Crimen y castigo

Crimen y castigo Resumen y Análisis Epílogo, Capítulos 1-2

Resumen

Epílogo

Capítulo 1

Raskólnikov lleva nueve meses en Siberia. En el juicio confesó hasta el último detalle de su crimen. Varias personas declararon que, probablemente, haya sufrido de demencia temporal: todo lo recabado “encajaba en la nueva teoría, muy en boga, de la enajenación transitoria que tan a menudo se trata de aplicar hoy día a ciertos delincuentes” (p.684). Debido a las circunstancias, Raskólnikov recibe una condena más leve de lo esperado: ocho años de trabajos forzados en Siberia.

La madre de Raskólnikov cae enferma justo después de su último encuentro. Dunia y Razumijin intentan ocultarle la verdad, pero pronto descubren que ella había desarrollado una teoría sobre los enemigos políticos de Raskólnikov. Luego de un tiempo, se sume cada vez más en el silencio. Dos meses después de que Raskólnikov y Sonia se marchan a Siberia, Dunia y Razumijin se casan. Después del matrimonio, Puljeria muere.

En lo que respecta a Raskólnikov, Sonia solo lo puede visitar algunas veces, ya que vive en un pueblo cercano a la cárcel y trabaja como costurera. Es evidente que a Raskólnikov no le interesa demasiado su futuro y se limita a cumplir su condena. Además, no intenta relacionarse con nadie e incluso no es demasiado amable con Sonia. Sin embargo, con el tiempo se acostumbra a ella y lamenta cuando no puede visitarlo.

Un día, Raskólnikov cae enfermo y debe pasar un tiempo en el hospital.

Capítulo 2

Raskólnikov se avergüenza de que Sonia lo vea enfermo: “Su orgullo estaba profundamente herido” (p.692). Durante ese tiempo, en lugar de reflexionar sobre su crimen, piensa que no tiene “ninguna culpa particularmente horrenda en su pasado” (ídem) y lo único que le remuerde la conciencia es que ha sido atrapado y condenado. Tampoco sabe por qué debe seguir viviendo y se pregunta por qué no se suicidó cuando tuvo la oportunidad. Se siente inferior a Svidrigáilov, que al menos tuvo el valor de matarse.

En comparación con sus compañeros, no tiene la misma voluntad de vivir y se sorprende del “apego que todos ellos le tenían a la vida” (p.694). Además, se siente aislado de todos, como si un “terrible e infranqueable abismo mediara entre él y los demás” (pp.694-695). En una ocasión, sus compañeros casi lo matan por ateo, aunque nunca había hablado con ellos de sus creencias. Como es de esperar, todos quieren a Sonia, la consideran una “madre compasiva y bondadosa” (p.696) y acuden a ella con todo tipo de pedidos.

Raskólnikov permanece en el hospital hasta el final de la Cuaresma y la Semana Santa. Durante su convalecencia, sueña que una terrible plaga se extiende de Asia a Europa. Esta plaga consiste en organismos microscópicos sensibles que infectan a las personas provocándoles locura y, al mismo tiempo, haciéndoles creer que son más inteligentes. A medida que la plaga se extiende, la gente se vuelve contra los demás, todos se sienten angustiados y nadie sabe distinguir entre el bien y el mal. Solo unos pocos elegidos pueden salvarse, repoblar y regenerar el mundo.

Sonia solo lo visita dos veces en el hospital. Pero una noche, Raskólnikov se acerca a la ventana y la ve de pie, como si esperara algo. Cuando le dan el alta y regresa a la prisión, siente “una punzada en el corazón” (p.698) al enterarse de que ella ha estado enferma.

Una mañana, Raskólnikov está trabajando junto al río y se sienta a contemplarlo, ensimismado. Sin más, aparece Sonia, quien le da la mano tímidamente porque él siempre la ha tomado con repugnancia o irritación. Esta vez, sin embargo, él no la suelta, sino que la mira, baja la vista y se arroja a sus pies, llorando y abrazando sus rodillas. Ella se levanta de un salto aterrorizada, pero comprende al instante que por fin se ha arrepentido y puede amarla sin límites. Ambos sienten que han resucitado gracias al amor que se profesan.

Esa noche, Raskólnikov piensa en Sonia mientras está tumbado en su cama. Se asombra de cómo parece llevarse mejor que él con sus compañeros de prisión. Al recordar su crimen y su exilio, siente que son algo lejano y que, de algún modo, no le sucedieron a él. Hay un cambio profundo en su interior: “La vida había desplazado a la dialéctica y en la conciencia debía generarse algo totalmente distinto” (p.700). En ese momento, mete la mano bajo la almohada para sacar los Evangelios de Sonia. No abre el libro, pero piensa que tal vez pueda creer en lo que ella cree.

Ahora, ambos están felices y sienten que los siete años que faltan para cumplir con la condena van a pasar en un soplo: “Pero aquí arranca otra historia, la historia de la gradual renovación del hombre, la historia de su regeneración gradual, de su gradual transición de un mundo a otro, de su iniciación en una realidad totalmente desconocida hasta entonces” (p.701).

Análisis

Tanto el desarrollo como el resultado del juicio contra Raskólnikov terminan adquiriendo un tinte irónico. Se cuestionan sus capacidades mentales durante el crimen y, al final, su condena se reduce considerablemente debido al acuerdo general de que debió estar temporalmente loco al momento de los asesinatos. Este es el resultado más inesperado, considerando que cometió el crimen, precisamente, para probar su superioridad. Constantemente, Raskólnikov lucha por probar que es una persona extraordinaria, que puede mantener el control de su voluntad y su razón, a pesar de que -como bien señala Porfiri- sucede lo contrario. Obviamente, Raskólnikov no ha sido capaz de mantener el control y por eso ha sucumbido a las presiones del miedo y de su propia naturaleza.

Algunos testimonios sobre los actos buenos de Raskólnikov también sirven como atenuantes. En esto también subyace cierta ironía, si consideramos el debate que tuvieron Raskólnikov y Svidrigáilov en el pasado: es una falsedad y una trampa el pensar que una persona que hizo algo malo no es capaz de hacer también algo bueno.

Durante el juicio, se relatan varios elementos inverosímiles a la hora de la reconstrucción del crimen. Además, el testimonio de Raskólnikov es crudo y explícito: se muestra es frío, metódico y enumera cada detalle con notable precisión sin justificarse ni defenderse. En el fondo, sin embargo, su testimonio no es auténtico, porque está diciendo algo que no cree solo para acabar de una vez con todo:

Contestó con toda claridad y la más tosca franqueza que la causa de todo era su mísera condición, su indigencia y su desamparo, su deseo de atender a los primeros pasos de su carrera (…) que le había llevado a cometer el asesinato su propio carácter irresponsable y pusilánime, exacerbado además por las privaciones y fracasos (p.684).

En este punto, sabemos que Raskólnikov no cree verdaderamente en lo que declara.

Podemos ver esta misma falta de arrepentimiento en la forma en que Raskólnikov vive su vida en Siberia. A través de las cartas de Sonia, conocemos cómo es su vida y cómo van sus ánimos. Él no tiene esperanzas de vida allí, ni parece sorprenderse de nada, además de hacer su trabajo mínimamente, al tiempo que rehúye a los otros presos. Está claro, una vez más, que se limita a cumplir con su duro trabajo para acabar de una vez con la condena. Salvo de no haberse quitado la vida, él no está verdaderamente arrepentido por lo que sus razones para confesar, tal y como se las comunicó al tribunal, quedan desmentidas. Sin embargo, durante su enfermedad y justo antes de su muerte, Puljeria anuncia que Raskólnikov, cuando la dejó, le había prometido volver exactamente en ‘nueve meses’. Este periodo de tiempo significa un renacimiento para él; un renacimiento que Puljeria no presencia, pero los lectores atestiguamos en las últimas páginas de la novela.

El sueño de Raskólnikov sobre la peste es un comentario bastante obvio y explícito sobre el hiperracionalismo que ataca a la sociedad. Los parásitos con los que sueña son “espíritus dotados de inteligencia y voluntad” (p.696) que hacen que sus huéspedes se consideren superlativamente inteligentes, aunque en realidad se hayan vuelto locos. Esto, por supuesto, es exactamente lo que le ha sucedido al propio Raskólnikov: poseído por una idea, ha perdido todo sentido de la moralidad y, en efecto, ha perdido también la cordura. La visión de Dostoyevski es una advertencia funesta: esta peste, que se extiende a Europa desde Asia, acabará con la humanidad. La dirección de la plaga sugiere que las ideas europeas que se han apoderado de las mentes rusas se corrompen peligrosamente al implantarse en esa sociedad.

Cabe mencionar que la desconfianza que ha parecido perseguir a Raskólnikov durante toda la novela le sigue también hasta la cárcel. Los presos lo odian por ser ateo, aunque nunca haya dicho que lo fuera, intuyéndolo por su comportamiento y por la frialdad con la que vive. En este punto, la novela transmite que es su falta de fe lo que le hace tratar su condena con indiferencia y sentir que su vida es inútil. Esto contrasta con la adoración absoluta de los convictos por Sonia, quien encarna el espíritu nacional más auténtico que incluye, sin duda, la fe cristiana; por eso la llaman “madre compasiva y bondadosa” (p.696).

El tema de la resurrección, que solo llega al final, sucede en el momento preciso dadas las circunstancias contextuales. En primer lugar, es el momento adecuado del año: Raskólnikov cae enfermo durante el final de la Cuaresma y la Semana Santa. Su resurrección moral se produce durante la primavera y a primera hora de la mañana, dos momentos tradicionalmente asociados a la renovación y el renacimiento. De un modo similar, Sonia desaparece durante tres días debido a una enfermedad, al igual que Cristo murió en la cruz y resucitó al tercer día. Es justamente durante la ausencia de Sonia que algo comienza a cambiar en el interior de Raskólnikov y, cuando se reencuentran, él se libera por fin de sus ataduras. De este modo, ambos resucitan: ella de su enfermedad y él de su muerte en vida.

Al final de la novela, Dostoyevski hace un defensa de los sentimientos sobre la razón. Tras la revelación que ha experimentado, Raskólnikov yace en la cama y solo puede sentir: “No podía pensar coherentemente mucho tiempo, no podía concentrar el pensamiento en nada. Aparte de que tampoco había podido resolver nada conscientemente; solo era capaz de sentir” (p.700). En otras palabras, Raskólnikov comprende finalmente la absoluta inutilidad del razonamiento excesivo que le llevó allí en primer lugar: los sentimientos y la fe han triunfado por encima de la dialéctica y las ideas desvinculadas de la propia realidad.

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