Carta VII
Resumen
La “Carta VII” está fechada el 14 de mayo de 1904, y situada en Roma. Rilke comienza explicando los motivos que demoraron su respuesta, relacionados fundamentalmente con su salud. Luego afirma que copió los sonetos que Kappus le envió y que son los mejores que el joven poeta escribió. Le envía dicha copia junto a su respuesta para que Kappus lea sus versos como si fueran ajenos (estos versos no están incluidos en la obra).
En esta carta, pese a estar escrita cinco meses después de la anterior (el mayor intervalo entre carta y carta hasta este entonces), Rilke comienza refiriéndose al tema de la soledad, que es también el más importante del texto previo. En este caso se refiere a la dificultad que exige atravesar la soledad, y a la importancia que tiene no escapar de lo difícil como hace la mayoría de la gente. Nuevamente, lo insta a Kappus a tomar la soledad como una posibilidad de cultivar su interioridad.
Sin embargo, tras esta breve reflexión acerca de la soledad, Rilke se concentra en el valor que tiene todo aquello que es difícil y aborda otro tema fundamental: el amor. Dice: “Tener amor un ser humano por otro: esto es quizá lo más difícil que nos ha sido encomendado; es lo supremo, la última prueba y examen, el trabajo ante el cual todos los otros trabajos no son más que preparación” (pp. 88-89).
A partir de esta sentencia, Rilke analiza el amor entre los jóvenes. Afirma que la dificultad que trae consigo el acto de amar hace que los jóvenes no sepan ni puedan hacerlo, dado que son principiantes y aún no están preparados. Deben aprender a amar. Rilke postula que este aprendizaje no sucede junto a la otra persona sino en soledad, ya que “Amar no es nada que signifique consumirse, entregarse y unirse a otro (pues ¿qué sería una unión entre seres imprecisos, rudimentarios, todavía subalternos?)” (p. 90).
La impaciencia ante lo difícil y la urgencia por entregarse a otra persona conduce a que los jóvenes se equivoquen y no sepan vivir verdaderamente el amor. Esto explica que esas uniones inmaduras conduzcan prontamente al hastío, el desencanto y la miseria. Allí, Rilke se refiere a los convencionalismos sociales. Según él, estos son como salvavidas o botes. El único ejemplo de convencionalismo que nombra aquí es el de los “placeres públicos” (p. 92), es decir, las distracciones.
Sin embargo, muchos de los jóvenes sí advierten que sus relaciones amorosas son falsas, y entonces intentan cultivar su propia soledad para mejorar dichas relaciones. Aquí se encuentran con el problema de que para cultivar su soledad deben estar, precisamente, solos y no en pareja: “Pero los que ya se han confundido y no se limitan ni diferencian más, los que ya no poseen nada propio, ¿cómo habrían de hallar una salida de sí mismos, de lo profundo de la ya derrumbada soledad?” (p. 92). Lo que sucede entonces es que, por supuesto, no logran convertir su amor en algo verdadero, y aunque intenten escapar de los convencionalismos (aquí Rilke nombra el matrimonio) ya no pueden hacerlo.
A continuación, Rilke afirma que, de todos modos, para temas tan difíciles como el amor y la muerte, no hay todavía ninguna regla general, ninguna respuesta que ponga a los seres en el camino correcto. Lo único que puede hacer el ser es aceptar su dificultad, no apresurarse a unirse a otra persona para evitar la soledad, y entonces el amor aparecerá cuando deba aparecer.
Luego, Rilke pone en contexto histórico brevemente el tema del amor, afirmando que recién se está comenzando a considerar las relaciones entre los individuos de manera más objetiva. Aunque no brinda elementos precisos acerca de qué es lo que posibilita dicha consideración, Rilke aborda aquí el tema de la mujer y “su nuevo desarrollo personal” (p. 94). Según Rilke, la mujer comenzará prontamente a imitar los modales masculinos (buenos y malos), y trabajará en profesiones que, hasta entonces, son reservadas al hombre. Sin embargo, esto durará poco tiempo ya que la mujer, en realidad, atravesará esta fase masculina como si estuviera probándose disfraces. Lo hará simplemente para purificarse, liberarse de las “deformadoras influencias” (p. 94) del hombre, y encontrar sus propias características.
A continuación, Rilke diferencia los géneros, destacando a la mujer por sobre el hombre. Según él, ella es más madura y más humana. El hombre es, en principio, más liviano, dado que no es “atraído bajo la superficie de la vida por el peso de ningún fruto corporal” (p. 95), es decir, por no dar a luz. Además, el hombre es engreído, atropellado, y menosprecia lo que cree amar.
Rilke profetiza que esta humanidad más profunda de la mujer saldrá a la luz, efectivamente, cuando se desprenda de los convencionalismos masculinos. Entonces, los hombres se sorprenderán y quedarán vencidos por la mujer. Cuando llegue ese día (que según Rilke está más próximo en los países nórdicos), la mujer ya no se definirá por ser opuesta al hombre, sino por sí misma: “el ser humano femenino” (p. 95). Ese progreso femenino, al que los hombres se opondrán al principio, “transformará la vida amorosa, hoy colmada de errores; la cambiará fundamentalmente; la convertirá en una relación valedera de ser a ser; no ya de varón a mujer” (p. 96). Así se llegará entonces al verdadero amor, aquel que consiste en que “dos soledades mutuamente se protejan, se limiten y se reverencien” (p. 96).
Finalmente, Rilke se despide de Kappus refiriéndose al amor que debe vivir en el interior del joven poeta, amor que entró en él en la infancia y tiene que haber madurado en su ser con el paso de los años.
Análisis
En esta carta se tratan dos temas fundamentales que, aunque pueden pensarse por separado, tienen una relación muy estrecha: el amor y la mujer. Para Rilke, amar verdaderamente un ser humano a otro es la tarea más difícil que tienen las personas. Esta dificultad se debe a que, para poder amar, cada uno de los seres que se une en una relación debe haber desarrollado primero su espiritualidad a partir de haberse internado en la profundidad de sus soledades. Allí encontrará el modo de romper con los convencionalismos sociales y poder entonces vivir un amor libre, no guiado por los prejuicios. Como siempre, la soledad es el punto de partida para todo.
¿Qué sucede cuando una relación comienza sin esta previa conexión con la soledad? Las parejas quedan atrapadas, ya no hay salida. Al no existir la pureza verdadera de la soledad, todo es dominado por la impura superficialidad de las convenciones sociales. Todo es falso, exterior. Las personas no conectan realmente, sino que actúan de acuerdo a lo que la sociedad les indica que deben hacer: casarse, divertirse de tal o cual manera, tratarse de tal o cual manera. Para Rilke, incluso la separación es una convención social.
Por supuesto, los jóvenes son los más propensos a caer en esta trampa, ya que son los que menos cultivada tienen su soledad, y los más impacientes. Y así como en otras cartas Rilke sostiene que hay que tener paciencia para hallar la verdad en el interior, lo mismo sugiere en relación al amor. No se puede ir en búsqueda de aquello que aún no se tuvo porque no se lo conoce. ¿Cómo se puede encontrar aquello que no se sabe cómo es? En definitiva, la percepción del amor, en Rilke, es similar a la percepción sobre Dios: ambos están en el porvenir. No se debe ni se puede ir en búsqueda de ellos; solamente el ser debe prepararse en su intimidad para estar listos y reconocerlos cuando estos lleguen.
Aquí aparece el otro tema clave, complementario, que ayudará a romper los convencionalismos sociales y, por lo tanto, favorecerá la posibilidad de generar una conexión pura en el amor: el progreso de la mujer. Según Rilke, en su contexto histórico se están comenzando a vivir las relaciones de modo más objetivo. Aunque aquí Rilke no da más detalles acerca de cuáles son esas condiciones que posibilitan ese modo más objetivo de considerar las relaciones, si nos situamos en esa época (comienzos del siglo XX), varios son los cambios que se están dando en relación con la mujer: por ejemplo, el surgimiento del psicoanálisis, la formación de las primeras agrupaciones de mujeres que luchan por sus derechos y su inserción en el mundo laboral. Se puede deducir, entonces, que ese modo más objetivo al que Rilke hace referencia se relaciona con la posibilidad de que la mujer se convierta en un ser independiente del hombre, individual (ver 'La mujer' en la sección Temas de esta misma guía).
Ahora bien, Rilke afirma que esta transformación recién está comenzando. Lo que primero deberá hacer la mujer es poder definirse a sí misma, saber quién es. Para ello, primero deberá imitar al hombre, ya que esto le permitirá comprender desde adentro los convencionalismos del mundo y sus farsas. Una vez que comprenda dichas farsas, podrá desprenderse de ellas y saber cómo vivir en el mundo siendo ella misma. Recién entonces surgirá la posibilidad de que las relaciones no sean entre hombre y mujer, de acuerdo a los convencionalismos sociales, sino entre ser y ser. Esto es lo que, como hemos visto en otras cartas, Rilke considera lo humano.
En este punto sí se pueden encontrar discrepancias en Rilke con el Romanticismo. Recordemos que, como dijimos, este movimiento tiene su apogeo en mitad del siglo XIX y que, por lo tanto, Rilke es un romántico tardío que, aunque comparte muchas de las concepciones del movimiento, tiene otras ideas que no se corresponden con el mismo. Esta es una: en el romanticismo clásico, la mujer era concebida como un ser sumiso y débil con un único objetivo: hacer feliz a su amor ideal. Rilke, ya en el siglo XX, se hace eco de los avances de la mujer en el mundo y, por lo tanto, su visión es radicalmente opuesta a aquella visión romántica; incluso es muy cercana a la del feminismo, no solo de su época sino también de épocas posteriores.
En síntesis, en esta carta Rilke plantea que para que el amor pueda funcionar se necesita romper con las convenciones sociales. Para eso, cada persona debe formarse en su propia soledad y lograr liberarse de las mismas antes de conectar con la otra persona, quien debe hacer lo mismo. La mujer, en su progreso, ayudará a que esas convenciones sociales sean, a la vez, menos opresivas, y se vayan disolviendo hasta desaparecer.
Carta VIII
Resumen
La “Carta VIII” está fechada el 12 de agosto de 1904, y situada en Borgeby Gard, Fladie (Suecia). Rilke comienza hablando sobre su deseo de contestarle a Kappus y, aunque admite no tener ninguna respuesta que alivie las tristezas que este sufrió, le pide que reflexione acerca del efecto de estas en él; las transformaciones posibles que pueden haber generado.
Luego afirma que, para aceptar la tristeza, hay que estar en soledad, y que además es necesario aceptarla: “Es necesario –y a ello tenderá paulatinamente nuestro desarrollo– que nada extraño nos acontezca si no es aquello que nos pertenece desde largo tiempo” (pp. 101-102).
A continuación profundiza nuevamente sobre la soledad. Afirma que esta no es una opción, ya que el ser es, en su esencia, solitario, aunque quiera engañarse al respecto. Es cierto que esa aceptación lo haría sentir sumamente inseguro, como un hombre que es llevado a la cima de una montaña y siente que puede caer al vacío, pero, según Rilke, aceptar la soledad, con sus miedos, es tan necesario como aceptar la tristeza.
Según Rilke, el hombre ha rechazado, por miedo, un sinfín de experiencias y posibilidades que han causado mucho daño. Por ejemplo, “los sucesos denominados ‘fenómenos’, la totalidad del llamado ‘mundo de lo sobrenatural’, la muerte, todas estas cosas que nos son tan afines, han sido tan reprimidas, tan alejadas de la vida por un rechazo cotidiano, que los sentidos con que podríamos aprehenderlas se han atrofiado. De dios, ni hablar” (p. 104). A esta enumeración, Rilke suma que también las relaciones interpersonales se han visto dañadas por la cobardía. Según él, las relaciones amorosas son monótonas no solo por desidia, sino también por miedo a las vivencias nuevas. Solamente aquel que esté preparado interiormente para todo podrá sentir profundamente sus relaciones con otro ser como algo vivo.
Rilke afirma que, en la realidad, no hay por qué tener miedo. A diferencia de los cuentos de Poe, en donde los personajes están encerrados en lugares horribles, las personas no están encerradas. Todo está dentro de ellas. Si el mundo “tiene espantos, son nuestros espantos; si tiene abismos, estos abismos nos pertenecen; si hay en él peligros, debemos procurar amarlos” (p. 106). Rilke concluye esta reflexión con una alegoría: quizás los dragones, en realidad, son princesas que nos piden ayuda. Por todo esto, Rilke le aconseja a Kappus que no se alarme cuando las tristezas lo invadan, sino que analice lo que sucede en su interior; que tome la tristeza como una posibilidad de crecimiento. Si siente que lo que le sucede es enfermizo, que sepa que la enfermedad es la manera por la cual el organismo se libera de algo extraño. Es decir, que acepte su enfermedad, que tenga la paciencia de un enfermo y que la examine como un médico.
Sin embargo, no debe observarse demasiado a sí mismo ni sacar conclusiones. Debe dejar que todo acontezca naturalmente. Si se apresura a sacar conclusiones, le echará la culpa de su tristeza a su pasado, a su infancia, dado que eso es lo más fácil.
Análisis
Los temas principales de la “Carta VIII” son la tristeza y la cobardía. Por supuesto, ambos están relacionados con la soledad.
En relación a la tristeza, la idea que plantea Rilke es que si las personas vivieran con mayor profundidad su interioridad, podrían transitarla con naturalidad, incluso con más naturalidad que con la que transitan la alegría. Lo que sucede es que, como la tristeza es negada, y las personas no están familiarizadas con ella, cuando esta aparece se impone como una especie de parálisis: “…nuestros sentidos enmudecen sobrecogidos de temor; todo en nosotros se retrae…” (p. 100).
Ahora bien, es por esa misma negación que la tristeza supuestamente desaparece, de repente, como si nada. La idea de Rilke es que la tristeza atraviesa el corazón de las personas y se instala en su sangre sin que estas lleguen a comprenderla. Sin embargo, “nos hemos transformado como una casa en la que ha entrado un huésped” (p. 101). Lo malo de desconocer la tristeza es que el ser no sabe quién es ese huésped que se alojó en el cuerpo. Es decir, se desconocen los motivos de una tristeza alojada, que nos lo acompañará desde ese momento en adelante.
¿Cuál es, entonces, la manera correcta de relacionarse con la tristeza? Rilke apela nuevamente a la soledad. Si la tristeza aparece cuando el ser está solitario, en conexión con la vida íntima, pacífico, podrá recibirla de manera natural y no verse sorprendido por ella. La comprenderá. Además, cuando el ser sepa aceptar la tristeza, comprenderá que sus aflicciones no se imponen desde las cosas exteriores hacia el interior del ser, sino que es al revés. De nuevo, Rilke retoma la importancia de la interioridad del ser por sobre lo exterior.
El problema es que las personas no aceptan la soledad (y, por ende, la tristeza) porque tienen miedo. Aquí aparece el otro gran tema de esta carta: la cobardía. Teniendo en cuenta que, para Rilke, profundizar en la soledad es el punto de partida para que el ser pueda vivir su vida de manera verdadera, la cobardía no es un tema menor, aunque sea nombrada solamente aquí, en la “Carta VIII”. Se puede afirmar que, en definitiva, la cobardía es el problema elemental del ser humano, ya que constituye la causa de que el ser evite la soledad y, al evitarla, no logre vivir su vida como debería.
En esta carta se la relaciona con la tristeza, pero sin dudas, la cobardía afecta al amor, al modo de vivir la sexualidad, al modo de producir arte. Los convencionalismos sociales a los que Rilke se opone son, en definitiva, invenciones que surgen de la cobardía de las personas, refugios donde las personas se esconden para no aceptar sus verdaderos sentimientos. En síntesis, si la soledad es la fuerza que conecta al ser con su interioridad, la cobardía es, entonces, la fuerza que lo desconecta de la interioridad y lo arrastra hacia la exterioridad.