Resumen
Primera parte
Capítulo 4
Raskólnikov camina por la calle mientras repasa mentalmente la carta de su madre. Indignado, se propone una cosa: “¡Ese matrimonio no tendrá lugar mientras yo viva…!” (p.110). Sabe que su hermana se está sacrificando por él y no lo puede tolerar. Para Raskólnikov, no hay una diferencia entre lo que hace Sonia por su familia y lo que Dunia se dispone a hacer para ayudarlo.
También siente el peso de las esperanzas que su madre y su hermana depositan en él. Sabe que no está moviéndose hacia el futuro que anhelan porque ha abandonado sus estudios. Por eso, tiene la convicción de intervenir y hacer algo con urgencia.
En medio de sus cavilaciones, ve a una joven borracha y a un hombre que parece rondar a su alrededor esperando el momento para aprovecharse de ella. Raskólnikov consigue la ayuda de un policía al que le da dinero para la chica, pero luego piensa que todo esfuerzo es inútil.
Capítulo 5
Raskólnikov camina distraído en dirección a la casa de Razumijin, su amigo de la universidad. A diferencia de él, Razumijin “era un muchacho extraordinariamente alegre y sociable, bondadoso hasta la simpleza, si bien bajo esa simpleza había profundidad y pundonor” (p.123). Luego cambia de opinión y decide que irá a ver a su amigo el día después de hacer ‘eso’, el crimen que aún no se nos ha esclarecido a los lectores.
En su caminata febril, Raskólnikov llega hasta a un brazo del río Nevá, en el que hay un grupo de pequeñas islas donde la gente rica tiene casas de verano. Aunque se complace en la frescura y la limpieza de aquellos alrededores, pero pronto se siente irritado. Tras comer y beber vodka en una casa de comidas, le da sueño y retoma el camino a casa, pero está tan cansado que se sale del camino y se queda dormido entre unos arbustos.
Tiene un sueño extraño e inquietante: de vuelta a sus siete años, pasea con su padre en la ciudad de su infancia. Al pasar por una taberna, ven un carro en el que está enganchada una yegua pequeña y flaca. Un grupo de borrachos sale de la taberna y el dueño del carro, Mikolka, propone llevarlos a dar un paseo. La observación general es lo imposible que será para la yegua cargar con todos, pero él promete lograrlo y agita su látigo. Como es de esperar, el pobre animal apenas puede soportar el peso. Mikolka se enfurece y la golpea salvajemente, y el pequeño Raskólnikov corre hacia ella, que se retuerce dolorosamente. Otros dos hombres usan sus látigos, mientras Mikolka les grita que la golpeen en los ojos. La yegua está prácticamente muerta. En ese momento, Mikolka toma un palo del carro y al grito de “¡Es mía!”(p.130) la golpea hasta matarla. Raskólnikov se lanza contra Mikolka, furioso, pero su padre lo alcanza y lo saca de la multitud.
Raskólnikov se despierta sudoroso. En su camino de regreso, da un largo rodeo por la plaza Sennáia. Casualmente, oye a Lizaveta, la hermanastra de la prestamista Aliona, que habla con un comerciante sobre una reunión que tendrán al día siguiente, entre las seis y las siete de la tarde. Raskólnikov se marcha dominado por la idea de que la prestamista estará sola a las siete de la tarde del día siguiente. Siente que ya no tiene libertad ni voluntad, y que el curso de los acontecimientos ha sido fijado irrevocablemente gracias a este dato fortuito.
Capítulo 6
A diferencia de Aliona, Lizaveta es honesta y justa con sus precios. La pareja de la plaza Sennáia estaba pactando un negocio con ella cuando Raskólnikov los escuchó. La coincidencia no tiene nada de extraordinario, pero Raskólnikov se ha vuelto demasiado supersticioso como para no considerarlo una señal.
En ese momento, recuerda otra extraña coincidencia que ocurrió la primera vez que visitó a Aliona para empeñar un anillo: después de reunirse con la prestamista, se detuvo en una taberna, al lado de un joven oficial y un estudiante que despertaron su interés al mencionar a Aliona. El estudiante comenzó a describir la vida y el carácter de la mujer con todo lujo de detalles. Los hombres hablaron también de Lizaveta y así Raskólnikov se enteró de que era la hermanastra menor de Aliona y también que estaba prácticamente esclavizada por ella. Al estudiante le gustaba Lizaveta, pero especulaba con matar y robarle a Aliona sin una pizca de remordimiento. El estudiante le preguntó al oficial si las vidas que podrían beneficiarse del dinero de Aliona no compensarían su insignificante asesinato. El oficial le preguntó al estudiante si él mismo la mataría y el otro respondió que no. Entonces el primero replicó: “Si tú no te decides a hacerlo, no hay justicia que valga” (p.140).
De nuevo en su cuarto, Raskólnikov se tira en el sofá y tiene extraños sueños en los que bebe del agua de un oasis y disfruta el aire fresco. De pronto, despierta: ha pasado todo el día sin hacer nada para prepararse, por lo que se lanza a la acción frenéticamente. Primero, enlaza un hacha a su abrigo para que quede oculta; luego, toma un trozo de madera atado a una tira de hierro y lo envuelve para que parezca un objeto a empeñar.
En días previos, mientras planificaba ese día, se había preguntado por qué los crímenes se suelen resolver tan fácilmente. Su conclusión es que es posible que al delincuente le “fallen la voluntad y el entendimiento” (p.145) y por eso lo descubran. Raskólnikov dice que en su caso “no podían suceder esas alteraciones morbosas” (ídem): había planeado cada detalle para tener el control de su voluntad y su razón durante el crimen.
Tras ello, se las arregla para entrar en el edificio de Aliona sin ser notado. Toca el timbre, pero no hay respuesta, así que insiste y, esta vez, el pestillo se levanta.
Capítulo 7
La puerta se abre. Nervioso, Raskólnikov se abre paso. Le recuerda a Aliona que ya se conocen y, a continuación, le ofrece el objeto empacado. Disimuladamente, empuña el hacha y, cuando ella se vuelve hacia él, la golpea en la cabeza por el lado de la pala y continúa pegándole en el piso hasta que muere. Tras ello, ingresa en su dormitorio, donde se hace de numerosos objetos de oro que la mujer escondía en un cofre.
Un grito de horror lo interrumpe: se trata de Lizaveta, que ha visto el cadáver. Raskólnikov se abalanza sobre ella y le parte el cráneo con el hacha. Este inesperado asesinato lo descoloca y ya no puede pensar con claridad. Tras lavarse en la cocina y temiendo perder la razón, se precipita, presa del pánico, hacia la entrada del apartamento.
En ese preciso instante, Koch, un visitante, toca el timbre y empieza a intentar entrar. Otra persona se le une y concluyen que es extraño que Aliona salga de casa. Como consideran que algo no anda bien, deciden dividirse: uno baja a buscar al conserje, mientras el otro se queda allí por si acaso. Para fortuna de Raskólnikov, el hombre que se ha quedado se impacienta y baja las escaleras. En ese momento, sale hacia las escaleras y se esconde en un apartamento vacío. Cuando Koch y sus acompañantes pasan de largo por donde está él, se apresura a bajar las escaleras y escapa.
A pesar de su nerviosismo, Raskólnikov llega a su casa, devuelve el hacha que sacó de la cocina y se dirige a su habitación, donde queda inconsciente.
Análisis
El sacrificio es uno de los temas principales del Capítulo 4. Raskólnikov sabe que su hermana ha aceptado una indeseada propuesta de matrimonio, únicamente pensando en su bienestar. No obstante, él no desea esa ofrenda, así como tampoco está dispuesto a sacrificarse a sí mismo para cumplir con las expectativas familiares. A lo largo de esta novela, veremos una y otra vez que son las mujeres quienes encarnan el tema del sacrificio; específicamente, esto se revela en Sonia y Dunia. Raskólnikov reflexiona sobre el alcance del amor de su hermana y lo encuentra reprobable: “En un caso así, ahogamos nuestro sentido de moralidad, ¡al baratillo el libre albedrío, la tranquilidad, incluso la conciencia! ¡Que se hunda la vida! Pero que nuestros seres amadísimos sean felices” (p.114). A continuación, introduce una comparación entre la suerte de Dunia y la de Sonia, y se refiere a la segunda como “la eterna Sónechka” (p.115). Esto anticipa el lugar que tendrá Sonia en la novela, porque no solo es un personaje bien delineado y relevante, sino que también se convierte en un arquetipo del sacrificio cristiano.
Por su parte, Raskólnikov lleva como un peso la responsabilidad familiar. De hecho, subraya irónicamente su propio rol familiar del siguiente modo: “Y tú, futuro millonario, Zeus que dispones de sus destinos, ¿de qué modo puedes protegerlas contra los Svidrigáilov y los Afanasi Ivánovich Vajruschin?” (p. 116). Raskólnikov sabe que las esperanzas que su madre y su hermana depositan en él son inútiles, de ahí la ironía de llamarse a sí mismo ‘futuro millonario’ y ‘Zeus’. Esta forma de autopercibirse encuentra su germen en la resistencia que siente hacia las exigencias patriarcales que la sociedad deposita sobre él; una sociedad en la que se supone que debe ocupar el rol del salvador y sostén económico familiar -algo que, como podemos comprobar, dista mucho de ser posible en su caso-. En este mismo sentido, nuevos paralelos se hacen patentes entre la familia Raskólnikov y la Marmeládov: Raskólnikov se siente tan incapaz de velar por las mujeres de su familia, como Marmeládov de defender a las mujeres de la suya.
La novela constantemente plantea preguntas en torno a la escala de gravedad de los crímenes y actos inmorales. Cuando Sonia se prostituye para sobrevivir y ayudar a su familia, practica la forma de prostitución que se encuentra más condenada en la sociedad. Sin embargo, Dunia también se ‘prostituye’ a su modo al aceptar a Luzhin a través del casamiento. La diferencia reside en que ella lo hace de una manera socialmente aceptable, lo cual le permite mantener cierto estatus y conseguir el estilo de vida que desea para su hermano. Cabe mencionar que Raskólnikov no es indiferente a ello, y él mismo concibe que dejar a su hermana casarse para ayudarlo no dista mucho de lo que Marmeládov hace con su pobre hija.
La escena con la joven borracha y el personaje sórdido que la persigue nos muestra nuevamente cuán inestable es Raskólnikov y qué tan escindido está en sus juicios morales. En un principio, hace lo correcto y se endilga la misión de proteger a la joven. Más adelante, sin embargo, considera ese acto moral como algo insustancial, sin sentido y reprochable; algo similar a lo que sucedió con la escena de las monedas en la sección anterior. Raskólnikov imagina el futuro que le depara a la chica y encuentra que ella encarna un ‘tipo social’ que está predestinado a un final trágico. En ese momento, cita lo que conoce sobre las ciencias sociales: “Dicen que así debe ser. Que cierto porcentaje debe marcharse cada año… Marcharse, ¿a dónde? Al infierno, supongo, para no ser un estorbo y que las demás conserven su pureza” (p.122). Ese modo de leer la realidad coincide con la mirada de Lebeziátnikov, quien afirma que en otros países la compasión ha sido prohibida por la ley. Al hablar de las personas en términos de porcentaje, no hay lugar para la compasión y la caridad: “¡Cierto porcentaje! Buenas palabrejas han encontrado, palabras calmantes, científicas. Con decir ‘cierto porcentaje’ no hay que preocuparse ya” (ídem). De este modo, la novela realiza una crítica a la filosofía y las ciencias sociales, importadas desde el extranjero, que se presentan como inútiles o incapaces para dar cuenta de la sociedad rusa; se trata críticas centrales y reiteradas en la obra de Dostoyevski.
Al final del capítulo se introduce un nuevo personaje: Razumijin. El antiguo compañero de la universidad de Raskólnikov es un personaje que opera bajo la lógica del contrapunto; es decir que, mediante su contraste con nuestro protagonista, destaca algunas de sus características más importantes. En esta primera introducción, es descrito como sociable, fiestero, optimista, resiliente y responsable; todas estas características se oponen a las que hemos visto en Raskólnikov.
En esta sección, Raskólnikov tiene sueños que están cargados de simbolismos. Los sueños desempeñan un papel importante en la novela debido a su vínculo con el inconsciente y el psicoanálisis, tradición en auge durante el siglo XIX y que a Dostoyevski le interesaba mucho. En primer lugar, el sueño de la yegua revela la crueldad desmotivada a la que el hombre está dispuesto a llegar, al tiempo en que pone de manifiesto el horror natural que siente Raskólnikov ante ella. Pero, además, la yegua puede simbolizar el modo en que las mujeres terminan siendo sacrificadas para la supervivencia (o, incluso, el simple disfrute) de los hombres: “¡Es mía!” (p.130), grita Mikolka una y otra vez, como si diera voz a lo que esperan los hombres como Marmeládov y, tal vez, el propio Raskólnikov, al permitir que su hermana se case con Luzhin. Además, resulta evidente que la brutal matanza simboliza y presagia el violento asesinato de Aliona.
También nos encontramos, a lo largo de estos capítulos, siendo testigos de una tensión que recorrerá la novela hasta sus últimas páginas: la tensión entre la libertad y la opresión. Como vemos, varias son las formas de opresión que los personajes de esta novela padecen: la opresión debido a la pobreza, a los deseos sin control, a las exigencias de un sistema cruel e, incluso y como vemos en las mujeres, al género. El momento de despertar espiritual de Raskólnikov, cuando toma la decisión (aunque sea solo temporal) de no llevar a cabo su plan criminal, es uno de los pocos casos de verdadera libertad que hemos visto hasta ahora: “¡Estaba libre, estaba libre! Se había liberado de aquellos sortilegios, de la hechicería, de la fascinación, del alucinamiento” (p.133). Hasta ese momento había estado preso de sus maquinaciones, pero logra momentáneamente salir del encierro de su mente.
No obstante, este despertar se revela tristemente efímero cuando Raskólnikov vuelve a caer, víctima de su psiquis retorcida y su superstición, en el momento en que interpreta su encuentro fortuito con Lizaveta como una señal de que el crimen, que ha estado planeando, se encuentra escrito en el destino. Esta situación vuelve a pronunciar la dualidad indisociable al personaje, que tanto se comporta como un fiel cristiano como con un hombre supersticioso. De hecho, cuando Raskólnikov despierta del terrible sueño de la yegua, reza a Dios para liberarse de sus morbosos pensamientos: “Alumbra mi camino” (p.133). Sin embargo, hacia el final del Capítulo 5, queda claro el carácter endeble de la religiosidad de Raskólnikov, quien asume que su crimen está predestinado: “De repente sintió con todo su ser que no tenía ya libertad de juicio ni voluntad y que todo había quedado resuelto de golpe” (p.135).
El Capítulo 6 contiene una escena retrospectiva en la que Raskólnikov rememora la conversación, que escucha en un bar, sobre Aliona, la prestamista. En el intercambio, el estudiante inicia una discusión sobre la inmoralidad de matar a la mujer. Su firme postura es que la muerte de Aliona sumaría más beneficio que perjuicio. Eso da lugar a una pregunta que va a estar en el corazón de la novela: “¿No crees tú que millares de buenas acciones pueden borrar un crimen insignificante?” (p.139). El interlocutor del estudiante zanja la discusión cuando afirma que ese debate es improductivo, un ejercicio puramente intelectual considerando que el estudiante que no puede llevarlo a la acción. Aunque Raskólnikov viene debatiéndose esto desde el inicio de la novela, cada vez se encuentra más cerca de pasar del pensamiento a la acción.
Acá, nuevamente Dostoyevski esboza una crítica a la excesiva racionalidad de las corrientes intelectuales importadas desde Europa. Raskólnikov está lidiando con un problema moral únicamente desde la óptica de la razón. En su vaivén entre cometer o no el crimen, sus consideraciones son racionales y no encuentra en sus disquisiciones una objeción racional válida. ¿Qué pasaría entonces si la religión y la fe entraran en juego? Para un estudiante expuesto a las ideas de occidente, alejado de la familia y la religión, el plan para un crimen atroz no resulta tan fácil de echar abajo. Incluso en sus planes solo considera posibles errores de la razón que lo lleven a ser descubierto; no contempla la conciencia o el arrepentimiento como factores a tener en cuenta. Es decir, cae en una intelectualización excesiva.
Luego de tanta expectativa en torno a sus planes, el Capítulo 7 evidencia las ideas de Raskólnikov y describe minuciosamente la secuencia del crimen. En este punto, aunque resulta evidente que ve todo con bastante claridad, es incapaz de percibir el panorama general de la acción que está por llevar a cabo. Raskólnikov se centra en los detalles, planea todo cuidadosamente y toma nota de todas las objeciones materiales o prácticas de su asesinato, pero no es capaz de ver las evidentes cuestiones morales que están en juego.