Cándido, o El optimismo

Cándido, o El optimismo Resumen y Análisis Capítulos III-IV

Resumen

Durante una batalla entre el ejército búlgaro y el ejército abaro, Cándido deserta y viaja a Holanda. Allí conoce a Santiago, un anabaptista caritativo que lo acoge en su hogar. Al día siguiente, Cándido da un paseo y se encuentra con Pangloss, que ahora es un mendigo enfermo que vive en condiciones deplorables. Pangloss le explica que en Westfalia todos fueron asesinados por el ejército búlgaro, y que él padece sífilis. El joven está perturbado con las noticias y la terrible muerte de Cunegunda, por lo que desafía a su maestro a conciliar su doctrina optimista con las tragedias narradas. Testarudamente, Pangloss asegura que las desgracias privadas contribuyen al bienestar público. Cándido lleva a su antiguo maestro para que sea protegido por Santiago y tratado por un médico. Dos meses después, Santiago debe hacer un viaje a Lisboa en barco y se lleva con él a Cándido y a Pangloss.

Análisis

A partir del capítulo II, Cándido se ve inmerso en una serie de aventuras debido a su ingenuidad. Esto puede observarse claramente cuando dos soldados uniformados lo invitan a participar de su mesa porque notan que, por su complexión, puede servir al ejército. La ironía verbal se hace presente otra vez en este diálogo, cuando uno de los soldados invita a Cándido a comer con ellos y expresa: “no solamente pagaremos su comida, sino que además le daremos un poco de dinero; los hombres han sido hechos para ayudarse los unos a los otros” (p. 14). En su ingenuidad, el protagonista es incapaz de detectar las dobles intenciones y responde: “—Ustedes tienen razón (...)[,] eso es exactamente lo que siempre me enseñó Pangloss, y puedo ver claramente que, como él decía, todo es perfecto” (p. 15). Así, las enseñanzas del maestro —que remedan las de Leibniz, vale la pena recordar— son las que le impiden a Cándido comprender el funcionamiento del mundo y lo dejan a merced de sujetos malintencionados.

El joven protagonista termina enlistado en el ejército búlgaro sin siquiera darse cuenta y participa de la llamada Guerra de los Siete Años. Cuando Voltaire publica su obra en 1759, toda Europa está atravesada por dicho conflicto, que algunos grandes políticos —como Winston Churchill— consideran la primera guerra a escala mundial, por lo que no es coincidencia que el protagonista se vea inmerso en un conflicto bélico. Esta guerra se desata como consecuencia de las disputas imperialistas de las naciones europeas, que luchan por el control de Silesia, una región ubicada entre lo que hoy en día son Polonia, Alemania y República Checa, y de las colonias establecidas en Norteamérica y África.

La historia de Cándido transcurre en la década de 1750, y la guerra está representada como un evento catastrófico que carece de sentido. Desde la óptica ingenua del protagonista, los bandos enfrentados se confunden y se representan como dos imágenes especulares que reproducen la misma violencia: así como los búlgaros (por medio de los cuales Voltaire representa a los prusianos) destruyen el castillo de Thunder-ten-tronck, masacran al barón y violan a todas las mujeres de la casa, lo mismo sucede cuando los abaros (que representan a los franceses) invaden las aldeas búlgaras. Las imágenes de los muertos que siembra la guerra son brutales y sirven para denunciar las atrocidades cometidas por las naciones en su afán de dominio y control: "En todos lados había ancianos con el cuerpo acribillado, que dirigían sus últimas miradas hacia sus mujeres degolladas con los hijos mamando de sus pechos llenos de sangre; las muchachas tenían sus vientres abiertos, luego de haber sido utilizadas para satisfacer las necesidades naturales de algunos héroes, y exhalaban sus últimos suspiros" (p. 17).

Este pasaje pone de manifiesto la visión crítica que Voltaire sostiene sobre los conflictos bélicos, y problematiza los discursos nacionalistas que postulan la guerra como una empresa heroica y noble. Cuando el narrador menciona que algunos héroes satisfacen sus necesidades mediante la violación está haciendo uso de la antífrasis para indicar todo lo contrario: no se trata de héroes, sino de sujetos mediocres cuyas acciones son despreciables. La antífrasis es uno de los principales recursos con que el escritor plasma su mirada irónica: como figura de pensamiento, consiste en utilizar una palabra o una frase con la intención de expresar algo contrario a lo que se está expresando de forma literal. Así, un término queda asociado a dos significados diferentes: uno literal y otro figurado, que mantiene una relación de antonimia con el primero. Este procedimiento es constitutivo de toda la narración, y su reconocimiento resulta fundamental para orientar la interpretación del lector hacia el sentido deseado por el autor.

El desciframiento de la ironía, entonces, impone un desafío al lector y exige de su parte una serie de conocimientos que van más allá de lo lingüístico y que están anclados en la dimensión cultural e histórica de la novela: para comprender el Cándido es necesario conocer, aunque sea en mínima medida, el pensamiento de Voltaire, sus posturas políticas, filosóficas, religiosas y sociales. A su vez, es necesario también conocer el pensamiento de Leibniz, puesto que, como hemos dicho, la obra discute con los conceptos que el filósofo alemán desarrolla en su Teodicea.

Los episodios bélicos también introducen el problema del libre albedrío, un tema que se trabaja a lo largo de toda la obra. Cuando Cándido es capturado por los búlgaros, estos le dan dos opciones: ser golpeado treinta y seis veces por todo el regimiento o recibir doce balas en la cabeza. Ante esta situación, el narrador expresa de manera burlona: “No deseando una cosa ni la otra, y a pesar de creer en las voluntades libres, tuvo que elegir y se decidió, gracias al don de Dios que se llama libertad, a pasar treinta y seis veces por las varas” (p. 16). Por supuesto que en este pasaje la libertad de elección se muestra ridiculizada, puesto que Cándido solo puede elegir entre la muerte y un castigo atroz. Una consecuencia del sistema de pensamiento postulado por Pangloss es la abolición del libre albedrío. Como veremos más adelante, si la realidad está fijada y las causas y los efectos son diseñados por Dios para generar el más perfecto de los mundos posibles, no importa qué decisión tome un ser humano, puesto que su camino ya está prefijado por las leyes universales. Sin embargo, tanto para Voltaire como para los intelectuales de la Ilustración, el ser humano tiene la capacidad de elegir y de obrar sobre el mundo según lo dicte su razón. En este sentido, el pensamiento iluminista se aleja del religioso y pone el foco en la posibilidad que tienen las personas de elegir su destino. Sobre ello volveremos más adelante al analizar la cuestión de la Providencia.

A lo largo de su obra, Voltaire entreteje una serie extraordinaria de coincidencias argumentales y cruza los destinos de los personajes de forma totalmente inesperada y fortuita. Incluso aquellos que parecen morir ante los ojos de Cándido —como Pangloss, o el hijo del barón y hermano de la señorita Cunegunda— reaparecen continuamente después de una ausencia prolongada en la historia. El primer ejemplo de esta peculiaridad argumental que pretende resaltar la doctrina del optimismo que promueve Pangloss sucede, justamente, en el capítulo IV, cuando Cándido se encuentra con su maestro, de quien se había separado al ser expulsado del castillo. La improbabilidad de tales reuniones espontáneas y su frecuencia parecieran indicar que no se trata de meras casualidades, sino de un diseño universal relacionado con el destino o la Providencia divina, comprendida como una fuerza que ordena todos los sucesos del mundo. Este diseño universal parodia, desde el absurdo y la comicidad de los giros argumentales, la tesis postulada por Leibniz que comprende al universo como un sistema fijo y predeterminado por la omnipotencia de Dios.

Aunque reducido a una vida miserable tras la destrucción de Thunder-ten-tronck y de sus señores, Pangloss mantiene su optimismo y sigue sosteniendo que viven en el mejor de los mundos posibles. Sin embargo, su estado es tan deplorable que su antiguo discípulo no lo reconoce: “Mientras daba un paseo al día siguiente, encontró a un desdichado cubierto de pústulas, con los ojos muertos, la punta de la nariz carcomida, la boca torcida, negros los dientes, que hablaba gangosamente y que, cada vez que tosía violentamente, por el esfuerzo, escupía un diente” (p. 19). En este retrato, es posible observar otro de los procedimientos satíricos de los que se vale el autor: el grotesco, que consiste en exagerar rasgos hasta caricaturizar a un personaje y llevarlo al extremo de lo absurdo y lo ridículo.

Lo que ha producido tales estragos en la salud de Pangloss es la sífilis, contraída como consecuencia de sus aventuras con Paquita, una criada del castillo. En la época en que está escrita la novela, los europeos pensaban que la sífilis era una enfermedad endémica del Nuevo Mundo, que los conquistadores contraían en sus aventuras y luego propagaban por el Viejo Continente. Dicha creencia es la que se observa en el discurso de Pangloss: "Paquita había recibido ese regalo de un fraile franciscano, muy sabio, quien había conocido el origen del mal: una vieja condesa que lo había recibido a su vez de un capitán de caballería, el cual se lo debía a una marquesa, a quien había contagiado un paje, habiéndolo recibido este de un jesuita, que a su vez, siendo un novicio, lo adquirió en línea directa de uno de los compañeros de Cristóbal Colón" (pp. 21-22). Nuevamente, este pasaje es un claro ejemplo de la fuerte crítica que Voltaire realiza a la sociedad europea y a la nobleza: la condesa y la marquesa enferman tras sus amoríos con personajes de bajo abolengo, como un caballero y un paje. Así, mientras que la vieja nobleza vive de apariencias y expresa su desprecio hacia otras clases sociales —como hace el barón con Cándido a lo largo de todo el libro—, su corrupción se pone de manifiesto y evidencia que no existe ninguna virtud en los títulos heredados. Ante el relato de su maestro, Cándido pone en duda la perfección del mundo y pregunta si no es el diablo quien ha propagado la enfermedad. Este diálogo introduce otro de los problemas más importantes de la novela: la tensión entre el bien y el mal como dos fuerzas ordenadoras del mundo. Pangloss, sin embargo, sostiene que el mal no existe en el mejor de los mundos posibles:

—De ninguna manera —contestó el gran maestro—; esta era una cosa imprescindible en el mejor de los mundos, un ingrediente necesario. Ya que si Colón no hubiera agarrado la enfermedad en una isla de América, esa enfermedad que contamina toda fuente de generación y que habitualmente la impide oponiéndose a los fines específicos de la naturaleza, nosotros no habríamos tenido la dicha de conocer el chocolate ni la cochinilla (p. 22).

Pangloss utiliza los adjetivos imprescindible y necesario para realzar la necesidad de la existencia de la sífilis. Sin embargo, si consideramos a la antífrasis ya mencionada como uno de los principales recursos del autor, es evidente que este pasaje también presenta una profunda carga irónica: Voltaire indica lo contrario que su personaje, es decir, que la sífilis no es una enfermedad ni imprescindible ni necesaria para el desarrollo de la historia y de las relaciones entre América y Europa, ni tiene nada que ver con el descubrimiento del chocolate. Lo que es más, la aberración de justificar la sífilis en el consumo de chocolate pone de manifiesto, por medio del ridículo, la profunda ironía con la que Voltaire observa los principios de armonía preestablecida y de razón suficiente de Leibniz.

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