"[La casa] guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la infancia" (p. 131). (Metáfora)
Esta metáfora figura en la primera oración del cuento, y propone una personificación de la casa: la acción de guardar, algo que realizan típicamente los humanos, se atribuye a la casa, que contiene todos los recuerdos de la familia del narrador.
"... era gracioso ver en la canastilla el montón de lana encrespada resistiéndose a perder su forma de algunas horas" (p. 132). (Metáfora)
En este pasaje, Cortázar utiliza una metáfora que personifica a la lana, como si se tratara de una criatura viva que se resiste a volver a ser un ovillo. Este tipo de personificaciones que atribuyen a objetos el estatus de seres vivos es muy abundante en la literatura cortazariana.
"... a mí se me iban las horas viéndole las manos como erizos plateados..." (p. 132). (Símil)
En este pasaje, el narrador hace una comparación de las manos de su hermana mientras teje con erizos, lo que indica la velocidad con la que Irene mueve las agujas, que parecen entonces ser más de dos y estar en todas partes.
"... apenas sopla una ráfaga se palpa el polvo en los mármoles de las consolas" (p. 133). (Metáfora)
Esta metáfora es un lugar común de la lengua española, que asocia el viento a la idea de una entidad que sopla sobre el mundo. El narrador la utiliza para hablar del polvo que se acumula constantemente en Buenos Aires.
"Nunca pude acostumbrarme a esa voz de estatua o de papagayo, voz que viene de los sueños y no de la garganta..." (p. 135). (Símil)
En este pasaje, el narrador compara la voz de su hermana que habla entre sueños con la voz de una estatua o de un papagayo. Así, la voz de los sueños parece ser una imitación distorsionada de la voz real o de la vigilia, una voz hasta fantasmagórica que inquieta al protagonista.