Cartas a un joven poeta

Cartas a un joven poeta Resumen y Análisis Cartas III-IV

Carta III

Resumen

La “Carta III” está fechada el 23 de abril de 1903, apenas dos semanas después de la “Carta II”, y es enviada por Rilke desde el mismo lugar: Viareggio.

Comienza con la alegría de Rilke por saber que Kappus disfrutó leer al escritor danés Jacobsen, a quien le recomendó en la “Carta II”. Según él, en la novela Niels Lyhne, de Jacobsen, se puede encontrar una totalidad: “desde los perfumes más delicados hasta el sabor pleno y generoso de sus henchidos frutos” (p. 41). Rilke sostiene que todo es comprendido y sentido por el autor, incluso aquello que vive en sus recuerdos. Le aconseja que, una vez leída dicha novela, proceda a leer María Grubbe, otra novela del mismo autor, y también sus cartas, diarios, fragmentos y versos, es decir, la obra completa. Según él, esta obra mejora en el lector su capacidad de observación, profundizan su fe y generan felicidad.

Luego, Rilke afirma compartir la opinión negativa sobre el prólogo realizado por un crítico de Aquí deben florecer rosas, otra obra de Jacobsen. A partir de esto, le ruega a Kappus que no lea trabajos críticos. Según él, estos solamente pueden ser trabajos de escuela, sin verdadera profundidad, o meros juegos de palabras.

La idea que propone, entonces, Rilke para abordar las obras de arte de otros artistas es que se debe confiar en la propia percepción, en lo que uno siente y piensa al leerlas o estar frente a estas. Esos juicios, que brotan del interior, son los únicos que valen, ya que nacen desde la soledad y el amor de la persona. Si la persona está equivocada, el desarrollo natural de la vida se lo demostrará.

Tras concluir con estos consejos, Rilke se refiere a la obra de Richard Dehmel, poeta alemán contemporáneo a las cartas, dado que Kappus le envió su opinión sobre esta. Según Rilke, Dehmel escribe atravesado por la pasión y esto genera que sus obras tengan mucha belleza, pero también que la pierdan, de repente, porque carecen de profundidad.

Esa carencia nace de un tema clave para Rilke: el sexo. Si el artista, como sucede con Dehmel, no está del todo maduro en su mundo sexual, se puede dejar arrastrar por la impureza del sexo masculino. Según Rilke, cuando la sexualidad alcanza su madurez, esta ya no es solamente masculina, sino humana y, por lo tanto, pura. El problema del sexo como algo solamente masculino es que “es celo, ebriedad y agitación, que está cargado con los viejos prejuicios y vanidades con que el hombre ha desfigurado y lastrado el amor” (pp. 47-48). Todos estos defectos aparecen reflejados en las obras de arte, ya que el artista no puede hablar con pureza de aquello que no vive con pureza. Su amor, que no es verdaderamente humano sino solamente de hombre, está “falto de contenido eterno” (p. 48) y, por lo tanto, sus obras no resistirán el paso del tiempo.

Para finalizar la carta, Rilke le dice a Kappus que le gustaría enviarle sus libros, pero como es muy pobre no puede comprarlos, por lo que le indica cómo conseguirlos.

Análisis

Esta es la única carta en la que Rilke da sus opiniones sobre el arte a partir del análisis de otros autores. Si bien en la “Carta II” le recomienda a Kappus que lea a Jacobsen, en este tercer texto analiza su obra. Lo interesante es cómo, a través del análisis de Jacobsen, Rilke llega a los mismos puntos reflexivos a los que había llegado en las cartas anteriores: la importancia de generar el arte desde la interioridad, de comprender todas las cosas, de llegar a la profundidad de los propios recuerdos. Es decir, aquello que le había sugerido al joven poeta que debía hacer para formarse como artista, ahora se lo ejemplifica con la obra de Jacobsen, un artista ya formado.

Ya hemos visto en las cartas anteriores la importancia que tiene en el artista, para Rilke, la soledad, así como no dejarse influenciar por las opiniones de la crítica. También hemos visto que describe las obras de arte como elementos misteriosos. Ahora bien, en esta carta, Rilke afirma: “Las obras de arte son de una infinita soledad, y por nada tan poco abordables como por la crítica. Solamente el amor puede comprenderlas…” (p. 43). Es decir, esa soledad, que es fundamental para el artista, también le pertenece a las obras. Como las obras de arte nacen desde la interioridad pura del artista, son parte del artista. No hay (o no debe haber) una división entre obra y artista. Así como el llanto expresa un sentimiento interior del ser, la obra de arte también lo hace. La crítica no puede, por lo tanto, con su lenguaje, que pretende percibir las obras desde la razón, comprender esa soledad, ese puro sentimiento.

Tres temas fundamentales del libro se unen en esta cita: la relación entre la crítica literaria y el arte, la soledad y el amor. Pero ¿qué quiere decir Rilke al afirmar que solo “el amor puede comprenderlas”? El amor para Rilke, como se verá en cartas posteriores, consiste en que una soledad se una a otra soledad. En este caso, es la soledad del lector la que se une a la soledad de la obra. El amor surge en esta unión como un lenguaje común que permite la comprensión entre ambos. Esta concepción idealizada del amor da cuenta de la pertenencia de Rilke al romanticismo.

Entonces, no solamente para realizar obras de arte se debe atender a lo que brota desde lo interno del ser, sino que también a la hora de apreciarlas: se debe percibir desde el sentimiento y rechazar la opinión de los críticos y los expertos. ¿Qué sucede si la persona no comprende la obra? Debe tener paciencia (otro tema fundamental para Rilke) y en algún momento madurará internamente hasta comprender: “Deje que en sus juicios se opere el desarrollo propio, tranquilo, no perturbado que, como todo progreso, tiene que derivar de lo íntimo” (p. 44).

Esa maduración es, entonces, la que le falta a Richard Dehmel, el otro autor sobre el que se habla en esta carta. Dehmel es uno de los poetas más importantes de Alemania de fines del siglo XIX. El amor y el sexo son los temas principales de su obra. Sin embargo, para Rilke, al no estar lo suficientemente maduro en su interior, Dehmel no aborda el sexo como humano, sino como hombre. Lo humano para Rilke es aquello que une al hombre con la mujer de manera pura, sin distinciones de género, como dos seres libres de prejuicios sociales y roles preestablecidos. Aquello que se refiere únicamente al hombre, por su parte, no contempla a la mujer, se basa en los prejuicios sociales y, por lo tanto, no puede alcanzar la plenitud en el amor o el sexo.

Como hemos visto, en esta “Carta III”, Rilke ya comienza a unir diferentes temas universales en relación con las obras de arte: el amor, la soledad, el sexo. No hay separación entre artista y obra. Entonces todo aquello que el artista no sepa vivir de manera verdadera en su interior afectará negativamente sus obras.

Carta IV

Resumen

La “Carta IV” es de julio de 1903, tres meses después de la “Carta III”, y está escrita desde Worpswede, Alemania. Tras contarle de su mudanza de París a este nuevo sitio por motivos de salud, Rilke describe el paisaje que lo rodea. Si París es un lugar ruidoso donde “todo cobra otras resonancias que se extinguen por el estrépito que hace temblar todas las cosas” (p. 54), Worpswede, por el contrario, es una gran llanura, tranquila y silenciosa. Allí, en medio del viento que envía el mar, Rilke siente que las preguntas y las inquietudes de Kappus tienen vida propia aunque, nuevamente, no pueden ser respondidas por nadie.

Entonces, Rilke le aconseja a Kappus que se concentre en lo pequeño y sencillo de la naturaleza para encontrar respuestas a sus inquietudes. Si logra amar aquello insignificante, aunque no lo comprenda desde la razón, un gran conocimiento se sembrará en el interior del poeta y lo acercará a comprender sus inquietudes.

Luego, Rilke retoma otro motivo fundamental de las cartas: la paciencia. El joven poeta no debe desesperar por encontrar las respuestas, sino encariñarse con las preguntas. Debe “amar los problemas mismos como a cerrados aposentos y como a libros escritos en un idioma muy extraño” (p. 55). Aún más, el artista, en su formación, no debe buscar las respuestas porque aún no estaría preparado para comprenderlas si las recibiera. Debe vivir las preguntas. A la respuesta se llega sin darse cuenta, cuando se está preparado.

De allí, Rilke vuelve a referirse al tema del sexo como lo había hecho en la “Carta III”. Dice: “El sexo es arduo; sí. Pero es lo arduo lo que nos fue encomendado; casi todo lo serio lo es, y todo es serio” (p. 56). La primera idea que plantea Rilke, aquí, es que las personas deben encargarse de lo serio. A continuación, le aconseja a Kappus que mantenga una relación del todo propia y personal en relación al sexo, y que solamente así, libre de los convencionalismos y costumbres, lo comprenderá en profundidad.

Ahora bien, para conseguir vivir esta experiencia en profundidad, se precisa primero haber vivido en soledad. Solamente en soledad el ser humano puede percibir cómo el amor se encuentra en los animales y en las plantas que se unen, se multiplican y crecen, no por placer ni por dolor, sino por algo mucho más poderoso. Rilke no le pone nombre a esto “más poderoso”, aunque se puede deducir que se refiere a vivir la unión desde la sensibilidad íntima, y no obedeciendo un mandato.

Para profundizar en la idea de ser un verdadero creador, Rilke afirma que también en los hombres hay maternidad, espiritual y física, dado que, así como la mujer puede parir a una persona, cuando el hombre crea algo a partir de su interior también está dando a luz. A partir de esa comparación entre hombre y mujer a través del parto, Rilke afirma: “Tal vez los sexos sean más afines de lo que se piensa, y la gran renovación del mundo consistirá, quizá, en que hombre y doncella, liberados de todos los sentimientos y desplaceres, se busquen no como contrarios sino como hermanos y prójimos, y se asocien como humanos…” (p. 60). Esa gran renovación del mundo es el nuevo porvenir: un futuro donde la conexión entre las personas sea interna, profunda; una conexión que, entonces, se logrará también con la naturaleza.

La preparación para llegar a esta profundidad interna que le permite al ser unirse verdaderamente con otro ser, solamente se puede conseguir en la soledad. Hay que amar la soledad y soportar el sufrimiento que causa. Allí, le indica a Kappus que si se siente cada vez más lejos de sus seres más allegados, es porque su propio mundo es cada vez más grande, y que debe alegrarse por esto. Le aconseja que sea bondadoso con aquellos que no lograron ampliar su mundo y aprenda a convivir con ellos, así como con los ancianos, a quienes no debe exigirles consejo ni comprensión.

Para finalizar, Rilke toca otro tema importante de sus cartas: la profesión. Este tema vuelve una y otra vez, ya que Kappus tiene conflictos con la carrera militar, y Rilke intenta darle consejos al respecto. En este caso, le aconseja que espere hasta comprender si su carrera le limita la vida íntima. Nuevamente, le aconseja que busque en la soledad el modo de superar dichos obstáculos.

Análisis

Esta es la primera carta en donde Rilke reflexiona directamente sobre diferentes temas importantes de la humanidad que van más allá de lo artístico. Esto sucede porque, para Rilke, el arte nace fundamentalmente de un modo de vivir. Es lógico, por lo tanto, que Rilke vaya ampliando, carta tras carta, sus reflexiones, sin centrarse en el arte específicamente, e intentando aconsejar a Kappus sobre cómo debe vivir temas más amplios como el amor (que aparece por primera vez en esta misiva), el sexo y la profesión.

Por ejemplo, en la “Carta III”, Rilke hace hincapié en que Kappus debe buscar la verdad de las obras de arte en su propio interior; en la “Carta IV”, directamente le aconseja que busque la verdad en el contacto con la naturaleza. De un modo similar, así como le había dicho que debía tener paciencia para comprender las obras, ahora le aconseja que tenga paciencia para comprender las inquietudes que le genera la naturaleza. Lo que hace Rilke, entonces, es ampliar su consejo: Kappus no debe concentrarse simplemente en el arte para ser artista, sino en algo mucho más grande, más abarcativo. Y, por supuesto, siempre debe privilegiar lo interior sobre lo exterior.

Esa es la clave fundamental que atraviesa todos los temas de la carta y, por lo tanto, de la vida: la importancia de lo interior por sobre lo exterior. Incluso en la introducción del texto, donde Rilke cuenta su mudanza a Worpswede, la idea que plantea es que no había podido responderle a Kappus desde París porque la ciudad es un entorno donde lo exterior invade todo y no se puede sentir la vida interior de las cosas (en este caso, de las inquietudes de Kappus planteadas en su carta).

Por eso, el joven poeta nunca debe dejarse engañar por lo superficial, sino buscar la verdad en lo profundo, ya que “en las profundidades todo se vuelve ley” (p. 59). Que algo se vuelva ley significa que no cambiará con los caprichos o los deseos de cada día, sino que se mantendrá firme, como una verdad íntima que está sellada en el alma y que no se puede desobedecer.

La pregunta que surge entonces es: ¿cómo debe hacer el ser para cultivar su interioridad, para llegar a lo profundo de su ser? Y la respuesta es: viviendo en relación con su soledad. Conociéndose a sí mismo en su soledad, el ser podrá vivir verdaderamente la experiencia del sexo (es decir, como humano, no meramente como hombre) y la del amor, superar las dificultades de su profesión y convertirse en un artista. Según Rilke, la soledad, vivida en profundidad, le brinda a la persona la capacidad de estar en armonía pura con el universo entero. En esa armonía está la posibilidad de la creación de un nuevo porvenir, un porvenir donde todos los elementos del universo estén conectados.

En síntesis, si uno sigue los argumentos de Rilke en relación a los diferentes temas, se puede armar una cadena que comienza con la idea de que siempre se debe intentar comprender al mundo desde el interior del ser; para eso el interior del ser debe cultivarse a través de la soledad; de ese modo, el ser cultivado interiormente podrá realizar obras de arte y conectar con otros seres cultivados interiormente. Es decir, podrá cambiar el mundo. Por eso, a partir de esta “Carta IV”, Rilke ya no le enseña a Kappus a formarse como artista, sino a formarse como ser humano.