Cartas a un joven poeta

Cartas a un joven poeta Símbolos, Alegoría y Motivos

Dragones y princesas (Alegoría)

Esta alegoría aparece en la "Carta VII", en relación con el tema del miedo. Rilke afirma: “Todos los dragones de nuestra vida tal vez sean princesas que sólo esperan vernos un día, hermosos y atrevidos” (p. 106).

Una alegoría es un sistema de metáforas o símbolos que funcionan unidos. En esta alegoría hay, en principio, dos símbolos: los dragones representan la amenaza del mal, mientras que las princesas representan la necesidad de libertad. Lo que Rilke afirma a través de esta alegoría es que, si aceptamos nuestros miedos en lugar de evitarlos, tal vez nos daremos cuenta de que no hay amenaza en ellos; no son dragones que esperan devorarnos. Simplemente, nuestros miedos están esperando que vayamos hacia ellos, como princesas en un castillo, para liberarlos del encierro al que los sometimos mediante la negación.

Por su parte, los adjetivos “hermosos y atrevidos” remiten a otro elemento de esta alegoría que no está nombrado explícitamente. Por supuesto, esta alegoría surge del mito medieval en el que el caballero va al castillo, mata al dragón y libera a la princesa. Aquí, Rilke remite a la idea de que nosotros aparezcamos como caballeros “hermosos y atrevidos” para liberar a la princesa. Los caballeros simbolizan, en esta alegoría, el coraje.

El fruto del árbol y sus hojas (Alegoría)

Esta alegoría aparece en la "Carta VI" en relación a Dios. Rilke le hace a Kappus la siguiente pregunta retórica: “¿Por qué no piensa que Él es el Venidero, el que desde la eternidad está por llegar; que es lo futuro, el fruto último de un árbol cuyas hojas somos?” (pp. 79-80).

Tres elementos constituyen esta alegoría; dos símbolos y una metáfora. El primero es el fruto que simboliza a Dios; el segundo, el árbol que simboliza la eternidad; el tercero, las hojas que representan metafóricamente a los seres humanos.

La idea que plantea Rilke a través de esta alegoría es que Dios está en el porvenir, en el futuro. Es el fruto definitivo que caerá de ese árbol que es la eternidad. Los seres humanos estamos en ese árbol, en la eternidad; estamos, en definitiva, en Dios. Así como las hojas nutren el fruto y viven en el árbol, los seres humanos forman parte de Dios y viven en la eternidad. Es decir, los tres elementos forman parte de un todo inseparable.

La casa y el huésped (Alegoría)

Esta alegoría aparece en la “Carta VII” en relación al tema de la tristeza que emerge, de repente, en el ser humano. Rilke afirma: “Se nos podría hacer creer fácilmente que no ha acontecido nada, y sin embargo nos hemos transformado como se transforma una casa en la que ha entrado un huésped” (p. 101).

La alegoría está constituida por dos elementos; una metáfora y un símbolo: el primero es la casa, que metaforiza la interioridad de los seres humanos; el segundo, el huésped, que simboliza la tristeza que llega a esa casa.

A través de esta alegoría, Rilke afirma que la tristeza transforma a los seres humanos, incluso aunque estos no se den cuenta, así como un huésped que entra en una casa la transforma aunque no se sienta. Es decir, el huésped puede no destruir la casa, puede habitarla silenciosamente, pero allí está. La tristeza, del mismo modo, puede no destruir el estado anímico de una persona, pero está dentro de él.

La idea final de Rilke al respecto es que las personas deben estar atentas a la llegada de ese huésped, conocerlo, es decir, conocer su tristeza, para poder comprenderla y no sorprenderse con la transformación que esta genera.

La cima de la montaña y el vértigo (Alegoría)

Esta alegoría aparece en la “Carta VIII” en relación al tema de la soledad y lo que siente el ser humano al enfrentarla. Rilke afirma: “Quien fuese transportado, casi sin preparación ni transición, desde su cuarto a la cúspide de una gran montaña, sentiría algo parecido; una inseguridad sin igual, un estar a la merced de algo indecible lo anonadaría; se imaginaría estar cayendo, o se creería lanzado al espacio o estallado en mil pedazos…” (p. 103).

Dos símbolos constituyen esta alegoría: la cima de la montaña representa la incomodidad de la soledad, mientras que esa sensación de estar cayendo, que concretamente llamamos vértigo, representa el miedo que siente el ser humano al estar solo.

A través de esta alegoría, Rilke propone que, en realidad, no hay un riesgo real en afrontar la soledad. Es lógico que, al estar sola, la persona sufra el miedo, la inquietud, la desesperación. Pero lo importante es destacar que podrá superar esa soledad desesperante, así como la persona que siente vértigo en la cima de una montaña en realidad no está cayendo al abismo; es una sensación que puede y debe atravesar.

El cauce del río y la orilla yerma (Alegoría)

Esta alegoría también pertenece a la “Carta VIII”, y surge en relación con el tema del miedo y de los daños que este ha causado en las personas. Rilke afirma: “… también las relaciones entre un ser humano y otro han sido limitadas por él, y por así decirlo, desviadas del cauce de las infinitas posibilidades hacia un lugar yermo de la orilla, al que nada ocurre” (p. 105).

Esta alegoría está compuesta por dos símbolos: el cauce del río representa las infinitas posibilidades de relacionarse entre las personas; la orilla yerma, la imposibilidad de entablar cualquier tipo de relación.

La idea que Rilke quiere transmitir a través de esta alegoría es que el miedo de los seres humanos ha imposibilitado que estos se relacionen de manera natural, con la fluidez con la que avanza un río. El miedo ha desviado a los seres humanos de ese cauce y los ha dejado en una orilla yerma, es decir, una orilla donde no hay nada ni nadie y, por lo tanto, es imposible entablar relaciones.

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