describe el auto de fe al que someten a Cándido y su tutor. En la descripción, Voltaire expone con claridad su opinión sobre dichos rituales, muy comunes en su época, mediante el uso de adjetivos que generan un contraste irónico, como "patético" y "hermoso". Justo al final del auto de fe, la tierra tiembla nuevamente, lo que deja en claro la futilidad de los asesinatos que la Iglesia acaba de perpetrar, y demuestra que la catástrofe natural no tiene nada que ver con la religión y los pecados de los seres humanos.

Transcurridos tres meses, cuando ya había perdido todo su dinero y se había cansado de mí, me vendió a un judío llamado don Isacar, que traficaba con Holanda y Portugal y que amaba con pasión a las mujeres. Este judío inmediatamente se aficionó a mí, pero no logró vencerme, porque lo resistí todavía más que al soldado búlgaro: una muchacha honrada puede ser violada una vez, pero su virtud se robustece. Para domesticarme me trajo a esta casa de campo que aquí ves.

Cunegunda, Capítulo VIII, p. 32

Durante la novela, el narrador omnisciente se intercala con las voces de algunos de los personajes que cuentan sus trágicas historias en primera persona. Esta cita comprende un fragmento de la extensa y penosa desventura de Cunegunda, desde el momento en que es atacado su castillo hasta que se reencuentra con Cándido. En este apartado, se refiere al episodio en el que un soldado búlgaro se cansa de mantenerla como sirvienta y la vende a un comerciante judío, llamado don Isacar. Las historias personales de los personajes presentan un alto grado de dramatismo y parecen siempre poner en jaque la doctrina filosófica de Pangloss, que Cándido intenta defender a pesar de lo difícil que le resulta en aquel mundo tan lleno de desgracias.

Este señor tenía tanto engreimiento como apellidos. A los hombres se dirigía con el más arrogante desdén, la frente en alto, levantando la voz y en un tono tan imperativo y afectando un desdén tan altanero, que todos aquellos que lo saludaban, se sentían inclinadísimos a darle unas bofetadas.

Narrador, Capítulo XIII, p. 48

En este apartado, el narrador describe al gobernador don Fernando. La descripción, al igual que todas las descripciones de personajes que se hallan en la novela, es breve y burlesca. En este caso, acorde al tono grotesco de la novela, Voltaire enfatiza la soberbia de don Fernando para ridiculizarlo y transformarlo en una caricatura.

El pórtico medía doscientos veinte pies de altura por cien de largo; el material con que estaba construido era difícil de determinar. Por supuesto, había sido realizado con una materia superior al oro y las pedrerías.

Narrador, Capítulo XVIII, p. 68

En esta cita se puede apreciar la desmesura con la que el narrador describe Eldorado. Esta forma de retratar el lugar responde a dos cuestiones. En primer lugar, la desmesura de Eldorado corresponde a un rasgo que los europeos otorgan al mal llamado Nuevo Mundo. En segundo lugar, Eldorado se propone como un sitio diametralmente opuesto a Europa, por lo que allí todo es perfecto y la sociedad vive de forma idílica y en plena abundancia.

—¿Qué es el optimismo? —preguntó Cacambo.
—No es más —contestó Cándido— que obstinarse en afirmar que todo es maravilloso cuando todo es terrible.

Cacambo y Cándido, Capítulo XIX, p. 73

En este apartado, Cándido define el optimismo a su ayuda de cámara, Cacambo. La definición pone de manifiesto la tensión que existe entre las ideas de Pangloss y la realidad empírica que le toca experimentar a Cándido. A través de ella, a su vez, se muestra la duda que embarga al protagonista, quien desea creer en la doctrina de su maestro, pero cuya realidad cotidiana le demuestra qué tan erróneo es dicho pensamiento filosófico.

El comerciante le pidió diez mil piastras y Cándido no regateó.
"¡Bueno, bueno!" se dijo el avivado Vanderedendur, "este forastero debe ser muy rico si ofrece diez mil piastras de una vez". Enseguida regresó y le pidió a nuestro joven el doble, petición que éste aceptó.

Narrador, Capítulo XIX, p. 74

Cándido contrata a Vanderedendur para que lo lleve, junto a sus carneros y sus joyas, a Europa. Sin embargo, cuando el comerciante nota el poder adquisitivo del joven, comienza a aumentarle la tarifa por sus servicios, hasta que finalmente termina por cobrarle tres veces el valor inicial, para, finalmente, robarle los carneros y las joyas. Esta situación funciona como ejemplo de las dinámicas que propician las desventuras de Cándido. El joven optimista e inocente no puede comprender el funcionamiento de un mundo cruel y despiadado, por lo que es constantemente víctima de tretas y estafas.

—Todos los acontecimientos están encadenados en el mejor de los mundos posibles, ya que si tú no hubieras sido echado del hermoso castillo a patadas por amar a la señorita Cunegunda; si no hubieras tenido que ver con la Inquisición; si no hubieras recorrido América a pie; si no hubieras atravesado al barón; si no hubieras perdido los carneros de Eldorado, no comerías en este lugar dulce de cidra ni pistachos.

Pangloss, Capítulo XXX, pp. 124-125

Este apartado corresponde a la última reflexión de Pangloss sobre el optimismo. Luego de la inconmensurable cantidad de tragedias que todos padecen hasta llegar a tener una vida pacífica, el filósofo defiende testarudamente su doctrina de pensamiento y justifica los horrores vividos como necesarios para llegar al presente en el que todos disfrutan de una vida más calma, entregada al cultivo de la tierra. Acorde al estilo de Voltaire, este último discurso se plantea como una burla al pensamiento de Leibniz, ya que la desmesura de las penurias que atraviesan los personajes sobrepasa la insignificante recompensa final.

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